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domingo, 8 de septiembre de 2013

CUATRO CATEGORÍAS DE LA FORMA

La forma es una noción que todos manejamos, su uso es de lo más frecuente en las circunstancias más diversas; se encuentra como elemento en un sinnúmero de teorías y se aplica a campos de lo más dispares.
Por esta misma razón, su conceptualización, su entendimiento pleno, se vuelve tan difícil. Es un fenómeno tan cercano y diario que nos envuelve y que nos deja poco espacio para tomar una adecuada distancia. Se podría decir que es como la luz que ilumina los objetos para que puedan ser vistos pero que no podemos mirarla directamente sin deslumbrarnos.
He dicho, en otro lugar, que es conveniente comenzar con una aproximación generalísima a la forma, que posibilite avanzar desde allí, sin cerrar caminos ni tomar decisiones apresuradas ni adherirse a algún paradigma que luego se demuestre limitado en la comprensión de un aspecto que abarca la realidad entera.
Entonces, digamos que forma es todo aquello que introduce una distinción. Ahora bien, se proponen las siguientes características de este proceso de generación de distinciones:
1.     1.  Doble historicidad de lo real.
Lo real es histórico, deviene siguiendo un determinado proceso y, además, las causas le son internas, inmanentes. No hay una exterioridad de lo real que se ubique por fuera de su historia. Dicha historicidad, sin embargo, se desdobla inmediatamente, en el mismo momento de su aparición.
Por una parte, tenemos la historia de las cosas, de los entes, de lo que existe. Por otra parte, nos encontramos con la historicidad de las formas con cuales las cosas devienen reales, que son reglas de conformación, que hacen que una cosa sea esta cosa y no otra, que nos permite distinguir una realidad de otra. En este sentido, la distinción depende directamente de la forma.
Esto posibilita que elementos dispersos de la realidad pertenezcan a una misma clase, conjunto, fenómeno. Por ejemplo, todos los electrones son iguales y están sometidos a las mismas leyes; los estados cumplen unas funciones similares y tienen características comunes; la gran variedad de seres vivos se clasifican en especies; los triángulos cumplen con los mismos axiomas.
2.     2.  El carácter ontológico de la forma.
La forma, en su generalidad como distinta de las formas concretas que existen en el mundo, está lejos de ser únicamente un artificio de la razón, en cualquier de sus modalidades: deductiva o inductiva. Podemos conocerla y aplicarla en cuanto es real: tiene un carácter ontológico.
Diríamos, entonces, que en el volcarse a la existencia las cosas lo hacen como tales –en su concreción, en su especificidad- y que esta emergencia tiene una co-ocurrencia, un correlato necesario que es la forma con la que aparecen.
Las cosas se vuelven cosas siguiendo unas reglas de conformación, adecuándose a una forma determinada o específica. Por eso, la forma no se reduce a las formas, sino que las sustenta, las fundamenta.
3.      3.  Formación y formas.
La existencia de una cosa como “esta cosa” ha sufrido un proceso de formación. La forma la regla de formación como el camino que sigue una cosa para formarse, para devenir real. La forma contiene a la formación.
O, si se prefiere, dada una forma podemos preguntarnos cómo llegó a ser. Como decía Whitehead, ser es llegar a ser (becoming). Lo que es una cosa es, tiene su equivalente en el proceso que le llevó a ser. La forma es, de esta manera, procesual. 
4.       4. .Transformación.
Siguiendo el rastro del último punto, hay que añadir que una vez dada una cosa, una vez concluido relativamente un proceso –por ejemplo, esta mesa que tengo frente a mí-, también se encuentra contenida en la forma los elementos, los principios, las reglas de su transformación.
Esto es, cabe constantemente la pregunta acerca de qué cambios sufrirá la realidad que tenemos delante de nosotros y la pregunta por los modos que seguirá en este proceso de transformación. La estabilidad de la cosas es provisional. Tarde o temprano se volverán otras. El universo entero terminará y quizás otro comience; o tal vez no.