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miércoles, 22 de enero de 2014

EL DESIERTO DE LO REAL


Habría como aproximarse a los simulacros, en su fase del desierto de lo real –nombre que tomo de Zizek (Zizek) porque enuncia bien esta parte del pensamiento de Baudrillard-, con una película y un libro: Prometeo de Ridley Scott y 3001 La odisea final de Arthur C. Clark. (Scott) (Clarke) 
Me interesa resaltar en Prometeo la escena en donde la expedición despierta al “creador” en busca de respuestas y desde luego, de los secretos de la vida eterna, de aquel sueño utópico de escapar de la muerte. Se espera que el alienígena tenga las respuestas a los grandes interrogantes de la humanidad. 
La sorpresa que se llevan es simplemente brutal. El “creador” se levanta y comienza a matarlos, sin explicaciones, sin discursos. Más aún, ahora comprendemos que los “aliens” han sido creados como arma de destrucción masiva de la especie humana. 
Aquí impera el sinsentido en su plena dimensión. La pregunta de por qué nos quieren eliminar a toda la humanidad se queda flotando en el aire. Aquellos que pensábamos que nos darían respuestas, quieren hacernos desaparecer del universo definitivamente. ¿Qué habremos hecho para merecernos tal destino? ¿O se trata simplemente de la violencia gratuita de los alienígenas contra nosotros, tal como nosotros mismos la aplicamos sobre nuestros congéneres? 
Prometeo nos deja un sabor amargo en la boca, aunque las últimas escenas tengan un final abierto, más estrategia de la industria del cine para anunciar la secuela que otra cosa, Prometeo 2. Esa mirada aniquiladora del “creador”, esa constatación de la inminencia de nuestra desaparición absoluta, esa percepción de que el mal no necesita justificación, deshace nuestras convicciones, nos pone de cara a lo que realmente somos, porque queda abierta la interpretación: a lo mejor nos merecemos ese final. 
La última novela de la saga de Odisea del espacio 2001 (Clarke, 2001, Una Odisea Espacial), de Arthur C. Clarke, también nos trae sorpresas de una magnitud similar a Prometeo. La primera novela, y sobre todo la película (Kubrick), nos llevan a un universo que no entendíamos pero que estaba lleno de promesas maravillosas. El monolito como la promesa de los “dioses” creadores, que dieron origen a la vida, a la inteligencia y que esperamos que nos conduzca a un futuro esplendoroso. 
3001 La odisea final  investiga qué está causando una serie de alteraciones del planeta que están poniendo en riesgo la vida entera y con ello, la desaparición de la especie humana. Desde luego, acuden al monolito porque si allí estuvo la fuente de la vida, probablemente las respuestas a nuestros problemas desesperados, también los hallaremos allí. El descubrimiento que realizan es abrumador: el monolito solo es un objeto tecnológico dejado por alguna especie superior que seguramente ya habrá desaparecido, hace muchos miles de años, dañado por el tiempo, funcionando ahora de manera destructiva. 
La humanidad no encontrará aquello que busca, ni las respuestas a sus interrogantes fundamentales, peor aún el sentido de su existencia, apelando a algo o alguien exterior a ella, trascendente, que nos permita liberarnos de nosotros mismos. Lo que está fuera se nos presenta como destructivo y sinsentido, tanto en 3001 como en Prometeo. 
Las grandes metáforas de 2001 Odisea del espacio y de Alien (Scott) no funcionan más. Las narraciones utópicas de una humanidad heroica luchando contra los otros, los extraños, siempre violentos y sobreviviendo a pesar de todo, la especie humana conducida por extraterrestres o dioses benévolos, se muestra como una ilusión ahora insostenible. Vivimos en la época del monolito dañado, del objeto tecnológico convertido en amenaza; estamos en una era en donde impera la destrucción sinsentido, inexplicable, injustificable, de aquellos que consideramos como enemigos, o simplemente de aquellos que piensan de un modo diferente. 
Nos vemos obligados a volver la mirada sobre nosotros mismos. Las amenazas y  las promesas provienen de nosotros mismos y las perspectivas son altamente preocupantes. La destrucción de la especie humana será obra de la especie humana. El único sentido que le demos a la existencia de la especie provendrá de la misma especie. Por ahora, el sentido vaga sinsentido por el mundo. 
Una última inversión de una metáfora tan paradigmática que encontramos en 2001 Odisea del espacio: en una de las escenas mejor logradas de la película, cuando se descubre que la computadora les está matando, se procede a desconectarla. Oímos cómo Hal 9000 suplica, pide perdón, ofrece disculpas, promete no volver a hacerlo; a medida que se desconectan los módulos de memoria, Hal retrocede hacia su pasado, hasta que su voz finalmente se apaga. El hombre ha triunfado sobre la máquina. 
La hipótesis de Baudrillard le daría la vuelta a la escena: imaginémonos a una máquina miniaturizada entrando en el nuestro cerebro y desconectando una a una nuestras neuronas, para que no seamos capaces de hacer daño a otros ni a nosotros mismos. Y vayamos más lejos, la lenta producción del ciborg que empezamos a ser, provocaría en nosotros este apagado de nuestra inteligencia, la desaparición de nuestra memoria. 

