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sábado, 10 de mayo de 2025

LA DIALÉCTICA FENOMENOLÓGICA DEL FETICHISMO DE LA MERCANCÍA

 



Antes de concluir el capítulo I, Marx se detiene bruscamente y en vez de continuar con la dilucidación de la mercancía y la forma valor introduce este acápite que, al parecer, no debería estar aquí. El curso de su investigación debería llevarle al proceso de intercambio, que se trata en el capítulo II.

De igual manera, el esquema hegeliano tomado de la Ciencia de la lógica, Las determinaciones de reflexión, que ha servido de modelo al capítulo I, deja de ser el referente y se pasa a otro plano bastante diferente, que es el tema del fetichismo de la mercancía. ¿De dónde proviene esta reflexión? ¿Por qué Marx considera indispensable ubicarla en este lugar tan temprano, cuando recién empieza a analizar la formación del capital a partir de la mercancía?

Este numeral 4 del capítulo I adopta, a mi entender, un enfoque claramente fenomenológico. Marx acude, con toda probabilidad, nuevamente a Hegel, pero rastrea en un lugar distinto de su lógica. Así que se puede sostener que El carácter fetichista de la mercancía está escrito a la manera de la Fenomenología del Espíritu de Hegel (Hegel G. , 2010); es decir, en vez de los avatares de la experiencia de la consciencia en su camino hacia el absoluto, las formas de la consciencia correspondientes a la mercancía y, por ende, al capitalismo en su momento constitutivo.

El movimiento de la consciencia en la Fenomenología del Espíritu va desde la consciencia natural hasta la consciencia de lo absoluto; pero, en donde los diferentes momentos le son necesarios para su pleno desarrollo:

Ahora bien, como esta exposición no tiene por objeto nada más que el saber que aparece, parece que ella misma no sea la ciencia libre moviéndose en su figura peculiar, sino que, desde este punto de vista, puede ser tomada como el camino de la ciencia natural acuciada por llegar al saber verdadero; o bien, como el itinerario del alma que camina por toda la serie de sus configuraciones como estaciones que su propia naturaleza le ha puesto delante, para que se purifique hasta ser espíritu al llegar, a través de la experiencia completa de sí misma, al conocimiento de lo que ella es en sí. (Hegel G. , 2010, págs. 148-149)

De tal manera que la historia de las figuras de la consciencia coincide con la historia de la cultura, porque efectivamente es ella misma la que va haciendo experiencia de los momentos en los que existe:

Antes bien, la serie de sus configuraciones, que la conciencia va recorriendo por este camino, es la historia exhaustiva de la cultura como formación de la conciencia misma, hasta llegar a la ciencia. (Hegel G. , 2010, pág. 149)

Marx toma de la fenomenología hegeliana esa experiencia histórica de la consciencia, dejando de lado ese camino necesario hacia la consciencia de lo absoluto; así, la consciencia burguesa como consciencia natural se corresponde con su respectivo referente ontológico, que es, en este caso, los diferentes movimientos del proceso de producción y de circulación. Esta articulación de los aspectos de la realidad es una de las características centrales que comparten Hegel y Marx, en cuanto se trata de describir y explicar los procesos de objetivación de la mercancía – que es el plano ontológico- y la manera cómo la consciencia los percibe -que es el plano epistemológico-, además de las variaciones internas de las dos fases.

Es decir, una descripción fenomenológica que muestra los modos de objetivarse de la mercancía y la consciencia que se toma de estos modos; pero, tomando en cuenta que dichas expresiones de la mercancía al mismo tiempo que se manifiestan ante la consciencia también ocultan su esencia. Esta dialéctica fenomenológica es la que está en juego en el fetichismo de la mercancía y que a través de las descripciones del fenómeno mercancía conduce a su explicación plena.

Entonces, sigamos paso a paso la fenomenología de la mercancía. Marx parte de esa dualidad de la mercancía, que le lleva a ser evidente y natural, y, al mismo tiempo, misteriosa:

A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. (Marx, 1975, pág. 87)

Marx ejemplifica, en un lenguaje vívido, una mesa que se transmuta cuando se presenta como mercancía:

No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar. (Marx, 1975, pág. 87)

Así que su carácter quimérico no proviene del valor del uso, porque al fin de cuentas solo son manifestaciones del trabajo humano social. Pero, este carácter misterioso no proviene de una fuente externa, sino que le es inherente a la propia mercancía: “¿De dónde brota, entonces, el carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía? Obviamente, de esa forma misma”. (Marx, 1975, pág. 88)

La esencia que está detrás del fenómeno de la mercancía no es otra que su “carácter social” que se manifiesta ante la consciencia “como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores”. (Marx, 1975, pág. 88)

Aquí encontramos tres aspectos de esta dialéctica fenomenológica de la mercancía: el carácter social que se objetiva, la mediación de las relaciones sociales por medio de los objetos puestos precisamente por la producción de mercancías y, finalmente, que tanto la objetivación como la mediación por medio de las cosas se hace al “margen de los productores”, con independencia de ellos, que se presenta como ajeno.

