Translate

Mostrando entradas con la etiqueta arte. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta arte. Mostrar todas las entradas

viernes, 8 de septiembre de 2023

¿QUÉ ES ESO QUE LLAMAMOS ARTE?

 

Cuando nos acercamos a un fenómeno que es fácilmente reconocible como es el caso de arte, pero cuya definición, clasificación y límites se nos escapan, solemos usar una frase muy latinoamericana: ¿Qué mismo es el arte? De esta manera, aludimos a la dificultad de precisar el significado del término, que se nos escapa a pesar de haberlo interrogado desde los más diversos puntos de vista a lo largo de la historia.

Por esto, en vez de entrar en las largas disputas y debates sobre el arte, su función, las diversas modalidades y expresiones, tomo distancia y recurro a una elaboración medieval sobre el tema de la forma y la imagen, para encontrar allí algunos rasgos que las obras de arte seguramente comparten. De ninguna manera se trata de dar cuenta de manera exhaustiva de un fenómeno de estas dimensiones, sino seguir rastros, pistas, sugerencias útiles para su comprensión.

En la filosofía islámica clásica encontramos una poderosa reflexión sobre las imágenes y los mundos imaginarios, ciertamente dentro de un contexto iluminista y teológico que, en lo posible, lo dejaremos de lado, para quedarnos con su núcleo filosófico. Haré referencia de manera especial a dos autores: Suhrawardi y Shahrazuri.[1] (Corbin, 2006) (Gheissari & Walbridge, 2018) (Kaukua, 2022) (van Lit, 2017) Espero que la reflexión sobre estos autores lejanos, pocos conocidos en Occidente, traiga un aire fresco y permite escapar de la circularidad de uroboro de las reflexiones actuales sobre la estética y el arte.

Si bien ha sido Suhrawardi quien releyendo a Avicena reformula la teoría de la imagen, será Shahrazuri quien la lleva a su plena formulación; es decir, postula la existencia de las imágenes suspendidas y los mundos imaginable y se desprende de los contextos teológicos para producir una visión metafísica de las imágenes como formas.

La hipótesis central consiste en afirmar que el arte participa de las características de la imágenes suspendidas y que es la construcción de un mundo intermedio y mediador en donde la imagen es el aspecto nuclear. Desde luego, esto no agota el significado del arte; únicamente coloca aquellos elementos que considero que son indispensables como punto de partida para entender este fenómeno.

Comencemos por la conclusión de Shahrazuri: existe un mundo de las imágenes que está poblado por imágenes suspendida: “Shahrazūrī desarrolló las ideas de Suhrawardī sobre imágenes suspendidas en una idea más grande, a saber, la de un mundo de la imagen.”. (van Lit, 2017, pág. 87)

Leamos a Shahrazuri citado por van Lit:

Por lo tanto, las formas en la imaginación y en los sueños, como no son absolutamente inexistentes, ni en una parte del cerebro, ni en otra cosa, permanecen, existen en un mundo diferente, llamado el mundo de la imagen y la imaginación. Está por encima del mundo de los sentidos en rango, y por debajo del mundo del intelecto, estando entre ellos. Todas las formas y magnitudes imaginadas y los cuerpos y los movimientos, restos, lugares y estados, etcétera, que pertenecen a él existen en el mundo medio, siendo una imagen. Todas las formas en los espejos existen por sí mismas en este mundo, siendo los espejos sus lugares de manifestación, mientras están suspendidos, no estando en un lugar, ni en un locus. Las formas de la imaginación no están en el cerebro, más bien, el espíritu cerebral es su lugar de manifestación, mientras que están suspendidas, existiendo por sí mismas, no en un lugar, ni en un locus. (van Lit, 2017, pág. 88)

Shahrazuri se plantea en primer lugar la cuestión ontológica de “las formas de la imaginación”, porque tienen que ser algo, no se las puede considerar como simplemente inexistentes; pero, no es fácil establecer su modo de existencia. Pareciera claro que ni son solamente estímulos sensoriales de cosas materiales ni tampoco se reducen a meras ideas o a ideaciones del intelecto: por encima de los sentidos, por debajo del intelecto.

Se encuentra así que estas formas imaginarias habitan en un mundo especial, separado tanto de las sensaciones y del mundo material, como de los procesos cognoscitivos o funciones del intelecto. Se podría decir que existe un mundo propio de las formas imaginarias. Todo aquello que es imagen, no importa de qué lo sea, pertenece a este mundo imaginario.

Para poder nombrarlas adecuadamente Suhrawardi creó el término de imágenes suspendidas, en una especie de esfera intermedia entre los diversos mundos, como si estuviera flotando entre ellos y tuviera vida propia. Estas imágenes suspendidas gozan de una plena autonomía ontológica respecto tanto de las ideaciones del intelecto como de las manifestaciones reales de las imágenes. Desde luego, desde la perspectiva del espíritu humano, este puede transitar entre los mundos siempre y cuando lo haga de manera apropiada; es decir, este mundo es plenamente accesible para el intelecto, que puede conocer las imágenes, utilizarlas y reflexionar sobre ellas.

Estas formas imaginarias también entran en relación con las sensaciones y el mundo de las cosas concretas. El proceso por el cual se ponen en contacto se hace a través de las manifestaciones, que no son sino las maneras de expresarse de las imágenes en la realidad, por ejemplo, en los espejos o estimulando nuestros sentidos. El intelecto no tiene otra alternativa que recurrir a las manifestaciones de la imagen para poder conocerlas. Así, las formas imaginarias tienen sus lugares de manifestación.

En el caso del mundo sensorial, material, esto es diferente, ya que tales imágenes son visibles en él. Que sean visibles en este mundo material se debe a que algunos objetos, como los espejos y nuestras facultades de percepción, son su lugar de manifestación. Con respecto a las funciones ubicadas en el cerebro, como nuestra imaginación, Shahrazūrī es aún más específico, diciendo que es nuestro espíritu (rūḥ) el lugar de manifestación. (van Lit, 2017, pág. 89)

 

De tal manera que tenemos unas formas imaginarias ubicadas entre el intelecto y las sensaciones, interrelacionándose con estos mundos a través de sus propias manifestaciones. Shahrazuri confiere, de este modo, un estatuto ontológico preciso al mundo imaginario, cuyo modo de existencia queda así plenamente establecido: “Ese mundo se llama el mundo imaginable e imaginativo (al-ʿālam al-mithālī al-khayālī). Está por encima del mundo de los sentidos y el espacio, y por debajo del mundo del intelecto. Así que está entre estos dos mundos. (van Lit, 2017, pág. 89)

 

Con estas ideas en mente, retomemos la cuestión del arte. Cabe preguntarse si esta breve dilucidación de los mundos imaginarios podrá servirnos para comprender de mejor manera qué mismo es esa cosa llamada arte. Establezcamos en primer lugar que el arte pertenece de lleno a este mundo imaginario, habita con pleno derecho allí, sin que llegue a agotarlo. Esto es, hay formas imaginarias que no son arte.

