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domingo, 21 de abril de 2013

EL REVERSO DEL FETICHISMO. ECONOMÍA POLÍTICA DE LOS OBJETOS.




Colocar sobre nuevas bases las relaciones entre los sujetos y los objetos, entre las personas y las cosas, presupone la ruptura de los dualismos subyacentes: cuerpo y mente, espíritu y materia. Por otra parte, las corrientes críticas se alimentaron, en gran medida, de la teoría marxista del fetichismo de la mercancía. 
Esto es, fetichismo en la medida en que las relaciones entre personas se mostraban como mediados por las cosas; así se naturalizaba el capital y se sustentaba la dominación capitalista, lo que no ha dejado de suceder. 
La implicación que este tiene para la superación del dualismos mencionados es que se choca contra la lógica del capital y de su sociedad; no podemos simplemente plantearnos una “democracia de las cosas” o una relación de igual entre personas y cosas, para que esas puedan hablar por sí mismas, sin cuestionar la lógica del capital. Al interior de estos mecanismos de fetichismo de la mercancía se tiene que trabajar para una aproximación más justa a las cosas, a los objetos y a la misma tarea de diseñar. (Marx, 1975) 
Lukács, en Historia y consciencia de clase, ha mostrado a fondo los modos de funcionamiento de este fetichismo, a través de los procesos de reificación o de cosificación. No es este el lugar para reflexionar sobre este, que no deja de ser importante para entender los estudios de la materialidad, que están vinculados a los regímenes de producción de valor: 
“Las condiciones de transnacionalismo baja las que la mayoría de la gente vive ahora en el mundo, han creado nuevos y a menudo significados  culturales contradictorios y los valores económicos y los significados de los objetos –esto es, en la cultura material- como aquellos objetos que viajan e modo acelerado a través de mercados locales, nacionales e internacionales y otros regímenes de producción valor.” (Myers, 2001, pág. 3) 
De lo que efectivamente se trata aquí es de preguntarnos por el reverso del fetichismo: ¿qué queda cuando logramos romper, aunque sea de modo provisional, con la lógica de la ganancia y desaparece el fetichismo? Ciertamente que se puede mostrar que el capital es una relación social de explotación, lo que es un paso importante para la ruptura la hegemonía capitalista. 
Sin embargo, hay otras preguntas que tenemos que introducir para aproximarnos a esta cuestión de las relaciones entre sujetos y objetos, personas y cosas: ¿al desaparecer el fetichismo de la mercancía, esto es: la relación entre personas que aparece como relación entre cosas, se produce un contacto directo de persona a persona, de manera transparente? ¿Qué sucede con las cosas? ¿Son estas excluidas de las relaciones entre personas? ¿Nos vemos conducidos hacia una profundización de la dualidad entre personas y cosas, que llevará a un enfoque instrumental de los objetos por parte de los sujetos que, de este modo, privilegiarían los encuentros directos? 
Los razonamientos que se desprenden encuentran rápidamente las consecuencias, seguramente justas, de la lucha contra el consumismo, el “materialismo” de nuestras sociedades en su sentido peyorativo, la pérdida de valores, el triunfo de la sociedad del espectáculo, la extensión sin límites de la moda. 
Y nuevamente las preguntas que surgen: ¿cuál es el reverso del consumismo? ¿Una sociedad que no está guiada por el consumo? ¿Qué sería una sociedad sin la espectacularidad capitalismo? ¿Una sociedad sin espectáculo? 
Nuestra respuesta va en dirección contraria: el reverso del fetichismo no es la separación radical entre personas y cosas, que finalmente lograría el ideal de la transparencia. Al liberar a los sujetos del dominio capitalismo, las cosas también lo harían. De tal manera, y esta es la tesis fuerte, las personas con las cosas estarían en plena capacidad de relacionarse con las otras personas con cosas. 
El reverso del fetichismo es la liberación de las cosas, de tal manera que dejen de expresar las relaciones capitalistas de dominación de unas personas sobre otras, y se vuelvan enteramente capaces de expresar las relaciones entre los sujetos, en medio de una nueva sociedad del espectáculo.
La superación del “materialismo” no es una suerte de espiritualismo, algo parecido al new age, sino el materialismo pleno de todos los seres humanos con iguales derechos, con igual capacidad de acceso a los objetos, sin los que no pueden ser plenamente sujetos. 
El reverso de la moda no es la abolición de la moda, sino su plena liberación del secuestro a la que está sometida. Así que la tesis de Lipovetsky de la moda plena no tiene solo un lado de exaltación del capital sino adquiere un matiz utópico: el reverso de la moda es la moda plena.

