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sábado, 10 de mayo de 2025

LA DIALÉCTICA FENOMENOLÓGICA DEL FETICHISMO DE LA MERCANCÍA

 



Antes de concluir el capítulo I, Marx se detiene bruscamente y en vez de continuar con la dilucidación de la mercancía y la forma valor introduce este acápite que, al parecer, no debería estar aquí. El curso de su investigación debería llevarle al proceso de intercambio, que se trata en el capítulo II.

De igual manera, el esquema hegeliano tomado de la Ciencia de la lógica, Las determinaciones de reflexión, que ha servido de modelo al capítulo I, deja de ser el referente y se pasa a otro plano bastante diferente, que es el tema del fetichismo de la mercancía. ¿De dónde proviene esta reflexión? ¿Por qué Marx considera indispensable ubicarla en este lugar tan temprano, cuando recién empieza a analizar la formación del capital a partir de la mercancía?

Este numeral 4 del capítulo I adopta, a mi entender, un enfoque claramente fenomenológico. Marx acude, con toda probabilidad, nuevamente a Hegel, pero rastrea en un lugar distinto de su lógica. Así que se puede sostener que El carácter fetichista de la mercancía está escrito a la manera de la Fenomenología del Espíritu de Hegel (Hegel G. , 2010); es decir, en vez de los avatares de la experiencia de la consciencia en su camino hacia el absoluto, las formas de la consciencia correspondientes a la mercancía y, por ende, al capitalismo en su momento constitutivo.

El movimiento de la consciencia en la Fenomenología del Espíritu va desde la consciencia natural hasta la consciencia de lo absoluto; pero, en donde los diferentes momentos le son necesarios para su pleno desarrollo:

Ahora bien, como esta exposición no tiene por objeto nada más que el saber que aparece, parece que ella misma no sea la ciencia libre moviéndose en su figura peculiar, sino que, desde este punto de vista, puede ser tomada como el camino de la ciencia natural acuciada por llegar al saber verdadero; o bien, como el itinerario del alma que camina por toda la serie de sus configuraciones como estaciones que su propia naturaleza le ha puesto delante, para que se purifique hasta ser espíritu al llegar, a través de la experiencia completa de sí misma, al conocimiento de lo que ella es en sí. (Hegel G. , 2010, págs. 148-149)

De tal manera que la historia de las figuras de la consciencia coincide con la historia de la cultura, porque efectivamente es ella misma la que va haciendo experiencia de los momentos en los que existe:

Antes bien, la serie de sus configuraciones, que la conciencia va recorriendo por este camino, es la historia exhaustiva de la cultura como formación de la conciencia misma, hasta llegar a la ciencia. (Hegel G. , 2010, pág. 149)

Marx toma de la fenomenología hegeliana esa experiencia histórica de la consciencia, dejando de lado ese camino necesario hacia la consciencia de lo absoluto; así, la consciencia burguesa como consciencia natural se corresponde con su respectivo referente ontológico, que es, en este caso, los diferentes movimientos del proceso de producción y de circulación. Esta articulación de los aspectos de la realidad es una de las características centrales que comparten Hegel y Marx, en cuanto se trata de describir y explicar los procesos de objetivación de la mercancía – que es el plano ontológico- y la manera cómo la consciencia los percibe -que es el plano epistemológico-, además de las variaciones internas de las dos fases.

Es decir, una descripción fenomenológica que muestra los modos de objetivarse de la mercancía y la consciencia que se toma de estos modos; pero, tomando en cuenta que dichas expresiones de la mercancía al mismo tiempo que se manifiestan ante la consciencia también ocultan su esencia. Esta dialéctica fenomenológica es la que está en juego en el fetichismo de la mercancía y que a través de las descripciones del fenómeno mercancía conduce a su explicación plena.