2001 Odisea espacial. Dir. Stanley Kubrick. Int. Keir Dullea. 1968.
Alien. Dir. Ridley Scott. Int. Sigourney Weaver. 1979.
Clarke, Arthur C. 2001, Una Odisea Espacial. Barcelona: Plaza & Janés Editores, 1998.
—. 3001 Odisea final. Buenos Aires: Emecé, 1997.
Prometeo. Dir. Ridley Scott. Int. Noomi Rapace. 2012.
Zizek, Slavoj. Bienvenidos al desierto de lo real. Madrid: Akal, 2005.



TRANSESTÉTICA


Parecería que desde el inicio Baudrillard se suma a la tendencia que sostiene la desaparición del arte, porque su afirmación es explícita: “…digo el Arte ha desaparecido.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)  Podría aproximarse a las tesis de Arthur Danto. Sin embargo, de manera inmediata gira en otra dirección. Ciertamente que el arte ha desaparecido, pero no significa su abolición sino la pérdida de su sentido originario y moderno, en cuanto forma de representación o de cuestionamiento de esta por parte de las vanguardias. 
En dicha disolución juegan dos factores: no hay más significación ni intercambio simbólico, ni proceso de interpretación, ni hermenéutica del arte. Y, por otra parte, el correlato de este primer movimiento: el principio de proliferación.  Si el arte ha desaparecido, ha sido porque los signos –de la mano de los significantes- se han extendido al conjunto de la cultura:
“Ha desaparecido como pacto simbólico por el cual se diferencia de la pura y simple producción de valores estéticos que conocemos bajo el nombre de cultura: proliferación hacia el infinito de los signos, reciclaje de formas pasadas y actuales. Ya no existe regla fundamental, criterio de juicio ni de placer.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
No solo prolifera la estética sino que también los hacen las curadurías, las presentaciones, los comentarios, los análisis específicos, los reportajes periodísticos, los documentales. Nunca se ha hablado tanto de arte: “Vemos proliferar el Arte por todas partes, y más rápidamente aún el discurso sobre el Arte.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
Esta multiplicación sin límites de la estética –nuevamente- estaría aproximándose a las tesis de Michaud; esto es, del arte en su estado gaseoso, que le lleva a penetrar en todo los rincones al mismo tiempo que se deshace en el aire. Otra vez Baudrillard gira en dirección contrario, alejándose de Michaud. Regresa la mirada hacia las posiciones sostenidas en la crítica de la economía del signo y los textos sobre el intercambio imposible.
¿Qué significado tiene ahora el intercambio imposible para la esfera del arte? El arte entra de lleno en el mercado y allí se siente perdido, porque las reglas de la equivalencia han desaparecido, los cálculos en lo que se fundamentaba su valorización no están más. Su capacidad de intercambio se ha disuelto, ahuecada por la pérdida de significado, de valor simbólico.
“El arte se halla en la misma situación: en la fase de una circulación superrápida y de un intercambio imposible. La «obras» ya no se intercambian, ni entre sí ni en valor referencial. Ya no tienen la complicidad secreta que constituye la fuerza de una cultura. Ya no las leemos, sólo las descodificamos de acuerdo con unos criterios cada vez más contradictorios.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
La estética penetra en todas las esferas del mundo y de la vida. Estetización como arma fundamental del diseño y esta, a su vez, como aquello que permite que se venda, muchas veces como factor más importante que su funcionalidad. O, si se prefiere, el precio no se eleva por su utilidad; lo hace por su carácter de signo.
Signo de qué, cuál es el significado y el referente del arte? El significante remite a sí mismo y se devora como un uroboro. La imagen del signo no es otro que el propio signo. Una semiótica del significante, en donde los otros elementos han desaparecido o han dejado de tener importancia, sometidos a su completa indiferencia.
