Translate

Mostrando entradas con la etiqueta Lacan. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lacan. Mostrar todas las entradas

sábado, 18 de mayo de 2019

LA ÉTICA DEL PSICOANÁLISIS



Lacan, Jacques, El Seminario. La ética del psicoanálisis 7, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1988, pp. 9-25.
Al fin de cuentas, ¿para qué sirve el psicoanálisis?, ¿tiene algún sentido seguir practicándolo?, ¿tiene que decirnos algo a nosotros y a nuestros contemporáneos? Desde esta perspectiva, Lacan constata la persistencia del sentimiento de culpa, incluso por encima de la obligación moral. Y esto conectado al deseo, que no ha podido ser liberado.

Pero, no se trata simplemente de escapar del sentimiento de culpa; sino, que tenemos que entender el deseo como “una demanda humana”. (16) En el núcleo de esta demanda se encuentra el sufrimiento y la ignorancia, que es hacia donde se dirige el psicoanálisis.

Así, la ética del psicoanálisis se plantea tres ideales: el primero tiene que ver con lo erótico y dentro de este campo, con la necesidad de dilucidar: “¿Qué quiere una mujer? Más precisamente - ¿Qué es lo que ella desea? - “(18) No estamos seguros de haber alcanzado una respuesta satisfactoria.

El segundo ideal es el de la autenticidad, no en el sentido de distinguir entre sujetos auténticos y otros que no lo serían; sino, en la autenticidad del psicoanálisis, que tiene que ver con la batalla por el desenmascaramiento de todo aquello que se encuentra sumido en las sombras. El tercer ideal, es el de la no-dependencia; esto es, “una suerte de profilaxis de la dependencia”. (19)

Estos tres ideales se sintetizan en “una profundización de la noción de lo real”, que es hacia dónde estamos orientados los seres humanos. (21) Un orden de lo real que se nos muestra como “terrible” en el mundo actual, como si el tiempo estuviera retrocediendo, especialmente con el ascenso del fascismo y la ultraderecha en todo el planeta.

Pero, lo real que no está separado del orden simbólico, del plano “ficticio”. Ficticio no quiere decir que sea un engaño o una mentira, sino que la “verdad tiene una estructura de ficción” (22) y esto nos lleva a la manera en que el orden simbólico “traduce” la realidad para presentársela al imaginario. La simbólico elabora su propia aprehensión de la realidad. No es simplemente la realidad, sino la realidad vivida por mí o por el Otro y convertida en lo real.

En este momento, volvemos a encontrarnos con el deseo y con la comprensión de la “dimensión esencial del deseo, siempre deseo en grado segundo, deseo del deseo”. (24) Desde este punto de partida, estamos preparados para “aportar, ya no a tal o cual, sino a la cultura y a su malestar”. (25)
Sin esta dimensión, el psicoanálisis se quedará preso de “tal o cual” situación concreta, análisis específico y no tomará en cuenta de que, a través del otro, está enfrentado con la ley, con el Nombre del Padre, con el orden o desorden social.

El psicoanálisis no puede prescindir de la ética y trabajar en los vínculos que unen un sujeto particular con la cultura, en donde se relaciona la falta con la enfermedad, el plano ético con el psicoanalítico y que este último, contribuya a devolver la capacidad moral a aquellos sujetos que, por su morbidez, se encuentran trabados en su libertad.

LO SIMBÓLICO Y EL LENGUAJE



El Seminario 3. La psicosis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2000, pp. 50-63

Lacan vuelve a la vieja palabra: locura como sinónimo de psicosis; la comprensión y tratamiento de esta, será uno de sus principales aportes. Y en este contexto, el lenguaje juega un papel fundamental: “Los detengo aquí un instante para que sientan hasta qué punto son necesarias las categorías de la teoría lingüística…”, especialmente significado y significante, metáfora y metonimia. (51)

Y comienza preguntándose por la significación, que no puede reducirse a la cosa que le sirve como referente. La significación remite constantemente a “otra significación: “El sistema del lenguaje, cualquiera que sea el punto en el que le tomen, jamás culmina en un índice directamente dirigido hacia un punto en la realidad, la realidad toda está cubierta de la red del lenguaje”. (51) Las palabras llevan a otras palabras y estas se insertan en un campo de significaciones amplísimo.

El delirio sería esa maquinaría que lleva de una significación a otra, sin descanso, y que encuentra significados ocultos que no puede descifrar; porque, efectivamente, se refiere a la dificultad que tiene una persona de decir, de alcanzar una determinada significación. Y como no puede llegar a su destino, comienza a circular en torno a una multiplicidad de significantes existentes o inventados como neologismos.

Por esto, cuando nos enfrentamos a la locura es indispensable poner atención al discurso y analizar de qué manera se están entrecruzando significados y significantes en el delirio. Se trata, por lo tanto, de quedarse frente al paciente “en el registro mismo en que el fenómeno aparece, vale decir en el de la palabra”, (56) Confrontar con la palabra los problemas de la palabra, entender el discurso, no en cuanto sus significaciones superficiales, sino en la medida que muestran la dificultad del encuentro entre unos significados que no alcanzan a decirse y unos significantes que vagan delirantes.

Hay que tomar en cuenta que, desde la perspectiva del lenguaje, “Hablar es, ante todo, hablar a otros”, que es una cuestión clave. (57)   E implica que los otros me hablan, que hago hablar a los otros, en donde, además, cabe que sea verdad o mentira lo que digo y lo que dicen.

La aparición del Otro, que me habla, pero que está allí, fuera de mí, que lo “reconozco” pero “no lo conozco”, que se me escapa en su alteridad radical. Lacan denomina A a este Otro Absoluto. Y como se dirá mucho más adelante, termino por hablarme a mí mismo con las palabras de este Otro. La lengua es hablada por otros, que forman esa red en donde existo y hablo.

De esta manera, se ha establecido una relación entre el Otro, que me habla, y el otro, con minúscula, que soy yo, que se supone que conozco lo que me pasa, de qué estoy hablando y lo que significa. La comunicación entre Otro y otro puede fallar, abrirse un hueco que impida que nos comuniquemos. El otro, que soy yo, hará todo lo posible para rellenar este agujero, aun a precio de delirar. Quedan, entonces, las preguntas fundamentales:

“ … en primer término, ¿el sujeto les habla?; en segundo, ¿de qué habla?”. (63)

martes, 7 de mayo de 2019

LA TÓPICA DE LO IMAGINARIO.



Lacan, Jacques, El Seminario. Los escritos técnicos de Freud, 1, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1981, pp. 127-130 y 209-216

La estructura psíquica está conformada por imaginario, simbólico y real, que Lacan analiza siguiendo la segunda tópica de Freud. Este orden imaginario, en donde se forma y habita el yo, se “constituye por clivaje, por distinción respecto del mundo exterior” (127); esto es, hay aspectos que se mantienen y otros que se desechan.

