Translate

domingo, 21 de abril de 2013

EL REVERSO DEL FETICHISMO. ECONOMÍA POLÍTICA DE LOS OBJETOS.




Colocar sobre nuevas bases las relaciones entre los sujetos y los objetos, entre las personas y las cosas, presupone la ruptura de los dualismos subyacentes: cuerpo y mente, espíritu y materia. Por otra parte, las corrientes críticas se alimentaron, en gran medida, de la teoría marxista del fetichismo de la mercancía. 
Esto es, fetichismo en la medida en que las relaciones entre personas se mostraban como mediados por las cosas; así se naturalizaba el capital y se sustentaba la dominación capitalista, lo que no ha dejado de suceder. 
La implicación que este tiene para la superación del dualismos mencionados es que se choca contra la lógica del capital y de su sociedad; no podemos simplemente plantearnos una “democracia de las cosas” o una relación de igual entre personas y cosas, para que esas puedan hablar por sí mismas, sin cuestionar la lógica del capital. Al interior de estos mecanismos de fetichismo de la mercancía se tiene que trabajar para una aproximación más justa a las cosas, a los objetos y a la misma tarea de diseñar. (Marx, 1975) 
Lukács, en Historia y consciencia de clase, ha mostrado a fondo los modos de funcionamiento de este fetichismo, a través de los procesos de reificación o de cosificación. No es este el lugar para reflexionar sobre este, que no deja de ser importante para entender los estudios de la materialidad, que están vinculados a los regímenes de producción de valor: 
“Las condiciones de transnacionalismo baja las que la mayoría de la gente vive ahora en el mundo, han creado nuevos y a menudo significados  culturales contradictorios y los valores económicos y los significados de los objetos –esto es, en la cultura material- como aquellos objetos que viajan e modo acelerado a través de mercados locales, nacionales e internacionales y otros regímenes de producción valor.” (Myers, 2001, pág. 3) 
De lo que efectivamente se trata aquí es de preguntarnos por el reverso del fetichismo: ¿qué queda cuando logramos romper, aunque sea de modo provisional, con la lógica de la ganancia y desaparece el fetichismo? Ciertamente que se puede mostrar que el capital es una relación social de explotación, lo que es un paso importante para la ruptura la hegemonía capitalista. 
Sin embargo, hay otras preguntas que tenemos que introducir para aproximarnos a esta cuestión de las relaciones entre sujetos y objetos, personas y cosas: ¿al desaparecer el fetichismo de la mercancía, esto es: la relación entre personas que aparece como relación entre cosas, se produce un contacto directo de persona a persona, de manera transparente? ¿Qué sucede con las cosas? ¿Son estas excluidas de las relaciones entre personas? ¿Nos vemos conducidos hacia una profundización de la dualidad entre personas y cosas, que llevará a un enfoque instrumental de los objetos por parte de los sujetos que, de este modo, privilegiarían los encuentros directos? 
Los razonamientos que se desprenden encuentran rápidamente las consecuencias, seguramente justas, de la lucha contra el consumismo, el “materialismo” de nuestras sociedades en su sentido peyorativo, la pérdida de valores, el triunfo de la sociedad del espectáculo, la extensión sin límites de la moda. 
Y nuevamente las preguntas que surgen: ¿cuál es el reverso del consumismo? ¿Una sociedad que no está guiada por el consumo? ¿Qué sería una sociedad sin la espectacularidad capitalismo? ¿Una sociedad sin espectáculo? 
Nuestra respuesta va en dirección contraria: el reverso del fetichismo no es la separación radical entre personas y cosas, que finalmente lograría el ideal de la transparencia. Al liberar a los sujetos del dominio capitalismo, las cosas también lo harían. De tal manera, y esta es la tesis fuerte, las personas con las cosas estarían en plena capacidad de relacionarse con las otras personas con cosas. 
El reverso del fetichismo es la liberación de las cosas, de tal manera que dejen de expresar las relaciones capitalistas de dominación de unas personas sobre otras, y se vuelvan enteramente capaces de expresar las relaciones entre los sujetos, en medio de una nueva sociedad del espectáculo.
La superación del “materialismo” no es una suerte de espiritualismo, algo parecido al new age, sino el materialismo pleno de todos los seres humanos con iguales derechos, con igual capacidad de acceso a los objetos, sin los que no pueden ser plenamente sujetos. 
El reverso de la moda no es la abolición de la moda, sino su plena liberación del secuestro a la que está sometida. Así que la tesis de Lipovetsky de la moda plena no tiene solo un lado de exaltación del capital sino adquiere un matiz utópico: el reverso de la moda es la moda plena.