Bibliografía.
Marx, K. (1975). El Capital (Vol. Tomo I/Vol.I). México: Siglo XXI.
Myers, F. (. (2001). The empire of things. Regimen of value and material culture. Oxford: School of American Research Press.

martes, 16 de abril de 2013

POSESIONES DOMÉSTICAS.


Una primera cuestión a tomarse en cuenta es la relación entre lo privado y lo personal; porque en el espacio doméstico efectivamente hay muchas cosas que pertenecen a la esfera de lo privado pero no todas hacen parte de lo que consideramos personal, más aún vinculado a la subjetividad. 
“Además, con la cosa hay una relación igualmente compleja, porque no se puede equiparar lo privado con lo personal. Hay muchos conflictos entre la agencia expresada por los individuos y por la familia, y el jefe de casa… de tal manera que se convierte a lo privado en un mar de turbulentas y permanentes negociaciones más que algo dado para el sí mismo.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 4) 
Esto se debe, sobre todo, a que las posesiones domésticas encarnan muchas aspiraciones sociales, que se introducen en nuestras vidas privadas y que ejercen presión más allá de si son o no mostradas a otros miembros de la comunidad a la que se pertenece. Por eso se insiste en que: 
“Como tal el hogar no llega a ser la expresión de la mirada de las otras personas, sino más una interiorización y un reemplazo controlado de los otros ausentes. Llega a ser en sí mismo el efectivo otro con el que cada uno se juzga a sí mismo.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 7) 
El incremento significativo en la preocupación por el diseño de interiores, por la decoración, por la adquisición de objetos, tiene que ver con este tipo fenómenos, proviene no solo de las presiones sociales para el consumo, sino de la percepción como miembro de un grupo para participar de un modo de consumo y de una estética a través de la posesiones domésticas. (Cuando estos fenómenos escapan al control de los sujetos, vemos aparecer ese extraño rostro de las “posesiones”, como estar poseído por… en este caso por los objetos, por las cosas que nos rodean y que terminan por controlarnos.)
Esto quiere decir que con las posesiones domésticas se va más lejos que la expresión del gusto o de la búsqueda de una cierto estatus social, o la manifestación de un capital cultural que quisiéramos mostrar.
Los objetos que traemos a casa para que habiten entre nosotros “más que ofrecer una noción idealizada de ´calidad de vida´ y de una idealizada forma de socialidad. Más bien, estos sueños diarios directamente influencian en el aprovisionamiento y en las aspiraciones del hogar, permitiendo a sus ocupantes actualizarse más allá de las limitaciones de su particular domesticidad.” 28
Desde luego, estos usos del espacio doméstico y de los objetos contenidos en él, cambiarán de manera harto significativa si trata de mujeres o de hombres. En el caso de aquellas mujeres que están sometidas al espacio doméstico, como su “esfera propia”, usan este medio para mostrarse a sí mismas más allá de las limitaciones del lugar. Lo utilizan como una manera, aunque sea parcial, de expresión y construcción de su subjetividad, haciendo que el espacio doméstico se someta a su voluntad.
De tal manera que las posesiones domésticas con las que llenamos nuestros hogares, rebasan largamente los aspectos del prestigio y del estatus, para convertirse en el modo en que la familia se construye al igual que sus miembros, desde la perspectiva internalizada de lo que los otros que están ahí fuera piensa o de lo que suponemos que piensan.
“…la construcción del hogar, llega a ser una visión internalizada de lo que otra gente piensa acerca de uno. Lejos de ser un sitio de cruda emulación, el hogar llega a ser en sí mismo los otros. El hogar objetiva la visión que los ocupantes tienen de ellos mismos desde la mirada de los otros y como tal deviene una entidad y un proceso.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 42)
Los objetos devienen marcas de nuestra identidad, con las que nos sentimos parte de un grupo social específico y que terminan por formar parte de nuestra subjetividad.
Bibliografía.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford: Berg.