A este fragmento de mundo imaginario le llamamos la esfera del arte. Y desde la perspectiva ontológica es un mundo con pleno derecho, aunque su modo de existencia sea bastante especial. Todos los objetos y expresiones artísticas son, en este sentido, formas imaginarias que pueblan este mundo en su inmensa diversidad.

Al estar colocadas entre el intelecto y las sensaciones esta esfera tienes características especiales: participa del intelecto que tiene su capacidad de imaginar y de las sensaciones, ya que se manifiesta en ellas. El arte es la conjunción de la imaginación del intelecto que se manifiesta a las sensaciones; por lo tanto, no puede prescindir de ninguno de los dos componente: la imaginación y su expresión concreta en una realidad que es percibida a través de los sentidos.

Así que ante una obra de arte siempre cabe preguntarse: ¿qué imagina en su manifestación específica? Esto es, es imposible un arte que no imagine algo a través de expresiones sensoriales: ¿qué imagina el arte a través de sus manifestaciones? Es indispensable retomar la idea de un mundo propio. El arte al ser una esfera con características propias por pleno derecho no se reduce a ser meramente conceptual, producto de la actividad del intelecto, peor a ser una mera estimulación de los sentidos. El arte es el encuentro entre estos dos componentes que finalmente produce una forma imaginaria.

Aunque aquí no se responda de manera estricta al hecho de este ser propio, baste con decir que la esfera del arte precisamente está caracterizada porque el entrecruzamiento de estos elementos, imaginarios y sensoriales, se lo hace a su manera, con sus instrumentos y perspectivas, cuestión que no se repite en ninguno de los otros mundos existentes.

El arte ocupa un espacio intermedio; pero, más allá de su ubicación ontológica, también tiene una función mediadora. Es fruto de la creación de una esfera media y, al mismo tiempo, es un mediador; si se quiere, un demiurgo. Permite que la esfera del intelecto imaginador se ponga en contacto con el plano sensorial y produzcan una manifestación que es una síntesis creadora de sus elementos.

La principal característica de los objetos o productos artísticos del tipo que fueran como resultados del encuentro de esos otros dos mundos es que son formas. De hecho, Suhrawardi y Shahrazuri, retomando las tradiciones platónicas, conciben este orden imaginario como una esfera de formas imaginarias. Así se habla de: formas imaginarias, todas las formas y magnitudes imaginadas y los cuerpos y los movimientos, restos, lugares y estados, etcétera, las formas de la imaginación no están en el cerebro…

No es este el lugar para dilucidar que sea una forma tanto en el sentido metafísico para los autores mencionados, ni qué sea específicamente una forma artística. Aquí interesa dejar sentado que el mundo imaginario y la esfera del arte está habitada por formas. Sinteticemos los hallazgos realizados sin pretender haber definido qué es el arte. Esperamos haber provocado un acercamiento a los fundamentos de los fenómenos estéticos, a partir de los cuales podemos organizar de mejor manera el debate y salir de la circularidad de los estudios sobre el arte.

¿Qué mismo es esa cosa que llamamos arte?:

Existe un mundo propio del arte como una esfera media ubicada entre el intelecto que imagina y las sensaciones que la perciben. De este encuentro surgen formas imaginarias independientes con su propio modo de existencia que, a su vez, se constituyen como mediadoras entre los otros mundos.

Estas formas imaginarias se manifiestan de muy diversas maneras, de tal manera que las percibimos y las podemos conocer con el intelecto. El arte es imaginación que se expresa a través de las formas.

Bibliografía

Corbin, H. (2006). Cuerpo espiritual y Tierra celeste. Madrid: Siruela.

Gheissari, A., & Walbridge, j. A. (2018). Illuminationist Texts and Textual Studies. Leiden: Brill.

Kaukua, J. (2022). Islamic Philosophy, Theology and Science. Leiden: Brill.

van Lit, L. (2017). The World of Image in Islamic Philosophy. Edinburgh : Edinburgh University Press Ltd.

 

Septiembre del 2023

 

 



[1] Shihab al-Din Yahya ibn Habash Suhrawardi fue un filósofo persa, fundador de la escuela Iluminista, 1154-1191; Shams al-Din Muhammad ibn Mahmud Shahrazuri fue un filósofo árabe de origen kurdo, que vivió hacia el 1288 y que continuó la obra de Suhrawardi.


viernes, 21 de enero de 2022

LEYENDO UN MANIFIESTO INSURRECCIONAL

 

En las últimas décadas hemos visto florecer las teologías de todo tipo. Se habla del giro teológico de la filosofía contemporánea. Los teólogos se han dedicado a leer a los autores posmodernos, deconstruccionistas, deleuzianos, a los popes del posthumanismo y del Antropoceno y encontraron en ellos las bases para repensar lo trascendental.

Esta breve lectura toma el camino inverso. Lee una teología para desprender de ella argumentaciones aplicables al mundo, a la esfera de lo inmanente. Devuelve a la teología a su lugar: la realidad. Se aleja de los movimientos seculares que no son sino el reverso de lo sagrado y conservan su olor. Permanecemos en lo profano, habitamos la plaza, los espacios públicos y nos negamos a entrar en las iglesias.

Sin embargo, cabe reconocer que ciertas teologías hacen una crítica radical de la posmodernidad y la deconstrucción, mostrando desde fuera el callejón sin salida en el que se encuentran entrampadas; y este es su valor más allá del discurso religioso. En este caso se ha elegido el texto de Ward Blanton, Clayton Crockett, Jeffrey W. Robbins y Noëlle Vahanian, Un Manifiesto insurreccional (Columbia University Press, Nueva York, 2016). (Más abajo se adjunta el Prólogo y el Prefacio de este libro).