Entonces, sigamos paso a paso la fenomenología de la mercancía. Marx parte de esa dualidad de la mercancía, que le lleva a ser evidente y natural, y, al mismo tiempo, misteriosa:

A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. (Marx, 1975, pág. 87)

Marx ejemplifica, en un lenguaje vívido, una mesa que se transmuta cuando se presenta como mercancía:

No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar. (Marx, 1975, pág. 87)

Así que su carácter quimérico no proviene del valor del uso, porque al fin de cuentas solo son manifestaciones del trabajo humano social. Pero, este carácter misterioso no proviene de una fuente externa, sino que le es inherente a la propia mercancía: “¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía? Obviamente, de esa forma misma”. (Marx, 1975, pág. 88)

La esencia que está detrás del fenómeno de la mercancía no es otra que su “carácter social” que se manifiesta ante la consciencia “como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores”. (Marx, 1975, pág. 88)

Aquí encontramos tres aspectos de esta dialéctica fenomenológica de la mercancía: el carácter social que se objetiva, la mediación de las relaciones sociales por medio de los objetos puestos precisamente por la producción de mercancías y, finalmente, que tanto la objetivación como la mediación por medio de las cosas se hace al “margen de los productores”, con independencia de ellos, que se presenta como ajeno.

Además, se debe tomar en cuenta, lo que es una cuestión crucial, que este proceso de objetivación le es “inherente” a la mercancía y, por eso, necesario; es decir, la objetivación del carácter social tiene que darse obligatoriamente. El quid pro quo sintetiza este proceso: las relaciones objetivas se colocan en vez de las relaciones sociales, aunque en el fondo son su expresión. (Marx, 1975, pág. 88)

A través de la comparación con los fenómenos religiosos Marx define lo que entiende por fetichismo; como en el mundo de lo sagrado, que es producido por esa proyección de valores humanos hacia la esfera de lo trascendente, la mercancía se presenta como “figura autónoma, dotada de vida propia”:

De ahí que para hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil. (Marx, 1975, pág. 89)

Marx insiste en que este carácter fetichista nace en el mismo momento en que se produce la mercancía, como uno de sus atributos propios del que no puede prescindir. Es decir, dados las características de la forma valor no cabe otra alternativa en el capitalismo que su expresión fetichizada, en donde la mercancía se muestra como fundamentada en sí misma: “Ese carácter fetichista del mundo de las mercancías se origina, como el análisis precedente lo ha demostrado, en la peculiar índole social del trabajo que produce mercancías”. (Marx, 1975, pág. 89)

¿En dónde se origina este carácter fetichista inherente de la mercancía? ¿De dónde procede su inevitabilidad? Esto se debe a la separación que existe entre los productores, sobre todo cuando el capitalismo ya está plenamente desarrollado y la división del trabajo es prácticamente mundial. Son los productos que se intercambian sin que los productores se conozcan y sin que tengan el más mínimo contacto entre ellos.

Entonces, se intercambian objetos, cosas, productos, denominados mercancías; y es este intercambio el que se presenta ante la consciencia de la personas: “Como los productores no entran en contacto social hasta que intercambian los productos de su trabajo, los atributos específicamente sociales de esos trabajos privados no se manifiestan sino en el marco de dicho intercambio”. (Marx, 1975, pág. 89) En términos fenomenológicos, la mercancía en el proceso de circulación es el objeto inmediato de la consciencia.

El fenómeno denominado mercancía existe en la medida en que se expresa, se objetiva, adquiere consistencia como cosa real que es. La mercancía no puede evitar objetivarse en el intercambio, de hecho, el proceso de producción produce valores de uso que satisfacen necesidades y que tienen un modo de existencia objetivo. Esta objetivación inherente no desaparece en ningún caso y es doble, como objetividad del valor de uso -cosa útil- y como objetividad del valor -cosa de valor-; la una expresa el trabajo humano; la otra, las relaciones sociales subyacentes.