“Lo que estamos presenciando más allá del materialismo mercantil es una semiurgia de todas las cosas a través de la publicidad, los media, las imágenes. Hasta lo más marginal y lo más banal, incluso lo más obsceno, se estetiza, se culturaliza, se museifica. Todo se dice, todo se expresa,' todo adquiere fuerza o manera de signo.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 22) 
Baudrillard choca constantemente con las interpretaciones posmodernas; entonces, en este caso, no se trata de adherir a las tesis de la desmaterialización del arte. El arte como nunca se materializa, se objetualiza, aunque fuera bajo la forma de acción, de gesto, de performance. El arte, siguiendo el principal paradigma de la cultura occidental, se torna operativo. Deja de importar la significación, no puede cambiarse porque las reglas de equivalencia han desaparecido, no existen criterios para elaborar un juicio estético, el gusto es cualquier cosa y lo sublime se encarna en las marcas –un sublime banal, a pesar de que suene paradójico- Las obras de arte adquieren la misma lógica que los objetos técnicos.
Operación que es en primer lugar performance, la realización no importa de qué, sino el proceso; y más que el proceso, los mecanismos de funcionamiento, la máquina cuyos engranajes se mueven, las tecnologías convertidas en el objetivo, en aquello que se muestra por sí mismo, sin que tengamos algo que buscar detrás de ellas. Operación que rebasa los principios del viejo funcionalismo y que lo reemplaza por la articulación, por el ensamblaje de pasos, sin que llegue a importar a dónde conducen, qué es lo que producen, qué sentido introducen en el mundo.
Ahora se cumple a cabalidad la frase de Wittgenstein, que señala que el sentido del mundo está fuera del mundo: “Con el minimal art, el arte conceptual, el arte efímero, el antiarte, se habla de  desmaterialización del arte, de toda una estética de la transparencia, de la desaparición y de la desencarnación, pero en realidad es la estética la que se ha materializado en todas partes bajo forma operacional.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
La secuencia de la relación entre mundo e imagen termina en su aislamiento, en su ruptura, en la escisión irremediable y banal del mundo y sus formas de representación. Comenzamos con el paso de la representación moderna –vinculada a la producción de la verdad y de la hegemonía burguesa-, a la “época de la imagen del mundo.”(Heidegger)
 El siguiente paso, conduce a la inversión de esta fenómeno: el mundo como imagen; tal como ha sido descrito por McLuhan, Gubern, Didi-Huberman: imágenes que miramos pero que ante todo nos miran. Finalmente, la imagen que se desprende de la duplicidad, de la repetición, de los espejos y se torna pantalla. Imagen de la imagen. El mundo puede ser visto únicamente se entra en la rueda de circulación de las imágenes.
Las imágenes están allí y como dice Baudrillard, en ellas no tenemos qué, qué observar, ni cabe la pregunta: ¿imágenes de que son?  Tenemos que ser capaces de ver las imágenes como imágenes de imágenes, y dejar de interrogarnos sobre la posibilidad de encontrar algo detrás de ellas. En el arte posmoderno se alcanza el máximo de su realización, en el momento en que el artista en capaz de producir estas imágenes sin más, que han dejado de repetir el mundo a su manera:
 “…una profusión de imágenes donde no hay nada que ver. La mayoría de las imágenes contemporáneas, vídeo, pintura, artes plásticas, audiovisual, imágenes de síntesis, son literalmente imágenes en las que no hay nada que ver, imágenes sin huella, sin sombra, sin consecuencias. Lo máximo que se presiente es que detrás de cada una de ellas ha desaparecido algo. Y sólo son eso: la huella de algo que ha desaparecido. Lo que nos fascina en un cuadro monocromo es la maravillosa ausencia…” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 23)