Una teología insurreccional a la que le someterá a una lectura desde la perspectiva del arte; así que, a pesar de lo esquemático que pueda parecer, haremos el esfuerzo de sustituir teología por arte, ciertamente en los lugares en donde sea posible. El texto se aleja de cualquier interpretación transcendentalista y se vuelca sobre lo Real, distanciándose de los procesos imaginarios que sirven al poder de turno.  Ejecutamos este procedimiento de busca y reemplazo, y tenemos:

“Lo que encontramos aquí es un arte contra la soberanía, un arte que celebra el mundo material de forma no reductiva, un arte en movimiento que cruza fronteras, asume riesgos, habla contra las fuerzas de la muerte y se pone a prueba. En definitiva, encontramos en estas páginas un arte en juego que rechaza el statu quo, nos confronta con el estado actual y descubre nuevos horizontes”.

Apelamos a un arte que debería entrar en una fase insurreccional que rompa con “el dominio hegemónico del posmodernismo despolitizado”, sostenidos por “los académicos (que) están totalmente inscritos en la matriz académica neoliberal”. También hace falta añadir: galeristas, curadores, directores de museos, críticos, etc., todos atrapados en las redes posmodernas y plenamente acostumbrados a ellas.

Arte insurreccional que debe “leerse, por tanto, como una verdadera ruptura de la peligrosa alineación apolítica entre la apatía de la posmodernidad y el secuestro de la academia neoliberal…”. Por tanto, un arte que salga de la prisión, que rompa los barrotes y escape hacia adelante, que se permita a sí mismo hablar, pensar, representar, imaginar de otra manera más allá del canon posmoderno.

Un arte que no se disuelve en mala sociología y pésima ecología, que reconozca que, a pesar de los discursos repetidos, sigue siendo arte y de hecho no se lo confunde con la intervención política ni la puede reemplazar. Un arte que no está allí para encubrir la mala consciencia de críticos y artistas, sino para decir la realidad con sus propios medios y recursos.

Un arte que no se resuelva en el gesto sublime y perverso, porque nunca se realiza plenamente, de la obra que permanece en la mente del artista sin que efectivamente se vuelque sobre la realidad, sin adquirir la forma plena de obra de arte. 

Por esto es hora de elaborar colectivamente nuestro propio Manifiesto Insurreccional.

 

Un manifiesto insurreccional

 

Cuatro nuevos evangelios para una política radical

Ward Blanton, Clayton Crockett, Jeffrey W. Robbins y Noëlle Vahanian

Columbia University Press - Nueva York - 2016

 

PRÓLOGO

Peter Rollins

En el siglo II, el asceta de los primeros cristianos Tatiano se propuso fusionar los cuatro relatos evangélicos en un solo conjunto coherente. Para cuando terminó, había elaborado un texto que fusionaba Mateo, Marcos, Lucas y Juan en un solo volumen.

Los evangelios se convirtieron en un Evangelio. Los cuatro se convirtieron en uno.

Aunque su obra terminada, el Diatessaron, fue popular en algunos círculos, no obtuvo el apoyo que cabría esperar. De hecho, se utilizó sobre todo como complemento de su material fuente, y en el siglo V había caído casi por completo en desuso.

Teniendo en cuenta nuestro amor por las perspectivas únicas, es bastante sorprendente que las cuatro se impusieran a la única, después de que las cuatro se impusieran a su vez a muchas más. Desde la perspectiva actual, el proyecto de Tatiano parece expresar sucintamente el último sueño de los apologistas religiosos, tomando las narrativas conflictivas y desordenadas y fusionándolas en un todo unificado y atómico.

Sin embargo, siempre ha habido otra tradición en la teología, marcada por la pasión por lo Real, un deseo por lo imposible que se atestigua/produce mediante narrativas conflictivas. En oposición a la demanda de un objeto claramente definido que se cree que es el destino de nuestra preocupación ulterior, esta teología subversiva e insurreccional pone en marcha el deseo evocando una emoción por lo que no se puede captar.

Una teología de este tipo no busca el descanso en lo que se puede imaginar o simbolizar, sino que permanece inquieta, agitada en una dialéctica del deseo que permanece abierta tanto al futuro como a la reimaginación del pasado.

Una teología asumida por lo Real nos enseña a desconfiar de las pretensiones imaginarias que prometen plenitud y armonía y nos expone a las diversas formas en que nos vemos arrastrados a crear/servir poderes soberanos.

Este libro reúne a cuatro de estos teóricos de lo Real, cuatro escritores inspirados por lo imposible. Y qué mejor manera de presentar su trabajo que en cuatro reflexiones separadas.

Cuatro testimonios. Cuatro evangelios.

Cada uno de ellos está interrelacionado y entrelazado con los demás, pero cada uno carece de una relación definitiva con su vecino. Cada capítulo es desafiante, confuso y esclarecedor a partes iguales.

Más que un simple credo, el lector es invitado a participar en una colección multidisciplinar de ideas que reflejan un proyecto dinámico y experimental.

Un proyecto en marcha.

En lugar de dogmas claramente definidos, encontramos en estos cuatro ensayos coordenadas compartidas, coordenadas que podrían ayudar a acudirnos de las viejas ortodoxias y despertarnos a la crisis en la que nos encontramos.

Lo que encontramos aquí es una teología contra la soberanía, una teología que celebra el mundo material de forma no reductiva, una teología en movimiento que cruza fronteras, asume riesgos, habla contra las fuerzas de la muerte y se pone a prueba.

En definitiva, encontramos en estas páginas una teología en juego que rechaza el statu quo, nos confronta con el estado actual y nos descubre nuevos horizontes.

Incluso para los lectores experimentados en teoría crítica, este texto es exigente. Los escritores no temen cruzar las fronteras disciplinarias, exigiendo que nos adentremos en aguas que podrían ser desconocidas para nosotros. En un momento poético, en el siguiente filosófico, luego científico; los lectores se encontrarán desequilibrados más de una vez en este viaje entre la tierra y el cielo, los mortales y los dioses.

Pero esto es lo que hace que la obra sea tan rica, cinética y fértil. Si luchamos con ella, es posible que descubramos que nos pone patas arriba, al revés y al derecho, aunque no necesariamente en ese orden.