domingo, 7 de abril de 2013

COSAS-CONCEPTOS.

La manera estándar de relacionarnos con el mundo, que se ha convertido en nuestro sentido común, nos dice que con las cosas hacemos una serie de actividades: golpeamos con los martillos, manejamos un auto, hablamos con el celular, escribimos con la computadora. Las cosas para nosotros son, ante todo, instrumentos.
A su lado colocamos los pensamientos, las ideas, que se convierten en los conceptos con los que comprendemos el mundo. Tenemos claro lo que es el concepto de bueno, malo, hermoso, feo; y separamos claramente la idea del mundo del propio mundo. Aquí está el concepto de “software” y en este momento estoy usando uno específico llamado Word. No cabe confusión alguna.
Sin embargo, la separación que establecemos entre los conceptos y las cosas efectivamente no es tan radical. Comencemos por decir que esas cosas de las que hablamos están vinculadas desde antes de que existieran a una idea que fue tomando forma: la idea del celular y el celular, la idea del martillo y el martillo. Hay un constante paso de las ideas a las cosas, porque para producirlas tenemos que imaginarlas, diseñarlas, construirlas y colocarlas en el mundo real.
Desde luego que los materiales que usamos para  construir las cosas se resisten a nuestra acción; quiero decir, que debemos tomar en cuenta sus características, sus propiedades químicas o físicas, sus elementos estéticos y hasta su precio.
También sabemos muy bien que las cosas transportan nuestros deseos y nuestras emociones. Nos expresamos con las cosas: le damos a alguien un regalo, que va más allá de lo que la cosa es y transporta un sentimiento que va de una persona a otra: “te regalo este libro en agradecimiento por…”
Y vivimos todos los días, aunque sea de modo inconsciente, una relación estrecha con la ropa que usamos, que se vuelve parte de nuestra identidad, de lo que somos y de la manera cómo nos mostramos ante los demás. Así podríamos acudir a miles de ejemplos porque somos personas con cosas y no solo personas.
Cuando diseñamos un objeto, partimos de unos conceptos, de una estética, de unos afectos y tomamos en cuenta la estructura de las cosas a las que tenemos que someternos. Por otra parte, esperamos que, a la gente que posee ese objeto, le sirva como instrumento, como medio de expresión de sus afectos o como parte de la conformación de su sensibilidad.
Hasta aquí, todo esto es harto conocido; forma parte de la manera en que nos han enseñado a pensar y a actuar, profundamente involucrados en la dualidad de las palabras y las cosas, de las ideas y el mundo, del interior y el exterior.
Se trata, entonces, de ir más lejos, de rebasar este paradigma dualista que opone las cosas a los conceptos, de mostrar que su separación no se sostiene y que en la vida diaria, la distinción está lejos de ser precisa y que la una tiende a colapsar en la otra, especialmente cuando se introducen nuevos materiales, tecnologías electrónicas, biotecnologías, espacios virtuales.
Tomemos el caso de un celular inteligente, de un smartphone. Ciertamente que se puede decir que es un instrumento de comunicación y que encarna una serie de conceptos que provienen del trasfondo cultural y que transporta innumerables significados que hemos puesto en ellos; por ejemplo, el gusto, el prestigio, el mecanismo indispensable de sociabilidad.
Pero un smartphone es mucho más que esto: es un concepto con el cual pensamos, constituimos y nos apropiamos del mundo. Nos lleva directamente a una realidad que antes no existía: la inmediatez del acceso a la información, la manipulabilidad del mundo, la continuidad casi sin ruptura entre el yo y la red a la que pertenezca, la presencia que no desaparece jamás porque siempre estás conectado, la imposibilidad de desaparecer, porque aunque lo hagas, la imagen virtual que has elaborado sigue allí, después de ti, a pesar de ti.
Es el concepto de un mundo que añade elementos reales que antes no estaban allí –un enriquecimiento ontológico, una pérdida ontológica, una alteración de la realidad en el sentido que sea-
No hay concepto y cosa, sino concepto-cosa: smartphone. Esto podría dar lugar a que hubiera un privilegio en uno de los dos términos; en este caso, como si el concepto fuera más importante que la cosa; por eso, hay que insistir en su simetría: cosa-concepto, que explica de mejor manera lo que es ese teléfono inteligente.
Cuando diseñamos no solo estamos fabricando instrumentos a partir de ideas, estética, mercados, sino que estamos realizando una producción intelectual. Los diseñadores son trabajadores intelectuales en la medida en que hacen cosas, que son cosas-conceptos que le dan forma al mundo, que hacen que el mundo sea lo que es.
(Para ampliar la discusión hay como remitirse a esta bibliografía básica.)

