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domingo, 5 de enero de 2014

LOS OBJETOS TECNOLÓGICOS. (BAUDRILLARD)



Nada tan urgente en nuestra época como el regreso a la crítica de la economía política. Y esto por múltiples razones que tienen que ver, ante todo, con una premisa fundamental: vivimos bajo la égida del capitalismo tardío, que se encuentra en lo que quizás es la su crisis más profunda desde sus inicios.
En el mundo actual debatimos de infinidad de temas: cultura, ecología, racismo, poder, soberanía, entre tantos otros. Sin embargo, se extraña permanentemente esta ausencia de cualquier referencia al capitalismo, sobre el cual se hace un profundo silencio, como si fuera parte de un destino del que no podemos escapar.
Quizás uno de los fenómenos más llamativos sea el de los estudios culturales, que en algunas de sus corrientes aparece como extremadamente radical y que deja de lado la referencia al hecho básico de que el par modernidad/colonialidad –y cualquiera de sus variantes o desarrollos actuales- solo pueden explicados adecuadamente si se ven como lo que son: estrategias de expansión y reproducción ampliada del capital, aunque a partir de allí terminen por ser muchas cosas más.
Entonces, no tiene que ver con un regreso nostálgico a las fuentes marxistas, sino con la urgencia de comprender las sociedades actuales, sus procesos de modernización tardía, las crisis brutales que la atraviesan y las limitaciones económicas y políticas de las propuestas alternativas. La actualidad de Marx deriva de la persistencia del capitalismo tardío.
Volviendo a Baudrillard, digamos que los que nos interesa resaltar es tanto el retorno a la economía política –que es su punto de partida- como la necesidad de su ampliación, de tal manera que se incluyan en dicha perspectiva los fenómenos actuales económicos y culturales, tecnológicos y simbólicos, colectivos e individuales.
Baudrillard en El sistema de los objetos (1968), (Baudrillard J. , 1969), parte de la economía política de Marx, para ir más allá de esta y traspasar sus límites, quebrar sus bordes y abrir este campo a otras reflexiones, que incluyan, de una nueva manera, los productos culturales.
El punto de partida se encuentra en el fetichismo de la mercancía y en su radicalización. Este fetichismo, en la versión marxista, consistía en mostrar cómo las relaciones sociales aparecían mediadas por las cosas y, de hecho, cosificadas. (Marx, 1975) (Lukács, 1985) Las formas de opresión que subyacen a este  mundo, se esconden en las cosas y así logran un nivel de eficiencia mucho mayor, además de permitir que se incorporen a nuestro modo de ver el mundo y de actuar en este.
El lugar de inicio de la reflexión de Baudrillard es precisamente este: en ese mundo fetichizado de las mercancías como intermediarias de las relaciones sociales, los objetos se autonomizan de lo que les sustenta y adquieren vida propia. La primera y radical consecuencia, que será una constante en su pensamiento, es “…el desvanecimiento de la relación simbólica…” (Baudrillard J. , 1969, pág. 59), en la medida en que los objetos reemplazan el intercambio simbólico que se estaba produciendo entre compradores y vendedores en la esfera de la circulación.
Los objetos se convierten en objetos técnicos y llevan esta característica hasta límites insospechados en la era del software y el hardware, en la época que vivimos ahora que es la de los “objetos inteligentes.” Por otra parte, los “gestos” simbólicos que acompañaban a la producción son cada vez más reducidos al predominio de los objetos, que no transportan o encarnan simbólicos sociales y subjetivos, sino que, por el contrario, desechan las subjetividades que quedan prisioneras de esta lógica tecnológica: “Ahora  bien, todo esto es desalentado, desmovilizado por el objeto técnico. Todo lo que estaba sublimado (por consiguiente, simbólicamente investido) en el gestual de trabajo es hoy rechazado. “ (Baudrillard J. , 1969, pág. 60)
El ejemplo que pone Baudrillard apenas si deja vislumbrar lo que realmente han llegado a ser los objetos tecnológicos, en donde la forma se realiza plenamente como tal, sin necesidad de volver la mirada para preguntarse por su fundamento, por el orden simbólico que debería acompañarle:

“La  empuñadura   de   la   plancha   se   esfuma, se  “perfila”  (el  término  es  característico   en   su   pequeñez y su abstracción), apunta  cada  vez  más  a  la  ausencia del gesto y,  en  el  caso  límite,  esta  forma  ya  no  será de ninguna manera  manual,  sino  simplemente  manejable:  la  forma,  al  consumarse,  habrá  relegado  al  hombre a la contemplación de su poderío.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 62)
Se llega, entonces, a un nuevo nivel de abstracción, que es no es solamente aquella que separa el valor de cambio del valor de uso, dejando de lado las características específicas de las cosas, para lograr ser cambiadas a través del equivalente general; sino que ahora se abstrae el plano simbólico, el mundo de las significaciones, de las representaciones. En este sentido, todo objeto técnico es un objeto abstracto, porque está separado de la vida de las personas como origen, como sustento: “La abstracción del poderío… Ahora bien, este poderío técnico ya no puede ser mediatizado: no guarda ya una medida común con el hombre y su cuerpo. Por consiguiente, tampoco puede ser simbolizado.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 62)
Los objetos se colocan delante de nosotros, son como una avanzada que rastrea el mundo al mismo tiempo que lo crea y al cual llegamos nosotros tardíamente. Si bien es cierto que salen de la mano de otros seres humanos, llegan a nosotros independizados de sus productores, con una vida y una lógica propias que se nos imponen.
Quizás al principio nos resulte desconcertante, luego se nos hace parte de la existencia misma, a tal extremo que se convierten en paradigma del comportamiento social, en donde –inaugurando otra forma de funcionalismo- el privilegio del pensamiento y la acción técnicas penetra en todos los sectores, porque se cree que la aplicación de determinados instrumentos son suficientes para crear la realidad, a la que efectivamente parecen estarse aplicando, que conducen a “…un mito funcionalista, la de la virtualidad de un mundo totalmente funcional, del que cada objeto técnico es ya un indicio.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)
Se inaugura una nueva era que es la del objeto tecnológico, en donde lo importante no está exclusivamente en el privilegio ontológico de este, ni siquiera en la epistemología que oculta, en la medida en que estos objetos son simultáneamente conceptos: objetos-conceptos; esto es, instrumentos cognoscitivos con los cuales percibimos la realidad de un determinado modo.

Esta objetualidad técnica se convierte en el paradigma del conjunto de esferas sociales. Se cree que por sobre los aspectos políticos, económicos, ideológicos, están ubicadas las soluciones técnicas. Por ejemplo, en una típica campaña electoral en nuestros tiempos, se contratan un conjunto de asesores técnicos, de expertos en diversas áreas: campañas, publicidad, discursos, que llegan ciertamente con una gran formación y experiencia. Cada uno trae una serie de recetas causi-mágicas que llevarán hipotéticamente al triunfo del candidato. Estos expertos carecen, según ellos de ideología y por eso pueden estar al servicio de candidatos que van de la extrema derecha a la izquierda. Los mismos estados se encuentran invadidos por esta plaga de expertos, que aplican las orientaciones políticas y tratan a la sociedad como si fuera un objeto tecnológico, en donde lo único necesario es conocer de memoria su manual de funcionamiento.

Por eso, Baudrillard habla del aparecimiento de esta nueva mitología, aquella que viene con la tecnología:

“…lo real a partir del signo, que era la regla del mundo mágico. “Una parte del sentimiento de eficacia de la magia primitiva se ha convertido en creencia incondicional en el progreso”, dice Simondon (op. cit ., p. 95). Esto es verdad de la sociedad técnica global, y lo es también de manera más confusa, pero tenaz, del ambiente cotidiano, en el que el menor gadget es el foco de un área tecnomitológica de poderío. El modo de uso cotidiano de los objetos constituye un esquema casi autoritario de presunción del mundo.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)

Esta “ideología” de lo objetual –ella misma objetual-, ha abierto el espacio para nuevas reflexiones sobre las cosas, sobre su fenomenología independientemente de las personas, del orden simbólico, de la construcción social. Se ha desarrollado una ontología de las cosas que propone liberarlas de la opresión de los sujetos.  (Harman, 2005), (Bogost, 2012)

