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jueves, 30 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 6

Parecería que deconstrucción y teología caminan en dirección opuesta. Por una parte, la deconstrucción batalla contra las grandes narraciones onto-teo-teleo-lógicas; por otra parte, la teología está asociada con la más grande las narraciones, aquella que se refiere a lo trascendente y se ubica de lleno en la perspectiva de la escatología.

Entonces, ¿de qué manera la posmodernidad originó teologías que se sustentan en ella? ¿Hay algo en su núcleo que se abre al hecho religioso? ¿Conduce inevitablemente la deconstrucción a la aparición en su seno de una teología? ¿Se trata de una interpretación forzada de un pensamiento que se ha presentado a sí mismo como secular?

Hay al menos tres elementos inherentes a la deconstrucción que posibilitan de manera efectiva esa transición a la teología y que la prolongan de manera coherente con sus principales planteamientos: la clausura de la metafísica entendida como onto-teo-teleo-logía, la constitución del ser humano en la falla y la pérdida, y la huella.

En el primer punto, daría la impresión de que la clausura de la onto-teología está eliminando del todo cualquier apelación a lo trascendente, quitando de manera definitiva la cuestión de dios del panorama del pensamiento, eliminando por esto mismo la posibilidad de una teología. Sin embargo, a pesar de lo paradójico que puede parecer, en vez de eliminar la cuestión de dios crea una nueva perspectiva; esto es, el dios muerto vuelve a entrar con más fuerza.

De la mano del neoplatonismo, como es el caso sobre todo de Derrida, se produce el rechazo de la onto-teología, especialmente por la exigencia de que el ser no sea confundido con ente alguno, ni siquiera con el ente supremo, dios, que se transformaría en este caso en ser supremo. Pero, es esto lo que permite que se formule una teodicea en la que dios escapa a la esfera del ser y del no ser, y se convierte en lo inefable, en aquello acerca de lo cual nada puede decirse, rehuyendo incluso a la teología negativa.

Afirmación de la trascendencia absoluta que no significa el alejamiento de dios, sino que postula vínculos que provienen de la palabra y de la experiencia; aquello que se pierde en el nivel conceptual se recupera a través de la práctica, en donde tendrá un lugar privilegiado la liturgia y la oración, como modos que escapan al registro opresor de la escritura y a la cuestión del significado.

En segundo lugar, la insistencia de la deconstrucción en la pérdida irreparable y en la falta que nada puede llenar, que provienen de la finitud radical del ser humano quizás es el elemento que conecta más directamente con la teología. Aunque la filosofía no puede postular la existencia del pecado original, esta falla constitutiva, este olvido del ser como diría Heidegger que le conduce a la inautenticidad, en realidad puede tener una continuación orgánica con el pecado original.

En tercer lugar, desaparece la metafísica entendida como onto-teología, que se expresa en las diferentes variantes de la muerte de dios. ¿Qué queda después de la muerte de dios? La clausura de la onto-teología deja paso a una huella que no es sino huella de huella, huella de sí misma, que no remite a una entidad que las habría dejado y a la que tendríamos que buscar.

Pero, es esta huella la que se convierte en la teología posmoderna en la experiencia de dios. Se insiste en que no se trata de encontrar las manifestaciones de dios en el mundo. Por el contrario, es el lugar en donde experimentamos lo misterioso y amenazador -uncanny- que nos aniquila y a lo que tenemos que hablarle. Se produce un deslizamiento desde el hablar de dios, teología, hasta un hablar a dios; o mejor aún, dejar que ese dios nos hable; nuevamente aparece aquí la oración que escapa al lenguaje entendido como representación.

No se trata, con estos aspectos, de pronunciarse sobre la validez o no tanto de la deconstrucción como de la teología posmoderna, sino de mostrar su profunda articulación, en el sentido de que el primero contiene los elementos que permiten el paso al segundo. Se muestra que, a pesar suyo en muchos casos, la deconstrucción termina por ser una metafísica en el sentido más estricto del término en la medida en que se la formula como onto-teología.


Derrida, J. (1971). De la gramatología (Primera ed.). México: Siglo XXI.

Derrida, J. (1997). Cómo no hablar. Denegaciones. In J. Derrida, Cómo no hablar y otros textos (pp. 13-58). Barcelona: Proyecto a.

Taylor, M. C. (1984). Erring: a postmodern A/theology. Chicago: The University of Chicago Press.