Bibliografía.
Marx, K. (1975). El Capital (Vol. Tomo I/Vol.I). México: Siglo XXI.
Myers, F. (. (2001). The empire of things. Regimen of value and material culture. Oxford: School of American Research Press.

martes, 16 de abril de 2013

POSESIONES DOMÉSTICAS.


Una primera cuestión a tomarse en cuenta es la relación entre lo privado y lo personal; porque en el espacio doméstico efectivamente hay muchas cosas que pertenecen a la esfera de lo privado pero no todas hacen parte de lo que consideramos personal, más aún vinculado a la subjetividad. 
“Además, con la cosa hay una relación igualmente compleja, porque no se puede equiparar lo privado con lo personal. Hay muchos conflictos entre la agencia expresada por los individuos y por la familia, y el jefe de casa… de tal manera que se convierte a lo privado en un mar de turbulentas y permanentes negociaciones más que algo dado para el sí mismo.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 4) 
Esto se debe, sobre todo, a que las posesiones domésticas encarnan muchas aspiraciones sociales, que se introducen en nuestras vidas privadas y que ejercen presión más allá de si son o no mostradas a otros miembros de la comunidad a la que se pertenece. Por eso se insiste en que: 
“Como tal el hogar no llega a ser la expresión de la mirada de las otras personas, sino más una interiorización y un reemplazo controlado de los otros ausentes. Llega a ser en sí mismo el efectivo otro con el que cada uno se juzga a sí mismo.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 7) 
El incremento significativo en la preocupación por el diseño de interiores, por la decoración, por la adquisición de objetos, tiene que ver con este tipo fenómenos, proviene no solo de las presiones sociales para el consumo, sino de la percepción como miembro de un grupo para participar de un modo de consumo y de una estética a través de la posesiones domésticas. (Cuando estos fenómenos escapan al control de los sujetos, vemos aparecer ese extraño rostro de las “posesiones”, como estar poseído por… en este caso por los objetos, por las cosas que nos rodean y que terminan por controlarnos.)
Esto quiere decir que con las posesiones domésticas se va más lejos que la expresión del gusto o de la búsqueda de una cierto estatus social, o la manifestación de un capital cultural que quisiéramos mostrar.
Los objetos que traemos a casa para que habiten entre nosotros “más que ofrecer una noción idealizada de ´calidad de vida´ y de una idealizada forma de socialidad. Más bien, estos sueños diarios directamente influencian en el aprovisionamiento y en las aspiraciones del hogar, permitiendo a sus ocupantes actualizarse más allá de las limitaciones de su particular domesticidad.” 28
Desde luego, estos usos del espacio doméstico y de los objetos contenidos en él, cambiarán de manera harto significativa si trata de mujeres o de hombres. En el caso de aquellas mujeres que están sometidas al espacio doméstico, como su “esfera propia”, usan este medio para mostrarse a sí mismas más allá de las limitaciones del lugar. Lo utilizan como una manera, aunque sea parcial, de expresión y construcción de su subjetividad, haciendo que el espacio doméstico se someta a su voluntad.
De tal manera que las posesiones domésticas con las que llenamos nuestros hogares, rebasan largamente los aspectos del prestigio y del estatus, para convertirse en el modo en que la familia se construye al igual que sus miembros, desde la perspectiva internalizada de lo que los otros que están ahí fuera piensa o de lo que suponemos que piensan.
“…la construcción del hogar, llega a ser una visión internalizada de lo que otra gente piensa acerca de uno. Lejos de ser un sitio de cruda emulación, el hogar llega a ser en sí mismo los otros. El hogar objetiva la visión que los ocupantes tienen de ellos mismos desde la mirada de los otros y como tal deviene una entidad y un proceso.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 42)
Los objetos devienen marcas de nuestra identidad, con las que nos sentimos parte de un grupo social específico y que terminan por formar parte de nuestra subjetividad.
Bibliografía.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford: Berg.

domingo, 7 de abril de 2013

COSAS-CONCEPTOS.