No es ningún secreto que la disparidad de trabajos realizados en nombre de la teología radical se resintió un poco después de su momento de esplendor en torno a la década de 1960. Después de menos de una década, a muchos les pareció que este movimiento se había marchitado y muerto. Pero los rumores de su desaparición han sido muy exagerados y, tras un periodo de relativa latencia, ha regresado con una vitalidad y una urgencia renovadas, como atestigua este potente y explosivo manifiesto.

 

PREFACIO

Creston Davis

Al principio, el vacío cargado positivamente del universo dio origen a la insurrección. Pronto la Tierra se rebeló contra el Cielo y los mortales se sobrepusieron a los dioses, y el mundo comenzó a manifestarse a través de un insurreccionalismo, un despliegue infinito de la Buena Nueva. Este libro es la culminación de una fidelidad al acontecimiento de la insurrección que comenzó en un taxi de Filadelfia en el que 2005 discutíamos la necesidad de establecer una serie de libros que finalmente rompiera con el dominio hegemónico del "postmodernismo" despolitizado. Este "género" posmoderno de pensamiento hacía imposible la capacidad de nombrar las verdades. Nuestra teoría era que no se decía nada significativo, no sólo en la teoría crítica, sino también en la filosofía continental, la religión y otros temas, porque, efectivamente, los académicos estaban totalmente inscritos en la matriz académica neoliberal.

Este libro, estos "evangelios" deben leerse, por tanto, como una verdadera ruptura de la peligrosa alineación apolítica entre la apatía del posmodernismo hacia la verdad y el secuestro de la academia neoliberal en Norteamérica. La esencia de este libro es que los autores muestran cómo la historia no está determinada por un acontecimiento singular mercantilizado (es decir, la Resurrección), que difiere interminablemente su significado que nunca llega, sino más bien a través de la inmanencia materialista que nunca se asienta mientras se agita en los pliegues de una lucha materialista configurada por el destino de una revuelta cargada cósmicamente.

Pero hay que tener cuidado aquí, ya que lo que parece ofrecer este libro es fundamentalmente engañoso porque, aunque confronta ingeniosamente posiciones, pensadores y textos básicos de la "muerte de Dios" estadounidense

Si la tradición teológica con todos sus presupuestos, lo que acaba revelando es una verdad desmentida. Que aunque Dios haya muerto, los argumentos, la estructura simbólica y demás de esta tradición siguen asumiendo una postura perversa de que, a pesar de todo, Dios sigue rondando el discurso. Este libro rompe por fin con esta onto-teología fetichista de una vez por todas, no cayendo en la trampa de parafrasear mal a sus interlocutores para luego disfrazarlo con la jerga y sacar conclusiones rebuscadas. "La negación de la propia jerga", como dice Slavoj Žižek, "es hoy parte de la jerga estándar, de modo que, cuando uno lee frases como 'Lo que diré ahora no es una frase vacía', puede estar seguro de que lo que seguirá ES una frase vacía".1 Esto hace que me resulte difícil señalar que no es un gesto vacío cuando afirmamos que este texto replantea completamente la teología: una teología del vacío cargada cósmicamente.

Pero esta "ruptura" de nuevo no debe leerse como la tesis del "fin de la ideología" en la que una historia dialéctica materialista es desechada victoriosamente a los basureros de la historia sólo para volver de las cenizas. Lo que hace este libro es un ejemplo perfecto de la estrategia de Hegel de la Aufhebung en la que lo que se niega (las teologías clásicas y de la muerte de Dios) se subsume en su propia negación a través de sí mismo revelando la verdad de un momento insurreccional onto-lógico desprovisto de tiempo.

Así pues, lo que ocurre aquí es que un resurgimiento totalmente nuevo del poder es aportado desde un punto de partida totalmente diferente, un punto que engulle todos los puntos perfeccionándolos negativamente. Y esto es el εὐαγγέλιον (Evangelio, buena nueva, etc.) porque rechaza por completo un discurso muerto (la ontoteología tradicional) que hará cualquier cosa para mantenerse vivo mucho después de que su objeto "Dios" haya muerto. Esto se hace de las siguientes cuatro maneras: primero, el pensamiento como fuerza insurreccional no piensa en lo Real (en términos lacanianos) sino desde lo Real tal y como lo elaboran Slavoj Žižek y François Laruelle. En segundo lugar, una afirmación dionisíaca de un materialismo no reductivo en la estela de la obra de Catherine Malabou, más allá de la obsesión derrideana por la totalidad, por un lado, y la postergación infinita de la significación, por otro. En tercer lugar, hay aquí un compromiso genuino con una política abierta de izquierdas que se resiste a caer en la trampa dogmática de la certeza cerrada a una externalidad porosa. Este compromiso no debe ser malinterpretado como una recapitulación de una ideología ecologista políticamente correcta, sino que debe ser visto como un ataque frontal a los efectos catastróficos del neoliberalismo y del capitalismo corporativo. En cuarto y último lugar, lo que precisamente mantiene a estos pensadores fuera de la trampa de la cárcel cerrada de estar en casa consigo mismo es el método dialéctico hegeliano de apertura mental experimental comprometida con un proceso de desarrollo siempre bajo evaluación constante, sin asumir una autosatisfacción masturbatoria tan endémica en la teoría actual.

Es aquí, también, donde cualquier noción de resurrección es suplantada al pensar el mundo no desde el punto de vista reductivo del uno, sino desde una diferencia no repetible: el mundo como liberado de la resurrección y las exigencias que la teoría insurreccional nos da hoy.

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 27 de mayo de 2018

ARTE Y PSICOANÁLISIS. 1

 ¿Qué es un cuadro?

En el Seminario, clase 11, Lacan se pregunta: ¿qué es un cuadro?  El punto de partida es la relación entre la mirada y el sujeto, porque un sujeto se da en la medida en que entra dentro de ese espacio de la mirada –campo escópico: “para empezar, es preciso que insista en lo siguiente –en el campo escópico la mirada está afuera, es decir, soy cuadro”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 85)

Solo por la mirada del otro, que viene junto con la luz, el sujeto se instituye, comienza a existir como tal, en la medida en que es foto-grafiado: imagen produce una signatura en el mundo, a la que llamamos sujeto.

