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domingo, 17 de enero de 2021

LA FORMA DEL TEATRO POSTDRAMÁTICO. ENSAYOS SOBRE LA FORMA 5.

El debate en las artes, incluido el teatro, acerca de la forma es realmente interminable, así como la oposición entre un enfoque que privilegia el contenido y otro que insiste en los aspectos formales. Pero, esta es una contraposición y una dualidad insostenibles. Hay que escapar del falso dilema que se nos ha puesto delante de nosotros. Discuto este tema partiendo del libro editado por Michael Shane Boyle, Matt Cornish y Brandon Woolf, Postdramatic Theatre and Form[1].

El punto de partida de estos autores está en la relación estrecha que se establece entre teatro y forma:

“Para entender el teatro, debemos entender la forma. De hecho, es imposible pensar en el teatro sin pensar también en términos de forma. El teatro no es solo un lugar para ver, como sugiere su etimología. El teatro es también un lugar de performance, un lugar para dar forma. Pero ¿a qué le da forma el teatro? ¿Y quién o qué, a su vez, da forma al teatro?”. (18)

Cabe resaltar tres aspectos que están contenidos apretadamente en esta cita y que el libro desarrolla: primero, regresar al origen del término performance, esto es, a aquello que se hace a través de la forma, aunque en nuestra época haya adquirido otro significado que muchas veces se asocia a una pérdida de forma, lo cual ciertamente es imposible; segundo, el teatro confiere forma, con-forma, provee de forma a todo este ámbito de lo dramatúrgico que se desprende de él; tercero, a su vez la forma teatral ha sido formada, constituida desde otro ámbito que le es exterior.

Teatro es aquello que se hace a través de la forma y que es tanto formador de su propio campo en cuanto le da forma a las obras teatrales, como recibe una forma que le viene desde fuera de su campo.

Por lo tanto, independientemente de los estilos, técnicas, dramaturgias, experiencias, que se han desarrollado a través de los siglos, el teatro siempre tiene este doble lado: dar forma y ser formado (19), que le es inherente y del que no puede prescindir, y que permite, esta es una tesis fundamental, superar la dualidad entre forma y contenido, entre enfoque formal y politicidad.

Así, la forma es el eje en torno al cual gira la interrelación entre sociedad y teatro: “La forma es el entrelazamiento simultáneo de las mediaciones sociales superpuestas que dan forma al teatro y que el teatro da forma a su vez.” (19) Pero, al parecer, estaríamos de regreso a la relación entre forma y contenido, el teatro sería un recipiente en donde se representa lo que sucede en la sociedad, o, en el otro extremo, el teatro simplemente se dedicaría a expresarse dentro de su propia dinámica sin que importe mucho lo que pasa fuera.

Entonces, la cuestión radical que permite dar un paso adelante está en que la relación no se establece directamente entre teatro y sociedad como podría pensarse y se sostiene a menudo; sino que tenemos una mediación que es precisamente la forma; de tal manera que la relación efectivamente se da entre la forma teatral, una determinada forma teatral que se adopta en cada caso, y las formaciones sociales; lo que lleva a la relación entre forma de la expresión y forma del contenido.

El fenómeno de la forma es dual: de una parte, la consolidación de los procesos sociales, políticos, económicos e ideológicos, en unas estructuras y patrones de comportamiento, que van a dar lugar al surgimiento de formaciones sociales y discursivas concretas para cada época; y, de otra parte, las formas teatrales, con sus estilos, dramaturgias, textualidades, que se funden en el montaje.

Desde luego, no solamente las formaciones sociales son históricas; también las formas teatrales tienen su profunda historicidad; así, la tragedia adquiere significados diversos en Grecia y nuestro mundo actual; y la Antígona de Eurípides está diciendo algo harto distinto de la de Anouilh.   