Bibliografía.
Clarke, A. (2001). The aesthetics of social aspirations. En D. Miller, Home Possessions (págs. 23-41). Oxford: Berg.
Henare, Holbraad, Wastel. (2007). Thinking through things. Theorising artefacts etnographically. London : Routledge.
Holbraad, M. (2010). Can the things speak? London: Open Anthropology Cooperative Press.
Horst, Heather and Miller, Daniel. (2006). Cell phone. An anthropology of communication. Oxford: Berg.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford: Berg.
Miller, D. (2001). Possessions. En D. Miller, Home possessions (págs. 107-121). Oxford: Berg.
Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke University Press.

martes, 2 de abril de 2013

OBJETIVACIÓN



Tomemos como punto de partida la afirmación de que no hay personas y cosas de manera aislada, existiendo cada una por su cuenta; sino que siempre encontramos en el mundo en el que vivimos: personas con cosas: 
“En su Fenomenología del espíritu, Hegel (1977) propone que no puede haber una separación fundamental entre humanidad y materialidad – .” (Miller, 2005, pág. 5) 
Y, además, en una particular relación entre los sujetos y las cosas: “Deberemos retornar a las poblaciones en masa que se consideran a sí mismas, de hecho, gente usando objetos.” (Miller, 2005, pág. 6) 
Sin embargo, hay que ir más lejos y más adelante de este lado puramente utilitario de las cosas, en donde las cosas quedan reducidas a meras cosas al servicio de una racionalidad instrumental, que intenta conseguir unos determinados fines o metas. 
Establezcamos, entonces, que en esa relación entre sujetos y cosas, los sujetos existen en la medida en que se objetivan; esto es, solamente cuando se vuelcan hacia el exterior y crean toda clase de formas, que van desde las instituciones, las leyes, hasta las innumerables cosas materiales y virtuales que pueblan nuestra realidad. 
Estos actos creativos regresan sobre nosotros mismos y se convierten en parte de nuestra conciencia, la llevan a otro nivel, nos permiten darnos cuenta de lo que somos y de los podemos –somos lo que podemos hacer-. La conciencia –y la percepción- que tenemos de lo que está allí afuera cambia radicalmente así como la conciencia de nosotros mismos: nuestros modos de sentir, de ser afectados, nuestras estructuras cognitivas, nuestras formas de relacionamiento con los demás, la particular relación que tenemos con la naturaleza a la que hemos puesto en riesgo: 
“En la objetivación todo lo que tenemos es un proceso en el tiempo mediante el cual el propio acto de creación de formas crea conciencia o capacidad, tal como habilidad, y de este modo transforma a ambas, a la forma y la auto-conciencia de aquello que tiene conciencia, o la capacidad de aquello que ahora tiene habilidad.” (Miller, 2005, pág. 6) 
El acto creativo se ha duplicado: de una parte, los sujetos creando el mundo a su imagen y semejanza a través de objetivarse, de encarnarse y construir unos mundos múltiples y diversos; de otra parte, los objetos unas vez dados, producidos, diseñados, regresando sobre las personas para recrearlas, para transformarlas por dentro, para cambiar su interior, para alterar su modo de ver y habitar. 
“No podemos comprehender nada, incluso a nosotros mismos, excepto como forma, un cuerpo, una categoría, o inclusive un sueño. A medida que esas formas se desarrollan en su sofisticación, somos capaces de ver en ellas posibilidades más complejas para nosotros. A medida que creamos leyes, nos entendemos a nosotros mismos como gente con derechos y limitaciones. A medida que creamos arte podemos vernos a nosotros mismos como un genio o como no sofisticados. No podemos saber quiénes somos, o llegar a ser lo que somos, más que mirando en un espejo material, que es el mundo histórico creado por aquellos que vivieron antes que nosotros. Este mundo nos enfrenta como cultura material y continúa evolucionando a través de nosotros.” (Miller, 2005, pág. 6) 
No hay cultura que no sea inmediatamente cultura material, proceso de objetivación de los sujetos y procesos de subjetivación de los objetos. Es en este ir y venir que existimos, que nos socializamos, que nos soñamos, que imaginamos, que nos proyectamos hacia el futuro y, desde luego, que diseñamos. 
De esta manera, el proceso de diseño lejos de enfrentar a unos “sujetos autónomos” versus unos “objetos autónomos”, tendría que preguntarse de qué modo esos objetos del diseño son una objetivación de la cultura material globalizada o de un grupo social en particular. 
Con igual fuerza, debería interrogarse sobre las transformaciones en la percepción, el afecto, los procesos cognitivos, que sufren los diseñadores y posteriormente las personas que usamos esas cosas, porque somos personas con cosas, inseparablemente.

Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke University Press.

domingo, 18 de noviembre de 2012

OBJETOS 5. OBJETOS DEL DISEÑO/ARTE OBJETO.