 

 

miércoles, 29 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 5

 

Estas reflexiones equivalen a indagaciones teológicas especulativas y prácticas por derecho propio, de modo que atenderlas cambia los términos del juego de la ciencia y la religión. En lugar de preguntarse qué tipo de Dios un descubrimiento científico dado todavía da espacio para que un teísta crea, los estudiosos de los estudios religiosos pueden cambiar las mesas críticas para preguntar qué tipo de dioses y monstruos están produciendo tales teorías científicas, y qué tipo de valores éticos y formaciones sociales reflejan y refuerzan. Y abrumadoramente, las ciencias naturales y sociales están produciendo actualmente una gran cantidad de lo que provisionalmente he llamado panteologías. A pesar de su autoidentificación constantemente secular, estas ciencias están generando relatos rigurosos, asombrados e incluso reverenciales de la creación, el sustento y la transformación, procesos que son totalmente inmanentes para el universo mismo. (Rubenstein, 2018, pág. xix)

La onto-teología está lejos de ser un movimiento que se da únicamente en el paso de la posmodernidad a las teologías, mostrando que en su interior ya las contienen, aunque sea embrionariamente. Este giro onto-teológico también se genera en la producción científica y teológica. Rubenstein hace referencia precisamente a la secularización incompleta del conocimiento racional que en su comprensión de la naturaleza y de la sociedad termina por abrir paso a nociones trascendentes.

La ciencia misma termina por cuestionar sus límites, por ignorar hasta dónde debe llegar y tiende constantemente puentes hacia los ámbitos religiosos; por ejemplo, las verdades que deberían ser siempre provisionales, falsables, objeto de crítica permanente, fácilmente se vuelven dogmáticas y se exige que se tenga acerca de ellos no una aceptación racional, sino una fe o una creencia.

Una ciencia que se pone en riesgo y que difícilmente puede soportar los embates de las corrientes que la combaten a nombre de cualquier otro dogma, porque están enfrentando creencia contra creencia y a un dogma se le combate con otro. El irracionalismo penetra en todos los ámbitos de la existencia y del saber, como se ha podido ver en esta época y que tiene consecuencias trágicas para las sociedades.

La negativa a tratar rigurosa y explícitamente los fundamentos metafísicos conduce a la proliferación de las onto-teologías de todo tipo, a la emergencia de panteologías como señala Rubenstein. Si la modernidad siempre fue un proceso de secularización insuficiente, tanto en el plano político como cognoscitivo, la posmodernidad constituye un retroceso de la secularización del mundo y la proliferación de creencias sin mayor fundamento que, como se ha dicho, tienden a volverse dogmas.

Así deja de ser una tesis válida que la ciencia y la tecnología conduzcan necesariamente a un mundo más secular; por el contrario, no solo conviven con las religiones, sino que las alimentan de muchas maneras, empezando por los innumerables procesos de fetichización con los nos topamos a cada paso. Y no se trata de dejar de lado la metafísica; por el contrario, esta tendría que mostrar, a través de sus ontologías regionales, qué ciencia y qué tecnologías podrían llevarnos a una secularización efectiva del mundo.

De lo contrario, malas metafísicas animarán subterráneamente los campos del saber convirtiéndolos en formas de religión, por el predominio de la actitud dogmática en ambos campos. Cuestión en la que las universidades tienen una gran responsabilidad. El conocimiento que se produce en las universidades nunca ha estado tan alejado de una apertura hacia las opiniones múltiples y cada corriente termina por adoptar una actitud dogmática, con sus pastores, iglesias, profetas.

Rubenstein, M.-J. (2018). Pantheologies. Gods, Worlds, Monsters. New York: Columbia University Press.

 

martes, 28 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 4

Teologías por todo lado.

La persistencia de la metafísica puede ver, con un cierto asombro, en la proliferación de teologías que se desprenden precisamente de aquellas filosofías que se presentaron a sí mismas como aquellas que la superan de manera definitiva. Esas teologías encuentran, sin mayor esfuerzo, el núcleo teológico de la posmodernidad y el posestructuralismo; hasta se podría decir que no hay una sola corriente de la filosofía continental que escape a este fenómeno.

Así podemos encontrar una teología posmoderna con nombre propio; y junta a esta que es la corriente principal, una multiplicidad de teologías con enfoques que se pueden elegir a gusto: teologías deconstructivas, deleuzianas, seguidoras de Badiou; incluso propuestas que ya incluyen un debate teológico en su interior, como es el caso de Derrida o Jean-Luc Marion. Además, se deben incluir nuevas propuestas como la teología radical y la ortodoxia radical. Un aire de familia neoplatónico les atraviesa a todas.