Objetos que requieren de toda una analítica para su adecuada comprensión, que queda oculta bajo la piel de la brutal eficiencia de su funcionamiento, como pasa ahora con las computadoras, las tablets, los teléfonos inteligentes, con todo el software incluido dentro, que actúa como si fuera un mago colocado detrás de las cosas, sin que logremos descifrar sus secretos. (Miller, Home Possessions, 2001) (Miller, Materiality, 2005)

En la vida diaria se ha vuelto realidad el hecho de que estamos dentro de una maquinósfera y que nosotros somos terminales menos inteligentes que la gran máquina que da cuerda al mundo –Haruki Murakami (Murakami, 2001)-, fascinados por los objetos que no podemos dejar de utilizar; o mejor, que juegan con nosotros, que nos llevan de un lugar a otro, que entran de lleno en la constitución de nuestra subjetividad.

Para Baudrillard, las capacidades de significación se han quedado cortas, las representaciones no alcanzan a tocar la ontología de las cosas y este retorno “a las cosas mismas” husserliano (Husserl, 1991), ya no significa una mejor comprensión de la subjetividad, sino su abandono.

“De hecho, se ha producido una verdadera revolución en el nivel cotidiano; los objetos se han vuelto hoy más complejos que los comportamientos del hombre relativos a estos objetos. Los objetos están cada vez más diferenciados, nuestros gestos cada vez menos. Podemos expresar esto de otra manera: los objetos ya no están rodeados de un teatro de gestos en el que eran las funciones, su finalidad, sino que hoy en día son los actores de un proceso global en el que el hombre no es más que el personaje o el espectador.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 63)

La disolución de la dualidad sujeto/objeto, sobre la que estuvo construida la modernidad, no solo tiene consecuencias sobre los objetos –tal como lo describe Baudrillard-, sino que la subjetividad entra en una fase de descomposición.

Al estar centrada la formación de los sujetos sobre su dominio, proyección y manipulación de los objetos, la retirada de estos deja a los sujetos sin el objeto de la representación que, de este modo, se vacía. El mundo simbólico se anula al  no poder acceder a su referente, que ahora es el que conduce el proceso de la existencia. Nos sentamos a mirar la algarabía de los objetos, la sociedad del espectáculo es la sociedad objetual del espectáculo. Ellos están sobre el escenario, son las estrellas del momento, la fuente de nuestros deseos y necesidades:

“Tal vez haya que buscar ahí la razón, después de la primera euforia mecánica, de esa satisfacción técnica morosa, de esa angustia particular que nace en los que han sido objeto del milagro del objeto, de la indiferencia forzada, del espectáculo pasivo de su poderío.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 63)

Vemos aparecer en este momento un término que será estructurante en el pensamiento de Baudrillard: simulacro. Aquella realidad tan querida por nosotros, sobre la que volcamos nuestras acciones, ha dejado de ser lo que era, ha devenido simulacro, no tanto porque haya penetrado en el mundo virtual, sino porque al carecer de objeto, hay preguntarse si realmente existe, si efectivamente se da; o, si para darse tiene que someterse a alguna objetualidad, sin la cual realmente no sucede.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación hacen precisamente esto, no solo son mediadoras que transmiten un mensaje, sino que la realidad –para nosotros- solo existe si pasa por la pantalla. Será por eso que cada vez trasladamos nuestra vida a la pantalla (Galloway, Polity Press), porque únicamente allí parece que podemos ser lo que queremos ser. Se vuelve así un simulacro.
Podemos preguntarnos hasta qué punto Facebook y las redes sociales no son simulacros, sustitutos, que terminan por ser más importantes que la vida propia y más aún, la vida de cada uno se ve obligada a parecerse a la imagen que hemos construida de ella. Por esto Baudrillard puede afirmar que el hombre es una abstracción.
¿En qué sentido el hombre se ha vuelto abstracto? Ha habido un proceso de separación entre el sujeto y el objeto y, especialmente, la función sígnica  característica del lenguaje y la cultura han quedado supeditadas a la lógica de los objetos técnicos. Hay que tomar en cuenta, además, que estamos hablando de un simulacro que no es tal respecto de una realidad –que es su sentido clásico- sino un simulacro de sí mismo, autorreferencial:
“Si el simulacro está tan bien hecho que se convierte en ordenador eficaz de la realidad, ¿no ocurrirá, entonces, que será el hombre el que, respecto del simulacro, se convertirá en abstracción? Lewis Mumford observaba ya (Technique et civilisation , p. 296): “La máquina conduce a una eliminación de funciones que llega a la parálisis.” No es ésta una hipótesis mecánica, sino una realidad vivida: el comportamiento que imponen los objetos técnicos es discontinuo, es una sucesión de gestos pobres, de gestos–signo, cuyo ritmo está borrado.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 64)