Las tendencias que provienen del diseño y del arte conducen a una aproximación de los dos campos y, en muchas ocasiones, a la superposición que los hace indistinguibles. Un objeto del diseño que lleva hasta sus últimas consecuencias los aspectos estéticos terminará por encontrarse con el arte; y el arte posmoderno que disuelve sus límites invade el espacio del diseño.
En la vida diaria la mirada sociológica resuelve de manera harto pragmática la relación entre estos ámbitos: arte es lo que hacen los artistas y son artistas los que producen arte; diseño es lo que producen los diseñadores. Desde aquí, se extiende a los demás aspectos: lo que se encuentra en los lugares determinados previamente como artísticos, encontraremos arte. Y en los mundos referidos al consumo, hallaremos objetos que han sido diseñados.
Si bien para los usos prácticos este enfoque puede ser válido, sin embargo no nos permite comprender qué es un objeto y cómo entra en cada uno de los campos no solo sociológicamente sino desde su “esencia”.
¿Qué es un objeto, qué hace un objeto sea un objeto? ¿En qué consiste la objetualidad del objeto? Si miramos a cada uno de ellos, en su gigantesca diversidad, diremos que para existir como tales al menos deben cumplir las siguientes condiciones: tener una forma que cae dentro de una cierta indexación y que este proceso está acompañado de reglas. Los objetos siempre hacen parte de conjuntos de objetos, con los que se relacionan; y su emergencia como tales está, de algún modo, regulado.
Como tales, por lo tanto, entran de lleno en el mundo del diseño que, en último término, construye la forma y la función- de un objeto siguiendo unas reglas que son, evidentemente, tanto de producción como de su uso. (Reglas que pueden romperse únicamente para dar surgimiento a nuevas reglas.)
El arte objetual lejos de crear un mundo alternativo, en donde habitaron otro tipo de objetos, toma estos mismos y los introduce en el ámbito del arte. Desde luego que este puede ser un gesto cultural, como el de Duchamp. Incluso en este caso, más allá de la ruptura estética que produjo, nos abre un horizonte para reflexionar sobre el objeto como tal.
Entonces, ¿qué es el arte objetual si no tiene su propia esfera, si es indistinguible como objeto de cualquier otro objeto? Y no hay como apelar a los elementos estéticos, porque los objetos del diseño son igual o más bellos que los objetos estrictamente artísticos.
Al parecer nos encontramos ante un callejón sin salida, que nos lanza directamente a los enfoques convencionalistas del arte y del diseño: ni esfera propia del arte objeto ni diferencias estéticas.
Una propuesta para salir de este impasse radica en ir en otra dirección: el arte objeto es el que pone en obra la forma en cuanto forma, la regla en cuanto regla, la indexación en cuanto indexación; esto es, que su finalidad es mostrar no tanto una forma específica sino el carácter formal de un objeto; que su tarea no trata de mostrar su funcionamiento, sino su ser útil en cuanto tal; que no es tan relevante si fue construida con esta regla o con otra, sino la visibilización del hecho de que todo objeto está sometido a reglas.

