Nada tan urgente en nuestra época
como el regreso a la crítica de la economía política. Y esto por múltiples
razones que tienen que ver, ante todo, con una premisa fundamental: vivimos
bajo la égida del capitalismo tardío, que se encuentra en lo que quizás es la
su crisis más profunda desde sus inicios.
En el mundo actual debatimos de
infinidad de temas: cultura, ecología, racismo, poder, soberanía, entre tantos
otros. Sin embargo, se extraña permanentemente esta ausencia de cualquier
referencia al capitalismo, sobre el cual se hace un profundo silencio, como si
fuera parte de un destino del que no podemos escapar.
Quizás uno de los fenómenos más
llamativos sea el de los estudios culturales, que en algunas de sus corrientes
aparece como extremadamente radical y que deja de lado la referencia al hecho
básico de que el par modernidad/colonialidad –y cualquiera de sus variantes o
desarrollos actuales- solo pueden explicados adecuadamente si se ven como lo
que son: estrategias de expansión y reproducción ampliada del capital, aunque a
partir de allí terminen por ser muchas cosas más.
Entonces, no tiene que ver con un
regreso nostálgico a las fuentes marxistas, sino con la urgencia de comprender
las sociedades actuales, sus procesos de modernización tardía, las crisis
brutales que la atraviesan y las limitaciones económicas y políticas de las
propuestas alternativas. La actualidad de Marx deriva de la persistencia del
capitalismo tardío.
Volviendo a Baudrillard, digamos
que los que nos interesa resaltar es tanto el retorno a la economía política
–que es su punto de partida- como la necesidad de su ampliación, de tal manera
que se incluyan en dicha perspectiva los fenómenos actuales económicos y
culturales, tecnológicos y simbólicos, colectivos e individuales.
Baudrillard en El sistema de los objetos (1968), (Baudrillard J. , 1969), parte de la
economía política de Marx, para ir más allá de esta y traspasar sus límites,
quebrar sus bordes y abrir este campo a otras reflexiones, que incluyan, de una
nueva manera, los productos culturales.
El punto de partida se encuentra
en el fetichismo de la mercancía y en su radicalización. Este fetichismo, en la
versión marxista, consistía en mostrar cómo las relaciones sociales aparecían
mediadas por las cosas y, de hecho, cosificadas. (Marx, 1975)
(Lukács, 1985) Las formas de
opresión que subyacen a este mundo, se
esconden en las cosas y así logran un nivel de eficiencia mucho mayor, además
de permitir que se incorporen a nuestro modo de ver el mundo y de actuar en
este.
El lugar de inicio de la
reflexión de Baudrillard es precisamente este: en ese mundo fetichizado de las
mercancías como intermediarias de las relaciones sociales, los objetos se
autonomizan de lo que les sustenta y adquieren vida propia. La primera y
radical consecuencia, que será una constante en su pensamiento, es “…el
desvanecimiento de la relación simbólica…” (Baudrillard J. , 1969, pág. 59), en la medida en que
los objetos reemplazan el intercambio simbólico que se estaba produciendo entre
compradores y vendedores en la esfera de la circulación.