Este orden imaginario corresponde al estadio del espejo: al verse reflejado por primera vez, “se concibe como distinto, otro de lo que él es”, se duplica entre lo que es y su imagen; así, percibe su cuerpo como una totalidad. A partir de aquí, se “estructura el conjunto de su vida fantasmática”: fantasmas que no son sino las imágenes producidas por ese clivaje de lo real. (128)

Aquí ya tenemos los dos elementos de la segunda tópica: lo real y lo imaginario, que se unen por medio de un sujeto que está situado. ¿En dónde está colocado este sujeto? En el orden simbólico, mientras que el yo permanece en el plano imaginario. O si se prefiere, llamamos sujeto cuando ese yo se ubica en lo simbólico y, por medio de este, pone en relación a lo imaginario con lo real. Desde luego, “La situación del sujeto … está caracterizada esencialmente por su lugar en el mundo simbólico, en el mundo de la palabra”. (130)

Pero, esta introducción de la mediación de lo simbólico conduce a la distinción entre el yo ideal y el ideal del yo, porque nuestra relación con el otro pertenece al ámbito de lo simbólico, de la ley que nos regula. El yo ideal no es sino el yo imaginario, que se apropia de la realidad segmentándola.

En cambio, el ideal del yo tiene que ver “el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de esta relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria”. (214) De tal manera que el ideal del yo termina por regular al yo ideal, en la medida en que dependemos de los otros para conformarnos como nosotros mismos.

En este momento, Lacan introduce el tema del deseo: desde mi posición imaginaria me pregunto por mi deseo, que no puede ser respondido a menos que salgamos del plano imaginario y vayamos hasta lo simbólico, porque el deseo solo puede resolverse a través del “intercambio verbal entre seres humanos. Ese guía que dirige al sujeto es el ideal del yo”. (215)

El ideal del yo es “el otro en tanto hablante, el otro en tanto tiene conmigo una relación simbólica … o sea la palabra…” (215) Lacan pone énfasis, desde el inicio de sus escritos, en lo que más adelante llamará el inconsciente como lenguaje. Aquí hay un importante desplazamiento respecto de Freud, porque el orden simbólico es enteramente lenguaje y, como tal, lenguaje de los otros. Hay que recordar que todo lenguaje es público, no hay lenguajes privados. (Wittgenstein) Decimos nuestros fantasmas con las palabras de los otros, conformamos nuestro yo ideal con el lenguaje que viene de fuera.

¿Qué otra cosa es la relación entre psicoanalista y psicoanalizada sino una relación entre el yo ideal y el ideal del yo?

domingo, 27 de mayo de 2018

ARTE Y PSICOANÁLISIS. 1

 ¿Qué es un cuadro?

En el Seminario, clase 11, Lacan se pregunta: ¿qué es un cuadro?  El punto de partida es la relación entre la mirada y el sujeto, porque un sujeto se da en la medida en que entra dentro de ese espacio de la mirada –campo escópico: “para empezar, es preciso que insista en lo siguiente –en el campo escópico la mirada está afuera, es decir, soy cuadro”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 85)

Solo por la mirada del otro, que viene junto con la luz, el sujeto se instituye, comienza a existir como tal, en la medida en que es foto-grafiado: imagen produce una signatura en el mundo, a la que llamamos sujeto.

En el cuadro, como en el sujeto, no se trata de la representación. Ciertamente esta se hace presente siempre: de alguna manera representan el mundo, lo repiten a su modo y hablan acerca de él, porque “en presencia de la representación estoy seguro de mí mismo, en tanto estoy seguro de que, en suma, sé un rato largo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 86)

Pero, la representación se quiebra, se fractura, se escinde, se divide entre lo real y la representación; y más aún, “entre su ser y su semblante”, entre su ser y la manera cómo se muestra a los demás, empujado por el deseo que le lleva más allá de la representación, por debajo de esta, penetrándola por todos lados.

De tal manera que mientras en la superficie del cuadro está la representación, lo que está detrás, lo que lo soporta, lo que le confiere algún sentido, es el deseo; solo este permite que “no quede enteramente atrapado en la captura imaginaria”, en la mera reproducción de la realidad por más desplazada o metonímica que sea esta: “A nivel perceptivo, es la manifestación de una relación que ha de ser inscrita en una función más esencial, a saber, que en su relación con el deseo la realidad solo aparece como marginal”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 87)

Y se trata de encontrar en el cuadro, ese juego de fuerzas que se le escapa, que provienen del deseo y que se están allí, en una primera mirada como ausencia. Doble plano que se articula a través de una doble mirada: aquella de las cosas que me miran y mi propia mirada que responde: “En el campo escópico, todo se articula entre dos términos que funcionan, de manera antinómica-del lado de las cosas está la mirada, es decir, las cosas me miran, y no obstante, las veo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 88)

Cuando vemos una pintura, esta nos mira, nos obliga a dejar atrás nuestra mirada sobre ella y estamos exigidos a entrar en el campo de ese otro modo de ver que me interroga, que me cuestiona, que me dice que no se trata de mi representación del mundo y tampoco de la representación contenida en el cuadro, sino de otra cosa que aparece allí como pincelada, luz, color, movimiento.

Esta estrategia de fascinación que ejerce sobre nosotros el cuadro, proviene de ese deseo que contiene y con el que pretende darme sosiego, placer, incomodidad, disgusto. Esto es, que negocia permanentemente con mi deseo, introduciendo otro deseo; más aún, el cuadro no es otra cosa que “el deseo del Otro –diré que se trata de una especie de deseo del Otro, en cuyo extremo está el dar-a-ver”.

Lacan, J. (1964). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11.
Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .




miércoles, 3 de mayo de 2017

Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 7.

Pedido y anhelo.

La distinción entre deseo y demanda nos lleva a la necesidad de diferenciar entre pedido y anhelo. El pedido se ubica en el plano de la conciencia, de lo que exigimos del otro o de la existencia y respecto de lo cual esperamos una respuesta directa, concreta, inmediata. En este momento el sujeto se entrega a la enunciación de su necesidad, tal como la percibe y la siente en ese momento. El sujeto cree que esto expresa su deseo, que incluso lo agota, pero hay mucho más detrás:

“El plano del pedido es primero, inmediato, manifiesto, espontáneo. En el pedido ¡Socorro!  O ¡Pan!, que a fin de cuentas es un grito, por un momento el sujeto es idéntico, de la manera más integral a su necesidad.” (Lacan, 2014, pág. 136)

En anhelo está en el inconsciente. La característica fundamental del inconsciente es ser anhelante, dirige su mirada no solo a la demanda inmediata, a la necesidad tal como la sentimos en este momento; sino, se ubica allá muy dentro de cada uno y se proyecta hacia adelante, posiblemente a la vida entera o durante toda la existencia.

