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martes, 19 de marzo de 2013

FENOMENOLOGÍA DE LOS OTROS

Las fenomenologías nos han dejado muchas cosas buenas, especialmente las que se refieren al método para entender nuestra conciencia; como decía Hegel en la Fenomenología del Espíritu: “es la ciencia de la experiencia de la conciencia.”
Más adelante, sobre todo Husserl, indicará el camino a seguir: la conciencia intencional encuentra que no existe la conciencia sin los objetos, sin la realidad que le es externa e independiente de su subjetividad. Además, como una parte fundamental del movimiento de la conciencia propia, encontramos a otros que nos hacen frente de un modo distinto que las cosas. Descubrimos que hay otros que son como nosotros y desde allí, emprendemos el viaje hacia la intersubjetividad, con los enormes problemas que esto trae.
Ian Bogost, en Alien Phenomenology, da un paso más e introduce la fenomenología de las cosas, de un modo no antropocéntrico: tenemos que descubrir el punto de vista de las cosas, sus modos de acción, la manera cómo aprehenden el mundo, que precisamente no es reducible a la  experiencia de la conciencia.
Entonces hay un ego que se constituye y que puede decir: yo con las cosas, yo con los otros, en las innumerables variantes que esto ha tenido en el pensamiento occidental. Se forma un ego intencional e intersubjetivo.
Lo que quiero poner en cuestión aquí es el primer movimiento de la fenomenología y, como su consecuencia, la apertura a una serie de fenomenologías, no solo las teorizadas por el realismo especulativo, que se dirige a entender las cosas por ellas mismas sin referencia a los seres humanos.
¿Es válido sostener que la experiencia fundamentante de la conciencia es esta capacidad de decir yo, aunque diga inmediatamente yo con las cosas, yo con los otros? ¿Es cierto que siempre partimos de la constitución y de los modos de conformación de nuestra propia conciencia? ¿Se debe admitir este narcisismo o, por el contrario, hace falta un pensamiento radicalmente antinarcisista?
Eduardo Viveiros de Castro señala, en Metafísicas caníbales, con toda claridad la magnitud de la tarea del desarrollo de una metafísica que no sea tanto anti-edípica sino anti-Narciso.
Comencemos por una serie de fenómenos, en los cuales podemos encontrar una serie de sujetos que están impedidos de decir yo, de alguna manera o de muchas maneras. Está, en primer lugar, el que decir: “yo; yo con las cosas; yo con los otros” es, ante todo, un hecho lingüístico. Tenemos que usar el lenguaje para poder pensar esa conciencia, esa experiencia fundamental de la conciencia.
Sin embargo, como decía Wittgenstein en las Investigaciones filosóficas, no hay lenguajes privados, todos son públicos. Por lo tanto, desde el inicio mismo, para decir lo más íntimo acerca de mí mismo, tengo que hacerlo con las palabras de los otros, de los que están allá afuera. Enunciar esto ego es un hecho lingüístico y por lo tanto, cultural.
Lacan insistirá en esta exterioridad del origen del inconsciente que no sería otra cosa que las palabras de los otros dentro de mí, organizando mi estructura psíquica, permitiendo que exista como ser humano. Solo porque hay otros que dicen “yo”, de modos distintos, me está permitido decir: “yo”.
Lejos de ser un fenómeno que estaría únicamente en el plano del inconsciente, esto de estar trabados en la posibilidad de decir “yo”, como fenómeno originario, en primer plano, es muy frecuente.
Mirando un concierto de Land-Lang, cuando este entra en el escenario, al fondo se podía ver un músico, vestido de traje formalísimo, rígido, inmóvil, con el violín sostenido por la mano izquierda, como si se hubiese quedado congelado, sin la menor expresión en su rostro. En este momento, a este músico, cuyo nombre desconocemos, cuya historia no importa, que está ahí para apoyar la destreza de la estrella del momento. ¿Se puede decir que este individuo, en este preciso momento, está en capacidad de decir yo? Y si lo hiciera, ¿alguien le oiría?
En cualquier aula, en la experiencia educativa de todos los días, hay alguien que está allí adelante, el profesor, que dice todo el tiempo: “yo, yo, yo….” Y un conjunto de alumnos que solo de manera secundaria, cuando el profesor se lo pide o se lo permite, alcanza a decir: “yo creo, yo pienso, yo opino”. Y aunque el alumno diga “yo”, tiene un estatuto ontológico menor; sus enunciaciones son secundarias en el hecho educativo, no constituyen conocimiento riguroso, están plagados de errores, no pueden acreditarse como válidas, no pueden auto evaluarse.
En las familias, cuando el padre habla: “yo he decidido que lo mejor para ti, hijo mío, al que quiero tanto, es que sigas esta carrera.” “Yo decido lo que puedes hacer y lo que no puedes hacer. ”¿Acaso el hijo está en capacidad de decir yo y si lo hace, es oído por el padre? ¿Escucha el padre al hijo, realmente? Pareciera que el hijo habla un idioma extraño, extraterrestre, que dice cosas incomprensibles, fuera de toda lógica. El padre siempre pretende que garantiza al sujeto –al hijo- más allá y por encima de sí mismo.
Cuando un gobernante y su equipo salen en los medios, hasta el cansancio, para decirle al pueblo –como ha sucedido tantas e innumerables veces en la historia-, que están haciendo la revolución, que la hacen en nuestro nombre, para nosotros; que nosotros somos objetos de la revolución y no los sujetos. ¿Puede ese pueblo, esa masa, esos oprimidos, decir: nosotros? En todo caso, dice: “nosotros quedamos profundamente agradecimos por lo que están haciendo en nuestro nombre y para nosotros.” Este es el mecanismo de los procesos de salvación.
Más bien deberíamos preguntarnos en todas las situaciones personales, sociales, políticas, en donde estamos trabados de decir “yo”, como experiencia primaria de la conciencia. Este “yo” se enuncia de manera constante, pero en tono menor, en voz baja, esperando que el poder, cualquiera que este sea,  no nos oiga.
La experiencia de decir “yo” depende de que otro diga primero y originariamente “yo” y solo entonces, alguien puede decir “yo”, que luego descubro que soy yo.
Introduzcamos aquí la hipótesis central, que será desarrollada más adelante: hay al menos dos formas de experiencia de la conciencia: aquella que está en capacidad de decir “yo”. Y aquella que primero se conforma como otro: “Yo, Lang-Lang”. Y el músico que está al fondo, mirándose a sí mismo: “Aquí hay otro.” Ese músico tendría que decir: “Hay un yo. Hay un otro.” Y solo entonces, el movimiento final: “Otro es yo.” Ese músico es el otro de Lang-Lang, trabado es su posibilidad de decir: “yo.”
Fenomenologías y no fenomenología. Una que proviene de toda la tradición occidental, en su génesis cartesiana: medito en la manera en que tengo experiencia de mi  conciencia. Otra que va en dirección contraria a la tradición cartesiana y narcisista: fenomenología de aquellos que dicen de modo originario: otro es yo. También esta es una fenomenología alien. 