lunes, 22 de octubre de 2012

OBJETOS 4. LOS OBJETOS DE LA PROGRAMACIÓN ORIENTADA A OBJETOS.


El aparecimiento de nuevos campos de la ciencia y tecnología termina por afectar a los demás; y esto es particularmente cierto, en una dimensión incalculable, para la informática. En este momento, me interesa resaltar la capacidad discriminatoria que exige la programación.
En la medida en que una computadora hace exclusivamente aquello que le ordenas de la manera más detallada posible, los procesos deben ser partidos en sus componentes para que puedan ser entendidos por la máquina.
Por otra parte, la Programación Orientada a Objetos, (POO), amplió el campo de aquello que solíamos considerar objetos, permitió niveles más altos de abstracción y una mejor comprensión de lo que son estos. Veamos ahora cómo la POO nos ayuda a comprender de mejor manera lo que es el diseño de objetos.
La POO parte del mundo real para volver luego de un proceso a este: “Un objeto es un componente del mundo real que se transforma en el dominio del software… consta de una estructura de datos privada y procesos, llamados operaciones o métodos, que pueden transformar legítimamente la estructura de datos.”(372)
Más adelante se establece que: “Muchos objetos tienen unas características razonablemente similares y ejecutan operaciones razonablemente similares… Todos los objetos son miembros de una clase más amplia y heredan la estructura de datos privada y las operaciones que se han definido para esa clase.”(374) De donde se deduce que “un objeto es una instancia de una clase más amplia.” (374)
Retengamos algunas ideas centrales: un objeto tiene una estructura, existen operaciones que se realizan con objetos, siempre pertenecen a una clase o conjunto –se encuentran indexados, son instancias-, sus características pueden trasladarse a otros objetos similares: se heredan.
Creo que es fácil ver cómo estas características establecidas por la POO se aplican a los objetos del diseño y, al mismo tiempo, contribuyen a entenderlos con más precisión. Se podría hacer el ejercicio de tomar un objeto diseñado y analizar cómo cumple la serie de requisitos que se han señalado.
Tomemos un sillón de mimbre y preguntémonos qué le pasa cuando entra a formar parte del dominio del diseño:
-          ¿A qué clase pertenece?
-          ¿De qué manera específica es una instancia de esa clase, como la relación entre type y token?
-          ¿Cuál es su estructura?
-          ¿Cuáles son las operaciones que sirvieron para construirlo y las que se pueden hacer con él una vez fabricado?
-          ¿Qué aspectos estructurales u operacionales son capaces de trasladarse a otros objetos?
(Pressman Roger, Ingeniería del software. Un enfoque práctico, McGraw-Hill, México, 1988)

martes, 9 de octubre de 2012

OBJETOS 3. LOS OBJETOS Y SUS PERSPECTIVAS.