Es sólo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de uso, sensorialmente diversa. Tal escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor ... (Marx, 1975, pág. 89)

Dado de esta manera el fenómeno de la mercancía, en su doble objetivación y en la inmediatez del intercambio, está listo para presentarse de este modo a la consciencia; esta capta en esta primera forma de consciencia la utilidad del objeto -valor de uso- y el hecho de que ha sido intercambiado por otro a través del dinero:

El cerebro de los productores privados refleja ese doble carácter social de sus trabajos privados solamente en las formas que se manifiestan en el movimiento práctico, en el intercambio de productos : el carácter socialmente útil de sus trabajos privados, pues, sólo lo refleja bajo la forma de que el producto del trabajo tiene que ser útil, y precisamente serlo para otros; el carácter social de la igualdad entre los diversos trabajos, sólo bajo la forma del carácter de valor que es común a esas cosas materialmente diferentes, los productos del trabajo. (Marx, 1975, pág. 90)

La función del dinero...

Pero es precisamente esa forma acabada del mundo de las mercancías -la forma de dinero- la que vela de hecho, en vez de revelar, el carácter social de los trabajos privados, y por tanto las relaciones sociales entre los trabajadores individuales. (Marx, 1975, págs. 92-93)

Con esto tenemos una primera descripción del fenómeno mercancía. De una parte, aquello que se pone como objetivo en realidad y que se coloca ante la mirada de las personas sin que estas entiendan el misterio que las rodea: “El valor, en consecuencia, no lleva escrito en la frente lo que es. Por el contrario, transforma a todo producto del trabajo en un jeroglífico social”. (Marx, 1975, págs. 90-91)

De otra parte, el fenómeno mercancía oculta el fundamento social que le es subyacente y que constituye el valor; esto es, proceso de expresión del fenómeno, que es al mismo tiempo proceso de ocultamiento de su fundamento, que solo podrá develarse más adelante a través de la ciencia y que permitirá “descifrar el sentido del jeroglífico, desentrañar el misterio de su propio producto social, ya que la determinación de los objetos para el uso como valores es producto social suyo a igual título que el lenguaje”. (Marx, 1975, págs. 90-91)

Sin embargo, este doble proceso de mostración del fenómeno mercancía alcanza un nuevo nivel de expresión, porque la doble objetivación que lleva dentro de sí de manera escindida las relaciones sociales conduce a la supeditación de los productores a los productos, de las personas a las mercancías. La manifestación de las relaciones sociales como relaciones entre las cosas significa, en los hechos y por ende, para la consciencia, estar sometido a las cosas.

Su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas. (Marx, 1975, pág. 91)

Hasta aquí tenemos la descripción de la manifestación doble de la mercancía y del modo como es percibida por la primera forma de la consciencia, como consciencia inmediata que capta las relaciones sociales como relaciones entre las cosas. La segunda forma de la consciencia corresponde la ciencia; esta es la que descubre lo que está detrás del carácter misterioso de la mercancía; es decir, explicita el fundamento de la mercancía que se encuentra en la forma valor.

 El descubrimiento científico ulterior de que los productos del trabajo, en la medida en que son valores, constituyen meras expresiones, con el carácter de cosas, del trabajo humano empleado en su producción...  (Marx, 1975, págs. 90-91)

Pero, la aparición de la consciencia científica también tiene requerimientos que se deben cumplir para poder darse y ejercer su función de develamiento de la verdad de la mercancía. Las exigencias para que la ciencia cumpla su función son las siguientes: tener un capitalismo ya desarrollado y actuar después de que los hechos se han dado.

Mientras no se tiene ya presente tanto la subsunción formal como la real, y la reproducción ampliada del capital, que penetra finalmente en todas las esferas de la vida, la ciencia no puede descubrir la esencia de los fenómenos:

Se requiere una producción de mercancías desarrollada de manera plena antes que brote, a partir de la experiencia misma, la comprensión científica... (Marx, 1975, pág. 92)

La ciencia viene luego de que los hechos están dados; primero lo real, luego la consciencia científica de lo real. En este caso, el fenómeno mercancía se presenta no solo ante las personas, sino ante la ciencia como algo simplemente dado, como una “forma natural”, es decir, como una objetivación naturalizada, como un dato inmediato que simplemente cabe analizar.