El programa del arte posmoderno queda delineado de manera explícita: ya no se trata de únicamente del nihilismo que esconde, ni de le negación de las formas modernas, ni siquiera de la afirmación de que todo vale. Tampoco se trata de la simple disolución del arte en el mundo del consumo, de la mercancía, de la publicidad, del diseño.
Incluso el hecho de que el arte se vincule cada vez más a una perspectiva sociológica convencional es suficiente. Ciertamente que se puede decir que el arte es lo que producen los artistas y que los artistas producen arte. (Dick, El círculo del arte.) Más aún, nos queda claro que los circuitos del arte son fundamentales en la definición de lo que pertenece y de lo que no a la esfera estética.
Con Baudrillard se lleva las cosas a sus extremos, de la mano de sus estrategias fatales, hasta desembocar en un doble nihilismo. El primero, bastante conocido, que corresponde a la pérdida de sentido del arte posmoderno, a su ahuecamiento, a la ruptura de cualquier modelo o paradigma, a la quiebra de las cualquier narratividad y a la insistencia ilimitada en el performance, a la insistencia en los objetos técnicos. Este es el primer nihilismo.
El segundo nihilismo –que se parece mucho al tema de la doble predestinación de Calvino: estamos predestinados y sabemos que estamos predestinados-, duplica el gesto, le añade la plena conciencia del sinsentido y la reafirmación plena del arte como un fenómeno de superficie, sin profundidad alguna: «Toda la duplicidad del arte contemporáneo consiste en esto: en reivindicar la nulidad, la insignificancia, el sinsentido. Se es nulo, y se busca la nulidad; se es insignificante, y se busca el sinsentido. Aspirar a la superficialidad en términos superficiales.» (J. Baudrillard 49)
El arte se realiza en su plena banalidad y al hacerlo se anula como tal, aunque esto no es un hecho traumático: por el contrario, sirve como principio de afirmación, de identidad, de producción: «Cuando la Bagatela aflora en los signos, cuando la Nada emerge en el corazón mismo del sistema de signos: he aquí el acontecimiento fundamental del arte. Hacer surgir la Bagatela de la potencia del signo [.. J es propiamente la operación poética.» (J. Baudrillard 64)
Si el arte entra en la parte maldita de la cultura se debe a esta opción por la nada, por la nulidad, de la cual se desprende una pequeña partícula virtual, destinada a desaparecer inmediatamente. La energía que le permite existir está tomada de préstamo de la nada, como una oscilación de ella misma y que está destinada de regresar, como una deuda que tiene que pagarse. Así, el arte cumple enteramente con el teorema de la parte maldita (Bataille): el arte posmoderno se convierte en más arte que cualquier otra manifestación, se vuelve más real que lo real.
Todo arte alcanza la hiperrealidad, en la medida en que escapa de la realidad, de la representación, del desdoblamiento, de la repetición. No tanto una realidad llevada a su extremo, sino una realidad reemplazada por la virtualidad, que se coloca en vez de… y sin referencia a …: «Un último guiño paradójico, el de la realidad riéndose de sí misma bajo su forma más hiperrealista, el del sexo riéndose de sí mismo bajo su forma más exhibicionista, el del arte riéndose de sí mismo y de su propia desaparición bajo su forma más artificial: la ironía.» (J. Baudrillard 58) 
Baudrillard, Jean. La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. s.f.
Baudrillard, Jean. El complot del arte. Ilusión y desilusión estética. Buenos Aires.: Amorrortu, 2006.


domingo, 19 de enero de 2014

EL SILENCIO DE LAS MASAS

 “Masa sin habla que está ahí para los portavoces sin historia. Admirable conjunción de los que no tienen nada que decir y de las masas que no hablan. Pesada nada de todos los discursos.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 113)