“En cambio, la articulación del plano anhelante está en el segundo nivel. Esa es la dimensión en la cual el sujeto, en el curso de su vida, ha de orientarse, es decir hallar lo que se le ha escapado por estar fuera y más allá de todo lo que filtra la horma del lenguaje. A medida que se desarrolla, ese filtrado rechaza, reprime cada vez más, lo que al principio tendría a expresarse de la necesidad del sujeto.” (Lacan, 2014, pág. 136)

El anhelo me permite orientarme en la vida, establecer lo que en el fondo quiero, establecer cuál es mi deseo. Sin este anhelo estoy perdido, vago sin rumbo, saltando de demanda en demanda, de pedido en pedido, de exigencia en exigencia.

La relación entre pedido y anhelo les lleva a cada uno en dirección contraria; mientras más fuertemente expreso mis necesidades, más de oculta mi anhelo, más se pierde en la profundidad del inconsciente. Mientras más dejo que hable mi deseo, mi anhelo, las demandas se aplacan, las necesidades cobran sentido y se someten a este anhelo profundo que me dirige en la vida.

Este es finalmente el dilema al cual constantemente nos vemos abocados; de una parte, esa terrible maquinaria de lo que pedimos, de lo que exigimos, de nuestro grito contra todo incluidos nosotros mismos; de otra parte, el anhelo que receloso se niega a dejarse ver y que, por el contrario, viaja a nuestras zonas más oscuras, pero que sin el cual es imposible que sepamos a dónde vamos, qué queremos de la existencia, que deberíamos demandar al otro.

El centro de la terapia y del autoanálisis está en viajar con el sujeto hacia el encuentro con su deseo, con su anhelo, a reconocer detrás de las demandas, de los pedidos, de las necesidades aquello que efectivamente se anhela y, por lo tanto, a encontrarse con su inconsciente:

“Precisamente en este punto debe bascular, oscilar, vacilar, la acentuación de nuestra interpretación. Si sabemos acentuarla de cierta manera, enseñamos al sujeto a reconocer en el nivel superior -que es el nivel anhelante, el nivel de lo que él anhela, el nivel de sus anhelos en la medida en que son inconscientes -los soportes significantes escondidos, inconscientes, en su demanda”. (Lacan, 2014, pág. 137)

Si evitamos este recorrido, se preferimos quedarnos en la superficie, si no reconocemos esos “significantes” que muestran mi anhelo, entonces estoy perdido en la maraña de exigencias que nunca logran satisfacernos, porque cuando alguna de ellas se cumple, siempre hay otra que surge. Este es un camino interminable que no nos orienta.


Por esto, hay que ir detrás del deseo, descubrir en dónde se oculta, develar cómo habla, saber cómo se expresa, apartar el síntoma para mirar directamente a mi deseo: “Si el deseo parte [de] lo que constituye el síntoma, a saber, el fenómeno metafórico, es decir, la interferencia de significante reprimido en un significante patente, es un craso error no intentar situar, organizar, estructurar, el lugar de ese deseo”. (Lacan, 2014, pág. 130)

jueves, 20 de abril de 2017

Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 6.

En esa relación que se establece con el otro, a través del deseo, se produce esa duplicación entre el yo y el Ideal del yo; esto es, entre el sujeto empírico que cada uno es y esa proyección imaginaria que hago sobre mí mismo, que está articulada al deseo del otro. Es con este deseo con la que se produce el Ideal del yo:

“A la inversa, ¿en qué se convierte el sujeto? ¡Cómo se estructura? ¡Por qué se estructura como yo y como Ideal del yo? Ustedes no podrán percibir esto en su necesidad estructural absolutamente rigurosa más que como aquello que constituye el retorno, el regreso, de la delegación de afecto que el sujeto envió a ese objeto, el a”. (Lacan, 2014, pág. 127)

Porque esta imagen estructurante proviene del otro, pero del otro como imagen. La letra a  designa a este otro en cuanto imagen, que se funde con mi yo, que permite que haya un yo

“De esta a en verdad todavía no hemos hablado nunca, en el sentido de que aún no les mostré que necesariamente debe plantearse, no en calidad de a, sino en calidad de imagen de a, imagen del otro que, con el yo, son una sola y la misma cosa”. (Lacan, 2014, pág. 127)

Ahora bien, dentro de esa economía del deseo es indispensable distinguir entre la función de este deseo y la función de la demanda, porque se abre aquí una brecha que impide la coincidencia plena, sin más, entre deseo y demanda. ¿Acaso demandamos lo que deseamos?:

“Nuestra experiencia nos confronta con la necesidad de hacer una distinción esencial entre dos funciones. Hay en el sujeto algo que debemos denominar deseo. No obstante, la constitución de ese deseo, su manifestación, las contradicciones que en curso de los tratamientos estallan entre el discurso del sujeto y su comportamiento, obligan a distinguir de aquél la función de la demanda.” (Lacan, 2014, pág. 129)

Si nos preguntamos por la demanda, si indagamos y nos interrogamos acerca de aquello que demandamos, deberíamos reconocer que hay algo que va más allá de esta, algo que la rebasa, que junto con la demanda se coloca otra cosa. Cuando exigimos felicidad, placer o simplemente algo material, ropa, un auto, detrás de estos pedidos, hay algo más que imploramos, que suplicamos y que, desde luego, no reconocemos.

Porque una demanda siempre está dirigida al otro, a aquel que puede hacer posible la satisfacción de esa demanda o que así lo creemos. Cuando pedimos algo, en realidad estamos exigiendo la presencia del otro, la permanencia del otro a mi lado, para mí que, además, haga el gesto de que puede cumplir con la exigencia que le hemos puesto.

Y cuando el otro está presente le llamamos amor; no lo que haga o diga o deje de hacer o deje de decir, ni los gestos ni los aspavientos, sino su sola presencia; aunque el otro crea que está entregando sus “sentimientos”, cuando lo único que puede hacer es estar allí, porque no tiene más que dar que su presencia. El amor es el otro como don, pero el otro es siempre alguien imaginado, alguien desplazado, que tampoco coincide consigo mismo; en este sentido, el otro es una metonimia, un tropo, un juego del lenguaje:

“El asunto es que la demanda nunca es pura y simplemente demanda de algo, en la medida en que en el trasfondo de toda demanda precisa, de toda demanda de satisfacción, está, por la acción del lenguaje, la simbolización del Otro, el Otro como presencia y como ausencia, el Otro que puede ser el sujeto del don de amor. Lo que él da está más allá´ de todo lo que puede dar. Lo que es justamente esa nada, que es todo, de la determinación presencia-ausencia”. (Lacan, 2014, pág. 131)

Por esto, tendemos a proteger al otro, a cargar con su dolor, con sus preocupaciones o con aquello que imaginamos que el otro quiere: “Esa suerte de protección brindada que en última instancia se encuentra, más o menos, en la raíz de toda comunicación entre los seres, en los cuales siempre se juega lo que uno puede o no puede hacer saber al otro.” (Lacan, 2014, pág. 133)

