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sábado, 4 de febrero de 2017

MOREIRAS: EL SEGUNDO GIRO DECONSTRUCTIVO.

Para Moreiras el primer registro deconstructivo es, a estas alturas críticamente insuficiente, y debe ser abandonado.” Tomando como ejemplo lo que sucede en la universidad y en las transformaciones sufridas por esta en las recientes décadas, en donde “cualquier forma de praxis “idealista” en ella, en el viejo sentido, debe asumir su ruina interna: ya no hay ideal regulativo de la universidad…” (Moreriras, 2016, pág. 119)

Se habría perdido ese “ideal regulativo” no solo de la universidad, sino en general de cualquier campo, que es la base sobre la que se sostenía la primera deconstrucción; por ejemplo, en la relación entre justicia y derecho, o entre la Amistad y las amistadas específicas. Si bien, la justicia era un ideal imposible de alcanzarse, esta regulaba todo derecho que debía tender hacia ella.

¿Entonces, en qué consistiría ese segundo giro deconstructivo? Si ya no hay ese ideal de universidad, porque se lo niega a cada paso en su sometimiento al mercado o a las extrañas lógicas de los circuitos de producción y difusión del conocimiento, “¿cómo morar institucionalmente contra la institución, cómo trabajar contra el trabajo de forma que, día  adía, podamos encontrar alguna vislumbre de otro mundo, algunas perspectiva que pudiera sostener subjetivamente nuestras acciones?” (Moreriras, 2016, pág. 120) Y lo mismo sucede, según Moreiras, con los procesos políticos del mundo andino o español, en donde hay una crisis abierta de una “estructuración hegemónica o ideal de la democracia institucional, a ninguna noción regulativa de lo social que nos explote directamente en las narices”. (Moreriras, 2016, pág. 120)

Sin embargo, el fracaso del primer giro deconstructivo amenaza con volver imposible el segundo registro. Hay que insistir al menos en que algo queda en pie: “La deconstrucción continúa siendo crítica de la política y de toda noción fácil de praxis justo en la medida en que es políticamente crítica”. (Moreriras, 2016, pág. 122)

El segundo giro deconstructivo se orienta hacia la posthegemonía, “en el sentido débil de una reflexión que no coloque a la hegemonía o a la formación de la hegemonía como el alfa y omega de toda articulación política, ni por el lado de la élite criollo liberal no por el lado de cualquier concebible golpe contrahegemónico subalterno, popular, indígena o no-criollo”. (Moreriras, 2016, pág. 131)

Una definición fuerte de la segunda deconstrucción sería aquella que piensa:

“…la diferencia óntico-ontológica, de la verdad del ser por oposición a los seres, o no es nada, y esta sería ni definición no tenue de la deconstrucción), si el pensamiento de la verdad del ser ha de venir, pero venir como lo que siempre ha estado ya ahí, entrado, en otras palabras, si la estructura del por-venir es también la estructura del siempre-ya, entonces quizás la dimensión política de la deconstrucción -esa notoria “democracia-por-venir”- es también a la vez un a priori existencial que se presenta en primer lugar a un nivel otro que el político”. (Moreriras, 2016, pág. 134)

Así que la segunda deconstrucción vendría a ser la experiencia de este “a priori existencial” que, a pesar de todo, no renuncia, no puede hacerlo, a su apertura hacia el futuro, de tal manera que allí está colocado, ¿idealmente?, esa democracia que anhelamos y no la encontramos en ningún lado; o ese socialismo que en cada ocasión queda secuestrado por alguna práctica autoritaria.

Pero, el sostenerse en la diferencia óntico-ontológica, ¿acaso no remite a una idealidad -del tipo que fuere- colocado frente al ente, como su horizonte, solo respecto del cual puede ser? ¿Cómo vivir y cómo luchar por la democracia si no se tiene, de la forma que fuere, frente a nosotros la posibilidad abierta -con todo lo problemático que sea- de esa democracia-por-venir?

La cuestión se torna problemática porque esa ideal regulativo no existe más; no sabemos en qué consistirán las revoluciones por venir, desconocemos qué forma podría tener un socialismo no autoritario y estamos constantemente ante el giro autoritario de los gobiernos llamados progresistas.
Es como si la diferencia óntico-ontológica se hubiera quedado trabada, imposibilitada de especificarse, volver históricamente real. De allí el paso, más de los condicionamientos específicos, del paso de las hegemonías -siempre fracasadas, siempre en contra de sí mismas- y la apertura de un espacio posthegemónico.

Y este tiene que ver con la tarea histórico del “abandono de la metaforización onírica” que nos lleve al “proyecto de una nueva historicidad, en tanto revolucionaria, y en tanto revolucionaria quizás izquierdista… pero no instrumentalizadora, no en busca de una nueva captura de la historia por alguna ideología supuestamente progresista”. (Moreriras, 2016, pág. 133)

Desde la perspectiva de un pensamiento caníbal, significa que estamos ante una situación que en esta momento histórico carece de una solución; y por eso, hay que mantenerse en el dilema, sostenerse en la irresolución, habitar esta imposibilidad.

Para poder “vivir lo invivible”, como diría Echeverría, hay que diseñar una estrategia que sería una vinculada al doble vínculo, a la oscilación entre esos extremos sabiendo que no hay resolución dialéctica posible; esto es, entre la constante experiencia del a priori existencial de una “democracia-por-venir” y las batallas específicas dentro de la democracia que efectivamente vivimos, y la que no podemos renunciar, sin quedarse en ninguna de ellas.

O, si se prefiere, dar las batallas por la democracia teniendo en la mira la “democracia-por-venir”, como su perspectiva crítica, para no quedar secuestrados por cualquier forma de “discipulado” de cualquier mesianismos populista; y si estamos en el lugar de la esa “idealidad” -sea cual fuere la forma que adopta-, preguntarse por las consecuencias efectivas a las que llevaría su concreción.

 

Moreriras, A. (2016). Marranismo e inscripción, o el abandono de la conciencia desdichada. Madrid: Escolar y Mayo.