Además, se debe tomar en cuenta, lo que es una cuestión crucial, que este proceso de objetivación le es “inherente” a la mercancía y, por eso, necesario; es decir, la objetivación del carácter social tiene que darse obligatoriamente. El quid pro quo sintetiza este proceso: las relaciones objetivas se colocan en vez de las relaciones sociales, aunque en el fondo son su expresión. (Marx, 1975, pág. 88)

A través de la comparación con los fenómenos religiosos Marx define lo que entiende por fetichismo; como en el mundo de lo sagrado, que es producido por esa proyección de valores humanos hacia la esfera de lo trascendente, la mercancía se presenta como “figura autónoma, dotada de vida propia”:

De ahí que para hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil. (Marx, 1975, pág. 89)

Marx insiste en que este carácter fetichista nace en el mismo momento en que se produce la mercancía, como uno de sus atributos propios del que no puede prescindir. Es decir, dados las características de la forma valor no cabe otra alternativa en el capitalismo que su expresión fetichizada, en donde la mercancía se muestra como fundamentada en sí misma: “Ese carácter fetichista del mundo de las mercancías se origina, como el análisis precedente lo ha demostrado, en la peculiar índole social del trabajo que produce mercancías”. (Marx, 1975, pág. 89)

¿En dónde se origina este carácter fetichista inherente de la mercancía? ¿De dónde procede su inevitabilidad? Esto se debe a la separación que existe entre los productores, sobre todo cuando el capitalismo ya está plenamente desarrollado y la división del trabajo es prácticamente mundial. Son los productos que se intercambian sin que los productores se conozcan y sin que tengan el más mínimo contacto entre ellos.

Entonces, se intercambian objetos, cosas, productos, denominados mercancías; y es este intercambio el que se presenta ante la consciencia de la personas: “Como los productores no entran en contacto social hasta que intercambian los productos de su trabajo, los atributos específicamente sociales de esos trabajos privados no se manifiestan sino en el marco de dicho intercambio”. (Marx, 1975, pág. 89) En términos fenomenológicos, la mercancía en el proceso de circulación es el objeto inmediato de la consciencia.

El fenómeno denominado mercancía existe en la medida en que se expresa, se objetiva, adquiere consistencia como cosa real que es. La mercancía no puede evitar objetivarse en el intercambio, de hecho, el proceso de producción produce valores de uso que satisfacen necesidades y que tienen un modo de existencia objetivo. Esta objetivación inherente no desaparece en ningún caso y es doble, como objetividad del valor de uso -cosa útil- y como objetividad del valor -cosa de valor-; la una expresa el trabajo humano; la otra, las relaciones sociales subyacentes.

Es sólo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de uso, sensorialmente diversa. Tal escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor ... (Marx, 1975, pág. 89)

Dado de esta manera el fenómeno de la mercancía, en su doble objetivación y en la inmediatez del intercambio, está listo para presentarse de este modo a la consciencia; esta capta en esta primera forma de consciencia la utilidad del objeto -valor de uso- y el hecho de que ha sido intercambiado por otro a través del dinero:

El cerebro de los productores privados refleja ese doble carácter social de sus trabajos privados solamente en las formas que se manifiestan en el movimiento práctico, en el intercambio de productos : el carácter socialmente útil de sus trabajos privados, pues, sólo lo refleja bajo la forma de que el producto del trabajo tiene que ser útil, y precisamente serlo para otros; el carácter social de la igualdad entre los diversos trabajos, sólo bajo la forma del carácter de valor que es común a esas cosas materialmente diferentes, los productos del trabajo. (Marx, 1975, pág. 90)

La función del dinero...

Pero es precisamente esa forma acabada del mundo de las mercancías -la forma de dinero- la que vela de hecho, en vez de revelar, el carácter social de los trabajos privados, y por tanto las relaciones sociales entre los trabajadores individuales. (Marx, 1975, págs. 92-93)

Con esto tenemos una primera descripción del fenómeno mercancía. De una parte, aquello que se pone como objetivo en realidad y que se coloca ante la mirada de las personas sin que estas entiendan el misterio que las rodea: “El valor, en consecuencia, no lleva escrito en la frente lo que es. Por el contrario, transforma a todo producto del trabajo en un jeroglífico social”. (Marx, 1975, págs. 90-91)

De otra parte, el fenómeno mercancía oculta el fundamento social que le es subyacente y que constituye el valor; esto es, proceso de expresión del fenómeno, que es al mismo tiempo proceso de ocultamiento de su fundamento, que solo podrá develarse más adelante a través de la ciencia y que permitirá “descifrar el sentido del jeroglífico, desentrañar el misterio de su propio producto social, ya que la determinación de los objetos para el uso como valores es producto social suyo a igual título que el lenguaje”. (Marx, 1975, págs. 90-91)

Sin embargo, este doble proceso de mostración del fenómeno mercancía alcanza un nuevo nivel de expresión, porque la doble objetivación que lleva dentro de sí de manera escindida las relaciones sociales conduce a la supeditación de los productores a los productos, de las personas a las mercancías. La manifestación de las relaciones sociales como relaciones entre las cosas significa, en los hechos y por ende, para la consciencia, estar sometido a las cosas.