Mas, ¿qué sucede cuando ese deseo que ese esconde detrás de cada demanda, falla, desaparece? Entonces sentimos que nos hemos quedado vacíos, que la vida desnuda, sin más se ha hecho presente, porque es el deseo lo que me permite existir, me permite escapar a la confrontación con la mera existencia y con la fragilidad de esta. Cuando falta el deseo, entonces viene el dolor. Si falta completamente, el dolor se vuelve insoportable:

“Pero es también el dolor de la existencia como tal, en ese límite en el cual la existencia subsiste en un estado en que ya nada se aprehende de ella más que su carácter inextinguible y el dolor fundamental que la acompaña cuando todo deseo la abandona, cuando todo deseo se ha desvanecido de esa existencia”. (Lacan, 2014, pág. 133)

Cuando estamos en ese límite y parece que la existencia se disolverá finalmente, nos aferramos al deseo, que hace que soportemos lo insoportable, que es el riesgo de que la existencia se extinga. El deseo nos “tranquiliza”:

“Tal imagen lo separa de esa suerte de abismo o de vértigo que se abre para él cada vez que se ve confrontado con el último término de su existencia, y vuelve a unirlo a lo que tranquiliza al hombre, a saber, el deseo. Lo que necesita interponer entre él y la existencia insostenible es en este caso un deseo.” (Lacan, 2014, pág. 134)

Estamos llevados a creer que ya con este deseo y con la demanda que lo oculta, hemos alcanzado una cierta tranquilidad, hemos huido del dolor. Aquí se abre un nuevo proceso, porque una tensión se introduce, tan dolorosa como la anterior. Creíamos estar huyendo del dolor solo para encontrar con otro dolor.

Porque este deseo, que es el deseo del otro, se parte entre este otro y la imagen del otro; y los dos procesos no coinciden. El otro se “niega” a coincidir con la imagen del otro que tengo dentro de mí: “La tensión imaginaria a-a´entre el yo y el otro -que podemos denominar, dentro de ciertas relaciones, la tensión entre a minúscula e imagen de a -estructura de manera general la relación del sujeto con el objeto…” (Lacan, 2014, pág. 135)

¿Qué le pasa al sujeto como consecuencia de la separación entre el otro y el otro imaginario, que son objetos del deseo? El sujeto sufre una elisión; esto es, algo en él queda roto, incompleto; se encuentra dentro del sujeto una falla, una brecha que no puede cerrar, un abismo que no puede cruzar. Esta es la S tachada, el sujeto en la imposibilidad de constituirse plenamente, de ser totalmente él mismo: “En efecto, el deseo, como tal plantea al hombre, y con respecto a todo objeto posible, la cuestión de la elisión subjetiva, -S-“. (Lacan, 2014, pág. 135)

De tal manera que se enfrenta a su dilema más radical: o bien queda atrapado en el ese objeto del deseo, porque solo puede acceder al otro como otro imaginario y esto es posible únicamente a través del lenguaje; o bien, acepta a ese otro imaginario, a ese objeto del deseo que viene bajo la forma de un significante, que está allí como significante y no como significado:

“En la medida en que, como deseo, es decir, en la plenitud de un destino humano como lo es el de un sujeto hablante, se acerca a este objeto, el sujeto se ve atrapado en una suerte de atolladero. No podría alanzar este objeto sin verse, como sujeto de la palabra, borrado en esa elisión que lo deja en la noche del trauma, en aquello que en sentido estricto está más allá de la angustia misma. O, si no, resulta tener que tomar el lugar del objeto, sustituirlo, subsumirse bajo cierto significante”. (Lacan, 2014, pág. 135)


Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .

lunes, 10 de abril de 2017

Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 5.

El deseo me constituye como sujeto y al mismo me aniquila como tal; me hace y me deshace. La existencia sin el deseo, sin su presencia, queda como una vida desnuda, sin más: “…la existencia reducida a sí misma, la existencia más allá de todo lo que puede sostenerla, la existencia sostenida en la abolición del deseo”. (Lacan, 2014, pág. 112)

¿Cómo puede suceder esto? ¿Cuál es la “la dialéctica de las relaciones del sujeto con su deseo”? (Lacan, 2014, pág. 115)

Para comprender esta dualidad que nos enfrenta al deseo, tenemos que colocar a ese sujeto frente al objeto de su deseo. Tenemos que ponernos frente a este objeto del deseo y confrontarnos con él, dar la cara ante esa presencia que se vuelve inevitable, ineludible:

“Para interrogar con más detalle lo que ese deseo humano quiere decir, lo que significa, henos aquí pues llevados a tomar la cuestión por la otra punta, una punta que no se presenta en los sueños, a saber, por nuestro algoritmo, en el cual la S tachada es confrontada, puesta en presencia, puesta delante, de a minúscula, el objeto”. (Lacan, 2014, pág. 114)

Pero, el deseo puede perderse, no realizarse, fallar. Sabemos que el deseo puede faltar. Más aún, la manera cómo ese deseo está estructurado, cómo se presenta, dependiendo del deseo del otro -que es efectivamente mi deseo-, está en suspenso. Podría ser que lo busquemos y no esté; podría suceder que ese deseo que espero que se dé y me satisfaga en un futuro más o menos definido, cuando llegue el momento, no esté.

El hecho de que coloquemos nuestro deseo como “promesa, anticipación”, que lo pongamos en un “signo”, hace que el deseo nos amenace con desaparecer. Esta desaparición nos llena de temor, porque el deseo está en el núcleo de nuestra existencia, en el inconsciente que nos hace ser lo que somos:

“El sujeto aliena siempre su deseo en un signo, una promesa, una anticipación, algo que conlleva como tal una pérdida posible. Debido a esa pérdida posible, el deseo se ve ligado a la dialéctica de una falta. Es subsumido en un tiempo que, como tal, no está allí -al igual que el signo no es el deseo-, un tiempo que en parte está por venir. En otros términos, el deseo ha de confrontarse con el temor de no mantenerse en el tiempo bajo su forma actual y, artifex, de perecer, si puedo expresarme así”. (Lacan, 2014, pág. 117)

Este riesgo de la desaparición del deseo, también significa el riesgo de abolición del sujeto, su tachadura, su abolición; porque el sujeto “cuenta” y hace cuentas con su deseo, organiza su existencia en torno a este, le recubre constantemente de signos, es la fuente de sus esperanzas y le hace todo el tiempo, promesas. El sujeto a cada paso se anticipa a su deseo y trabaja con él: “Esto no solo quiere decir que la vivencia humana está sostenida por el deseo -lo sospechamos, desde ya- sino que el sujeto humano tiene en cuenta ese deseo, cuenta con este”. (Lacan, 2014, pág. 118)

Sin embargo, aquí se abre una dimensión en la relación del sujeto con su deseo. Me pregunto, ¿qué pasa si mi deseo se realiza, se satisface?, ¿qué sucede si al fin llega y nos interpela directamente?

