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viernes, 25 de diciembre de 2020

LA VIDA DE LAS FORMAS. ENSAYOS SOBRE LA FORMA 3.

Focillon escribe este texto maravilloso en 1934, La vida de las formas[1] que, a pesar de cierto sesgo elitista, todavía puede enseñarnos bastante. Hay la tendencia a considerar las formas, sobre todo cuando se expresan como estructuras, como algo fijo, congelado, que detiene el movimiento fluido de la existencia. Sin embargo, encontramos desde el inicio que las formas tienen una vida propia que conduce a la formación de su propio mundo. Redundancia que tiene que ver con su propio carácter: las formas formadoras en su implacable tendencia a volcarse hacia fuera, a hacer mundos diría Nelson Goodman.

Citando a Balzac, Focillon dice: “Balzac en uno de sus tratados políticos: «Todo es forma, y la vida misma es forma» … y la forma es el modo de ser de la vida”. (12-13) ¿Estamos ante un formalismo que no da cuenta de la vida? La comprensión adecuada de esta afirmación exige que no reduzcamos la forma a su expresión, a “un contorno o diagrama” o imagen, sino que entendamos la forma en su máximo nivel, por ejemplo, como “construcción del espacio y de la materia”. (13)

Tampoco se puede someter la forma a su significado o capacidad de significación. La forma no es equivalente a signo, aunque todo signo tenga elementos formales sin los cuales no podría cumplir su función; con una extraña expresión, Focillon nos dice que la “la forma se significa”. (14) Toda forma contiene por sí misma un significado, independiente del que efectivamente adquiere en el momento en que determinadas formas se usan para representar. La forma se dota a sí misma de un significado; por esto, se coloca antes de cualquier representación, no tanto para eludirla cuanto para posibilitarla.  

Esta formulación pone las bases para la superación de la dualidad forma y contenido, porque la forma no es una entidad que vague en una nebulosa: “La forma tiene un sentido, el cual le pertenece totalmente; tiene un valor personal y particular que no debemos confundir con los atributos que le imponemos”. (15)

La vida de las formas, a partir de su sentido propio, se caracteriza por su capacidad evocadora, penetra en la imaginación y nos lleva hacia otras formas: “La forma persiste y se propaga en lo imaginario... un tropel de imágenes ansiosas por nacer”. (14) Aquí hay que resaltar no solamente esta capacidad de la forma de desplegarse en otras formas, de inventarse a sí misma en una multiplicidad, sino que “la forma persiste”.

La persistencia de la forma permite comprender su enorme capacidad de que una misma forma penetre en ámbitos diferentes, adquiera significados distintos; y, especialmente, viaje más allá de su espacio y de su tiempo, pegándose a otros fenómenos distintos de los originarios. Y no es que la forma sea a-histórica, o a-temporal, sino que la forma tiene este particular modo de ser histórico: nacido en una época, persiste y mediante una serie de transformaciones se adecúa a los nuevos tiempos, permitiéndoles a estos decir sus nuevas inquietudes utilizando una forma antigua embellecida para la época actual: “Puede ser que una forma se vacíe por completo y sobreviva largo tiempo a la muerte de su contenido, o bien que una renovación inesperada la enriquezca”. (16)

Una vitalidad de las formas atraviesa el mundo entero; y aquí encontramos su doble lado que no siempre queda suficientemente explicitado. Primero, las formas son hacedoras de mundos, como se ha señalado, produciendo nuevas formas y adquiriendo nuevos contenidos. Segundo, el volcarse y convertirse ellas mismas en mundo no es exterior a lo que son fundamentalmente: por el contrario, son y se agotan en su expresión; si se quedaran suspendidas sin explicitarse, indexarse, especificarse, simplemente desaparecerían o se quedarían como aparatos puramente formales esperando a encontrar una realidad en la que insertarse, como es el caso de la lógica y la matemática: “Entonces, incluso cuando nos conformamos con poner la mirada sobre simples esquemas lineales, la idea de una poderosa actividad de las formas se impone con fuerza ante nosotros. Pues éstas tienden a realizarse con extrema fuerza”. (17)

Para Focillon “…este Proteo agita y despliega su frenética vida, consistente en el remolino y la ondulación de una forma elemental” (19), pero es una inquietud inherente a la forma; se podría decir que es una de sus características ontológicas, que toda forma tiene un modo de ser; y este pasar de forma a modo es necesario, no puede dejar de suceder.