Los objetos se convierten en
objetos técnicos y llevan esta característica hasta límites insospechados en la
era del software y el hardware, en la época que vivimos ahora que es la de los
“objetos inteligentes.” Por otra parte, los “gestos” simbólicos que acompañaban
a la producción son cada vez más reducidos al predominio de los objetos, que no
transportan o encarnan simbólicos sociales y subjetivos, sino que, por el
contrario, desechan las subjetividades que quedan prisioneras de esta lógica
tecnológica: “Ahora bien, todo esto es desalentado, desmovilizado
por el objeto técnico. Todo lo que estaba sublimado (por consiguiente, simbólicamente
investido) en el gestual de trabajo es hoy rechazado. “ (Baudrillard J. , 1969, pág. 60)
El ejemplo que pone Baudrillard apenas
si deja vislumbrar lo que realmente han llegado a ser los objetos tecnológicos,
en donde la forma se realiza plenamente como tal, sin necesidad de volver la
mirada para preguntarse por su fundamento, por el orden simbólico que debería
acompañarle:
“La
empuñadura de la
plancha se esfuma, se
“perfila” (el término
es característico en
su pequeñez y su abstracción),
apunta cada vez
más a la ausencia
del gesto y, en el
caso límite, esta
forma ya no
será de ninguna manera manual, sino
simplemente manejable: la
forma, al consumarse,
habrá relegado al hombre
a la contemplación de su poderío.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 62)
Se llega, entonces, a un nuevo nivel de abstracción, que es no es
solamente aquella que separa el valor de cambio del valor de uso, dejando de
lado las características específicas de las cosas, para lograr ser cambiadas a
través del equivalente general; sino que ahora se abstrae el plano simbólico,
el mundo de las significaciones, de las representaciones. En este sentido, todo
objeto técnico es un objeto abstracto, porque está separado de la vida de las
personas como origen, como sustento: “La abstracción del poderío… Ahora bien,
este poderío técnico ya no puede ser mediatizado: no guarda ya una medida común
con el hombre y su cuerpo. Por consiguiente, tampoco puede ser simbolizado.” (Baudrillard
J. , 1969, pág. 62)
Los objetos se colocan delante de nosotros,
son como una avanzada que rastrea el mundo al mismo tiempo que lo crea y al
cual llegamos nosotros tardíamente. Si bien es cierto que salen de la mano de
otros seres humanos, llegan a nosotros independizados de sus productores, con
una vida y una lógica propias que se nos imponen.
Quizás al principio nos resulte
desconcertante, luego se nos hace parte de la existencia misma, a tal extremo
que se convierten en paradigma del comportamiento social, en donde –inaugurando
otra forma de funcionalismo- el privilegio del pensamiento y la acción técnicas
penetra en todos los sectores, porque se cree que la aplicación de determinados
instrumentos son suficientes para crear la realidad, a la que efectivamente
parecen estarse aplicando, que conducen a “…un mito funcionalista, la de la
virtualidad de un mundo totalmente funcional, del que cada objeto técnico es ya
un indicio.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)
Se inaugura una nueva
era que es la del objeto tecnológico, en donde lo importante no está
exclusivamente en el privilegio ontológico de este, ni siquiera en la
epistemología que oculta, en la medida en que estos objetos son simultáneamente
conceptos: objetos-conceptos; esto es, instrumentos cognoscitivos con los
cuales percibimos la realidad de un determinado modo.
Esta objetualidad
técnica se convierte en el paradigma del conjunto de esferas sociales. Se cree
que por sobre los aspectos políticos, económicos, ideológicos, están ubicadas las
soluciones técnicas. Por ejemplo, en una típica campaña electoral en nuestros
tiempos, se contratan un conjunto de asesores técnicos, de expertos en diversas
áreas: campañas, publicidad, discursos, que llegan ciertamente con una gran
formación y experiencia. Cada uno trae una serie de recetas causi-mágicas que
llevarán hipotéticamente al triunfo del candidato. Estos expertos carecen,
según ellos de ideología y por eso pueden estar al servicio de candidatos que
van de la extrema derecha a la izquierda. Los mismos estados se encuentran
invadidos por esta plaga de expertos, que aplican las orientaciones políticas y
tratan a la sociedad como si fuera un objeto tecnológico, en donde lo único
necesario es conocer de memoria su manual de funcionamiento.