Cuando esto sucede, nos colocamos en las manos del otro, porque nuestro deseo solo puede ser satisfecho por el deseo del otro. Entonces, surge un nuevo temor: ¿quedaré en sus manos?, ¿estaré preso de lo que el otro quiera hacer de mí y conmigo?: “En esos casos tan notables en los cuales el sujeto teme la satisfacción de su deseo se dan demasiado a menudo. Ocurre que esa satisfacción hace que en lo sucesivo él dependa del otro que va a satisfacerlo”. (Lacan, 2014, pág. 118)

Esta amenaza de quedar en manos del otro, hace que el sujeto postergue la satisfacción del deseo, prefiere dejarlo para más tarde, para otra oportunidad, en mejores condiciones o quizá esperar el deseo de otro “otro”, no el que tengo aquí conmigo, en este momento.

Al detener la satisfacción del deseo, también me alejo del objeto del deseo y dejo ese fantasma sin formarse, sin constituirse, deja de establecerse la relación entre el sujeto y el objeto del deseo -que es el deseo del otro-; y así, al no contar con mi deseo, mi propia subjetividad queda en entredicho, su propia formación queda postergada:

“El sujeto pasa su tiempo evitando una tras otra las ocasiones que se le presentan de encontrarse con lo que en su vida siempre fue acentuando como el deseo más apremiante. Ocurre que aquí también está lo que él teme: esa dependencia -que yo evocaba- para con el otro. De hecho, la dependencia respecto del otro es la forma bajo la cual se presenta en el fantasma lo que el sujeto teme y lo que lo hace apartarse de la satisfacción de su deseo”. ”. (Lacan, 2014, pág. 119)

Lacan introduce un nivel adicional en esta dialéctica de la relación entre el sujeto y su deseo. Leemos lo que dice:

“Lo que el sujeto teme cuando se representa al otro no es, en lo esencial, depender de su capricho, sino que el otro selle ese capricho como signo. He aquí lo que está velado. No hay signo suficiente de la buena voluntad del sujeto, a no ser la totalidad de los signos en que él subsiste. En verdad, no hay otro signo del sujeto que el signo de su abolición como sujeto, ese signo que se escribe -S- [S tachada]” ”. (Lacan, 2014, pág. 119)

Tenemos que preguntarnos, ¿qué significa que el otro “selle ese capricho como signo”? ¿Y por qué la introducción del signo lleva a su “abolición como sujeto”? Como se ve, las consecuencias son fundamentales, porque no hay simplemente sujeto -S- sino que tenemos un sujeto que solo puede enunciarse como -S- [S tachada]

¿Qué sucede cuando el otro sella el capricho con un signo, cualquiera que sea el que elija? Como digo, sin importar el signo que elija, el deseo del otro no satisface mi deseo directamente, sin más; el otro no puede darse de este modo, enteramente, sin residuo. El otro en realidad responde a mi demanda por su deseo, a través de un signo, que es, ante todo, lenguaje. Quizás el otro me escribe un mensaje, envía un emoticon, llama demasiadas veces, compra un regalo.

Y ese signo, al mismo tiempo que transporta su deseo, también lo distancia, porque no es el deseo del otro, sino el signo del deseo del otro. A su vez, la relación del sujeto con el objeto del deseo, solo puede darse a través de signos. Esta estructuración del sujeto como lenguaje, del inconsciente como lenguaje, se expresa en esta S tachada.

Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .


martes, 4 de abril de 2017

Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 4.

El deseo establece la relación entre “…entre dos seres que están sometidos a las condiciones del lenguaje” (Lacan, 2014, pág. 39), fuera del cual la comunicación entre ellos sería imposible. Sin embargo, nos encontramos con que hay dos sujetos al interior nuestro: “Creo que todas las dificultades que aquí se han planteado dependen de la no distinción entre los dos sujetos…” (Lacan, 2014, pág. 42)

¿Cómo entender esta afirmación tan explícita en Lacan? La distinción entre esos dos sujetos que están en el interior de cada uno de nosotros, tiene que ver con dos aspectos, el uno harto conocido y el otro que siempre está allí, pero que nos cuesta reconocerlo.

Por una parte, está el sujeto del conocimiento, aquel se enfrenta al mundo y lo aprehende, que coloca frente a sí a los objetos; este sujeto es aquel que estaba en capacidad de decir “Pienso, luego existo”. Sin embargo, no agota la totalidad de la subjetividad, la integralidad de lo que cada uno es. Hay algo más, siempre hay alguien más dentro de nosotros.

Y ese algo más, ese otro sujeto, es aquel que habla, que se define en cuanto lo hace, en cuanto se comunica con otro y mira cómo su deseo es en realidad el deseo del otro, que se expresa precisamente a través del lenguaje.

Es en este segundo sujeto en donde está el deseo; o mejor, en donde se encuentra el fantasma, que es el lugar del deseo: “Quiero decir que ese yo podría con gran facilidad ser seguido en el discurso mismo por un paréntesis: yo (que hablo), o yo (digo que)”. (Lacan, 2014, pág. 43)

Ese sujeto dual aparece cuando en el juego del lenguaje se produce una duplicación, que permite que ese otro sujeto haga su aparición, detrás de lo que cada uno dice, detrás de lo que dice el primer sujeto, debajo de los significados, están los significantes, que son el territorio de ese otro sujeto.
En el ejemplo de Lacan, cada uno de nosotros enuncia: “Yo digo que” hace mucho frío, por ejemplo; y a continuación, por la razón que sea, regreso sobre lo dicho, insisto, reitero. En esta reiteración del “Te repito que…” asoma ese otro sujeto.

“Este se torna muy evidente, como otros lo han señalado antes que yo, gracias al hecho de que un discurso formula Yo digo que, y que agrega y yo lo repito, no dice en ese yo lo repito algo inútil, pues lo que hace es precisamente distinguir los dos yo [Je] en cuestión: el que dijo que, y el que adhiere a lo que este ha dicho. Si necesitan otros ejemplos para percibirlo les sugeriré la diferencia que hay entre el yo de Yo lo amo (a usted) o de Yo te amo (a ti), y del Aquí estoy yo”. (Lacan, 2014, pág. 43)

Cuando se introduce el deseo y se pronuncia esta frase inconmensurable, brutal, “Yo te amo”, siempre, aunque no sea explícito, se tiene que sostenerlo, apoyarlo, con un “Aquí estoy yo”; en realidad, detrás del “Yo te amo” yace una demanda, una exigencia: “Mírame, aquí estoy yo”.