La manera estándar de relacionarnos con el mundo, que se ha convertido en nuestro sentido común, nos dice que con las cosas hacemos una serie de actividades: golpeamos con los martillos, manejamos un auto, hablamos con el celular, escribimos con la computadora. Las cosas para nosotros son, ante todo, instrumentos.
A su lado colocamos los pensamientos, las ideas, que se convierten en los conceptos con los que comprendemos el mundo. Tenemos claro lo que es el concepto de bueno, malo, hermoso, feo; y separamos claramente la idea del mundo del propio mundo. Aquí está el concepto de “software” y en este momento estoy usando uno específico llamado Word. No cabe confusión alguna.
Sin embargo, la separación que establecemos entre los conceptos y las cosas efectivamente no es tan radical. Comencemos por decir que esas cosas de las que hablamos están vinculadas desde antes de que existieran a una idea que fue tomando forma: la idea del celular y el celular, la idea del martillo y el martillo. Hay un constante paso de las ideas a las cosas, porque para producirlas tenemos que imaginarlas, diseñarlas, construirlas y colocarlas en el mundo real.
Desde luego que los materiales que usamos para  construir las cosas se resisten a nuestra acción; quiero decir, que debemos tomar en cuenta sus características, sus propiedades químicas o físicas, sus elementos estéticos y hasta su precio.
También sabemos muy bien que las cosas transportan nuestros deseos y nuestras emociones. Nos expresamos con las cosas: le damos a alguien un regalo, que va más allá de lo que la cosa es y transporta un sentimiento que va de una persona a otra: “te regalo este libro en agradecimiento por…”
Y vivimos todos los días, aunque sea de modo inconsciente, una relación estrecha con la ropa que usamos, que se vuelve parte de nuestra identidad, de lo que somos y de la manera cómo nos mostramos ante los demás. Así podríamos acudir a miles de ejemplos porque somos personas con cosas y no solo personas.
Cuando diseñamos un objeto, partimos de unos conceptos, de una estética, de unos afectos y tomamos en cuenta la estructura de las cosas a las que tenemos que someternos. Por otra parte, esperamos que, a la gente que posee ese objeto, le sirva como instrumento, como medio de expresión de sus afectos o como parte de la conformación de su sensibilidad.
Hasta aquí, todo esto es harto conocido; forma parte de la manera en que nos han enseñado a pensar y a actuar, profundamente involucrados en la dualidad de las palabras y las cosas, de las ideas y el mundo, del interior y el exterior.
Se trata, entonces, de ir más lejos, de rebasar este paradigma dualista que opone las cosas a los conceptos, de mostrar que su separación no se sostiene y que en la vida diaria, la distinción está lejos de ser precisa y que la una tiende a colapsar en la otra, especialmente cuando se introducen nuevos materiales, tecnologías electrónicas, biotecnologías, espacios virtuales.
Tomemos el caso de un celular inteligente, de un smartphone. Ciertamente que se puede decir que es un instrumento de comunicación y que encarna una serie de conceptos que provienen del trasfondo cultural y que transporta innumerables significados que hemos puesto en ellos; por ejemplo, el gusto, el prestigio, el mecanismo indispensable de sociabilidad.
Pero un smartphone es mucho más que esto: es un concepto con el cual pensamos, constituimos y nos apropiamos del mundo. Nos lleva directamente a una realidad que antes no existía: la inmediatez del acceso a la información, la manipulabilidad del mundo, la continuidad casi sin ruptura entre el yo y la red a la que pertenezca, la presencia que no desaparece jamás porque siempre estás conectado, la imposibilidad de desaparecer, porque aunque lo hagas, la imagen virtual que has elaborado sigue allí, después de ti, a pesar de ti.
Es el concepto de un mundo que añade elementos reales que antes no estaban allí –un enriquecimiento ontológico, una pérdida ontológica, una alteración de la realidad en el sentido que sea-
No hay concepto y cosa, sino concepto-cosa: smartphone. Esto podría dar lugar a que hubiera un privilegio en uno de los dos términos; en este caso, como si el concepto fuera más importante que la cosa; por eso, hay que insistir en su simetría: cosa-concepto, que explica de mejor manera lo que es ese teléfono inteligente.
Cuando diseñamos no solo estamos fabricando instrumentos a partir de ideas, estética, mercados, sino que estamos realizando una producción intelectual. Los diseñadores son trabajadores intelectuales en la medida en que hacen cosas, que son cosas-conceptos que le dan forma al mundo, que hacen que el mundo sea lo que es.
(Para ampliar la discusión hay como remitirse a esta bibliografía básica.)