Esta descripción de lo que sucede con la relación entre sujetos y objetos se ajusta bastante bien a la realidad. La carrera desbocada por producir objetos tecnológicos parecería no tener fin, mientras los contenidos, junto con el plano simbólico, caen en picada sin encontrar límite en su descenso al infierno de los medios y de la publicidad.
Quizás en el lugar en donde esto se puede ver con toda claridad se encuentra en la televisión. La calidad de esto aparatos crece in cesar, más aún ahora que se anuncia una resolución 4K que va muchísimo más lejos que la alta definición. Sin embargo, cuando enciendes la televisión, lo que vemos en ella es cada día peor, cada vez más cerca de la catástrofe kitsch. De un lado la repetición de lo mismo en la televisión por cable, en donde pasan una y otra vez las mismas películas, siempre como una falsa novedad. De otro, la invasión de la subcultura norteamericana, que va desde Las verdaderas mujeres asesinas hasta El precio de la historia pasando por la gama interminable de la aventura extremo, que colapsa desde A prueba de todo a las series del hombre desnudo, la pareja desnuda, sobreviviendo en ambientes imposibles, sin dejar de lado los “reportajes” sobre los extraterrestres o los buscadores de fantasmas. Desde luego, todo esto se puede ver en una televisión LED, con la máxima resolución, cuando deberían ser condenadas a la más baja resolución, para no nos demos cuenta de lo espantosas que son.
El colmo de esta situación, del simulacro de sí mismo en la producción cinematográfica o televisiva, llega en este momento de la mano de los tiburones. Ahora vuelan en tornados que atacan las ciudades o son tiburones fantasmas que nos acosan por todas partes. Hasta el miedo se ha convertido en un pastiche de sí mismo.
¿Qué nos queda entonces sino la fascinación por el objeto tecnológico que traslada de la cuestión acerca de qué vemos, qué consumimos, por el medio, por el soporte, por la calidad de la imagen de súper alta resolución o del falso 3d que nos obliga a ponernos unas gafas incómodas en el colmo de la simulación?
Baudrillard resalta esta situación como el modelo de lo que pasa en nuestra cultura: la pérdida de lo simbólico, la quiebra de las significaciones, la banalidad y el simulacro que encontramos en todo lado.
Sin embargo, a pesar de la certeza de esta aproximación realizada por Baudrillard, nada es tan simple. Un enfoque que tome este punto de partida –como se pretende aquí- no puede completarse con un regreso a la dualidad de sujeto-objeto, a la manera moderna, incluso porque “nunca hemos sido modernos” ( (Latour, 2007), al menos no del modo en que esa historia fue narrada. Ni tampoco quedarnos encerrados en la posmodernidad, porque simplemente sería el triunfo de la banalidad y de la transparencia del mal.
Para encontrar un camino, regresamos a la teoría del fetichismo de la mercancía desarrollada por Marx, que fue justamente el punto de partida de Baudrillard. Como sabemos, este fetichismo implica que las relaciones sociales se cosifican, aparecen mediadas por los objetos. Introducimos aquí una extensión de este enfoque que sostiene que existe un reverso fetichismo.
De una parte, el fetichismo clásico descrito por Marx en El Capital; y de otra, el reverso del fetichismo ya no de las relaciones sociales, sino aquel que atrapa a los objetos abstractos, en cuanto se separan del mundo de las significaciones sociales y subjetivas, y pasan a expresar relaciones entre sí mismos, como si fueran exclusivamente concreciones de lógicas tecnológicas, de racionalidades funcionalistas, sometidas plena pero ocultamente a la valorización del capital.
La liberación de los objetos de su sometimiento a esta opresión tecnológica, tiene que ir de la mano de la liberación de los sujetos de la opresión del capital. Un regreso “a las cosas mismas” o la posibilidad de una fenomenología alien –aquella que corresponde a las cosas sin que la referencia a lo humano sea lo fundamental (Bogost)- solo se podrá dar cuando se quiebre el dominio del valor y de la ganancia.
Nos es casi imposible pensar qué sería los objetos tecnológicos si no estuvieran sometidos a la realización del valor, de qué manera se volverían a encontrar con los seres humanos, para producir no tanto un continuo entre naturaleza y humanidad –Latour- sino  el surgimiento de ciborgs: entes con partes compatibles pero incomparables.
¿Qué pasaría si colocáramos en esa objetualidad a-significante un interés emancipatorio dejando de lado su parte opresiva, su sometimiento al mercado? ¿De qué manera, bajo qué condiciones, se produciría un nuevo campo de significaciones, una re-invención de lo simbólico, de la representación en la conjunción ciborg de sujeto y objeto tecnológico? (Aquí se puede ver la necesidad, la urgencia, de la crítica del discurso posmoderno, que tiene que ser rebasado, más allá de lo performativo o mejor, entendiendo este performance como un hacer a través de… y además como el surgimiento de una discursividad, de una narratividad, que parecería haber sido abolida.)
De otro modo, la cuestión que podría desprenderse de las consideraciones de Baudrillard, aceptando su punto de vista como el mejor síntoma de lo que sucede en nuestro tiempo, se refiere a la reconstrucción de esa lógica de los objetos, el simulacro de lo humano, la estrategias fatales que reemplazan a las reales, la cada vez más espantosa transparencia del mal. Sin embargo, este sería solo la mitad, porque falta la mitad del relato.
Esto es, ¿qué dicen esos objetos tecnológicos, de qué hablan, que discursos permiten, cuáles prohíben? ¿Qué narraciones se producen, se estructuran, se inventan, en las redes sociales, en el Facebook, en los teléfonos inteligentes? ¿Qué subjetividades empujan, articulan, contribuyen a conformar los objetos inteligentes a los que estamos pegados irremediablemente?