La palabra metamorfosis dice precisamente eso: una forma que va más allá de ella misma y se transforma en otra forma o en otra modalidad de la existencia de una forma. Focillon encuentra en la noción de estilo un claro ejemplo del este comportamiento. El estilo al mismo tiempo que estructura detiene, congela un modo de hacer las cosas, y una vez dado, se expresa en una multiplicidad de maneras de vivir ese estilo; como es visible en cualquier tendencia artística; así, las innumerables maneras de ser barroco o surrealista: “Por el contrario, un estilo es un desarrollo, un conjunto coherente de formas unidas por una conveniencia recíproca, pero en busca de armonía, pues ésta se hace y rehace de diversas maneras”. (21)

Nuestro autor va más lejos aún y se pregunta por la relación entre el espíritu humano y las formas. Me ha llamado poderosamente la atención una de sus aseveraciones: “La conciencia humana tiende siempre hacia un lenguaje e incluso hacia un estilo. Tomar conciencia es tomar forma. Incluso en los niveles inferiores a la zona de la definición y claridad existen formas, medidas, relaciones”. (82)

Así la consciencia sería, en último término, una forma; y, se puede añadir yendo un poco más lejos que Focillon, el espíritu humano no sería otra cosa que forma, ciertamente una forma intencional, una forma de algo, aunque este elemento husserliano se encuentra ausente en su reflexión.

Pero, está lejos de ser una afirmación metafísica o idealista; por el contrario, la forma-espíritu no vuela hacia un limbo abstracto; su finalidad se agota completamente en “inventar formas nuevas” y todo lo que hace tiene que ver con “una operación sobre las formas” (83). La “técnica del espíritu” es, en primer lugar, una técnica formal, un procedimiento, un dispositivo, una máquina formal; “La forma no es el deseo de actuar sino siempre la acción misma. No le es posible abstraerse de la materia y del espacio…” (83)

Aunque a esta frase sería indispensable hacerle una corrección que dé cuenta de lo que realmente son las formas. Por esto, diré que la forma es deseo y acción. Hay formas deseantes que lanzan su deseo a la realidad. Deseo de un encuentro con otras formas y con contenidos que realicen, siempre parcialmente, su deseo. Surgen una serie de preguntas: ¿Qué desea una forma? ¿Qué acciones se desprenden de la forma deseante? ¿Qué otras formas deseantes emergen de la primera forma? 

Esto quiere decir, para volver la frase sobre sí misma en un bucle recursivo, que el deseo es por sí mismo una máquina formal.  Y que, respondiendo en parte a las preguntas, este deseo inherente a las formas no es otra cosa que su tendencia a explicitarse en otras formas que siguen su rastro, que prolongan su modo de ser; o que, podría ser el caso, crean un nuevo objeto del deseo.

Si ahora retomamos a Focillon encontramos que él también, aunque sin extenderse en la argumentación, cierra el círculo: “Digamos, si se quiere, que el arte no se limita a revestir con una forma la sensibilidad, sino que despierta la forma en la sensibilidad”. (87) Esta frase quizás difícil de entender. Ciertamente nos está diciendo que hay una relación estrecha entre forma y sensibilidad.

Son dos niveles que tomar en consideración: en el arte se muestra una sensibilidad que toma forma, cualquier que esta sea. Cuestión que el arte posmoderno olvida con facilidad y pretende prescindir del trabajo de la forma en el arte, sin que nos quedemos presos de la reducción de la forma a figura o imagen. La segunda parte, profundiza esta relación y señala el carácter productivo de la forma, porque pone en obra la forma que toda sensibilidad oculta, la permite ser real, se convierte en la base de su existencia. Al darle forma a la sensibilidad hace que esta exista. No hay sensibilidad sin informe.

Más allá de Focillon, y con Brinkema, habría que sostener que la sensibilidad es forma, es primero forma antes de ser tal o cual manifestación. Sin mencionar el presupuesto kantiano se lo está reformulando: la forma de la sensibilidad externa, el espacio, y la forma de la sensibilidad interna, el tiempo, se transformarían en la forma-sensibilidad externa y la forma-sensibilidad interna, el tiempo. No hay una sensibilidad preexistente a la forma. Y si se apura un poco hasta se diría que aquello que se escapa absolutamente al conocimiento que es la cosa en sí, no es sino forma irreconocible.

Porque lo que se descubre aquí no es tanto que la sensibilidad adquiera una forma, que no deja de ser cierto, pero lo es de manera derivada, sino que la sensibilidad es forma. En otras palabras, solo porque son formas pueden funcionar como tiempo y espacio como condiciones de posibilidad de todo conocimiento.

He ido más allá de Focillon; sin embargo ¿no están los autores para ir más allá de ellos y obligarles a decir lo que queramos que digan a partir de extraer las consecuencias ocultas o los giros perdidos de su pensamiento?

 



[1] Focillon Henri, La vida de las formas, UNAM, México, 2010.