Bibliografía.
Clarke, A. (2001). The aesthetics of social aspirations. En D. Miller, Home Possessions (págs. 23-41). Oxford: Berg.
Henare, Holbraad, Wastel. (2007). Thinking through things. Theorising artefacts etnographically. London : Routledge.
Holbraad, M. (2010). Can the things speak? London: Open Anthropology Cooperative Press.
Horst, Heather and Miller, Daniel. (2006). Cell phone. An anthropology of communication. Oxford: Berg.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford: Berg.
Miller, D. (2001). Possessions. En D. Miller, Home possessions (págs. 107-121). Oxford: Berg.
Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke University Press.

martes, 2 de abril de 2013

OBJETIVACIÓN



Tomemos como punto de partida la afirmación de que no hay personas y cosas de manera aislada, existiendo cada una por su cuenta; sino que siempre encontramos en el mundo en el que vivimos: personas con cosas: 
“En su Fenomenología del espíritu, Hegel (1977) propone que no puede haber una separación fundamental entre humanidad y materialidad – .” (Miller, 2005, pág. 5) 
Y, además, en una particular relación entre los sujetos y las cosas: “Deberemos retornar a las poblaciones en masa que se consideran a sí mismas, de hecho, gente usando objetos.” (Miller, 2005, pág. 6) 
Sin embargo, hay que ir más lejos y más adelante de este lado puramente utilitario de las cosas, en donde las cosas quedan reducidas a meras cosas al servicio de una racionalidad instrumental, que intenta conseguir unos determinados fines o metas. 
Establezcamos, entonces, que en esa relación entre sujetos y cosas, los sujetos existen en la medida en que se objetivan; esto es, solamente cuando se vuelcan hacia el exterior y crean toda clase de formas, que van desde las instituciones, las leyes, hasta las innumerables cosas materiales y virtuales que pueblan nuestra realidad. 
Estos actos creativos regresan sobre nosotros mismos y se convierten en parte de nuestra conciencia, la llevan a otro nivel, nos permiten darnos cuenta de lo que somos y de los podemos –somos lo que podemos hacer-. La conciencia –y la percepción- que tenemos de lo que está allí afuera cambia radicalmente así como la conciencia de nosotros mismos: nuestros modos de sentir, de ser afectados, nuestras estructuras cognitivas, nuestras formas de relacionamiento con los demás, la particular relación que tenemos con la naturaleza a la que hemos puesto en riesgo: 
“En la objetivación todo lo que tenemos es un proceso en el tiempo mediante el cual el propio acto de creación de formas crea conciencia o capacidad, tal como habilidad, y de este modo transforma a ambas, a la forma y la auto-conciencia de aquello que tiene conciencia, o la capacidad de aquello que ahora tiene habilidad.” (Miller, 2005, pág. 6) 
El acto creativo se ha duplicado: de una parte, los sujetos creando el mundo a su imagen y semejanza a través de objetivarse, de encarnarse y construir unos mundos múltiples y diversos; de otra parte, los objetos unas vez dados, producidos, diseñados, regresando sobre las personas para recrearlas, para transformarlas por dentro, para cambiar su interior, para alterar su modo de ver y habitar. 
“No podemos comprehender nada, incluso a nosotros mismos, excepto como forma, un cuerpo, una categoría, o inclusive un sueño. A medida que esas formas se desarrollan en su sofisticación, somos capaces de ver en ellas posibilidades más complejas para nosotros. A medida que creamos leyes, nos entendemos a nosotros mismos como gente con derechos y limitaciones. A medida que creamos arte podemos vernos a nosotros mismos como un genio o como no sofisticados. No podemos saber quiénes somos, o llegar a ser lo que somos, más que mirando en un espejo material, que es el mundo histórico creado por aquellos que vivieron antes que nosotros. Este mundo nos enfrenta como cultura material y continúa evolucionando a través de nosotros.” (Miller, 2005, pág. 6) 
No hay cultura que no sea inmediatamente cultura material, proceso de objetivación de los sujetos y procesos de subjetivación de los objetos. Es en este ir y venir que existimos, que nos socializamos, que nos soñamos, que imaginamos, que nos proyectamos hacia el futuro y, desde luego, que diseñamos. 
De esta manera, el proceso de diseño lejos de enfrentar a unos “sujetos autónomos” versus unos “objetos autónomos”, tendría que preguntarse de qué modo esos objetos del diseño son una objetivación de la cultura material globalizada o de un grupo social en particular. 
Con igual fuerza, debería interrogarse sobre las transformaciones en la percepción, el afecto, los procesos cognitivos, que sufren los diseñadores y posteriormente las personas que usamos esas cosas, porque somos personas con cosas, inseparablemente.

Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke University Press.