En el cuadro, como en el sujeto, no se trata de la representación. Ciertamente esta se hace presente siempre: de alguna manera representan el mundo, lo repiten a su modo y hablan acerca de él, porque “en presencia de la representación estoy seguro de mí mismo, en tanto estoy seguro de que, en suma, sé un rato largo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 86)

Pero, la representación se quiebra, se fractura, se escinde, se divide entre lo real y la representación; y más aún, “entre su ser y su semblante”, entre su ser y la manera cómo se muestra a los demás, empujado por el deseo que le lleva más allá de la representación, por debajo de esta, penetrándola por todos lados.

De tal manera que mientras en la superficie del cuadro está la representación, lo que está detrás, lo que lo soporta, lo que le confiere algún sentido, es el deseo; solo este permite que “no quede enteramente atrapado en la captura imaginaria”, en la mera reproducción de la realidad por más desplazada o metonímica que sea esta: “A nivel perceptivo, es la manifestación de una relación que ha de ser inscrita en una función más esencial, a saber, que en su relación con el deseo la realidad solo aparece como marginal”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 87)

Y se trata de encontrar en el cuadro, ese juego de fuerzas que se le escapa, que provienen del deseo y que se están allí, en una primera mirada como ausencia. Doble plano que se articula a través de una doble mirada: aquella de las cosas que me miran y mi propia mirada que responde: “En el campo escópico, todo se articula entre dos términos que funcionan, de manera antinómica-del lado de las cosas está la mirada, es decir, las cosas me miran, y no obstante, las veo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 88)

Cuando vemos una pintura, esta nos mira, nos obliga a dejar atrás nuestra mirada sobre ella y estamos exigidos a entrar en el campo de ese otro modo de ver que me interroga, que me cuestiona, que me dice que no se trata de mi representación del mundo y tampoco de la representación contenida en el cuadro, sino de otra cosa que aparece allí como pincelada, luz, color, movimiento.

Esta estrategia de fascinación que ejerce sobre nosotros el cuadro, proviene de ese deseo que contiene y con el que pretende darme sosiego, placer, incomodidad, disgusto. Esto es, que negocia permanentemente con mi deseo, introduciendo otro deseo; más aún, el cuadro no es otra cosa que “el deseo del Otro –diré que se trata de una especie de deseo del Otro, en cuyo extremo está el dar-a-ver”.

Lacan, J. (1964). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11.
Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .




miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA FORMA PLÁSTICA


1.

El arte posmoderno ha sido largamente hegemónico en estas tres últimas décadas. Ha penetrado en los diversos ámbitos y manifestaciones estéticas. Sin lugar a dudas produjo obras magníficas, que perdurarán más allá del discurso de lo efímero.

A las puertas de una nueva bienal, miramos hacia atrás y sentimos cierto cansancio, cierto hartazgo de lo posmoderno. Lo que viene, aunque no lo conozcamos en detalle, es plenamente previsible. Veremos avanzar las manifestaciones de un arte decadente, aunque no se tome este término como peyorativo.

Lo posmoderno dejado libremente a su predominio, sin elementos externos suficientemente fuertes para cuestionarlo, muestra los principios de su propia destrucción, que yacen en su interior. Conducido por esa maquinaria que niega los procesos de representación, para centrarse en los performáticos y en lo expresivo, como modos de lo conceptual, desembocan en el sinsentido.

El vaciamiento de la representación, el alejamiento de lo real, el desechar la forma, el privilegio del gesto sobre el resultado, que permitieron en el pasado inventar obras relevantes, ahora termina en la afirmación plena y cínica de lo banal.

Lo posmoderno se ha convertido en su propio simulacro, en la convicción y mantenimiento de su propia nulidad; y convierte a este movimiento en canon, en regla, en norma, secuestrando los ámbitos artísticos, desde museos hasta exposiciones, invadiendo los mundos académicos que al fin tienen de que hablar sin tener que referirse a nada en concreto. El discurso que acompaña a este tipo de arte, se contamina de la misma banalidad o de un grado de generalidad, que es válido sin importar de qué se está hablando.

Y si el fracaso de la banalidad del arte posmoderno en la actualidad no se manifiesta en forma de estallido, de implosión, es porque no encuentra frente a sí, una alternativa, otro arte que lo reemplace. Marcha sobre su propio terreno sin avanzar y medida que lo hace, se descompone cada vez más.

Salir de la posmodernidad no es fácil: la crítica, los salones, las bienales y en parte, hasta el mercado imponen este arte, como lo único válido. Más aún, en nuestro medio, tan apegados a las modas tardías como estamos, los circuitos posmodernos y decadentes prácticamente copan los espacios institucionales y artísticos.

Entonces, ¿qué hacer? El camino de salida, la vía de escape, el punto de fuga, solo lo pueden hallar los propios artistas. Aquí únicamente se puede señalar un horizonte hacia el cual se puede ir, sin saber plenamente a dónde nos llevará.

Se trata de insistir en la pregunta sobre la forma, sobre su desarrollo, resolución. La forma como manera de darse la obra de arte y la vida misma, en donde la cuestión del “cómo” se torna esencial. Este retorno a la forma, que escapa tanto de lo moderno como de lo posmoderno, abre un agujero en el arte actual, por el cual alcanza a entrar los nuevos sentidos y significados, las nuevas maneras de representarnos el mundo.

Un mundo, además, que requiere de manera urgente que hablemos de lo que pasa en él; por ejemplo, de esta guerra civil permanente en la que estamos entrando, de la violencia como modo “normal” de existencia del poder en todas partes, del ascenso del fascismo en los países desarrollados, incluido Estados Unidos.

El arte posmoderno ha corrido una maratón y yace frente a nosotros exhausto, sin poder de recuperación. Sus fuerzas le han abandonado y se limita a permanecer allí haciendo los mínimos movimientos.

Es tiempo de volver nuestra mirada a la forma, de re-inventarla de mil maneras, de dejarla proliferar y al mismo tiempo, quedarse en ella morosamente, cuidando cada uno de sus aspectos, cada detalle, cada recorrido.

Introducir ese movimiento formal en el performance, en el happening, en las instalaciones, en las obras híbridas, en la pintura, en la escultura, en los videos. La obra de arte tiene que cuidar de sí misma; y esto tiene, al menos, dos intenciones:

El análisis de los pasos que llevan de la idea a la obra, que tiene un momento técnico central: la elección de la forma, junto con todo el aparataje técnico, cuyo tratamiento y selección tiene que realizarse de la manera más fina posible.