Si hay un tema recurrente en Baudrillard, es el de las masas, de las mayorías silenciosas, que se colocan al otro lado, en lo radicalmente diferente, de los fenómenos que está describiendo. Se podría decir que todo lo que ha escrito tiene como trasfondo –espacio subterráneo inaccesible- a esa gente anodina que vaga por cualquier lugar: “Todo el montón confuso de lo social gira en torno a ese referente -esponjoso, a esa realidad opaca y translúcida a la vez, a esa nada: las masas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 109)
Silencio de las masas que se produce por la crisis de los diferentes modos de representación: intelectual, política, social, cultural, artística, subjetiva, que se han mostrado ineficaces para hablar en nombre de masas, en su intento de conducirlas a una finalidad, en nombre de cualquier proyecto teleológico. Por lo tanto, cierre del proyecto moderno, que no ya podrá ser concluido ni pensado como un proyecto inacabado.(Habermas)
De igual manera, el proyecto socialista fracasó. Los países llamados socialistas abandonaron el proyecto de construcción de comunismo e iniciaron un regreso brutal al capitalismo. Clausura de la perspectiva de emancipación, de los proyectos liberadores, que levanta una enorme barrera, colocada allí para impedirnos avanzar hacia un mundo mejor.
¿De qué otra manera se puede entender la pasividad general, salvo breves y limitadas excepciones-, de las masas frente a la crisis económica que arrasa con aquello que quedaba del estado de bienestar, en donde salir de esta crisis significa, en primer lugar, que los ricos se hagan más ricos, mientras el desempleo, la pobreza, la violencia se extiende por todas las sociedades?
Desaparición de los modos de representación, ahora reemplazados por estrategias hiperpolíticas que se combinan perfectamente con la despolitización masiva. Masas que acuden a votar porque están obligadas a hacerlo; de lo contrario, iría una minoría. Especialmente aquí en América Latina, en donde la gran consigna no se dirige a la transformación social o al cambio, sino que se centra en ese par consuma/obedezca.
A veces pareciera que esas oleadas de consumismo que arrasan con las masas no tiene que ver con la obediencia social; sin embargo, están estrechamente relacionadas. El precio que se paga por consumir es el de la obediencia; o, si se prefiere, consentimos cualquier actitud de los gobiernos, incluso el autoritarismo, siempre y cuando garantice el consumo y que este se amplíe cada vez más. En el momento en que se retire el consumo, la obediencia se debilitará.
Escisión entre masas y grandes narraciones que provocan la desaparición de los proyectos históricos y hacen que las masas se refugien en ese silencio, en donde la Razón moderna y posmoderna –en sus diversas variantes- han dejado de tener sentido.
“Todos los grandes esquemas de la razón sufrieron la misma suerte. No describieron su trayectoria, no siguieron el hilo de su historia más que sobre la delgada cresta de la capa social detentadora del sentido (y en particular del sentido social), pero por lo esencial no penetraron en las masas más que al precio de un desvío, de una distorsión radical. Así sucedió con la Razón histórica, con la Razón política, con la Razón cultural, con la Razón revolucionaria –así sucedió con la Razón misma de lo social…” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 114-115) 
De allí que el poder se encuentra feliz con esta indiferencia de las masas, inmóviles frente a la crisis, votando en muchos casos por sus peores verdugos; y, al mismo tiempo, una paranoia omnipresente, un miedo visceral a esas masas, porque su silencio no se puede entender, manejar, maniobrar. Por el contrario, cualquier momento, por algún motivo aparentemente insignificante, pueden decidir sacudirse el gobierno que tienen encima, acabar con todo, aun sabiendo que no hay reemplazo ideal, solución a los problemas.
“Eso le conforta en su ilusión de ser el poder  y le aparta del hecho mucho más peligroso de que esa indiferencia de las masas es su verdadera, su única práctica, que no hay otra ideal que imaginar, que no hay nada que deplorar, sino que está todo por analizar ahí, en ese hecho bruto de retorsión colectiva y de rechazo de la participación en los ideales -por otra parte luminosos- que les son propuestas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 121) 
Las votaciones, las consultas populares, dan la impresión de una masa pegada indisolublemente a sus líderes, dispuestas a apoyarlo y a sostenerlo cuántas veces sea necesario. Sin embargo, este es mucho más aparente que real. El poder cree que es el discurso, el proyecto “revolucionario”, la ideología, el carisma del líder, lo que le sostiene. El poder sospecha ineludiblemente que las masas están allí por indiferencia, porque ese presente les parece momentáneamente bien. De ninguna manera, quiere decir que esos discursos han penetrado en la masa, o que se  han hecho carne y sangre en la gente.