Su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas. (Marx, 1975, pág. 91)

Hasta aquí tenemos la descripción de la manifestación doble de la mercancía y del modo como es percibida por la primera forma de la consciencia, como consciencia inmediata que capta las relaciones sociales como relaciones entre las cosas. La segunda forma de la consciencia corresponde la ciencia; esta es la que descubre lo que está detrás del carácter misterioso de la mercancía; es decir, explicita el fundamento de la mercancía que se encuentra en la forma valor.

 El descubrimiento científico ulterior de que los productos del trabajo, en la medida en que son valores, constituyen meras expresiones, con el carácter de cosas, del trabajo humano empleado en su producción...  (Marx, 1975, págs. 90-91)

Pero, la aparición de la consciencia científica también tiene requerimientos que se deben cumplir para poder darse y ejercer su función de develamiento de la verdad de la mercancía. Las exigencias para que la ciencia cumpla su función son las siguientes: tener un capitalismo ya desarrollado y actuar después de que los hechos se han dado.

Mientras no se tiene ya presente tanto la subsunción formal como la real, y la reproducción ampliada del capital, que penetra finalmente en todas las esferas de la vida, la ciencia no puede descubrir la esencia de los fenómenos:

Se requiere una producción de mercancías desarrollada de manera plena antes que brote, a partir de la experiencia misma, la comprensión científica... (Marx, 1975, pág. 92)

La ciencia viene luego de que los hechos están dados; primero lo real, luego la consciencia científica de lo real. En este caso, el fenómeno mercancía se presenta no solo ante las personas, sino ante la ciencia como algo simplemente dado, como una “forma natural”, es decir, como una objetivación naturalizada, como un dato inmediato que simplemente cabe analizar.

La reflexión en torno a las formas de la vida humana, y por consiguiente el análisis científico de las mismas, toma un camino opuesto al seguido por el desarrollo real. Comienza post festum [después de los acontecimientos] y, por ende, disponiendo ya de los resultados últimos del proceso de desarrollo. Las formas que ponen la impronta de mercancías a los productos del trabajo y por tanto están presupuestas a la circulación de mercancías, poseen ya la fijeza propia de formas naturales de la vida social, antes de que los hombres procuren dilucidar no el carácter histórico de esas formas -que, más bien, ya cuentan para ellos como algo inmutable- sino su contenido. (Marx, 1975, pág. 92)

La tarea de la ciencia consiste precisamente en cuestionar ese carácter aparentemente natural de la mercancía y del sometimiento de las personas a los movimientos de las cosas; así la ciencia se ocupa de develar el contenido que efectivamente está detrás de la doble objetividad de la mercancía y que es, como Marx insiste, el valor.

La dilucidación científica de la verdad de la mercancía tiene un límite muy claro. Para Marx, la ciencia permite comprender la función de la forma valor que sustenta la mercancía y descubrir que detrás de las relaciones entre las cosas se encuentra las relaciones sociales:

La determinación de las magnitudes de valor por el tiempo de trabajo, pues, es un misterio oculto bajo los movimientos manifiestos que afectan a los valores relativos de las mercancías. Su desciframiento borra la apariencia de que la determinación de las magnitudes de valor alcanzadas por los productos del trabajo es meramente fortuita, pero en modo alguno elimina su forma de cosa. (Marx, 1975, pág. 92)

Esta comprensión científica no hace desaparecer el hecho de que la expresión del valor en la mercancía se haga a través de la su forma de cosa. Esta afirmación significa que la sola comprensión científica no altera los hechos, que se mantienen en su estado de manera persistente; esto es, comprender que el fundamento de la mercancía es el valor no hace desaparecer ese hecho, que es el núcleo del capitalismo.

Pero, por otra parte, también se refiere a una cuestión igualmente profunda, que la necesidad de la objetivación tanto del valor de uso como del valor, sin la cual no pueden existir. Es decir, la fuerza de trabajo no tiene otra alternativa que objetivarse en un producto; la forma valor existe en la medida en que se objetiva. Así, que el problema del capitalismo no radica en la objetivación, que es necesaria, sino en que dicha objetivación vela las relaciones sociales, que son de explotación, que están detrás de este.

Ahora bien, la economía política clásica en cuanto ciencia también ha quedado presa de la naturalización de la mercancía, a pesar de haber descubierto muchos de los aspectos del fenómeno mercancía. Su limitación fundamental, que es al mismo tiempo su carácter de clase burgués, lleva a que deje de lado la cuestión central de la forma valor.