Y la introducción de las significaciones que son transportadas por esa forma, que están incluidas en ella, que negocian constantemente entre expresión y contenido, que hacen de su núcleo la forma del contenido.


2. La nueva plasticidad del arte.

En la medida en que el arte posmoderno fue penetrando en las artes plásticas, con el privilegio de los aspectos conceptuales y expresivos sobre los representacionales, la noción de “plástico” o “plasticidad” se fue perdiendo.

El nuevo canon posmoderno chocaba -y aún lo hace- con los discursos y las prácticas de las llamadas artes plásticas, que se dejaron atrás como síntomas caducos de una modernidad que imposible.
El predominio de lo conceptual y lo expresivo huyendo de las representaciones, volvió innecesario el trabajo “manual” del artistas con unos determinados materiales a los que había que dar forma a partir de una idea o de un modelo: madero, hierro, cobre, óleo, que se “moldeaban” para que adquirieran esta forma u otra, cuya calidad se media en referencia también a unos cánones de belleza establecidos de antemano o que se creaban a propósito junto con el estilo que se inventaba, como fue el caso de las vanguardias.

El término plástico se adoptó porque enunciaba con claridad esa capacidad de adquirir muchas formas, de contener todo un mundo de meta-morfosis a partir de una materia prima y de unas destrezas del artista capaz de “hacer hablar a la piedra” o a cualquier otro material.

Todo esto se viene abajo con la posmodernidad, en donde las capacidades técnicas del artista son reducidas al mínimo y el desprecio por la forma se vuelve la actitud predominante. La cuestión de los materiales pasa a ser irrelevante y se reemplaza por la capacidad expresiva de los conceptos del artista.
Frente a esta situación, y en medio de una sociedad cuya utopía es alcanzar la modernidad, hay una capa de artistas que se resiste, pero por la vía de regresar al canon moderno, a las artes plásticas en su sentido tradicional, como si la posmodernidad no hubiera pasado, como si el arte se hubiera quedado congelado en el siglo XIX.

Sin embargo, volver hacia atrás es simplemente imposible. Retomar la modernidad y sus artes plásticas termina en una parodia, en un pastiche o en un gesto puramente comercial. En este sentido, la clausura de las artes plásticas ha sido definitiva. De hecho, poco a poco han sido reemplazadas por las llamadas artes visuales, por la disolución de su campo en otro mucho más definido y hegemónico, como es “lo visual”, más aún con la llegada explosiva de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

El carácter tardío de la posmodernidad secuestra el arte, muchas veces de manera fundamentalista, e impide la entrada de las formas y las significaciones, propugnando un arte amorfo y sin sentido; esto es, sin formas y representaciones.

Entonces, ¿se puede salir de la posmodernidad? Y en caso de que fuera posible, ¿hacia dónde y cómo se escaparía del secuestro del arte? Y de manera más general, ¿qué hay más allá de lo tardío?

No hay respuestas generales y tampoco se trata de propugnar un nuevo canon contra el canon posmoderno. Por el contrario, cualquier propuesta exterior a la posmodernidad no puede ser sino frágil, precaria, porque nace en las fisuras del tiempo tardío, en las fallas tectónicas que las conforman.

Desde la perspectiva de una estética caníbal, que hace de estas fallas y fisuras su lugar de enunciación, cabe plantearse un modo de transitar desde el arte posmoderno a otro arte que, de hecho, ya se lo puede ver en diversas manifestaciones, como son los videojuegos o el cómic.

La cuestión central radica en repensar este término que la posmodernidad intentó abolir completamente pero que se cuela por todas partes: lo plástico. Pero, esta plasticidad tiene que liberarse de su concepto moderno, vinculado en demasía con el tratamiento de unos materiales moldeables.

Miremos hacia el origen de la palabra plástico: del latín plasticus y este del griego πλαστικός, que tiene dos partes, plastos en el sentido de formado, modelado y el sufijo -ikos que se refiere a aquellos sustantivos vinculados a la tecné; esto es “arte plástica, habilidad para modelar.” (Etimologías de Chile, 2016)
Interesa resaltar que el término se refiere tanto a la capacidad de cambiar, adoptar, una forma y a la potencialidad de conferir una forma. Y esto es particularmente importante en este contexto: lo plástico tiene que ver con dar forma. Entonces, con el arte de dar forma, en donde se introduce ese aspecto de la tekné, de la técnica.

Volvamos sobre las artes plásticas e introduzcamos estos elementos encontrados, de tal manera que permitan un primer desplazamiento del sentido moderno del término plástico. Varios aspectos pueden ser resaltados:

1.                   Lo plástico está unido indisolublemente a la forma, tanto como aquello que confiere una forma como a la capacidad de tomar una forma; esto es, el proceso de formar y el resultado en la obra de arte.

2.                   Lo plástico como ejercicio de una técnica, como una tecnología, que ya no se queda en las habilidades y destrezas manuales del artista para moldear un material, sino que tienen que avanzar al uso de una determinada tecnología, aquella que exija la obra, de la manera más rigurosa posible. El arte como una permanente negociación con la técnica; y más aún, el arte como técnica.

3.                   Lo plástico referido tanto al proceso como al resultado; por lo tanto, no solo a la expresión de una serie de conceptos cuya realización carezca más o menos de importancia como en el caso de la posmodernidad; y más aún, en donde la obra de arte terminada -real o virtual- se sostenga por sí misma.

En la noción de plástico se incorpora tanto esta capacidad de tomar prácticamente cualquier forma y, simultáneamente, una vez que lo ha hecho, permanecer en esa forma. Por esto, se le dio ese nombre a los polímeros que conocemos ahora con el nombre de plásticos.


¿En qué consistiría esta nueva plasticidad en el arte?

Se debe recalcar que, en el paso de las artes plásticas a las visuales, hay una pérdida significativa, porque lo visual no es suficiente para incluir aquello que es inherente a lo plástico y que caracteriza a estas artes, sin disolverlas en otras, a pesar de la importancia del borramiento de los límites entre diferentes campos.