Así que, ¿en dónde está el deseo?, ¿cuál es el lugar que ocupa? Ya sabemos que el deseo está en el fantasma. Cuando alguien dice “Yo te deseo”, está haciendo algo que tiene consecuencias enormes: “La implicación del sujeto en el deseo siempre hace surgir esa estructura que, con derecho es prevalente. Decirle a alguien Yo te deseo es muy precisamente, decirle Yo te implico en mi fantasma fundamental”. (Lacan, 2014, pág. 50)

Yo te deseo” quiere decir que, ya que mi deseo es el deseo del otro, el deseo sobre el que se levanta el orden imaginario es el tuyo, estoy hecho, estructurado, con tu deseo; y todo lo que diga, en la medida en que el inconsciente está estructurado como lenguaje, lo hago con las palabras de los otros.
Con esas palabras de aquel que deseo me digo a mí mismo y les hablo a los demás, sabiendo que detrás de lo que diga está el deseo del otro: “Todo discurso es el discurso del Otro, incluso cuando quien lo sostiene es el sujeto”. (Lacan, 2014, pág. 43)

En la preciosa imagen que usa Lacan, Yo te deseo significa Tú eres bella, lo que quiere decir que relleno mi imaginación con estas “imágenes” que se derivan del deseo del otro

“…si ese Yo te deseo tiene algún sentido, es un sentido mucho más difícil de formular. Yo te deseo, articulado en el interior de uno mismo, si me permiten, en referencia a un objeto, tiene casi el sentido de Tu eres bella, en torno al cual se fijan, se condensan, todas imágenes enigmáticas cuyo raudal se denomina, para mí, mi deseo”.

Por eso cabe la pregunta: “A la pregunta ¿Acaso sabe lo que hace?, Freud responde No… Ese segundo piso solo vale a partir de la pregunta del Otro, a saber, Che vuoi? ¿Qué quieres?” (Lacan, 2014, pág. 44) y “el sujeto que habla no sabe lo que hace cuando habla, es decir, en función de ese inconsciente…” (Lacan, 2014, pág. 51)

Cuando el sujeto habla, ¿sabe lo que hace? ¿Tenemos una idea clara de las implicaciones que tiene hablarle al otro y demandar su deseo? ¿Sabemos las consecuencias de decir Yo te deseo? ¿Sabemos que estamos jugándonos a nosotros mismos completamente? ¿Nos enteramos de estamos colocando al otro como nuestro fantasma fundamental, en el centro de lo que cada uno es?

Cada uno cree que ha dicho su deseo y espera una respuesta a su demanda, la que fuere. Pero, desconoce, porque está en su inconsciente, que su exigencia no está dirigida realmente a tener una respuesta, la que fuere; sino que esa demanda carece de respuesta, porque el Otro no tiene la respuesta. ¿Qué podría decir el Otro si supiera que detrás de ese Yo te deseo, le estoy colocando en ese lugar crucial, que me define completamente, que es mi fantasma fundamental, aquel que organiza todo mi orden imaginario, con el cual -con el otro sujeto- me represento el mundo?:

“Es un significante del Otro, por supuesto, ya que la pregunta se plantea en el nivel del Otro que carece de una parte, a saber, justamente, del elemento problemático en la pregunta concerniente al mensaje”. (Lacan, 2014, pág. 45)

Se tiene que insistir en que no hay respuesta a una frase como “Yo te deseo” porque la otra persona podría decir, por ejemplo, “Yo también te deseo”, pero para ambos estaría oculto que se están colocando el deseo del otro,allá en lo profundo de cada uno, en su inconsciente.
Por eso Lacan, muestra que el tema de los significados se desplazan hacia los significantes: “…lo importante es que el sujeto no puede tener la respuesta porque la única respuesta es el significante que designa sus relaciones con el significante. En la exacta medida en que articula esa respuesta, el sujeto se aniquila y desaparece”. (Lacan, 2014, pág. 46)

  

Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .

miércoles, 29 de marzo de 2017

Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 3.

El sujeto enfrentado a la imposibilidad de su deseo a menos que atraviese por el deseo del otro, se siente desamparado, no sabe qué hacer, cómo comportarse. Siempre había creído, más aún desde la psicología, que los deseos eran lo más personal, propio, intransferible y ahora descubre que su deseo es en realidad el deseo del Otro. Y para colmo, ¿qué difícil entender y dilucidar cuál es el deseo del Otro? Un deseo que se presenta siempre como “oscuro y opaco”:

“Ante la presencia primitiva del deseo del Otro como oscuro y opaco, el sujeto está sin recursos, hilflos. La Hilflosigkeit -empleo el término de Freud- en francés se llama détresse [desamparo] del sujeto”. (Lacan, 2014, pág. 26)

¿Cómo el sujeto resuelve el desamparo? ¿Qué puede hacer? Ahora tiene que colocarse frente al Otro, cuyo deseo le constituye como sujeto. Ya no puede evitar esta confrontación, porque en esto se la va la vida misma, el conjunto de su experiencia como sujeto. Como si de pronto, toda la maquinaria individualista se hubiera venido abajo, porque no hay primero el sujeto y luego la relación con el Otro; sino primero la relación con el deseo del Otro y entonces, la manera específica como me convierte en sujeto.

Entonces, ¿a dónde acude el sujeto frente al deseo del Otro? Nos encontramos con la mirada del otro -y aquí es otro concreto, específico, empírico, así escrito con minúscula: otro- El otro me ve y se pone en movimiento el orden imaginario, aquel en donde reproduzco la realidad, siempre de manera metonímica, desplazada. Allí, en el orden imaginario, es en donde puedo resolver mi desamparo frente al deseo del otro:

“¿Mediante qué lo resuelve?... Se trata de la experiencia del semejante en el sentido de que este es mirada, en que el otro es quien nos mira, en que hay que hace jugar cierto número de relaciones imaginarias…” (Lacan, 2014, pág. 28)

Desde luego, la relación de espejo que establezco con la realidad no se da de la misma manera con este otro, porque lo descubro no como cosa, sino como un sujeto, que es como “yo”, otro sujeto que me mira: “El sujeto se defiende de su desamparo y, con ese medio que le brinda la experiencia imaginaria de la relación con el otro, construye algo que, a diferencia de la experiencia especular, es flexible con el otro”. (Lacan, 2014, pág. 28)

Este otro que me mira, y que me impone su deseo, me mira y sobre todo, me habla y me permite descubrirme a mí mismo como sujeto que habla. Me habla y yo respondo. “Dice” su deseo y “yo” respondo a su deseo: “Por eso lo que les designo aquí como el lugar de salida, el lugar de referencia a través del cual el deseo aprenderá a situarse, es el fantasma”. (Lacan, 2014, pág. 28)

Y este “lugar” desde el cual el “deseo” responde es el fantasma, como ese especial espacio del orden imaginario, de la imaginación, en donde el sujeto trabaja con el deseo del otro, sobre el deseo del otro y atenúa su desamparo, porque otro le ha mirado, le ha hablado.