Por eso, desde el poder y desde la academia el instrumento privilegiado para hacer hablar a las masas acude al sondeo, a la estadística, a las encuestas, que inventan lo que quieren medir, las reglas de correspondencia de los datos extraídos con el imaginario de la campaña electoral de turno:
“El único referente que funciona todavía, es el de la mayoría silenciosa. Todos los sistemas actuales funcionan sobre esa entidad nebulosa, sobre esa sustancia flotante cuya existencia ya no es social, sino estadística, y cuyo único modo de aparición es el del sondeo. Simulación en el horizonte de lo social, o más bien en el horizonte donde lo social desapareció.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 121) 
Si la comprensión de la dinámica de las masas, de su estructura, de sus leyes, no está a nuestro alcance, entonces la lógica de lo social se traslada a lo operacional, que es el gran paradigma contemporáneo. Desde la mecánica cuántica que funciona con una perfección insospechada aunque no se sepa por qué lo hace hasta la sociedad dirigida por una manada de tecnócratas, los instrumentos técnicos de medición y planificación reemplazan a las teorías económicas, a las pedagogías, a los análisis sociológicos. 
Instrumentos performaticos, que por su propio mecanismo nos parecen mágicos: producen lo que enuncian, crean lo que miden, le dan forma al mundo dentro de sus variables e indicadores. Allí hay un gran simulacro con pretensiones de realidad, que de hecho la sustituye. Reemplazo atroz que hunde más aún a la masa en su silencio. Como decía Lyotard el performance está primero aquí, como la forma privilegiada del poder y desde aquí se traslada a las otras esferas de la existencia social, como es el caso del arte. Nos han encarcelado a todos en una gran máquina de simulación social en reemplazo de la representación, de la democracia, de la emancipación:  
“Eso quiere decir que ha dejado de haber una representación posible de ella. Las masas, ya no son un referente porque ya no son del orden de la representación. No se expresan, se las sondea. No se reflejan, se las somete a test. El referéndum (y los media son un referéndum perpetuo de preguntas/respuestas dirigidas ha sustituido al referente político. Ahora bien, sondeos, tests, referéndum, media, son dispositivos que no responden ya a una dimensión representativa, sino simulativa. Ya no apuntan a un referente sino a un modelo. La revolución aquí es total 'respecto a los dispositivos.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 127-128) 
Esa masa tiene la característica de un materia oscura, de una energía oscura, que no la podemos ver ni medir, ni siquiera comprender de dónde viene exactamente o cómo se comporta. Sabemos de su existencia por los efectos que produce en los otros, en los que están allá afuera, en el resto del universo social. Materia oscura que está constituida por la mayoría inexpresiva, tratada como minoría social.
Masa oscura expandiendo el universo de lo social, de la comunicación, de la política, alejando todo de todo, aislando cada fenómeno, disolviéndolos, acabando con la multiplicidad de sentidos que vagan sin saber de qué son significados. Y sin embargo, energía oscura que cuando se tope con lo social transparente y visible, producirá la más grande implosión del conjunto de sistemas. Quizás podríamos decir que han reinventado el momento anarquista y nihilista de las revoluciones por venir y que no sabemos qué forma tendrán. (Bensaid)
Es, por decirlo así, una forma extraña de subalternidad –en el sentido de Spivak- (Spivak): las masas no pueden hablar y no quieren hablar, porque no quieren mostrar lo que realmente son ante el poder, ante el gobierno de turno, en las innumerables producciones intelectuales que se escriben sobre ella. Desde luego, tampoco existen los canales, los medios, las posibilidades reales para que ella hable. Han sido sometidas al silencio del voto y de las encuestas.
Se habrá provocado la idea equivocada de unas masas flotando en el espacio vacío, incognoscible e ignorantes de ellas mismas, de la fuerza de su energía oscura. Oculta una secreta esperanza, un discurso encubridor, una pretensión de estar en el otro lado, de la posibilidad absurda de sentarse a contemplar a esas masas que halan las galaxias sociales en una u otra dirección.
Distorsión que es preciso corregir: cuando abandonamos la política, lo social, la representación ilusoria, cuando dejamos el mundo aparente del sentido, de las significaciones, de los fundamentalismos delirantes, volvemos a la masa, regresamos a ser lo único que nos está permitido: masa. 
“…es el sentido el que es sólo un accidente ambiguo y sin prolongamiento, un efecto debido a la convergencia ideal de un espacio perspectivo en un momento dado (la Historia, el Poder, etc.), pero que en el fondo no concernió más que a una fracción mínima y a una película superficial de nuestras sociedades. Y eso es cierto de los individuos también: no somos más que episódicamente conductores de sentido, en lo esencial hacemos masa en profundidad, viviendo la mayor parte del tiempo en un modo pánico o aleatorio, más acá o más allá del sentido.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 118-119)