Por eso, en una primera aproximación, que necesitará ser completado con otros elementos, desde una perspectiva de la estética caníbal, se proponen los siguientes elementos para la conformación de una nueva plasticidad para las artes; o, si se prefiere, de una manera de reinventar la forma plástica.

a.                    El cuidado de la forma[1]: quedarse en la forma y cuidar de ella, a fin de desarrollarla a cabalidad, de tal manera que puede mostrar toda su capacidad de dar forma y de recibir una forma. El arte es, ante todo, forma. Esto no quiere decir que regresamos a una suerte de formalismo vacío, sino que, en el arte, el contenido solo tiene sentido en la medida en que adquiere una forma; el contenido se presenta como forma. Esto es, un cuidado tanto de la forma de la expresión como de la forma del contenido.

b.                   Legalidad y potencialidad de los medios: conocimiento y manejo riguroso de los nuevos medios utilizados para producir la obra plástica y capacidad para ampliar al máximo de las capacidades de estos medios.

c.                    Introducción de una nueva tekné, de la técnica como objeto mismo de la obra de arte y no como un elemento que solo es funcional y, en muchos casos, de una manera harto precaria. El arte como un nuevo tipo de accionar, como una máquina abstracta que es preciso poner a funcionar y que da cuenta del nuevo modo de existencia de los objetos tecnológicos.  

d.                   Una nueva materialidad: respeto por los materiales, por sus características propias e independientes, que se sostienen en la existencia por sí mismas y que sostienen en la existencia a la obra de arte. Introducción extensa de nuevos materiales que conduzcan a la apertura de significaciones y expresiones.


4.                   En torno a la noción de plasticidad en Catherine Malabou.

Ahora bien, estos elementos señalados aún son insuficientes para establecer con claridad la nueva plasticidad del arte, a partir del análisis de la forma plástica. Todavía queda otro gran tema, que tiene que ver directamente con los temas de la expresión y la representación.

El arte posmoderno estableció casi como un dogma el predominio de la expresión sobre la representación; más aún, pretendió que el arte debería ser no representativo, aunque esto ciertamente no es posible.

Aspecto acentuado por el predominio de las corrientes filosóficas provenientes de la matriz deleuziana, de la preeminencia de los afectos -que siempre son expresivos- sobre las representaciones, de los procesos sobre los resultados, del devenir sobre la estructura, de la expresión sobre el lenguaje.

Esta lógica llevada a su extremo, a su plena realización, terminó por disolver la obra de arte de una doble manera: impidiendo que se formara como obra de arte plenamente al quedarse en el proceso, en el gesto, en la expresión; y, de otra parte, la huida de las representaciones, condujo a la banalidad de la obra, al privilegio de su sinsentido. La obra de arte ya no tenía que decir algo, únicamente tenía que expresar. Entonces, se produjo el vaciamiento en el que la encontramos ahora, a pesar de que ocasionalmente todavía produce obras maravillosas, que son cada día más escasas.

Pero, ¿cómo retomar el camino de las representaciones?, ¿cómo hacer que la obra de arte vuelva a decir lo que tenga que decir, con sus propias formas, medios, técnicas?, ¿cómo vuelve a producir mundos propios?, ¿cómo hablar del mundo en el que vivimos ahora sin caer en una lógica panfletaria ni moderna? Aquí no hay respuestas ni directas ni fáciles; y el camino más corto se parecerá a un laberinto.

Ahora introduzco una lectura crítica de Catherine Malabou en torno a la forma y a su plasticidad. Si se extiende la reflexión de Malabou sobre lo plástico, para llevarlo al ámbito estético, se puede decir que la obra de arte es ante todo forma plástica, caracterizada por ese doble movimiento de su relativa permanencia y la explicitación de aquellos contenidos que le llevan a su ruptura. El carácter plástico de la forma muestra “el vínculo secreto entre la unidad formal y la articulación, plenitud de una forma y posibilidad de su dislocación.” (Malabou, 2005, pág. 14)

De tal manera que encontramos en las artes plásticas ese doble vínculo secreto que une forma y diferencia, en la medida en que la forma se entiende como aquello que introduce una distinción: “…de la estructura diferenciada de toda forma y, en cambio, de la unidad formal o figural de toda diferencia y de toda articulación.” (Malabou, 2005, pág. 15)

Porque la diferencia, en cuanto modo de la distinción, no puede ser sino un trabajo sobre la forma; la diferencia ha sido producido por la distinción, en donde hay tanto la forma productora como la forma producida; de allí, la unidad figural de la diferencia.

Entonces, si queremos entender el “rito de pasaje” entre la idea y su expresión, tenemos que verla a través de la conformación de la forma de la expresión y la forma del contenido, en su unidad y en su diferencia. Así, se puede hablar de una representación dividida: “Este proceder estético se nombra como “split representation” o representación desdoblada.” (Malabou, 2005, pág. 15)

Aquello que la obra de arte representa no lo hace directamente, sin más, sin mediación o sin una interface que le permita dar el salto y negociar la diferencia -y la distinción subyacente-. Lo plástico de la forma que se convierte en gráfico, la imagen que se vuelve signo, el cuerpo que lleva una inscripción: “Así la máscara revela la intercambiabilidad o la relación de conversión entre plástico y gráfico, imagen y signo, cuerpo e inscripción.(Malabou, 2005, pág. 16)

Lo que la obra de arte representa tiene la estructura del doble vínculo, que oscila constantemente entre aquello que se quiere decir y lo que queda inscrito efectivamente en la objetualidad de la obra de arte, en su nueva materialidad ya hipostasiada, de tal manera que hay un desliz, una brecha, una falla, entre la forma del contenido y la forma de la expresión:

“Un rostro se abre sobre un rostro, una articulación deja lugar a otra. Puede ser que vaya así va hasta el infinito. El vínculo secreto y primitivo que une transformación y sustitución, metamorfosis y reemplazo, oposición y relación funcional marcados por la imposibilidad, para una figura o una forma, de coincidir pura y simplemente con ella misma, de ser idéntica a sí. “ (Malabou, 2005, pág. 16)

La plasticidad de la forma en la obra de arte, ha producido mostrado la imposibilidad de la presencia de lo real -en el sentido lacaniano-, que no puede decirse simple y llanamente: “La plasticidad me ha aparecido de conjunto como una estructura de transformación y de destrucción de la presencia y del presente.” (Malabou, 2005, pág. 26)

La representación moderna se clausura, se torna inalcanzable; lo plástico no es más el efecto de la habilidad del artista sobre el material que moldea, siguiendo unos cánones de belleza preestablecidos, en donde lo extenso se somete espiritual: “O el concepto de espacio plástico gobierna la tradición metafísica en su conjunto. Lejos de limitarse al dominio “estético”, es en realidad una modalidad de espacio “psico-técnico” que aparece con los Tiempos modernos y que se reduce a una determinación puramente geométrica o aritmética de lo extenso.” (Malabou, 2005, pág. 27)

La plasticidad de la forma arte, después de la posmodernidad, ya no es el regreso moderno de la mejor representación de lo real; sino, una forma que “corta”, que rasga, que despedaza y deja una “huella” -en el sentido de Derrida: huella de sí misma, forma que se pone como obra.