Bibliografía

Baudrillard, J. (1969). El sistema de los objetos. México: Siglo XXI.
Bogost, I. (2012). Alien phenomenology or what it is like to be a thing. Minneapolis: University o Minnesota Press.
Galloway, A. (Polity Press). The interface effect. Cambridge: 2012.
Harman, G. (2005). Guerrilla metaphysics. Phenomenology and the carpentry of things. Chicago: Open Court.
Husserl. (1991). La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. . Madrid: Crítica.
Latour, B. (2007). Nunca hemos sido modernos. México: Siglo XXI.
Lukács, G. (1985). Historia y conciencia de clase. México: Orbis.
Marx, K. (1975). El Capital (Vol. Tomo I/Vol.I). México: Siglo XXI.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford: Berg.
Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke University Press.
Murakami, H. (2001). Crónica del pàjaro que da cuerda al mundo. Madrid: Tusquets.



martes, 2 de abril de 2013

OBJETIVACIÓN



Tomemos como punto de partida la afirmación de que no hay personas y cosas de manera aislada, existiendo cada una por su cuenta; sino que siempre encontramos en el mundo en el que vivimos: personas con cosas: 
“En su Fenomenología del espíritu, Hegel (1977) propone que no puede haber una separación fundamental entre humanidad y materialidad – .” (Miller, 2005, pág. 5) 
Y, además, en una particular relación entre los sujetos y las cosas: “Deberemos retornar a las poblaciones en masa que se consideran a sí mismas, de hecho, gente usando objetos.” (Miller, 2005, pág. 6) 
Sin embargo, hay que ir más lejos y más adelante de este lado puramente utilitario de las cosas, en donde las cosas quedan reducidas a meras cosas al servicio de una racionalidad instrumental, que intenta conseguir unos determinados fines o metas. 
Establezcamos, entonces, que en esa relación entre sujetos y cosas, los sujetos existen en la medida en que se objetivan; esto es, solamente cuando se vuelcan hacia el exterior y crean toda clase de formas, que van desde las instituciones, las leyes, hasta las innumerables cosas materiales y virtuales que pueblan nuestra realidad. 
Estos actos creativos regresan sobre nosotros mismos y se convierten en parte de nuestra conciencia, la llevan a otro nivel, nos permiten darnos cuenta de lo que somos y de los podemos –somos lo que podemos hacer-. La conciencia –y la percepción- que tenemos de lo que está allí afuera cambia radicalmente así como la conciencia de nosotros mismos: nuestros modos de sentir, de ser afectados, nuestras estructuras cognitivas, nuestras formas de relacionamiento con los demás, la particular relación que tenemos con la naturaleza a la que hemos puesto en riesgo: 
“En la objetivación todo lo que tenemos es un proceso en el tiempo mediante el cual el propio acto de creación de formas crea conciencia o capacidad, tal como habilidad, y de este modo transforma a ambas, a la forma y la auto-conciencia de aquello que tiene conciencia, o la capacidad de aquello que ahora tiene habilidad.” (Miller, 2005, pág. 6) 
El acto creativo se ha duplicado: de una parte, los sujetos creando el mundo a su imagen y semejanza a través de objetivarse, de encarnarse y construir unos mundos múltiples y diversos; de otra parte, los objetos unas vez dados, producidos, diseñados, regresando sobre las personas para recrearlas, para transformarlas por dentro, para cambiar su interior, para alterar su modo de ver y habitar. 
“No podemos comprehender nada, incluso a nosotros mismos, excepto como forma, un cuerpo, una categoría, o inclusive un sueño. A medida que esas formas se desarrollan en su sofisticación, somos capaces de ver en ellas posibilidades más complejas para nosotros. A medida que creamos leyes, nos entendemos a nosotros mismos como gente con derechos y limitaciones. A medida que creamos arte podemos vernos a nosotros mismos como un genio o como no sofisticados. No podemos saber quiénes somos, o llegar a ser lo que somos, más que mirando en un espejo material, que es el mundo histórico creado por aquellos que vivieron antes que nosotros. Este mundo nos enfrenta como cultura material y continúa evolucionando a través de nosotros.” (Miller, 2005, pág. 6) 
No hay cultura que no sea inmediatamente cultura material, proceso de objetivación de los sujetos y procesos de subjetivación de los objetos. Es en este ir y venir que existimos, que nos socializamos, que nos soñamos, que imaginamos, que nos proyectamos hacia el futuro y, desde luego, que diseñamos. 
De esta manera, el proceso de diseño lejos de enfrentar a unos “sujetos autónomos” versus unos “objetos autónomos”, tendría que preguntarse de qué modo esos objetos del diseño son una objetivación de la cultura material globalizada o de un grupo social en particular. 
Con igual fuerza, debería interrogarse sobre las transformaciones en la percepción, el afecto, los procesos cognitivos, que sufren los diseñadores y posteriormente las personas que usamos esas cosas, porque somos personas con cosas, inseparablemente.

Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke University Press.