La reflexión en torno a las formas de la vida humana, y por consiguiente el análisis científico de las mismas, toma un camino opuesto al seguido por el desarrollo real. Comienza post festum [después de los acontecimientos] y, por ende, disponiendo ya de los resultados últimos del proceso de desarrollo. Las formas que ponen la impronta de mercancías a los productos del trabajo y por tanto están presupuestas a la circulación de mercancías, poseen ya la fijeza propia de formas naturales de la vida social, antes de que los hombres procuren dilucidar no el carácter histórico de esas formas -que, más bien, ya cuentan para ellos como algo inmutable- sino su contenido. (Marx, 1975, pág. 92)

La tarea de la ciencia consiste precisamente en cuestionar ese carácter aparentemente natural de la mercancía y del sometimiento de las personas a los movimientos de las cosas; así la ciencia se ocupa de develar el contenido que efectivamente está detrás de la doble objetividad de la mercancía y que es, como Marx insiste, el valor.

La dilucidación científica de la verdad de la mercancía tiene un límite muy claro. Para Marx, la ciencia permite comprender la función de la forma valor que sustenta la mercancía y descubrir que detrás de las relaciones entre las cosas se encuentra las relaciones sociales:

La determinación de las magnitudes de valor por el tiempo de trabajo, pues, es un misterio oculto bajo los movimientos manifiestos que afectan a los valores relativos de las mercancías. Su desciframiento borra la apariencia de que la determinación de las magnitudes de valor alcanzadas por los productos del trabajo es meramente fortuita, pero en modo alguno elimina su forma de cosa. (Marx, 1975, pág. 92)

Esta comprensión científica no hace desaparecer el hecho de que la expresión del valor en la mercancía se haga a través de la su forma de cosa. Esta afirmación significa que la sola comprensión científica no altera los hechos, que se mantienen en su estado de manera persistente; esto es, comprender que el fundamento de la mercancía es el valor no hace desaparecer ese hecho, que es el núcleo del capitalismo.

Pero, por otra parte, también se refiere a una cuestión igualmente profunda, que la necesidad de la objetivación tanto del valor de uso como del valor, sin la cual no pueden existir. Es decir, la fuerza de trabajo no tiene otra alternativa que objetivarse en un producto; la forma valor existe en la medida en que se objetiva. Así, que el problema del capitalismo no radica en la objetivación, que es necesaria, sino en que dicha objetivación vela las relaciones sociales, que son de explotación, que están detrás de este.

Ahora bien, la economía política clásica en cuanto ciencia también ha quedado presa de la naturalización de la mercancía, a pesar de haber descubierto muchos de los aspectos del fenómeno mercancía. Su limitación fundamental, que es al mismo tiempo su carácter de clase burgués, lleva a que deje de lado la cuestión central de la forma valor.

Ahora bien, es indudable que la economía política ha analizado, aunque de manera incompleta, el valor y la magnitud de valor y descubierto el contenido oculto en esas formas. Sólo que nunca llegó siquiera a plantear la pregunta de por qué ese contenido adopta dicha forma; de por qué, pues, el trabajo se representa en el valor, de a qué se debe que la medida del trabajo conforme a su duración se represente en la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo. (Marx, 1975, págs. 97-98)

En la Nota 32, esta situación se explicita de tal manera que se vuelve evidente en donde estaba trabada la economía clásica y que no le permitía desentrañar el misterio de la mercancía:

Una de las fallas fundamentales de la economía política clásica es que nunca logró desentrañar, partiendo del análisis de la mercancía y más específicamente del valor de la misma, la forma del valor, la forma misma que hace de él un valor de cambio. (Marx, 1975, págs. 98, Nota 32)