“En efecto, la división de lo plástico y lo gráfico corresponde a la separación entre la presencia -carne, rostro o cuerpos- y aquello que le corta -huellas y marcas sobre la carne, el rostro o los cuerpos- La confrontación de la plasticidad y de la huella me ha hecho tomar conciencia de la imposibilidad de escribir la presencia.” (Malabou, 2005, pág. 28)

La interface que une lo real con su representación es un esquema, como un mundo figural que establece un campo de posibilidades -affordance-, en el cual se producen instanciación que son las obras de arte efectivas que, simultáneamente, tiene la capacidad de permanecer como una unidad formal y lleva en su interior los principios de su destrucción; esto es, contiene ya en sí misma los elementos de la siguiente obra, de una nueva instanciación.

El pensamiento, la idea de la cual parte el artista para su obra, aquello que quiere decir, tiene que convertirse en esquema producido por la imaginación y transformado él mismo en imagen: reproducción desplazada, siempre metonímica de lo real, síntoma impreciso del malestar de ese figural histórico que tiene que ser representado:

“Todo pensamiento tiene necesidad de un esquema, es decir de un motivo, producto de una imaginación racional que le permite forzar la puerta de entrada de una época y de abrir en ella las perspectivas exegéticas que le son adaptadas. Pensar, esto es siempre esquematizar, pasar de un concepto a la existencia que leva a la existencia de un concepto transformado.” (Malabou, 2005, pág. 34)

El campo esquemático que se forma a partir de una serie de distinciones introducidas en una época contiene esas “imágenes flotantes”, que se encarnarán en la obra de arte, en donde medios, materiales, técnicas, son hipostasiados, en la medida en que contienen otra substancia, que no es otra que la de lo real desplazada. En este sentido, toda obra de arte es un proceso de trans-figuración.

De este modo las obras de arte pertenecen a una época, a una historia, a una sociedad dada, unificadas y diversas, por ese “aire de las cosas”, por ese aire de familia como diría Wittgenstein, que las hace pertenecer al mismo campo y ser instanciaciones específicas.

Un esquema que “reúne y elabora las significaciones y las tendencias que impregnan la cultura en un momento dado a título de imágenes flotantes, las que constituyen, a la vez vaga y seguramente, una suerte de “aire de las cosas” …” (Malabou, 2005, pág. 34)

La obra de arte en cuanto “mímesis” de lo real se muestra como continuidad y ruptura: “…y revela así de un solo golpe la doble imposibilidad de una continuidad estricta y de una ruptura franca entre los dos.” (Malabou, 2005, pág. 61)

Las artes plásticas representan la realidad, pero lo hacen siguiendo la huella de la imagen esquematizada, desplazando, separando, escindiendo a través de una falla insuperable, la presencia de lo real respecto de su imagen-fantasma, de la obra de arte concreta que tenemos ante nosotros:

Ni visibles ni invisibles, las imágenes de nuestras metamorfosis, las imágenes de nuestras transformaciones, los esquemas del pensamiento son realmente imaginarios, en efecto fantásticos. En su esquematización, el pensamiento se intercambia con el mismo, repitiendo exactamente en ese movimiento, el intercambio originario de la presencia contra su imagen -fantasma.” (Malabou, 2005, pág. 66)

Diríamos que el arte viene a ser “la auto-esquematización del desarrollo espiritual, la relación reflexiva de la historia con ella misma.” (Malabou, 2005, pág. 67)


5.                   Una primera síntesis:

Una primera síntesis cabe en este momento con los hallazgos realizados, en el camino de la constitución de una nueva forma plástica, de una plasticidad no posmoderna ni moderna, que escape por las fisuras del capitalismo tardío.

La obra de arte, en su nuevo carácter plástico, atraviesa por el cuidado de la forma -productora y producida-, que negocia de manera permanente entre la forma de la expresión y la forma del contenido que, con el modo actual de existencia de los objetos tecnológicos, desarrollo su propia técnica -su tekné-, apropiándose de una nueva materialidad -productora y producida-, utilizando los nuevos medios como su interface.

La obra de arte y su capacidad representativa retomada, transforma la idea en imagen que existe en medio de un campo figural, que se instancia en este a partir de un esquema. Juntos producen un régimen de la sensible, de lo visual, de la forma plástica que encarna en la obra de arte, hipostasiada, trans-figurada, en donde lo real se dice a través de una falla, de una escisión, de una ruptura, insuperables. Representación de la forma del contenido -y de su substancia- en la forma de expresión, que establecen entre sí conexiones parciales, cuya pertenencia es frágil, que ya lleva dentro, de manera inherente, los principios de su destrucción, de su paso a otra cosa.

Bibliografía


Etimologías de Chile. (8 de Nobiembre de 2016). Obtenido de Etimologías de Chile: http://etimologias.dechile.net/?pla.stico
Malabou, C. (2005). La plasticité au soir de l´ecriture. Dialectique, destruction, déconstruction. Paris: Éditions Léo Scheer.
Rojas, C. (2011). Estéticas caníbales. Volumen 1. Cuenca: Universidad de Cuenca/ Bienal Internacional de Cuenca.
Rojas, C. (2015). Estética caníbales. Máquinas formales abstractas (Vol. 2). Cuenca: Universidad de Cuenca (En prensa).
Rojas, C. (2016). Estéticas caníbales. Del ethos barroco al ethos caníbal. (Vol. 3). Cuenca: Universidad de Cuenca (En prensa).




[1] Un análisis detenido sobre una nueva conceptualización de la forma, doble vínculo y otros conceptos, utilizados en este trabajo se encuentran en los tres volúmenes de Estéticas caníbales. (Rojas, Estética caníbales. Máquinas formales abstractas, 2015) (Rojas, Estéticas caníbales. Del ethos barroco al ethos caníbal., 2016) (Rojas, Estéticas caníbales. Volumen 1., 2011)