Ahora bien, es indudable que la economía política ha analizado, aunque de manera incompleta, el valor y la magnitud de valor y descubierto el contenido oculto en esas formas. Sólo que nunca llegó siquiera a plantear la pregunta de por qué ese contenido adopta dicha forma; de por qué, pues, el trabajo se representa en el valor, de a qué se debe que la medida del trabajo conforme a su duración se represente en la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo. (Marx, 1975, págs. 97-98)

En la Nota 32, esta situación se explicita de tal manera que se vuelve evidente en donde estaba trabada la economía clásica y que no le permitía desentrañar el misterio de la mercancía:

Una de las fallas fundamentales de la economía política clásica es que nunca logró desentrañar, partiendo del análisis de la mercancía y más específicamente del valor de la misma, la forma del valor, la forma misma que hace de él un valor de cambio. (Marx, 1975, págs. 98, Nota 32)

Triunfa el proceso de naturalización que hace que la economía clásica no alcance a comprender todo el fenómeno y precisamente por ello se torna necesaria la crítica de la economía política, para llegar a la conformación de una economía clásica plenamente científica; esto es, que de cuenta tanto de las expresiones del fenómeno como de su fundamento:

... su pertenencia a una formación social donde el proceso de producción domina al hombre, en vez de dominar el hombre a ese proceso, la conciencia burguesa de esa economía las tiene por una necesidad natural tan manifiestamente evidente como el trabajo productivo mismo. (Marx, 1975, pág. 99)

En este contexto, Marx sin mencionar la palabra comunismo muestra lo que este nuevo modo de producción sería, como una alternativa al capitalismo. Aquí el eje está en el tiempo de trabajo socialmente necesario como medio de cálculo tanto para satisfacer las necesidades individuales como para planificar la nueva sociedad. Esto quiere decir que no se produce un retroceso solamente hacia el valor de uso, sino que la sociabilidad alcanzada sirve ahora de base para un mundo no capitalista, en donde las relaciones sean transparentes y por tanto la consciencia no esté velada, sino que se perciban las relaciones entre seres humanos como tales, detrás de las necesarias objetivaciones, en este caso del valor de uso y del trabajo socialmente necesario, una vez que haya desaparecido la forma valor.

A pesar de lo extenso de la cita, creo que es necesario mantener esta declaración comunista de Marx dentro de El Capital, como parte de su enfoque dialéctico, que es crítico, y que tiene aun sin nombrarlo una clara intención emancipatoria:

Imaginémonos finalmente, para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas. fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social. Todas las determinaciones del trabajo de Robinsón se reiteran aquí, sólo que de manera social, en vez de individual. Todos los productos de Robinsón constituían su producto exclusivamente personal y, por tanto, directamente objetos de uso para sí mismo. El producto todo de la asociación es un producto social. Una parte de éste presta servicios de nuevo como medios de producción. No deja de ser social. Pero los miembros de la asociación consumen otra parte en calidad de medios de subsistencia. Es necesario, pues, distribuirla entre los mismos. El tipo de esa distribución variará con el tipo particular del propio organismo social de producción y según el correspondiente nivel histórico de desarrollo de los productores. A los mismos efectos de mantener el paralelo con la producción de mercancías, supongamos que la participación de cada productor en los medios de subsistencia esté determinada por su tiempo de trabajo. Por consiguiente, el tiempo de trabajo desempeñaría un papel doble. Su distribución, socialmente planificada, regulará la proporción adecuada entre las varias funciones laborales y las diversas necesidades. Por otra parte, el tiempo de trabajo servirá a la vez como medida de la participación individual del productor en el trabajo común, y también, por ende, de la parte individualmente consumible del producto común. Las relaciones sociales de los hombres con sus trabajos y con los productos de éstos, siguen siendo aquí diáfanamente sencillas, tanto en lo que respecta a la producción como en lo que atañe a la distribución. (Marx, 1975, pág. 96)

Y añade más adelante:

El reflejo religioso del mundo real únicamente podrá desvanecerse cuando las circunstancias de la vida práctica, cotidiana, representen para los hombres, día a día, relaciones diáfanamente racionales, entre ellos y con la naturaleza. La figura del proceso social de vida, esto es, del proceso material de producción, sólo perderá su místico velo neblinoso cuando, como producto de hombres libremente asociados, éstos la hayan sometido a su control planificado y consciente. Para ello, sin embargo, se requiere una base material de la sociedad o una serie de condiciones materiales de existencia, que son a su vez, ellas mismas, el producto natural de una prolongada y penosa historia evolutiva. (Marx, 1975, pág. 97)

Bibliografía

Hegel. (1966). Fenomenología del espíritu. México: FCE.

Hegel, G. (2010). La fenomenología del espíritu (Bilingüe ed.). (A. Gómez Ramos, Trans.) Madrid: Abada.

Marx, K. (1975). El Capital (Vol. Tomo I/Vol.I). (P. Scaron, Trans.) México: Siglo XXI.