jueves, 28 de marzo de 2013

MATERIALIDAD

Una lectura de Daniel Miller, Materiality, An introduction. (Miller, 2005)
Una de las cuestiones más difíciles será teorizar lo que son los objetos en su materialidad y en su virtualidad, tratando de evitar considerarlas como meros útiles que están frente a nosotros y que nos servimos de ellos para apropiarnos del mundo. Y, por otro lado, como consecuencia de este primer punto, ver las cosas únicamente desde la perspectiva de los sujetos. 
Discutiré a Daniel Miller con cierto detalle, lo que nos permitirá entrar en una serie de precisiones sobre qué son los objetos, en qué consiste su materialidad y su virtualidad, qué debemos entender por cosa o por artefacto. 
“Esta introducción comenzará con dos intentos por teorizar la materialidad: el primero, una teoría vulgar de las meras cosas como artefactos; el segundo, una teoría que pretende trascender el dualismo de sujetos y objetos.” (Miller, 2005, pág. 2) 
Miller insistirá, como un núcleo duro de su paradigma, que para entender a cabalidad lo que es la materialidad tenemos que superar la dualidad tan fuerte entre sujetos y objetos, que coloca siempre al primero en una posición de privilegio: 
“Esto culmina en una sección sobre la “tiranía del sujeto” que busca enterrar la sociedad y el sujeto como la premisa privilegiada por una disciplina llamada Antropología.” (Miller, 2005, pág. 2) 
Esta tendencia se ve fortalecida por “la humildad de las cosas” (Miller, 2005, pág. 3), que es más aparente que real. Ese ocultamiento de la cosas, de su capacidad de agenciamiento, de su intervención decidida en el mundo, en el entorno en el que vivimos, lo único que hace es fortalecer su capacidad de darle forma a la realidad en la que habitamos:
“La conclusión sorprendente es que los objetos son importantes no debido a que son evidentes y físicamente limitan o posibilitan, sino usualmente porque precisamente no los “vemos”. Cuanto menos conscientes somos de ellos, más poderosamente pueden determinar nuestras expectativas a través del establecimiento de la escena y asegurando una conducta normativa, sin ser objeto de impugnación. Ellos determinan qué tiene lugar en la medida en que somos inconscientes de su capacidad para hacerlo.” (Miller, 2005, pág. 3) 
Es por demás conocido el fenómeno que hace que las cosas mientras más cercanas y cotidianas son más, más difícil se hace pensarlas y conceptualizarlas. Están tan pegadas a nosotros, dependen en tan alto grado de su funcionamiento fiable y constante, que solo cuando fallan nos percatamos de que están allí, de que solo a través de los objetos podemos habitar el mundo. 
A esto debemos añadir nuestra pertenencia a una cultura determinada que es, ante todo, una cultura material, en la que estamos sumergidos desde que nacemos, que forma parte de lo que somos indisolublemente en todas las etapas de nuestra existencia: 