El nexo que une sociedad y teatro, con su consiguiente bucle: teatro-sociedad, se origina en las formas sociales: estructuras, patrones, procesos articulados, regularidades del tipo que fueren, y las formas teatrales: las diferentes corrientes, estilos, dramaturgias. La pregunta central estaría en interrogarse acerca de la manera en que las formas discursivas, espaciales, las temporalidades, las corporalidades, los aparatos ideológicos, que están determinadas por los procesos sociales y políticos, se mimetizan, transforman, alteran, contradicen, en las formas teatrales, por ejemplo, a través de los procedimientos brechtianos o barbianos.

El análisis de una obra de teatro tendría que dilucidar los ritmos de la obra que expresan su particular manera de concebir la temporalidad; y luego correlacionar esta forma de la temporalidad teatral con las temporalidades fragmentadas que viajan a distintas velocidades en la sociedad, incluso con los conflictos entre el tiempo de los mundos virtuales y el tiempo real.

O la relación entre los modos de subjetivación tal como se dan en la sociedad como los personajes-sujetos, además de incluir aquellas subjetividades que no están contenidas del todo en la sociedad y que la obra de teatro construye. El teatro tiene esa capacidad de subjetivar, de ser espacio y espejo de subjetivación.

La forma teatral en cuanto construcción de personajes tiene como referente a los sujetos sociales, por ejemplo, sumidos en medios digitales como el espacio privilegiado de la subjetivación; y al mismo tiempo muestra cómo la obra teatral no se queda en estas determinaciones, en este plano representacional, sino que elabora su propia versión de los sujetos sociales allí sobre el escenario con todos los elementos del montaje; esto es, con el grado 0 y el grado 1 del teatro.

Esta es solo la mitad del asunto, porque hay que analizar la otra mitad; esto es, ¿de qué manera el teatro, a partir de la formación social en la que esté inmerso, responde? Y esta respuesta no se reduce a la representación o presentación de la realidad, sino que es, por sí misma, una propuesta que rebasa el presente, un proyecto que va más allá de cualquier fenómeno mimético, desde luego, incluyendo la posibilidad de una hipermímesis teatral a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

En este contexto se sostiene que los postdramático “…pudo ser así la señal del cambio en el teatro hacia la forma y el “alejarse del” drama”. (20) Sin lugar a duda hay aquí un equívoco o, al menos, una imprecisión, porque opone drama a forma, lo cual es inconsistente. Debería formularse diciendo que el teatro postdramático se orienta hacia otro tipo de forma que rompe con las corrientes tradicionales y que se dirige hacia el performance como su principal lugar de realización; y que no deja del lado el drama, sino que opta por un tipo diferentes de dramaturgia.

Con esta precisión se entiende que el teatro postdramático haya respondido a su manera al estallido de los mass media y de las redes sociales: “Es en ´respuesta´ a la comunicación social transformada bajo condiciones de tecnologías de la información generalizadas que el teatro gira hacia la forma”. (24) Como una suerte de mecanismo de defensa el teatro se aferraría a la forma ante la invasión de las nuevas tecnologías.

Contrariamente a lo que se suele decir no se trata exclusivamente de la penetración del performance en el teatro, con su consecuente disolución, sino de un fenómeno igualmente poderoso, pero invisibilizado: “De acuerdo con Fuchs, el teatro postdramático no es sino la más reciente arma en la ´guerra de subsunción”, en la que el teatro como agresor aspira a absorber un amplio rango de formas del performance”. (26)

Con la postmodernidad, y con el teatro postdramático, el teatro habría penetrado, de mano del performance, en las formaciones sociales: política, ideología, comunicación, que existen ahora a partir de su teatralidad con su propia dramaturgia; el teatro arrinconado por el performance elabora su venganza teatralizando al performance y con este a los diferentes ámbitos de aquello que llamamos sociedad del espectáculo y que contiene en su interior esa huella del simulacro y, por lo tanto, explican “… cómo teatro y mundo social se superponen”. (38)

De este modo se puede responder a las acusaciones que pesan sobre la forma de alejarse de las cuestiones sociales y políticas, optando por el arte por el arte:

“…es el giro hacia la forma en el teatro postdramático más que el contenido, que sostiene el potencial político: ya sea provocando discusiones sin llevar al público a perspectivas preconcebidas, generando tipos alternativos de socialidad o incluso negándose a comprometerse con la esfera despojada de la política”.