 

 

domingo, 5 de enero de 2014

LOS OBJETOS TECNOLÓGICOS. (BAUDRILLARD)



Nada tan urgente en nuestra época como el regreso a la crítica de la economía política. Y esto por múltiples razones que tienen que ver, ante todo, con una premisa fundamental: vivimos bajo la égida del capitalismo tardío, que se encuentra en lo que quizás es la su crisis más profunda desde sus inicios.
En el mundo actual debatimos de infinidad de temas: cultura, ecología, racismo, poder, soberanía, entre tantos otros. Sin embargo, se extraña permanentemente esta ausencia de cualquier referencia al capitalismo, sobre el cual se hace un profundo silencio, como si fuera parte de un destino del que no podemos escapar.
Quizás uno de los fenómenos más llamativos sea el de los estudios culturales, que en algunas de sus corrientes aparece como extremadamente radical y que deja de lado la referencia al hecho básico de que el par modernidad/colonialidad –y cualquiera de sus variantes o desarrollos actuales- solo pueden explicados adecuadamente si se ven como lo que son: estrategias de expansión y reproducción ampliada del capital, aunque a partir de allí terminen por ser muchas cosas más.
Entonces, no tiene que ver con un regreso nostálgico a las fuentes marxistas, sino con la urgencia de comprender las sociedades actuales, sus procesos de modernización tardía, las crisis brutales que la atraviesan y las limitaciones económicas y políticas de las propuestas alternativas. La actualidad de Marx deriva de la persistencia del capitalismo tardío.
Volviendo a Baudrillard, digamos que los que nos interesa resaltar es tanto el retorno a la economía política –que es su punto de partida- como la necesidad de su ampliación, de tal manera que se incluyan en dicha perspectiva los fenómenos actuales económicos y culturales, tecnológicos y simbólicos, colectivos e individuales.
Baudrillard en El sistema de los objetos (1968), (Baudrillard J. , 1969), parte de la economía política de Marx, para ir más allá de esta y traspasar sus límites, quebrar sus bordes y abrir este campo a otras reflexiones, que incluyan, de una nueva manera, los productos culturales.
El punto de partida se encuentra en el fetichismo de la mercancía y en su radicalización. Este fetichismo, en la versión marxista, consistía en mostrar cómo las relaciones sociales aparecían mediadas por las cosas y, de hecho, cosificadas. (Marx, 1975) (Lukács, 1985) Las formas de opresión que subyacen a este  mundo, se esconden en las cosas y así logran un nivel de eficiencia mucho mayor, además de permitir que se incorporen a nuestro modo de ver el mundo y de actuar en este.
El lugar de inicio de la reflexión de Baudrillard es precisamente este: en ese mundo fetichizado de las mercancías como intermediarias de las relaciones sociales, los objetos se autonomizan de lo que les sustenta y adquieren vida propia. La primera y radical consecuencia, que será una constante en su pensamiento, es “…el desvanecimiento de la relación simbólica…” (Baudrillard J. , 1969, pág. 59), en la medida en que los objetos reemplazan el intercambio simbólico que se estaba produciendo entre compradores y vendedores en la esfera de la circulación.
Los objetos se convierten en objetos técnicos y llevan esta característica hasta límites insospechados en la era del software y el hardware, en la época que vivimos ahora que es la de los “objetos inteligentes.” Por otra parte, los “gestos” simbólicos que acompañaban a la producción son cada vez más reducidos al predominio de los objetos, que no transportan o encarnan simbólicos sociales y subjetivos, sino que, por el contrario, desechan las subjetividades que quedan prisioneras de esta lógica tecnológica: “Ahora  bien, todo esto es desalentado, desmovilizado por el objeto técnico. Todo lo que estaba sublimado (por consiguiente, simbólicamente investido) en el gestual de trabajo es hoy rechazado. “ (Baudrillard J. , 1969, pág. 60)
El ejemplo que pone Baudrillard apenas si deja vislumbrar lo que realmente han llegado a ser los objetos tecnológicos, en donde la forma se realiza plenamente como tal, sin necesidad de volver la mirada para preguntarse por su fundamento, por el orden simbólico que debería acompañarle:

“La  empuñadura   de   la   plancha   se   esfuma, se  “perfila”  (el  término  es  característico   en   su   pequeñez y su abstracción), apunta  cada  vez  más  a  la  ausencia del gesto y,  en  el  caso  límite,  esta  forma  ya  no  será de ninguna manera  manual,  sino  simplemente  manejable:  la  forma,  al  consumarse,  habrá  relegado  al  hombre a la contemplación de su poderío.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 62)
Se llega, entonces, a un nuevo nivel de abstracción, que es no es solamente aquella que separa el valor de cambio del valor de uso, dejando de lado las características específicas de las cosas, para lograr ser cambiadas a través del equivalente general; sino que ahora se abstrae el plano simbólico, el mundo de las significaciones, de las representaciones. En este sentido, todo objeto técnico es un objeto abstracto, porque está separado de la vida de las personas como origen, como sustento: “La abstracción del poderío… Ahora bien, este poderío técnico ya no puede ser mediatizado: no guarda ya una medida común con el hombre y su cuerpo. Por consiguiente, tampoco puede ser simbolizado.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 62)
Los objetos se colocan delante de nosotros, son como una avanzada que rastrea el mundo al mismo tiempo que lo crea y al cual llegamos nosotros tardíamente. Si bien es cierto que salen de la mano de otros seres humanos, llegan a nosotros independizados de sus productores, con una vida y una lógica propias que se nos imponen.
Quizás al principio nos resulte desconcertante, luego se nos hace parte de la existencia misma, a tal extremo que se convierten en paradigma del comportamiento social, en donde –inaugurando otra forma de funcionalismo- el privilegio del pensamiento y la acción técnicas penetra en todos los sectores, porque se cree que la aplicación de determinados instrumentos son suficientes para crear la realidad, a la que efectivamente parecen estarse aplicando, que conducen a “…un mito funcionalista, la de la virtualidad de un mundo totalmente funcional, del que cada objeto técnico es ya un indicio.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)
Se inaugura una nueva era que es la del objeto tecnológico, en donde lo importante no está exclusivamente en el privilegio ontológico de este, ni siquiera en la epistemología que oculta, en la medida en que estos objetos son simultáneamente conceptos: objetos-conceptos; esto es, instrumentos cognoscitivos con los cuales percibimos la realidad de un determinado modo.

Esta objetualidad técnica se convierte en el paradigma del conjunto de esferas sociales. Se cree que por sobre los aspectos políticos, económicos, ideológicos, están ubicadas las soluciones técnicas. Por ejemplo, en una típica campaña electoral en nuestros tiempos, se contratan un conjunto de asesores técnicos, de expertos en diversas áreas: campañas, publicidad, discursos, que llegan ciertamente con una gran formación y experiencia. Cada uno trae una serie de recetas causi-mágicas que llevarán hipotéticamente al triunfo del candidato. Estos expertos carecen, según ellos de ideología y por eso pueden estar al servicio de candidatos que van de la extrema derecha a la izquierda. Los mismos estados se encuentran invadidos por esta plaga de expertos, que aplican las orientaciones políticas y tratan a la sociedad como si fuera un objeto tecnológico, en donde lo único necesario es conocer de memoria su manual de funcionamiento.

Por eso, Baudrillard habla del aparecimiento de esta nueva mitología, aquella que viene con la tecnología:

“…lo real a partir del signo, que era la regla del mundo mágico. “Una parte del sentimiento de eficacia de la magia primitiva se ha convertido en creencia incondicional en el progreso”, dice Simondon (op. cit ., p. 95). Esto es verdad de la sociedad técnica global, y lo es también de manera más confusa, pero tenaz, del ambiente cotidiano, en el que el menor gadget es el foco de un área tecnomitológica de poderío. El modo de uso cotidiano de los objetos constituye un esquema casi autoritario de presunción del mundo.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)

Esta “ideología” de lo objetual –ella misma objetual-, ha abierto el espacio para nuevas reflexiones sobre las cosas, sobre su fenomenología independientemente de las personas, del orden simbólico, de la construcción social. Se ha desarrollado una ontología de las cosas que propone liberarlas de la opresión de los sujetos.  (Harman, 2005), (Bogost, 2012)

Objetos que requieren de toda una analítica para su adecuada comprensión, que queda oculta bajo la piel de la brutal eficiencia de su funcionamiento, como pasa ahora con las computadoras, las tablets, los teléfonos inteligentes, con todo el software incluido dentro, que actúa como si fuera un mago colocado detrás de las cosas, sin que logremos descifrar sus secretos. (Miller, Home Possessions, 2001) (Miller, Materiality, 2005)

En la vida diaria se ha vuelto realidad el hecho de que estamos dentro de una maquinósfera y que nosotros somos terminales menos inteligentes que la gran máquina que da cuerda al mundo –Haruki Murakami (Murakami, 2001)-, fascinados por los objetos que no podemos dejar de utilizar; o mejor, que juegan con nosotros, que nos llevan de un lugar a otro, que entran de lleno en la constitución de nuestra subjetividad.

Para Baudrillard, las capacidades de significación se han quedado cortas, las representaciones no alcanzan a tocar la ontología de las cosas y este retorno “a las cosas mismas” husserliano (Husserl, 1991), ya no significa una mejor comprensión de la subjetividad, sino su abandono.

“De hecho, se ha producido una verdadera revolución en el nivel cotidiano; los objetos se han vuelto hoy más complejos que los comportamientos del hombre relativos a estos objetos. Los objetos están cada vez más diferenciados, nuestros gestos cada vez menos. Podemos expresar esto de otra manera: los objetos ya no están rodeados de un teatro de gestos en el que eran las funciones, su finalidad, sino que hoy en día son los actores de un proceso global en el que el hombre no es más que el personaje o el espectador.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 63)

La disolución de la dualidad sujeto/objeto, sobre la que estuvo construida la modernidad, no solo tiene consecuencias sobre los objetos –tal como lo describe Baudrillard-, sino que la subjetividad entra en una fase de descomposición.