A pesar de los esfuerzos manifiestos o implícitos la onto-teología se ha filtrado en estos sistemas filosóficos. No se trata de una casualidad o de una distorsión que los teólogos introducen en esos pensamientos. Por el contrario, las teologías se desprenden orgánicamente de la posmodernidad y del posestructuralismo; solo ha hecho falta sacar las consecuencias de sus razonamientos, llevar hasta el final los argumentos, develar las tensiones ocultas y mal resueltas.

Su pretensión de haber escapado de la metafísica se viene abajo y, a través de la teología, se muestran cómo lo que realmente son. Pero, no se debe considerar como algo negativo, sino que la lectura como lo que son, metafísicas, aplicada a diversos campos sería mucho más productiva.

La metafísica regresa porque es necesaria, ya que tiene que ver con los entes, con el mundo como totalidad, con la producción de igualdades y diferencias, el juego interminable de lo uno y lo múltiple, el entendimiento de lo que consideramos la existencia y sus modos.

 

CAVILACIONES METAFÍSICAS 3

 

Provisionalmente, como todas las reflexiones aquí contenidas, ¿qué entendemos por metafísica? Antes que intentar una definición se puede decir que hay cuestiones que son claramente metafísicas que las tratamos de manera negativa o positiva, pero que están allí y son las que simulan desaparecer únicamente para presentarse con otro rostro.

Las cosas que nos rodean existen; ciertamente lo hacen de manera diferente: no es lo mismo la existencia material de un libro que la de los personajes de ficción contenidos dentro de él; las matemáticas tienen un modo de ser distinto de las nubes. Las cosas existen según sus propios modos de ser. Al campo que analiza estos modos le denominamos ontología regional.

Tratamos todo el tiempo de comprender la realidad que nos rodea, desde la ciencia o desde cualquier otro saber. Nos es indispensable para sobrevivir. Generalmente, nos enfocamos en una esfera determinada desde una perspectiva. Esto da como resultado la emergencia de la ciencia. Pero, es posible que dirijamos nuestra mirada a la totalidad de la realidad, a todas las cosas que existen o son susceptibles de existir sin importar el modo en el que lo hagan. Nos topamos, entonces, con la metafísica.

Sin embargo, cabe interrogarse por la ontología general; esto es, ¿qué es un modo de ser? Y esta es una cuestión estrictamente metafísica. Así la ontología general coincide con la metafísica. Desde luego, esto sigue dejándonos a oscuras.

En las corrientes de pensamiento, que en realidad son mayoritarias, que propugnan la clausura de la metafísica, con cualquier matiz que se le quiera dar, se colocan de lleno en esta consideración: los entes, las cosas, aquello que pertenece al mundo, debe dejarse de lado, para evitar convertir el ser en un ente, sin importar de qué clase de ente se trate. Como se ve, aquí asoma claramente la crítica a la onto-teología, cuando se concibe algún tipo de ser supremo.

Desde luego, también hacen su aparición propuestas que se niegan a seguir este camino y reivindican la concreción de los entes, las experiencias específicas de los seres humanos, los fenómenos de opresión y explotación, el dolor de los excluidos, de los condenados de la tierra, como diría Fanon. Aquí también se esquiva a la metafísica, pero en sentido contrario: queremos implicarnos de lleno en la realidad, aferrarnos a los entes, tratar de entenderlos a cabalidad, especialmente a aquellos entes que somos nosotros mismos.

Un rasgo que está presente, por ejemplo, en la teología de la liberación: dejar los debates acerca de cómo hablar, comprender, pensar, lo absoluto y entender que el camino de acceso privilegiado a dios son los pobres. La comprensión metafísica de la trascendencia no es necesaria y se resuelve con un acto de fe. Si bien se puede comprender el enorme valor e influencia que tuvo la teología de la liberación, haría falta analizar las consecuencias de dejar la comprensión de ese objeto de la metafísica, la trascendencia, intocado. (Esto no implica ninguna toma de posición acerca del modo de ser de dicha trascendencia ni se discute, todavía, si hay algo que no se puede nombrar como algo que escapa al ser y al no ser y que, por lo mismo, cae fuera de la metafísica).

lunes, 27 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 2

 ¿De dónde proviene la insistencia de la metafísica? ¿Por qué una vez expulsada regresa por todos los medios posibles? ¿Qué hay detrás de esa necia permanencia? ¿Por qué se habla y escribe tanto de metafísica, aunque sea bajo la forma de su superación o desaparición? ¿Por qué es un tema recurrente: abolición y surgimiento de nuevas manifestaciones metafísicas?