“Somos educados con las expectativas características de nuestro grupo social particular, en gran parte a través de lo que aprendemos en nuestro involucramiento con las relaciones encontradas entre las cosas de todos los días. Bourdieu enfatizó las categorías, órdenes y ubicaciones de los objetos – por ejemplo, las oposiciones espaciales en el hogar, o la relación entre los implementos agrícolas y las estaciones.” (Miller, 2005, pág. 4) 
La primera y la más importante consecuencia de esto es que las cosas lejos de ser entes pasivos, sordos, mudos, son activos. Digamos que los objetos hacen, ciertamente en un rango de lo más amplio de acciones e intervenciones en el mundo, dando forma y alterando la realidad. 
Ahora bien, estas acciones son diferentes de las que realizamos los seres humanos. Los objetos actúan de un modo distinto y diverso, dependiendo precisamente de su objetualidad, de su particular carácter de cosas que les hacen idénticas a unas y diferentes de otras. (A esto le llamaremos el plano ontológico.) 
Para diferenciar las acciones humanas de la actividad de las cosas, introduciremos el término de agenciamiento; de esta manera nos alejamos de cualquier equívoco y nos alejamos de una mirada excesivamente antropocéntrica, para dar paso a que las cosas hablen por ellas mismas. 
Así que hablaremos del agenciamiento de los objetos; esto es, de la manera cómo introducen una perspectiva sobre el mundo, que lanzan una mirada sobre el espacio en el que ubican  y al que distorsionarán, creando algún tipo de gravedad que atrae tanto a personas como a otros objetos. 
Se tiene que resaltar, como afirmación central, que los objetos son activos, que contienen dentro de sí procesos y procedimientos que desencadenan otros procesos y procedimientos, en secuencias, cascadas, contagios, epidemias, clonaciones, de entre tantos modos de penetrar en lo existente y construirlo a su imagen y semejanza. 
Habrá que reconstruir minuciosamente el agenciamiento de los objetos desde su propia perspectiva, desde su propio punto de vista, en los contextos específicos en los que este se esté dando. (A esto le llamaremos plano fenomenológico y hablaremos de fenomenología alien para describir los agenciamientos de las cosas en los diversos mundos reales, posibles, virtuales.) 
Se trata de una ampliación significativa de nuestro modo de entender el mundo, porque la agencia sale del campo específico de los seres humanos y se traslada hacia afuera, hace el viaje desde el interior al exterior, quizás para volver de muchos modos como si se tratara de una cinta de Moebius:
 “Una de sus estrategias más influyentes en la guerra en contra de la purificación ha sido tomar el concepto de agencia, en otro tiempo sacralizado como la propiedad esencial y definitoria de las personas, y aplicar este concepto al mundo no humano, sea éste organismos tales como bacterias o el sistema de transporte putativo de París.” (Miller, 2005, pág. 7) 
A este campo, le añadimos el de los objetos en su materialidad y en su virtualidad, que siempre ha tenido esta característica de hacer cosas; podemos decir que las cosas hacen cosas, que las cosas hacen mundos, muchos mundos de modos diversos y variados.