Al estar centrada la formación de los sujetos sobre su dominio, proyección y manipulación de los objetos, la retirada de estos deja a los sujetos sin el objeto de la representación que, de este modo, se vacía. El mundo simbólico se anula al  no poder acceder a su referente, que ahora es el que conduce el proceso de la existencia. Nos sentamos a mirar la algarabía de los objetos, la sociedad del espectáculo es la sociedad objetual del espectáculo. Ellos están sobre el escenario, son las estrellas del momento, la fuente de nuestros deseos y necesidades:

“Tal vez haya que buscar ahí la razón, después de la primera euforia mecánica, de esa satisfacción técnica morosa, de esa angustia particular que nace en los que han sido objeto del milagro del objeto, de la indiferencia forzada, del espectáculo pasivo de su poderío.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 63)

Vemos aparecer en este momento un término que será estructurante en el pensamiento de Baudrillard: simulacro. Aquella realidad tan querida por nosotros, sobre la que volcamos nuestras acciones, ha dejado de ser lo que era, ha devenido simulacro, no tanto porque haya penetrado en el mundo virtual, sino porque al carecer de objeto, hay preguntarse si realmente existe, si efectivamente se da; o, si para darse tiene que someterse a alguna objetualidad, sin la cual realmente no sucede.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación hacen precisamente esto, no solo son mediadoras que transmiten un mensaje, sino que la realidad –para nosotros- solo existe si pasa por la pantalla. Será por eso que cada vez trasladamos nuestra vida a la pantalla (Galloway, Polity Press), porque únicamente allí parece que podemos ser lo que queremos ser. Se vuelve así un simulacro.
Podemos preguntarnos hasta qué punto Facebook y las redes sociales no son simulacros, sustitutos, que terminan por ser más importantes que la vida propia y más aún, la vida de cada uno se ve obligada a parecerse a la imagen que hemos construida de ella. Por esto Baudrillard puede afirmar que el hombre es una abstracción.
¿En qué sentido el hombre se ha vuelto abstracto? Ha habido un proceso de separación entre el sujeto y el objeto y, especialmente, la función sígnica  característica del lenguaje y la cultura han quedado supeditadas a la lógica de los objetos técnicos. Hay que tomar en cuenta, además, que estamos hablando de un simulacro que no es tal respecto de una realidad –que es su sentido clásico- sino un simulacro de sí mismo, autorreferencial:
“Si el simulacro está tan bien hecho que se convierte en ordenador eficaz de la realidad, ¿no ocurrirá, entonces, que será el hombre el que, respecto del simulacro, se convertirá en abstracción? Lewis Mumford observaba ya (Technique et civilisation , p. 296): “La máquina conduce a una eliminación de funciones que llega a la parálisis.” No es ésta una hipótesis mecánica, sino una realidad vivida: el comportamiento que imponen los objetos técnicos es discontinuo, es una sucesión de gestos pobres, de gestos–signo, cuyo ritmo está borrado.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 64)