Baudrillard, Jean. Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós, 1978.
Spivak, Gayatri Chakravorty. An aesthetic education in the era of globalization. Cambridge, MA.: Harvard University Press, 2012.




sábado, 11 de enero de 2014

EL SÍMBOLO CONVERTIDO EN MERCANCÍA. (Baudrillard)




En un siguiente momento, en la  Crítica de la economía política del signo (J. Baudrillard, Crítica de la economía política del signo), se traslada desde la lógica de los objetos hasta la de los signos y se plantea lo que sucedería si aplicáramos la crítica de la economía política ya no al fetichismo de la mercancía –y a los límites que encuentra en esta-, sino a los signos, con sus significantes y significados.
Por eso se vuelve necesario, para Baudrillard, introducir en la economía política dos elementos adicionales al valor de uso y al valor de cambio, que son los que introducen en esta economía política, el orden simbólico:
“La génesis ideológica de las necesidades postulaba cuatro lógicas diferentes del valor:
-          lógica funcional del valor de uso;
-          lógica económica del valor de cambio;
-          lógica diferencial del valor/ signo;
-          lógica del intercambio simbólico.” (J. Baudrillard, Crítica de la economía política del signo 138)

La primera novedad radica en que no tenemos solamente el signo, sino su dualidad: en tanto significado, que tendrá una similitud con la función del valor de cambio y el significado que será equiparado al valor de uso. De este modo puede denominarlo: lógica diferencial del valor/signo. Es este valor/signo el que queda atrapado en el momento del consumo, de realización del valor, porque dejamos de lado el significado aquello que adquirimos para comprar y usar, y nos quedamos con su apariencia, con su significante.

El significante se comporta, en esta lógica diferencial del valor/signo, de manera fetichista: ya no importa el significado, lo que se dice, la carga simbólica de los objetos y las palabras, sino su apariencia. Las relaciones entre los signos aparecen como meras relaciones entre los significantes y desaparecen los significados. (Se puede ver en estos razonamientos las bases de su teoría del simulacro y de la banalidad de la cultura contemporánea, que desarrollará en textos posteriores.)

De la misma manera que el valor de cambio oculta el valor de uso que le subyace, el significante no nos permite ver el significado que hay detrás de él, como producto de esta nueva forma de fetichismo de las sociedades capitalistas:

“La extensión de la crítica de la economía política al signo  y a los sistemas de signos, para mostrar cómo la lógica de los significantes, el juego y la circulación de los significantes se organizan totalmente como la lógica del valor de cambio y cómo la lógica del significado se subordina tácticamente en un todo como la del valor de uso a la del valor de cambio. Crítica del fetichismo del significante. Análisis de la forma/signo en su relación con la forma/mercancía.” (J. Baudrillard, Crítica de la economía política del signo 147)
Así, Baudrillard está listo para proponer ese recorrido que lleva desde la relación entre valor de cambio/valor de uso, a la del valor de cambio sígnico con el  intercambio simbólico:

“Una segunda fase consiste en desprender de este conjunto en movimiento de producción y reproducción, de conversión, transgresión y de reducción de valores alguna articulación dominante. La primera que se propone puede formularse así:
O sea: el valor/signo es el al intercambio simbólico lo que el valor cambio (económico) es al valor de uso.” (J. Baudrillard, Crítica de la economía política del signo 142)
Creo que este es uno de los hallazgos más importantes, porque extiende la crítica de la economía a otros ámbitos, sin reducirlos a su dinámica económica ni a sus leyes. El análisis se dirige a la búsqueda de las reglas propias que normas la existencia de este nuevo fetichismo del valor de cambio sígnico.
Este todavía es un gesto útil, más aún crucial, si se quiere entender la vida de los objetos culturales, incluidos el arte y el diseño, además del mundo entero de la producción del software o de los aparatos llamados inteligentes, que requieren con urgencia de una economía política, que no se reduzca a comprender la deriva de las mercancías en el capitalismo tardío: 
“Este proceso no es otro que el de la economía política (tradicionalmente centrado sobre la segunda relación VCEc/VU). Esto implica analizar la primera relación en términos de economía política del signo, la cual viene a articularse sobre la economía política de la producción y a refrendarla en el proceso de trabajo ideológico.” (J. Baudrillard, Crítica de la economía política del signo 143)
El paso que da en este momento Baudrillard explica, en gran medida, el curso que su teoría seguirá, incluso en sus afirmaciones más radicales, porque no solo encuentra la posibilidad de aplicar al lógica del capital a la del mundo simbólico –con toda la riqueza que esto implica-, sino porque también halla el punto de desprendimiento de ese crítica de la economía política del signo, el lugar de rebasamiento y de imposibilidad de retorno.
En la equiparación de los campos mencionados, la correspondencia se rompe por la vía del intercambio simbólico, que despedaza el esquema y que viaja fuera del valor; más aún, se convierte en aquello que se opone al valor, que su definición no puede venir dada en términos de valor: “Estando saturada la relación homológica, el intercambio simbólico se encuentra por ello como expulsado del campo del valor (o campo de la economía política general), lo que corresponde a la alternativa radical que lo define (la transgresión del valor).” (J. Baudrillard, Crítica de la economía política del signo 145)
Por un lado, se separa de la crítica marxista y por otro, se aleja cada vez más del capital; quiero decir, que su separación de la crítica de la economía política lejos de significar una vuelta al capitalismo, le lleva a otro tipo de radicalidad, que proviene del anarquismo, de ciertas tesis situacionistas, hasta de posiciones gnósticas.
Si se sostiene que Baudrillard es un buen ejemplo del reverso del pensamiento caníbal se debe precisamente a este tipo de razonamiento, porque su teoría lleva al extremo la crítica del capitalismo, de la sociedad occidental, de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, mostrando a veces de manera absurda, lo aspectos más irracionales de la sociedad en la que vivimos. Su frase famosa es de lo más ilustrativa: “Ya que el mundo adopta un curso delirante, debemos adoptar sobre él un punto de vista delirante.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos.)