Un objeto es una perspectiva sobre el mundo, un punto de vista que se introduce en él. Si bien muchas cosas son elaboradas por nosotros, su mirada sobre el mundo difiere en mayor o en menor grado de la nuestra.  
Por un efecto antropomórfico estamos acostumbrados a privilegiar nuestra mirada sobre el mundo, como individuos y como especie. Consideramos que cualquier otra perspectiva es una prolongación de nuestro modo de aprehender el mundo.
Aunque ahora este es un tema cuyo debate se ha generalizado y se ha puesto de modo, está con nosotros desde hace bastante tiempo, quizás desde objetos concretos que han tenido un profundo efecto social precisamente porque cambiaron la perspectiva que teníamos del mundo.
El efecto fotográfico es notable: segmenta el mundo de una manera distinta de la mirada humana aunque sea su prolongación; una vez que hace esto, la congela, la inmoviliza y la enmarca en un espacio y tiempo determinados. En la foto que nos toman estamos muertos: no pasamos, no transcurrimos, nos quedamos fijados, imagen congelada de nosotros mismos. (Una maravillosa aproximación a este tema se encuentra en Barthes Roland, Cámara lúcida.)
Como Walter Benjamin nos mostró, la fotografía cambió el panorama del arte para siempre, al permitir su reproducibilidad interminable, al borrar las distancias entre el original y la copia; y en el caso de la fotografía digital, al eliminar esta separación. (Véase Walter Benjamin, El arte en la era de reproducibilidad técnica o sus escritos sobre la fotografía.)
Las nuevas tecnologías han provocado la emergencia de objetos en donde la introducción de una perspectiva determinada sobre el mundo, provoca alteraciones radicales en nuestra forma de vivir y  en aspectos que son centrales para nuestra existencia.
Tomemos el ejemplo de una memoria flash y preguntémonos cómo se “ve” la realidad desde su lugar específico. Este artefacto provoca cambios en nuestra memoria en la medida en que la parte en dos: la que tenemos en la mente y la que transportamos en ese hardware. Así que el acceso a los recuerdos no solo se produce por un mecanismo psicológico de recuperar lo que se tiene  aunque no esté actualizado, sino por el uso externo de la memoria flash que conectamos y en la que buscamos lo que hayamos guardado.
Hay una economía de la memoria real porque podemos apoyarnos en una memoria virtual externa. Por otra parte, esta memoria virtual colocada en este artefacto diminuto se vuelve completamente transportable y transferible a otros aparatos, a otros usuarios que pueden acceder a “mi” memoria con tanta facilidad como “yo” lo hago.
Este objeto que lleva información redefine las escalas de la memoria: aquello que llevo en mi mente y que solo de manera fragmentaria puedo acceder; además, para guardar nuevo conocimiento estoy obligado a borrar, a ocultar otra información.
La memoria flash altera la medida de la memoria: no se trata de aquello que puedo recordar sino de una nueva capacidad de almacenamiento, que se mide en megabytes, gigas, teras. Y esta monstruosa capacidad de acumular información, modifica nuestro modo de apropiarnos y consumir el mundo.
Ahora poseemos más música de la que podremos oír en toda nuestra vida; una cantidad de libros que jamás leeremos; una acumulación de archivos que no sabremos que tenemos. Se trata, por lo tanto, no solo de tener en la memoria la música que quiero escuchar, sino que hay una lógica de acumulación.
Toda la música que he podido reunir aunque no sepa para qué. Con seguridad es inútil, excesivo; pero, me provee de la sensación de que es mío, de que está al alcance de mi mano, de que puedo disponer de esa información cuando yo quiera y como quiera.
Hay también una batalla económica por los derechos de autor, el copyright, las patentes; esto es, la lógica del capitalismo que ha penetrado en los mecanismos de la memoria. Esta es la perspectiva que tiene una memoria flash sobre el mundo, que es distinta de la nuestra y que además redefine profundamente nuestro modo de relacionarnos con nosotros mismos y con la realidad que nos rodea.