Ahora bien, como todo lo que pasa en ese plano de lo imaginario, también el otro es aprehendido de manera desplazada, metonímica; jamás es el otro tal como es o pretende ser, sino ese otro establecido como fantasma en mi interior. Así, aquello que Lacan llama fantasmas, es esa relación enteramente ubicada como lengua que establezco con el otro imaginario, tal como su deseo habla en mi interior, en mi orden imaginario:

“…se trata del sujeto como hablante, en cuanto se revela al otro -al otro imaginario- como mirada. Cada vez que tengan que vérselas con algo que en sentido estricto es un fantasma, verán que es articulable en estos términos de referencia, en cuanto relación del sujeto hablante con el otro imaginario. Esto es lo que define al fantasma.” (Lacan, 2014, pág. 28)

Finalmente, el sujeto puede hablar porque otro le mira y le habla, porque ese otro le confiere un lugar en el mundo. El sujeto puede escapar, siempre provisionalmente de su desamparo, en cuanto ha encontrado su fantasma: su relación con el otro imaginario.

El deseo humano no es el deseo de un objeto; el deseo siempre va más allá de los “objetos del deseo”, porque la verdad de estos radica en el deseo de otro ser humano, que habla, que me mira. El deseo es deseo del deseo del otro:

“La función del fantasma es dar al deseo del sujeto su nivel de acomodación, de situación. Por eso el deseo humano tiene esa propiedad de estar fijado, adaptado, asociado, no a un objeto, sino siempre esencialmente a un fantasma”. (Lacan, 2014, pág. 28)

Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .


miércoles, 22 de febrero de 2017

LEER A LACAN. SEMINARIO 6. EL DESEO Y SU INTERPRETACIÓN. 2.

Quedar atrapado en el lenguaje quiere decir que se ingresa a un campo conformado por una cadena significantes, porque un significante “toma su valor y su sentido, a partir de su relación con otro significante dentro de un sistema de oposiciones significantes…” (Lacan, 2014, pág. 21)

La implicación que tiene para cada uno de nosotros es enorme, porque para ser sujetos tenemos que volvernos discurso. Un discurso que no se sostiene solo, que no puede ser solipsista, sino que implica desde el inicio “el hecho de que este está relacionado con otros sujetos hablantes”. La captura del sujeto en el lenguaje introduce violentamente la figura del Otro, porque no hay lenguajes privados sino siempre públicos. (Lacan, 2014, pág. 22)

De hecho, el discurso del Otro es previo a mi propio discurso; cada uno entra a formar parte de ese campo discursivo en el cual hace mucho tiempo que otros llevan hablando, en donde el cruce de significantes se torna cada vez más intrincado. Por esto, “lo que articula la cadena del discurso como algo que existe más allá del sujeto le impone a este su forma, quiéralo o no”. (Lacan, 2014, pág. 23)

El deseo se expresa dentro de esta cadena significante del discurso del Otro. Así que lo primero que se nos hace presente no es “mi deseo”, sino el deseo del Otro: “¿Qué quieres? Se plantea al Otro la pregunta acerca de lo que quiere.

Y entonces, nos encontramos con esta afirmación brutal, dicha sin querer, de paso, antes de ir a otro tema, pero que sacude los cimientos de lo que creemos ser, de la manera cómo entendemos la conformación de nuestra subjetividad:

               “…el deseo como algo que en primer lugar es el deseo del Otro”. (Lacan, 2014, pág. 24)

No se trata de que yo enuncie mi deseo y se lo plantee al otro, o se le demande al otro; eso vendrá después. El primer acceso a mi deseo es en realidad el encuentro con el deseo del Otro; la frase completa dice:

“Se la plantea desde el lugar donde el sujeto tiene su primer encuentro con el deseo, el deseo como algo que en primer lugar es el deseo del Otro”. (Lacan, 2014, pág. 24)

Para la Lacan, “la experiencia del deseo del Otro es esencial”, porque solo el Otro puede colocar frente a mí, esos significantes articulados con los que yo podré decir mi deseo, más aún tener un deseo, que en realidad son una sola cosa. Aunque aquí no se desarrolla hay que señalar que este proceso “deviene inconsciente”. (Lacan, 2014, pág. 24)

Mi experiencia del Otro es, desde el inicio, el descubrir un Otro deseante, en donde el deseo se articula, se dice, habla. Esto hace que no haya un acceso a “mi deseo” sino a través del habla del Otro, a quien pregunto qué desea. Una brecha constitutiva se instala en mi interior, en mi inconsciente, que es esta no coincidencia con mi propio deseo, que no puede sino estar mediado por el deseo del Otro dentro del sistema de significantes.

La experiencia que pueda yo tener acerca de mi propio deseo, “es al principio aprehendida como la del deseo del Otro, y en el interior de la misma el sujeto ha de situar su propio deseo. Este no puede situarse fuera de ese espacio”. (Lacan, 2014, pág. 26)

Cualquier deseo que yo pueda tener, por más personal, íntimo, particular, que me imagine que es, en realidad atraviesa por el deseo del Otro. Esta no es una característica más de mi subjetividad, sino que establece mi ser, mi calidad de ser humano, mi existencia entera. Yo soy en la medida en que mi experiencia del deseo es un viaje a través del deseo del Otro para regresar hasta mí mismo.


martes, 21 de febrero de 2017

LEER A LACAN. SEMINARIO 6. EL DESEO Y SU INTERPRETACIÓN. 1

“Este año hablaremos del deseo y de su interpretación”. Este es el núcleo del psicoanálisis, aquí se centra su tarea, porque el deseo está allá muy dentro, en el inconsciente, y solo tiene sentido si se accede a ese deseo que se encuentra detrás de los fenómenos, como su “fundamento”: “Interviene en la medida en que estas ponen en juego el deseo”. (Lacan, 2014, pág. 11)

Pero, está lejos de ser evidente qué es el deseo, porque tiende a ser reducido a “la noción de afectividad, positiva o negativa”. (Lacan, 2014, pág. 13) Se trata de preguntarse por el deseo más allá del afecto, del sentimiento; sin embargo, no existe una respuesta simple, directa.

La dirección que nos permitirá acceder a la comprensión del deseo se encuentra en el carácter de su interpretación: “El lazo interno, el lazo de coherencia, en la experiencia analítica, entre el deseo y su interpretación, presenta en sí mismo un rasgo que solo la costumbre nos impide ver: cuán subjetiva es por sí sola la interpretación del deseo. Bien parece que hay en ese algo ligado de una manera igualmente interna a la manifestación misma del deseo”. (Lacan, 2014, págs. 18-19)

De tal manera que no hay una exterioridad de la interpretación respecto del deseo, sino que este conduce a aquella; algo en el deseo lleva a esa subjetividad de la interpretación, como si el deseo pusiera las condiciones de su interpretación subjetiva. Deseo y subjetividad están estrechamente vinculados.

En este momento Lacan recurre a elementos que ha desarrollado en los seminarios anteriores y que aquí los sintetiza. Digamos que el deseo y su interpretación subjetiva solo se pueden dar en la medida en que pertenecen de lleno al orden del lenguaje y específicamente de una cadena significante: “…el psicoanálisis nos muestra en esencia lo que denominaremos la captura del hombre dentro de lo constituyente de la cadena significante”. (Lacan, 2014, pág. 19)

En la medida en que el inconsciente está estructurado como lenguaje, el deseo y su interpretación también lo están. Desentrañar lo que es el deseo nos obliga a colocarnos en esa “captura” del ser humano dentro del lenguaje.