Finalmente es el delirio de Occidente lo que hace síntoma en Baudrillard, que no alcanza decir lo que quiere decir, que tiene trabada la enunciación. Y este cierre de la posibilidad de decir proviene de la quiebra de las significaciones en el valor de cambio sígnico y de la desaparición del horizonte de sentido de un mundo alternativo al actual, que no se quede en algún tipo de formulación utópica sino que prefigure la sociedad que vendrá. Baudrillard se queda flotando en el límite, en el borde del agujero negro, en el limbo que se resiste a desaparecer.
La dirección que sigue el razonamiento de Baudrillard pone las bases para su teoría general de la cultura, que se asienta sobre esa implosión de la esfera de la economía política, de la cual escapa el intercambio simbólico. Este movimiento provoca que cuando existen dos términos que se toman como correlatos y su interrelación se rompe, cada uno de ellos sale disparado en la dirección contraria.
También es el caso de Antonio Negri,  en el que se pueden ver los efectos de esa ruptura con la economía política, que servía de base para una mejor comprensión de la política y para postular estrategias revolucionarias que tuvieran que ver con el combate a la coerción y de igual manera con el desarrollo de una hegemonía alternativa. Esta articulación está bien desarrollada en textos como Marx más allá de Marx. (Negri) En cambio, en sus escritos últimos ya se expresa ese distanciamiento de la economía política, en sus componentes técnicos, para afincarse en referencias vagas y la introducción sobredimensionada de nociones como intelecto general, trabajo inmaterial, que llevan a sus últimas consecuencias el espontaneismo típico de las vías autonomistas, como se transparenta en Imperio o en Multitud. (Negri, Antonio y Hardt, Michael) (Negri, Antonio y Hardt, Michael)
Con esto quiero resaltar que las implicaciones de este corte con la economía política tiene consecuencias teóricas, pero que sus efectos políticos son igualmente relevantes, especialmente para esas masas que intentan hablar por sí mismas, esas mayorías silenciosas, o para esas multitudes que acabarían con el capitalismo por el solo hecho de su presencia virtual en las redes.
Ciertamente cabe otra posibilidad que en este momento y lugar me limitaré a señalar. La propuesta de Baudrillard comienza por extender la crítica de la economía política al signo; el siguiente paso muestra cómo el intercambio simbólico rompe con la economía política, con cualquier referencia al valor.
Una formulación alternativa sostendría que el esquema de Baudrillard que propone que el valor de cambio sígnico es al intercambio simbólico, lo que el valor de cambio económico es al valor de uso, diría que la relación entre valor de cambio sígnico y el intercambio sígnico no funcionan cómo, sino que el capitalismo tardío ha invadido ese espacio subsumiéndolo formal y realmente.
La globalización del capital tiene que ver con la invasión de todos los lugares y de todos los sistemas de producción que quedan supeditados a la valorización del valor. Ahora bien, se tienen que extraer el conjunto de consecuencias de esta afirmación: los signos y los intercambios simbólicos funcionan cómo mercancías no por un efecto comparativo sino porque efectivamente se han convertido en mercancías.
Bibliografía.
Baudrillard, Jean. Crítica de la economía política del signo. Buenos Aires: FCE, 1972.
—. La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. s.f.
Negri, Antonio. Marx más allá de Marx. Madrid: Akal, 2001.
Negri, Antonio y Hardt, Michael. Imperio. Barcelona: Paidós Ibérica, 2002.
—. Multitud. Madrid: Debate, 2004.