lunes, 8 de octubre de 2012

OBJETOS 2. LA VIDA DE LOS OBJETOS.



La primera imagen que se viene a la mente es la del muchacho que entra en la habitación del brujo y comienza a tocar las cosas que, inmediatamente,  cobran vida. Felizmente al final de la obra, el brujo entra y las cosas se calman. (Paul Dukas, El aprendiz de brujo)
Podemos imaginarnos una situación en la que el brujo no logra controlar a las cosas que han adquirido vida definitivamente. Esto es lo que nos pasa ahora con los innumerables objetos que pueblan nuestra vida, en todos y cada uno de sus aspectos.
Es una suerte de animismo generalizado. Pero, ¿qué significa realmente que los objetos se han animado? Conocemos ya desde hace mucho tiempo que los objetos intermedian entre las relaciones de las personas: cuando entramos a comprar en la tienda, son las cosas que vamos a adquirir las cosas se colocan entre el comprador y el vendedor; lo demás carece de importancia; o si estamos en la fila del banco, en donde el dinero se convierte en el gran mediador, en el equivalente general, en el modelo de la objetualidad.
Este fenómeno llamado fetichismos de la mercancía sigue existiendo de manera poderosa y ocupa los espacios de la vida. Sin embargo, con el desarrollo brutal de las nuevas tecnologías, la vida de las cosas avanza a otro nivel.
Digamos que la existencia de los objetos tiene una vida propia y no solo aquella que se deriva del hecho de que están transportando relaciones sociales, sirviendo de intermediarios, aunque no dejen de cumplir esta función.
Los objetos se vuelven sobre sus hacedores y conforman sus espacios sociales, políticos, subjetivos. Basta referirse al efecto de la entrada de la televisión en los hogares, los cambios radicales que provocan las computadoras, los celulares, en las interrelaciones humanas. Construimos nuestras subjetividades allí en medio de las cosas, empujadas por estas en una dirección o en otra.
Los objetos delimitan y le dan forma a la experiencia de cada uno de nosotros: nos conducen a ciertos mundos, nos alejan de otros, nos dicen lo que debemos sentir y lo que tenemos que desear. Son máquinas deseantes por las que somos devorados.
Además, los objetos son puntos de vista, perspectivas, modos de aprehensión del mundo  que o no coinciden o lo hacen parcialmente con la percepción humana. Tomemos la cámara digital y reflexionemos sobre la pixelación de lo observado y su reconstitución posterior, sobre el tipo de fragmentación del mundo que introduce: un campo gigantesco de resoluciones, un grado creciente o decreciente de percepción de los detalles del mundo. O esa enorme paradoja del avance incontenible de la televisión en 3D juntada con la peor crisis del cine; así que estamos obligados a ver una horrible película en 3D, como si eso resolviera o encubriera su falta de calidad.
Estos objetos no solo son formas de percepción propias del mundo sino que alteran nuestra percepción, son prótesis que nos convierten en ciborgs. La visión humana quedará completamente alterada, más aún cuando se termine de implementar e introducir en la vida diaria, los mecanismos de producción de realidad aumentada.
(Una discusión detallada de estos temas se puede encontrar en Bogost Ian, Alien phenomenology o What it´s like to be a thing, University on Minnesota Press, Minneapolis, 2012)