Por eso, Baudrillard
habla del aparecimiento de esta nueva mitología, aquella que viene con la
tecnología:
“…lo real a partir del signo, que era la
regla del mundo mágico. “Una parte del sentimiento de eficacia de la magia
primitiva se ha convertido en creencia incondicional en el progreso”, dice
Simondon (op. cit ., p. 95). Esto es verdad de la sociedad técnica global, y lo
es también de manera más confusa, pero tenaz, del ambiente cotidiano, en el que
el menor gadget es el foco de un área
tecnomitológica de poderío. El modo de uso cotidiano de los objetos constituye
un esquema casi autoritario de presunción del mundo.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)
Esta “ideología” de lo
objetual –ella misma objetual-, ha abierto el espacio para nuevas reflexiones
sobre las cosas, sobre su fenomenología independientemente de las personas, del
orden simbólico, de la construcción social. Se ha desarrollado una ontología de
las cosas que propone liberarlas de la opresión de los sujetos. (Harman, 2005), (Bogost, 2012)
Objetos que requieren
de toda una analítica para su adecuada comprensión, que queda oculta bajo la
piel de la brutal eficiencia de su funcionamiento, como pasa ahora con las
computadoras, las tablets, los teléfonos inteligentes, con todo el software
incluido dentro, que actúa como si fuera un mago colocado detrás de las cosas,
sin que logremos descifrar sus secretos. (Miller, Home Possessions, 2001) (Miller,
Materiality, 2005)
En la vida diaria se
ha vuelto realidad el hecho de que estamos dentro de una maquinósfera y que
nosotros somos terminales menos inteligentes que la gran máquina que da cuerda
al mundo –Haruki Murakami (Murakami, 2001)-, fascinados por los
objetos que no podemos dejar de utilizar; o mejor, que juegan con nosotros, que
nos llevan de un lugar a otro, que entran de lleno en la constitución de
nuestra subjetividad.
Para Baudrillard, las
capacidades de significación se han quedado cortas, las representaciones no
alcanzan a tocar la ontología de las cosas y este retorno “a las cosas mismas” husserliano
(Husserl, 1991), ya no significa una
mejor comprensión de la subjetividad, sino su abandono.
“De hecho, se ha
producido una verdadera revolución en el nivel cotidiano; los objetos se han vuelto
hoy más complejos que los comportamientos del hombre relativos a estos objetos.
Los objetos están cada vez más diferenciados, nuestros gestos cada vez menos.
Podemos expresar esto de otra manera: los objetos ya no están rodeados de un
teatro de gestos en el que eran las funciones, su finalidad, sino que hoy en
día son los actores de un proceso global en el que el hombre no es más que el
personaje o el espectador.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 63)
La disolución de la dualidad sujeto/objeto, sobre la
que estuvo construida la modernidad, no solo tiene consecuencias sobre los
objetos –tal como lo describe Baudrillard-, sino que la subjetividad entra en
una fase de descomposición.
Al estar centrada la formación de los sujetos sobre su
dominio, proyección y manipulación de los objetos, la retirada de estos deja a
los sujetos sin el objeto de la representación que, de este modo, se vacía. El
mundo simbólico se anula al no poder
acceder a su referente, que ahora es el que conduce el proceso de la
existencia. Nos sentamos a mirar la algarabía de los objetos, la sociedad del
espectáculo es la sociedad objetual del espectáculo. Ellos están sobre el
escenario, son las estrellas del momento, la fuente de nuestros deseos y
necesidades:
“Tal vez haya que buscar ahí la razón,
después de la primera euforia mecánica, de esa satisfacción técnica morosa, de
esa angustia particular que nace en los que han sido objeto del milagro del
objeto, de la indiferencia forzada, del espectáculo pasivo de su poderío.” (Baudrillard
J. , 1969, pág. 63)
Vemos aparecer en este momento un término que será estructurante en
el pensamiento de Baudrillard: simulacro. Aquella realidad tan querida por
nosotros, sobre la que volcamos nuestras acciones, ha dejado de ser lo que era,
ha devenido simulacro, no tanto porque haya penetrado en el mundo virtual, sino
porque al carecer de objeto, hay preguntarse si realmente existe, si
efectivamente se da; o, si para darse tiene que someterse a alguna
objetualidad, sin la cual realmente no sucede.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación hacen
precisamente esto, no solo son mediadoras que transmiten un mensaje, sino que
la realidad –para nosotros- solo existe si pasa por la pantalla. Será por eso
que cada vez trasladamos nuestra vida a la pantalla (Galloway, Polity Press), porque únicamente
allí parece que podemos ser lo que queremos ser. Se vuelve así un simulacro.