Esta descripción de lo que sucede con la relación entre sujetos y objetos se ajusta bastante bien a la realidad. La carrera desbocada por producir objetos tecnológicos parecería no tener fin, mientras los contenidos, junto con el plano simbólico, caen en picada sin encontrar límite en su descenso al infierno de los medios y de la publicidad.
Quizás en el lugar en donde esto se puede ver con toda claridad se encuentra en la televisión. La calidad de esto aparatos crece in cesar, más aún ahora que se anuncia una resolución 4K que va muchísimo más lejos que la alta definición. Sin embargo, cuando enciendes la televisión, lo que vemos en ella es cada día peor, cada vez más cerca de la catástrofe kitsch. De un lado la repetición de lo mismo en la televisión por cable, en donde pasan una y otra vez las mismas películas, siempre como una falsa novedad. De otro, la invasión de la subcultura norteamericana, que va desde Las verdaderas mujeres asesinas hasta El precio de la historia pasando por la gama interminable de la aventura extremo, que colapsa desde A prueba de todo a las series del hombre desnudo, la pareja desnuda, sobreviviendo en ambientes imposibles, sin dejar de lado los “reportajes” sobre los extraterrestres o los buscadores de fantasmas. Desde luego, todo esto se puede ver en una televisión LED, con la máxima resolución, cuando deberían ser condenadas a la más baja resolución, para no nos demos cuenta de lo espantosas que son.
El colmo de esta situación, del simulacro de sí mismo en la producción cinematográfica o televisiva, llega en este momento de la mano de los tiburones. Ahora vuelan en tornados que atacan las ciudades o son tiburones fantasmas que nos acosan por todas partes. Hasta el miedo se ha convertido en un pastiche de sí mismo.
¿Qué nos queda entonces sino la fascinación por el objeto tecnológico que traslada de la cuestión acerca de qué vemos, qué consumimos, por el medio, por el soporte, por la calidad de la imagen de súper alta resolución o del falso 3d que nos obliga a ponernos unas gafas incómodas en el colmo de la simulación?
Baudrillard resalta esta situación como el modelo de lo que pasa en nuestra cultura: la pérdida de lo simbólico, la quiebra de las significaciones, la banalidad y el simulacro que encontramos en todo lado.
Sin embargo, a pesar de la certeza de esta aproximación realizada por Baudrillard, nada es tan simple. Un enfoque que tome este punto de partida –como se pretende aquí- no puede completarse con un regreso a la dualidad de sujeto-objeto, a la manera moderna, incluso porque “nunca hemos sido modernos” ( (Latour, 2007), al menos no del modo en que esa historia fue narrada. Ni tampoco quedarnos encerrados en la posmodernidad, porque simplemente sería el triunfo de la banalidad y de la transparencia del mal.
Para encontrar un camino, regresamos a la teoría del fetichismo de la mercancía desarrollada por Marx, que fue justamente el punto de partida de Baudrillard. Como sabemos, este fetichismo implica que las relaciones sociales se cosifican, aparecen mediadas por los objetos. Introducimos aquí una extensión de este enfoque que sostiene que existe un reverso fetichismo.
De una parte, el fetichismo clásico descrito por Marx en El Capital; y de otra, el reverso del fetichismo ya no de las relaciones sociales, sino aquel que atrapa a los objetos abstractos, en cuanto se separan del mundo de las significaciones sociales y subjetivas, y pasan a expresar relaciones entre sí mismos, como si fueran exclusivamente concreciones de lógicas tecnológicas, de racionalidades funcionalistas, sometidas plena pero ocultamente a la valorización del capital.
La liberación de los objetos de su sometimiento a esta opresión tecnológica, tiene que ir de la mano de la liberación de los sujetos de la opresión del capital. Un regreso “a las cosas mismas” o la posibilidad de una fenomenología alien –aquella que corresponde a las cosas sin que la referencia a lo humano sea lo fundamental (Bogost)- solo se podrá dar cuando se quiebre el dominio del valor y de la ganancia.
Nos es casi imposible pensar qué sería los objetos tecnológicos si no estuvieran sometidos a la realización del valor, de qué manera se volverían a encontrar con los seres humanos, para producir no tanto un continuo entre naturaleza y humanidad –Latour- sino  el surgimiento de ciborgs: entes con partes compatibles pero incomparables.
¿Qué pasaría si colocáramos en esa objetualidad a-significante un interés emancipatorio dejando de lado su parte opresiva, su sometimiento al mercado? ¿De qué manera, bajo qué condiciones, se produciría un nuevo campo de significaciones, una re-invención de lo simbólico, de la representación en la conjunción ciborg de sujeto y objeto tecnológico? (Aquí se puede ver la necesidad, la urgencia, de la crítica del discurso posmoderno, que tiene que ser rebasado, más allá de lo performativo o mejor, entendiendo este performance como un hacer a través de… y además como el surgimiento de una discursividad, de una narratividad, que parecería haber sido abolida.)
De otro modo, la cuestión que podría desprenderse de las consideraciones de Baudrillard, aceptando su punto de vista como el mejor síntoma de lo que sucede en nuestro tiempo, se refiere a la reconstrucción de esa lógica de los objetos, el simulacro de lo humano, la estrategias fatales que reemplazan a las reales, la cada vez más espantosa transparencia del mal. Sin embargo, este sería solo la mitad, porque falta la mitad del relato.
Esto es, ¿qué dicen esos objetos tecnológicos, de qué hablan, que discursos permiten, cuáles prohíben? ¿Qué narraciones se producen, se estructuran, se inventan, en las redes sociales, en el Facebook, en los teléfonos inteligentes? ¿Qué subjetividades empujan, articulan, contribuyen a conformar los objetos inteligentes a los que estamos pegados irremediablemente?

Bibliografía

Baudrillard, J. (1969). El sistema de los objetos. México: Siglo XXI.
Bogost, I. (2012). Alien phenomenology or what it is like to be a thing. Minneapolis: University o Minnesota Press.
Galloway, A. (Polity Press). The interface effect. Cambridge: 2012.
Harman, G. (2005). Guerrilla metaphysics. Phenomenology and the carpentry of things. Chicago: Open Court.
Husserl. (1991). La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. . Madrid: Crítica.
Latour, B. (2007). Nunca hemos sido modernos. México: Siglo XXI.
Lukács, G. (1985). Historia y conciencia de clase. México: Orbis.
Marx, K. (1975). El Capital (Vol. Tomo I/Vol.I). México: Siglo XXI.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford: Berg.
Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke University Press.
Murakami, H. (2001). Crónica del pàjaro que da cuerda al mundo. Madrid: Tusquets.