Si volvemos al tema central de la relación entre forma teatral y sociedad hay que partir de preguntarse: “¿Qué queremos decir cuando hablamos de forma?”. (29) Ciertamente es fundamental alejarse de las concepciones reduccionistas de la forma, porque se quedan en los aspectos de construcción de personajes, escenografía, iluminación, música, texto, dirección; todo esto, podríamos decir que es el grado cero de la forma teatral.

Todos estos aspectos ciertamente que corresponden al plano de la forma, estrictamente al plano de la forma de expresión, pero están supeditados a orientaciones formales de un nivel más alto. Hay que ir más allá de este grado cero de la forma teatral:  

“¿La forma se refiere a los elementos, estructuras o patrones composicionales inherentes de una forma de arte? ¿De qué manera se refiere a otros aspectos, como contenido y función? ¿Es la forma un simple contenedor o elemento decorativo? ¿Y qué conexión, si hay alguna, tiene la forma con las condiciones históricas y sociales en que la obra de arte emerge?”. (31)

La forma teatral, en el sentido de montaje que usaba Eisenstein, va más lejos y, en su grado 1, en su plano de encuentro con la significación, muestra en el hecho teatral una particular aprehensión de las formaciones sociales, por ejemplo, de los fenómenos ideológicos en un momento dado de una sociedad y tiene a partir de sí misma esa capacidad utópica o distópica que piensa y propone un tipo de futuro, un cierto rebasamiento del presente que no contiene al hecho teatral en su totalidad, que incluye presentación, representación y prefiguración de una nueva realidad.

En el debate entre teatro representacional, que correspondería al teatro clásico, y el teatro presentacional que sería postmoderno y que pretendería que el teatro no dice y solo muestra, hay que añadir esta vía de escape que está en la capacidad prefiguradora del teatro, en la potencialidad de futuro que la obra de teatro tiene.

Entrelazamiento de las formas sociales con las formas teatrales: “La forma nombra más que solamente las prácticas de representación y significación en el teatro; también engloba los modos de producción, consumo y circulación que dan forma y son formados por el teatro”. (47)

Este tipo de planteamiento provee de pistas para encontrar alternativas a la dualidad entre forma y contenido, y mostrar que se trata siempre de la correlación entre la forma de la expresión y la forma del contenido, en un teatro en donde jamás puede faltar uno de los términos.

En caso de que falle la forma del contenido, esto es, las formaciones sociales mostrándose en el teatro, tendríamos un hecho dramático vacío, como desgraciadamente se ve en diversas experiencias del teatro posmoderno; y si faltan las formaciones teatrales, no reducidas solamente a aspectos decorativos o composicionales, no sería teatro, quizás se quedaría como panfleto sociológico o político.

Es indispensable remarcar la conclusión a la que se llega: “…la forma es lo que el teatro y la sociedad comparten”. (47)



[1] Michael Shane Boyle, Matt Cornish  y Brandon Woolf (eds.), Postdramatic Theatre and Form, Bloomsbury, Methuen Drama, London, 2019.