lunes, 8 de octubre de 2012

OBJETOS 2. LA VIDA DE LOS OBJETOS.



La primera imagen que se viene a la mente es la del muchacho que entra en la habitación del brujo y comienza a tocar las cosas que, inmediatamente,  cobran vida. Felizmente al final de la obra, el brujo entra y las cosas se calman. (Paul Dukas, El aprendiz de brujo)
Podemos imaginarnos una situación en la que el brujo no logra controlar a las cosas que han adquirido vida definitivamente. Esto es lo que nos pasa ahora con los innumerables objetos que pueblan nuestra vida, en todos y cada uno de sus aspectos.
Es una suerte de animismo generalizado. Pero, ¿qué significa realmente que los objetos se han animado? Conocemos ya desde hace mucho tiempo que los objetos intermedian entre las relaciones de las personas: cuando entramos a comprar en la tienda, son las cosas que vamos a adquirir las cosas se colocan entre el comprador y el vendedor; lo demás carece de importancia; o si estamos en la fila del banco, en donde el dinero se convierte en el gran mediador, en el equivalente general, en el modelo de la objetualidad.
Este fenómeno llamado fetichismos de la mercancía sigue existiendo de manera poderosa y ocupa los espacios de la vida. Sin embargo, con el desarrollo brutal de las nuevas tecnologías, la vida de las cosas avanza a otro nivel.
Digamos que la existencia de los objetos tiene una vida propia y no solo aquella que se deriva del hecho de que están transportando relaciones sociales, sirviendo de intermediarios, aunque no dejen de cumplir esta función.
Los objetos se vuelven sobre sus hacedores y conforman sus espacios sociales, políticos, subjetivos. Basta referirse al efecto de la entrada de la televisión en los hogares, los cambios radicales que provocan las computadoras, los celulares, en las interrelaciones humanas. Construimos nuestras subjetividades allí en medio de las cosas, empujadas por estas en una dirección o en otra.
Los objetos delimitan y le dan forma a la experiencia de cada uno de nosotros: nos conducen a ciertos mundos, nos alejan de otros, nos dicen lo que debemos sentir y lo que tenemos que desear. Son máquinas deseantes por las que somos devorados.
Además, los objetos son puntos de vista, perspectivas, modos de aprehensión del mundo  que o no coinciden o lo hacen parcialmente con la percepción humana. Tomemos la cámara digital y reflexionemos sobre la pixelación de lo observado y su reconstitución posterior, sobre el tipo de fragmentación del mundo que introduce: un campo gigantesco de resoluciones, un grado creciente o decreciente de percepción de los detalles del mundo. O esa enorme paradoja del avance incontenible de la televisión en 3D juntada con la peor crisis del cine; así que estamos obligados a ver una horrible película en 3D, como si eso resolviera o encubriera su falta de calidad.
Estos objetos no solo son formas de percepción propias del mundo sino que alteran nuestra percepción, son prótesis que nos convierten en ciborgs. La visión humana quedará completamente alterada, más aún cuando se termine de implementar e introducir en la vida diaria, los mecanismos de producción de realidad aumentada.
(Una discusión detallada de estos temas se puede encontrar en Bogost Ian, Alien phenomenology o What it´s like to be a thing, University on Minnesota Press, Minneapolis, 2012)