Triunfa el proceso de naturalización que hace que la economía clásica no alcance a comprender todo el fenómeno y precisamente por ello se torna necesaria la crítica de la economía política, para llegar a la conformación de una economía clásica plenamente científica; esto es, que de cuenta tanto de las expresiones del fenómeno como de su fundamento:

... su pertenencia a una formación social donde el proceso de producción domina al hombre, en vez de dominar el hombre a ese proceso, la conciencia burguesa de esa economía las tiene por una necesidad natural tan manifiestamente evidente como el trabajo productivo mismo. (Marx, 1975, pág. 99)

En este contexto, Marx sin mencionar la palabra comunismo muestra lo que este nuevo modo de producción sería, como una alternativa al capitalismo. Aquí el eje está en el tiempo de trabajo socialmente necesario como medio de cálculo tanto para satisfacer las necesidades individuales como para planificar la nueva sociedad. Esto quiere decir que no se produce un retroceso solamente hacia el valor de uso, sino que la sociabilidad alcanzada sirve ahora de base para un mundo no capitalista, en donde las relaciones sean transparentes y por tanto la consciencia no esté velada, sino que se perciban las relaciones entre seres humanos como tales, detrás de las necesarias objetivaciones, en este caso del valor de uso y del trabajo socialmente necesario, una vez que haya desaparecido la forma valor.

A pesar de lo extenso de la cita, creo que es necesario mantener esta declaración comunista de Marx dentro de El Capital, como parte de su enfoque dialéctico, que es crítico, y que tiene aun sin nombrarlo una clara intención emancipatoria:

Imaginémonos finalmente, para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas. fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social. Todas las determinaciones del trabajo de Robinsón se reiteran aquí, sólo que de manera social, en vez de individual. Todos los productos de Robinsón constituían su producto exclusivamente personal y, por tanto, directamente objetos de uso para sí mismo. El producto todo de la asociación es un producto social. Una parte de éste presta servicios de nuevo como medios de producción. No deja de ser social. Pero los miembros de la asociación consumen otra parte en calidad de medios de subsistencia. Es necesario, pues, distribuirla entre los mismos. El tipo de esa distribución variará con el tipo particular del propio organismo social de producción y según el correspondiente nivel histórico de desarrollo de los productores. A los mismos efectos de mantener el paralelo con la producción de mercancías, supongamos que la participación de cada productor en los medios de subsistencia esté determinada por su tiempo de trabajo. Por consiguiente, el tiempo de trabajo desempeñaría un papel doble. Su distribución, socialmente planificada, regulará la proporción adecuada entre las varias funciones laborales y las diversas necesidades. Por otra parte, el tiempo de trabajo servirá a la vez como medida de la participación individual del productor en el trabajo común, y también, por ende, de la parte individualmente consumible del producto común. Las relaciones sociales de los hombres con sus trabajos y con los productos de éstos, siguen siendo aquí diáfanamente sencillas, tanto en lo que respecta a la producción como en lo que atañe a la distribución. (Marx, 1975, pág. 96)

Y añade más adelante:

El reflejo religioso del mundo real únicamente podrá desvanecerse cuando las circunstancias de la vida práctica, cotidiana, representen para los hombres, día a día, relaciones diáfanamente racionales, entre ellos y con la naturaleza. La figura del proceso social de vida, esto es, del proceso material de producción, sólo perderá su místico velo neblinoso cuando, como producto de hombres libremente asociados, éstos la hayan sometido a su control planificado y consciente. Para ello, sin embargo, se requiere una base material de la sociedad o una serie de condiciones materiales de existencia, que son a su vez, ellas mismas, el producto natural de una prolongada y penosa historia evolutiva. (Marx, 1975, pág. 97)

Bibliografía

Hegel. (1966). Fenomenología del espíritu. México: FCE.

Hegel, G. (2010). La fenomenología del espíritu (Bilingüe ed.). (A. Gómez Ramos, Trans.) Madrid: Abada.

Marx, K. (1975). El Capital (Vol. Tomo I/Vol.I). (P. Scaron, Trans.) México: Siglo XXI.