Podemos preguntarnos hasta qué punto Facebook y las redes sociales
no son simulacros, sustitutos, que terminan por ser más importantes que la vida
propia y más aún, la vida de cada uno se ve obligada a parecerse a la imagen
que hemos construida de ella. Por esto Baudrillard puede afirmar que el hombre
es una abstracción.
¿En qué sentido el hombre se ha vuelto abstracto? Ha habido un
proceso de separación entre el sujeto y el objeto y, especialmente, la función
sígnica característica del lenguaje y la
cultura han quedado supeditadas a la lógica de los objetos técnicos. Hay que
tomar en cuenta, además, que estamos hablando de un simulacro que no es tal
respecto de una realidad –que es su sentido clásico- sino un simulacro de sí
mismo, autorreferencial:
“Si el simulacro está tan bien hecho que se
convierte en ordenador eficaz de la realidad, ¿no ocurrirá, entonces, que será
el hombre el que, respecto del simulacro, se convertirá en abstracción? Lewis
Mumford observaba ya (Technique et civilisation , p. 296): “La máquina conduce
a una eliminación de funciones que llega a la parálisis.” No es ésta una
hipótesis mecánica, sino una realidad vivida: el comportamiento que imponen los
objetos técnicos es discontinuo, es una sucesión de gestos pobres, de
gestos–signo, cuyo ritmo está borrado.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 64)
Esta descripción de lo que sucede con la relación
entre sujetos y objetos se ajusta bastante bien a la realidad. La carrera
desbocada por producir objetos tecnológicos parecería no tener fin, mientras
los contenidos, junto con el plano simbólico, caen en picada sin encontrar límite
en su descenso al infierno de los medios y de la publicidad.
Quizás en el lugar en donde esto se puede
ver con toda claridad se encuentra en la televisión. La calidad de esto
aparatos crece in cesar, más aún ahora que se anuncia una resolución 4K que va
muchísimo más lejos que la alta definición. Sin embargo, cuando enciendes la televisión,
lo que vemos en ella es cada día peor, cada vez más cerca de la catástrofe
kitsch. De un lado la repetición de lo mismo en la televisión por cable, en
donde pasan una y otra vez las mismas películas, siempre como una falsa
novedad. De otro, la invasión de la subcultura norteamericana, que va desde Las verdaderas mujeres asesinas hasta El precio de la historia pasando por la
gama interminable de la aventura extremo, que colapsa desde A prueba de todo a las series del hombre
desnudo, la pareja desnuda, sobreviviendo en ambientes imposibles, sin dejar de
lado los “reportajes” sobre los extraterrestres o los buscadores de fantasmas.
Desde luego, todo esto se puede ver en una televisión LED, con la máxima resolución,
cuando deberían ser condenadas a la más baja resolución, para no nos demos
cuenta de lo espantosas que son.
El colmo de esta situación, del simulacro
de sí mismo en la producción cinematográfica o televisiva, llega en este
momento de la mano de los tiburones. Ahora vuelan en tornados que atacan las
ciudades o son tiburones fantasmas que nos acosan por todas partes. Hasta el
miedo se ha convertido en un pastiche de sí mismo.
¿Qué nos queda entonces sino la fascinación
por el objeto tecnológico que traslada de la cuestión acerca de qué vemos, qué
consumimos, por el medio, por el soporte, por la calidad de la imagen de súper
alta resolución o del falso 3d que nos obliga a ponernos unas gafas incómodas
en el colmo de la simulación?
Baudrillard resalta esta situación como el
modelo de lo que pasa en nuestra cultura: la pérdida de lo simbólico, la
quiebra de las significaciones, la banalidad y el simulacro que encontramos en
todo lado.
Sin embargo, a pesar de la certeza de esta aproximación
realizada por Baudrillard, nada es tan simple. Un enfoque que tome este punto
de partida –como se pretende aquí- no puede completarse con un regreso a la
dualidad de sujeto-objeto, a la manera moderna, incluso porque “nunca hemos
sido modernos” ( (Latour, 2007), al menos no del
modo en que esa historia fue narrada. Ni tampoco quedarnos encerrados en la
posmodernidad, porque simplemente sería el triunfo de la banalidad y de la
transparencia del mal.