Se trata, en este caso, de entender esa cadena significante como una forma: “…la puesta en juego de la noción de forma en cuanto aprehensión de los medios de mantenimiento de la constancia del organismo”. (Lacan, 2014, pág. 19)

Aquí cabe detenerse a reflexionar las implicaciones que tiene esta introducción de la forma. Esta se vincula a la posibilidad de supervivencia de cualquier organismo respecto de su medio, porque puede sobrevivir únicamente si mantiene una cierta regularidad, constancia, más allá de la información o de la variación de los elementos. Sin esta forma, el ser humano o cualquier otro organismo, simplemente se diluiría en la lógica del estímulo-respuesta.

El ser humano queda capturado en la cadena significante; esto es, queda capturado en una determinada forma, que al mismo tiempo que crea una serie de restricciones, permita -abre el campo de posibilidades- para su existencia desde cierta constancia en sus respuestas. A pesar de las innumerables variaciones de los estímulos y las respuestas, esa cadena significante del lenguaje nos proporciona un cierto “mantenimiento de una totalidad”, que es lo que nos permita a cada uno ser uno mismo. (Lacan, 2014, pág. 19)

La forma no es una exterioridad de la cual pudiéramos prescindir o que fuera irrelevante a la hora de ser humanos; sino que sin esta forma no seríamos tales. El deseo y su interpretación también, en este sentido, quedan capturados por esta forma que es la cadena significante.

Ahora bien, extrayendo la conclusión de lo que se ha dicho “cuando está en juego la subjetividad capturada por el lenguaje, hay emisión, no de un signo, sino de un significante”. (Lacan, 2014, pág. 20)

Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .





sábado, 15 de septiembre de 2012

HACIA UNA NUEVA DIALÉCTICA: 9.3. ZIZEK: LA DIALÉCTICA NEGATIVA.


Fredric Jameson dice que este largo siglo XXI será el de la dialéctica negativa de Adorno. Y esto se cumple fielmente en la nueva dialéctica: si quisiéramos tanto encontrar el eje de sus propuestas así como de sus diferencias, estas radicarían en la manera cómo tratan a lo negativo. Este es el campo en donde las diferencias con la dialéctica anterior –tanto aquella dogmática como los otros aportes críticos- hacen manifiestas, porque cambia la definición que se hace de lo negativo y la función que cumple.
No es de extrañar que también en Zizek la dialéctica lo negativo ocupe un lugar central, que le lleva a proponer un concepto harto distinto de los anteriores, a partir de una reinterpretación de Hegel y de lo que retoma de Lacan.
Si se coloca en el núcleo del sistema dialéctico a la negación, estamos obligados a duplicarla, porque no puede haber simplemente la negación como punto de partida. Toda negación es negación de… Retomando a Henrich en Less than nothing:
“De acuerdo con esto, la negación autónoma solo puede ser negación de la negación. Esto significa que la negación es originalmente auto-referencial: para tener solo la negación, tenemos que tener la negación dos veces.” (302)
Desde el sentido común haría falta alguna positividad que pudiera ser negada. De hecho, Hegel “inicia con una aparente positividad que, en una inspección más cercana, inmediatamente revela en ella misma su propia negación.” (303)
No se trata, todavía, de una negación externa a algún hecho, como el surgimiento de lo opuesto: burguesía-proletariado; se trata, en el ejemplo, de que “la positividad capitalista” implica, en su interior, su propia negación; más aún, esta negación interna es la única que la posibilita ser ella misma, desarrollarse y expresarse plenamente. Este sería el caso de la función de las crisis en el capitalismo.
Los procesos de mediación que llevan a su superación son posteriores, en caso de que existan. Aquí positivo y negativo co-existen dentro del mismo objeto, o del mismo fenómeno como parte de su “esencia”.
“El error de los críticos es que se les escapa este punto: lejos de ser una anormalidad amenazante al movimiento dialéctico normal, esto –el rechazo de un momento a ser atrapado en un movimiento, su adherencia a su identidad particular- es precisamente lo que sucede como regla. Un momento gira hacia su opuesto precisamente por medio de su adhesión a lo que es, rechazando reconocer su verdad en su opuesto.” (304)
Un ejemplo paradigmático de esta dialéctica negativa se encuentra en la relación entre crimen y ley. El crimen pertenece a la esfera de la moral como su momento negativo; reconoce ese orden y lo niega de modo específico. Como tal no escapa a la lógica de la moral ni pretende superarlo por otro orden; simplemente lo altera para aprovecharse de él.
La doble negación de la que habla Zizek, consiste en que “la moralidad misma es esencialmente criminal”, en su constitución, porque se levanta sobre el reconocimiento de la desigualdad, la opresión de mujeres, la lógica de la ganancia, la disparidad entre clases sociales,  etc. La moral es la moral burguesa, que se aplica ante todo al pueblo. La ley es básicamente injusta, propone una igualdad abstracta para los desiguales que habitan la sociedad.
Ciertamente que el robo se opone a la propiedad, pero no para proponer otro orden; esto es, sin salirse de su esfera. La doble negación afirma que la propiedad misma es un robo, que únicamente se conforma expropiando a otros. Así Zizek llega  a una conclusión que invierte lo que normalmente pensamos: “… la oposición de crimen y ley es inherente al crimen, la ley es una subespecie del crimen…” (308)
O para el caso del capitalismo: “… es la misma libertad capitalista que, como libertad de comprar y vender en el mercado, es la verdadera forma de la no-libertad para aquellos que no tienen sino su fuerza de trabajo para vender…” (309)
La existencia de estos planos de lo negativo: la doble negación inherente a un fenómeno y la negación que proviene de su opuesto externo, redefine radicalmente la relación entre los pares contradictorios.
Aquí lo nuevo es “la radical asimetría entre los polos opuestos.”(312) Los nazis y los judíos no son opuestos que puedan resolver mediante un tercer polo externo; son radicalmente incompatibles, en donde no cabe mediación posible.
Por eso para Hegel, según Zizek,”la meta no es (re)establecer la simetría y el balance de dos principios opuestos, sino reconocer en un polo el síntoma de la falla del otro (y no viceversa): el fundamentalismo es un síntoma del liberalismo…” (313)
Las consecuencias políticas en este caso nos llevan en otra dirección de la que estamos solemos pensar, como si tuviéramos que elegir entre el liberalismo occidental y el fundamentalismo islámico: “… el modo de superar la tensión entre el individualismo secular y el fundamentalismo religioso no es encontrar un balance adecuado entre los dos, sino abolir y superar la fuente del problema, el antagonismo que está en el corazón del proyecto individualista capitalista.” (313)
Son estas consideraciones las que le dan el nombre al libro de Zizek: “…lo que está perdido aquí es propiamente la paradoja dialéctica de una Nada que es prioritaria sobre Algo y, más aún, de un extraño Algo que es menos que nada.” (314)