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martes, 15 de septiembre de 2020

SIMONE WEIL – GRACIA

 

“La gracia colma pero solo puede entrar donde hay un vacío para recibir, y es ella también quien hace ese vacío”. (Simone Weil, Oeuvres, Le Grand Livre du Mois, 2001, p. 813).

La gracia, aquella que colma el vacío que se ha hecho en nuestro interior, tiene poco sentido para nosotros. La relacionamos con contextos teológicos o antropológicos, con el don que se da manera gratuita sin esperar recompensa o, al menos, sin esperar una intercambio equivalente. Seguramente la palabra más bien resuena a gracioso, risible, a lo mucho a aquello que nos parece divertido. Un uso poco usual está en caminar con gracia.

Si bien se origina en el contexto religioso, en Simone Weil se desprende y va más allá, porque se refiere a un principio que nos mueve, que nos permite hacer algo que de otro modo no podríamos. La gracia es la capacidad de hacer aquello que no está contenido en nuestras posibilidades, que nos permite realizar acciones más allá de nosotros mismos.

Y la primera de todas, que fundamenta a las demás, se encuentra en la capacidad de vaciarnos, de sacar todo lo que tenemos dentro. La gracia es al mismo tiempo aquello que nos lleva a crear el vacío en nuestro interior y aquello que llena ese vacío.

Es ante todo un movimiento inmotivado, que no sigue una reglas causales, que no espera recibir algo a cambio, que no se dirige a provocar un equilibrio con el exterior, con los otros, con el mundo.

¿Y qué es aquello que a lo que la gracia nos abre? ¿Qué espera podemos esperar de ella? ¿Hacia dónde nos conduce? ¿Qué es ese irrealizable que ahora se pone a nuestro alcance? ¿De qué manera nos transforma la gracia sin que implique ningún recurso o apelación a una fuerza, entidad, espíritu que tuviera propiedades sobrenaturales o especiales? Por el contrario, la gracia permanece en el puro plano de la inmanencia, de lo que somos.

Al parecer la gracia nos dirige hacia la realización de un gesto tan simple y por eso tan difícil de lograrlo, que ni siquiera cabe en pensar en un acto espectacular, heroico, por el cual vayamos a ser reconocidos. La gracia deja que hagamos un gesto gratuito: extendemos la mano sin esperar recompensa, reconocimiento, sin pensar de dónde viene ese movimiento, evitamos llenarnos de sentimientos, de pensamientos autocomplacientes que alaban nuestro comportamiento.

Un acto gratuito y nada más. Sin aditamentos y que además pronto borramos de la memoria. No exigimos del otro una compensación. No queremos que nos diga que estuvo bien. El anonimato sería lo ideal. Un gesto que nadie sepa que provino de nosotros y que nunca se descubra su origen.

Y, al mismo tiempo, ya que estamos vaciados por la gracia, ser capaces de recibir un gesto gratuito; más aún, primero de reconocerlo como tal. Y evitar la necesidad de devolverlo, de compensarlo, de organizar en nuestro interior una deuda permanente.

¿Cuántas veces hemos hecho un gesto gratuito? ¿Hemos sido capaces de gratuidad?

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