Debe corresponde a alguna cuestión real que impide que desaparezca y que vuelve como un reflujo: parece que se aleja, solamente para regresar con mayor fuerza. Con seguridad hay situaciones irresueltas que de manera subterránea exigen respuestas y a las que nos enfrentamos tratando de reducirlas o controlarlas.

Quizás debamos volver sobre la disquisición kantiana que separa la razón pura teórica de la práctica y que expulsa del ámbito de la razón pura a los objetos de la metafísica: dios, alma, mundo. No se trata en este momento de debatir sobre dichos objetos, sino acerca de lo que implica excluirlos de la razón y someterles únicamente a imperativos que provienen de la práctica, a exigencias de la moral pura.

Entonces, habría que recolocar los objetos de la metafísica bajo la razón pura y romper la barrera que impide el acceso a la cosa en sí, para mostrar la transición fluida entre esta y los fenómenos. Un sistema kantiano que empezara por caracterizar a esa cosa en sí; esto es, que se propusiera como una metafísica antes de ser una teoría del conocimiento.

Iluminados de este modo los objetos de la metafísica no tendrían que regresar por la vía de la práctica, de la ética y de la moral, sino que estarían adecuadamente fundamentados por la razón. Tampoco se tendría división salvaje, ahora naturalizada, entre teoría y práctica, pensamiento y experiencia, razón y afecto.

Bajo diversas modalidades, con distintos matices, la separación entre la esfera de la cosa en sí y la experiencia práctica, fenoménica, se repite sin cesar en el pensamiento contemporáneo, en la posmodernidad y el posestructuralismo; es decir, entre una esfera que se vive como fundamento, aunque no sea accesible por parte de la razón, y una esfera caracterizada por su insuficiencia ontológica radical en donde habitan los entes, entre ellos los seres humanos.

En este sentido, Heidegger no deja de ser la radicalización del pensamiento kantiano invertido, en donde el entendimiento se ha olvidado de la cosa en sí y vaga sin encontrar un asidero para la producción de la verdad.

CAVILACIONES METAFÍSICAS 1

Nada hay que aborrezca tanto el pensamiento posmoderno, en cualquiera de sus variantes, como la metafísica. Siguiendo el rastro de Heidegger, Derrida, Deleuze y tantos otros, la condición para pensar está directamente vinculada a la clausura de la onto-teo-teleo-logía, a una perspectiva desesencializante que parecería haber dejado atrás los rastros de la trascendencia volviéndose enteramente inmanente.

Pero, la metafísica, cada vez que se la echa, regresa con más fuerza. Mientras más profunda es la elaboración de un discurso que la deja atrás, retorna con más violencia. Son precisamente las formas más radicales de la antimetafísica las que finalmente se convierten en poderosas metafísicas.

¿Qué explicación podemos dar a este fenómeno tan paradójico? ¿Cómo debemos entenderlo? ¿Será que se tiene que inventar una nueva aproximación que nos lleve fuera de la metafísica como onto-teología? ¿Cuál será ese comienzo absoluto que refundará la historia entera del pensamiento occidental?

A cada paso vemos emerger una nueva propuesta que, esta vez sí, disolverá de una vez y por todas, este enredo que dura tantos siglos y así tendremos un pensar, sistemático o no, que ha dejado atrás la metafísica y que ha disuelto definitivamente el oscuro fundamento de un ser inaprensible. Así, se puede nombrar a Tristán García, Forma y objeto, y a Manuel De Landa, Ensamblajes. Y cuando uno termina de leerlos no puede sino concluir que son preciosas metafísicas en sentido estricto.

Entonces, ¿a qué se debe la persistencia de la metafísica? ¿Por qué no hay cómo evitar la recaída en la onto-teología? ¿Por qué nos persigue sin cesar tanto lo teleológico como el logos en cuanto razón y representación? ¿Por qué detrás de esa máquina de afectos silenciosos deleuzianos hay una palabrería que no cesa de expresarse? ¿Por qué se escriben libros enteros para hablar de aquello de lo que no podemos hablar?