miércoles, 18 de abril de 2012

Primeras impresiones 1. Ian Bogost, Alien phenomenology.


Ian Bogost, Alien phenomenology, University of Minnesotta Press, Minneapolis, 2012.

 

La fenomenología alienígena que Bogost desarrolla tiene poco que ver con los extraterrestres o con la ciencia ficción. Más bien es la ampliación del espacio "alien", de tal forma que incluya la experiencia de los otros.
Pero, ¿quiénes son estos otros que ni son humanos ni extraterrestres? Los otros son las cosas, los objetos, que se apropian de la realidad a su manera, a la que podemos acceder solo un modo analógico. Además, esa experiencia no puede ser antropomorfizada ni vinculada a las necesidades, del tipo que sean, de las sociedades humanas.
Por eso el título insiste en preguntar: qué es eso de ser una cosa o cómo será ser un cosa, sin reducirla a la cosa-a-la-mano de Heidegger o cualquier otra concepción instrumentalista de la realidad.
Las cosas aprehenden el mundo a su modo, que es en cada caso distinto y que tiene que describirse como tal. Como parte de la corriente filosófica del realismo especulativo, Bogost reivindica la democracia de los objetos; esto es, la exigencia del reconocimiento de sus derechos y especialmente del primero y fundamental: las cosas existen independientemente de los seres humanos, incluso aquellas que han sido fabricadas por estos.
Solo mediante un "metaforismo" como lo llama el autor podemos acceder a las "vivencias que las cosas" tienen respecto de las otras cosas. Para esto tenemos que rebasar el marco kantiano y volver a las cosas mismas, a que ellas puedan hablar por ellas mismas, porque hasta ahora han estado sometidas al yugo humano. Hay que liberar a la cosa en sí.
En este sentido preciso el planteamiento de la fenomenología alienígena forma parte de las corrientes llamadas posthumana. Como fenomenología de la experiencia de las cosas por ellas mismas, rebasan largamente los límites de la humanidad. Este aspecto habría sido dejado de lado por la ciencia que describe las relaciones causales pero no alcanza a mostrar el modo efectivo de existencia de los entes en general.
Estaríamos ante la conformación de dos esferas o planos separados, irreductibles: la experiencia humana y la experiencia posthumana –alien- Ambas co-existiendo en el mismo plano, con iguales derechos, sin supeditar ninguna a la otra.
Dos interrogantes iniciales se pueden plantear respecto del texto de Bogost: la primera que se refiere a la persistencia de la dualidad que se mantiene a pesar de las declaraciones en contra, porque hay dos fenomenologías incomparables, aunque compatibles en su funcionamiento, que por cierto es la definición de cyborg. ¿No sería preferible afirmar que hay una sola fenomenología que es la de los entes y que entre tantos hay algunos que llamamos seres humanos, a los cuales no les damos privilegio alguno?
Habría, por lo tanto, la "ciencia de la experiencia" de cada cosa, objeto, unidad operacional o lo que fuere. De este modo aceptamos los presupuestos del realismo especulativo, en defensa de la especificidad ontológica de las cosas; y al mismo tiempo, dejamos de lado la noción de "alien" o, si se prefiere, le damos la característica de alien a toda fenomenología y no solo a la de los objetos. Para los otros, todos somos alien.
En cuanto a la denominación del "objeto de estudio" de esta fenomenología, Bogost duda entre cosa –stuff-, object –objeto-, unidad operacional –unit operations-; cada uno de estos términos tiene alguna dificultad que proviene de la carga filosófica que tiene o de la insistencia exagerada en su funcionamiento, en su instrumentalidad.

 
Propongo que el "objeto de estudio" sea el ente, cuya definición es lo suficientemente general para englobar no solo los posthumano sino todo lo que existe o es susceptible de existir que es la definición clásica de ente.