Para encontrar un camino, regresamos a la teoría
del fetichismo de la mercancía desarrollada por Marx, que fue justamente el
punto de partida de Baudrillard. Como sabemos, este fetichismo implica que las
relaciones sociales se cosifican, aparecen mediadas por los objetos.
Introducimos aquí una extensión de este enfoque que sostiene que existe un reverso
fetichismo.
De una parte, el fetichismo clásico descrito
por Marx en El Capital; y de otra, el reverso del fetichismo ya no de las
relaciones sociales, sino aquel que atrapa a los objetos abstractos, en cuanto
se separan del mundo de las significaciones sociales y subjetivas, y pasan a
expresar relaciones entre sí mismos, como si fueran exclusivamente concreciones
de lógicas tecnológicas, de racionalidades funcionalistas, sometidas plena pero
ocultamente a la valorización del capital.
La liberación de los objetos de su
sometimiento a esta opresión tecnológica, tiene que ir de la mano de la
liberación de los sujetos de la opresión del capital. Un regreso “a las cosas mismas”
o la posibilidad de una fenomenología alien –aquella que corresponde a las
cosas sin que la referencia a lo humano sea lo fundamental (Bogost)- solo se
podrá dar cuando se quiebre el dominio del valor y de la ganancia.
Nos es casi imposible pensar qué sería los
objetos tecnológicos si no estuvieran sometidos a la realización del valor, de
qué manera se volverían a encontrar con los seres humanos, para producir no
tanto un continuo entre naturaleza y humanidad –Latour- sino el surgimiento de ciborgs: entes con partes
compatibles pero incomparables.
¿Qué pasaría si colocáramos en esa
objetualidad a-significante un interés emancipatorio dejando de lado su parte
opresiva, su sometimiento al mercado? ¿De qué manera, bajo qué condiciones, se
produciría un nuevo campo de significaciones, una re-invención de lo simbólico,
de la representación en la conjunción ciborg de sujeto y objeto tecnológico? (Aquí
se puede ver la necesidad, la urgencia, de la crítica del discurso posmoderno,
que tiene que ser rebasado, más allá de lo performativo o mejor, entendiendo
este performance como un hacer a través de… y además como el surgimiento de una
discursividad, de una narratividad, que parecería haber sido abolida.)
De otro modo, la cuestión que podría
desprenderse de las consideraciones de Baudrillard, aceptando su punto de vista
como el mejor síntoma de lo que sucede en nuestro tiempo, se refiere a la
reconstrucción de esa lógica de los objetos, el simulacro de lo humano, la
estrategias fatales que reemplazan a las reales, la cada vez más espantosa
transparencia del mal. Sin embargo, este sería solo la mitad, porque falta la
mitad del relato.
Esto es, ¿qué dicen esos objetos tecnológicos,
de qué hablan, que discursos permiten, cuáles prohíben? ¿Qué narraciones se
producen, se estructuran, se inventan, en las redes sociales, en el Facebook,
en los teléfonos inteligentes? ¿Qué subjetividades empujan, articulan,
contribuyen a conformar los objetos inteligentes a los que estamos pegados irremediablemente?
Bibliografía
Baudrillard,
J. (1969). El sistema de los objetos. México: Siglo XXI.
Bogost, I. (2012). Alien phenomenology or what it
is like to be a thing. Minneapolis: University o Minnesota Press.
Galloway, A. (Polity Press). The interface
effect. Cambridge: 2012.
Harman, G. (2005). Guerrilla metaphysics.
Phenomenology and the carpentry of things. Chicago: Open Court.
Husserl. (1991). La crisis de las ciencias
europeas y la fenomenología trascendental. . Madrid: Crítica.
Latour, B. (2007). Nunca hemos sido modernos.
México: Siglo XXI.
Lukács, G. (1985). Historia y conciencia de
clase. México: Orbis.
Marx, K. (1975). El Capital (Vol. Tomo
I/Vol.I). México: Siglo XXI.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford:
Berg.
Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke
University Press.
Murakami, H. (2001). Crónica del pàjaro que da
cuerda al mundo. Madrid: Tusquets.