domingo, 3 de noviembre de 2013

EL DISCURSO DE LA POSTMODERNIDAD

Una de las batallas centrales de la posmodernidad se libró contra los grandes relatos que, al mismo tiempo, significó el privilegio de la performatividad, tal como fue enunciado por Lyotard en su más que clásico ¿Qué es la posmoderno? Luego vinieron las teorías expresivas, al estilo deleuziano, que colocaban el afecto por encima de cualquier otro elemento y que de igual manera despedazaron el discurso moderno.
Finalmente, hemos entrado en la era de la imagen, en el imperio de lo visual. Nuestra vida entera está rodeada de pantallas, que progresivamente alteran nuestro modo de percibir la realidad, porque se convierten en interfaces inteligentes que dan forma al mundo en el que existimos.
Por su parte, en el mundo de las artes y del diseño la performatividad, la expresividad y la tecnología van de la mano. Allí, más que en cualquier otro ámbito, las narraciones, las textualidades, los discursos parecerían haber huido y desaparecido definitivamente en el horizonte.
Estos fenómenos que forman parte de los lugares comunes que se repiten de modo incesante y que se convierten en programas de acción, en modas artísticas o del diseño, no pasan de ser simulacros. Si bien se puede admitir ese largo predominio de lo visual y de lo performático en casi cualquier espacio de la vida actual, sin embargo cabe la pregunta acerca de desaparición de las narraciones y los discursos.
En algunas artes, especialmente en el teatro postdramático, en ciertas corrientes de la danza y de manera espectacular en las artes plásticas, el privilegio de la performatividad y del volcamiento expresivo de un sujeto casi disuelto o de un cuerpo nada más que habitado por sus sensaciones, ha dado un paso más en su escape del discurso.
Y en último movimiento se dirige hacia la abolición ya no de las grandes narraciones o relatos, sino de los microrrelatos, en donde la meta casi sería la anulación completa de cualquier sentido o significado, o su reducción a una nebulosa indefinida que queda flotando en la más completa subjetividad del artista.
El riesgo en cada ejercicio no es otro que la banalidad que, lamentablemente, uno encuentra en estos fenómenos por doquier. Simulacros sin estética alguna colocados frente a nosotros como sucedáneos del arte. Cualquier intento de preguntar por el significado, por el sentido, se considera como retrógrado, incómodo, inútil.
A esta altura del desarrollo del mundo, en donde no tenemos frente a nosotros ni la más mínima posibilidad de una práctica y discursos revolucionarios, cuando solo vemos a nosotros el futuro como catástrofe humanitaria o ecológica, el “peligro” del regreso a grandes relatos es prácticamente inexistente. La modernidad no volverá ni siquiera como proyecto inacabado peor aún el socialismo.
Frente a este simulacro postmoderno tenemos que introducir la cuestión de las textualidades, los discursos, los significados y especialmente, por la representación. La tesis central que se sostiene aquí es que cada época está conformada por el par expresión/discurso, performatividad/narración, acción/texto. Foucault lo ha mostrado extensamente y Ranciére a la historia del arte. Los regímenes siempre son dobles: visuales y discursivos, aunque hay que insistir que sus relaciones, sus contraposiciones, sus privilegios e incluso el juego ideológico con el que acompañan varían de una fase a otra de la humanidad, de una cultura a otra.
Así que el tema no es de qué modo se ha disuelto la discursividad bajo el dominio de la performatividad, de qué manera la expresión ha devorado a la narración, sino de qué modo la hegemonía de lo visual ha creado su propia discursividad, cómo se expresan las nuevas narraciones en los espacios visuales.
Hay que decir que nunca como en nuestra época se ha dicho tanto, se ha hablado tanto, se ha escrito hasta el cansancio: blogs, páginas web, mensajes de textos, textos impresos y electrónicas. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación no existen en medio del silencio sino inmersas en una selva de palabras que no dejan de decirse, repetirse, citarse, nombrarse.

Se trata, por lo tanto, de escribir el discurso de la postmodernidad, las narraciones desprendidas de la performatividad, los espacios infinitivos de las visualidades que son poblados por las palabras. Esto exigiría a que las artes visuales, las expresiones performáticas, hagan explícita la narración que contienen, los sentidos que la habitan, los significados que se desprenden de su superficie. Quizás de este modo dejen de ser simulacros banales de sí mismos.