Comienzo por plantearnos algunas cuestiones en la relación entre el campo trans* y la teoría de la forma: ¿Qué sucede cuando ponemos en contacto la perspectiva trans* con la teoría de la forma?, ¿qué le sucede a la teoría de la forma cuándo se entra la lógica de lo trans*?, ¿contribuye la teoría de la forma a un mejor entendimiento de algunos aspectos de la teoría trans*?, ¿es la teoría de la forma una teoría trans*?, ¿existe la forma trans*?
Discutiré dos aspectos de la cuestión trans*: el carácter de flujo
permanente, generalmente teorizado desde el diferencialismo deleuziano; y la
irreductibilidad de las diferencias sexuales en sus relaciones mutuas, que
proviene sobre todo de Irigaray y Grosz; para esto me referiré a: Bey, Marquis,
The Trans*-ness of Blackness, the Blackness of Trans*-ness, Stephano,
Oli, Irreducibility and (Trans) Sexual Difference.[1]
Se comienza por distinguir con claridad el fenómeno general de la
negritud y los trans* que coinciden en que no se reducen a sus indexaciones, a
sus concreciones empíricas en cada caso y, lo que es importante, la
imposibilidad de que sean ocupados de manera exhaustiva:
Trans* y negro así denotan fuerzas poéticas, para-ontológicas que solo
están tangencial, y en última instancia arbitrariamente, relacionados con
cuerpos que se dice que son negros o transgénero. Se mueven en y a través de la
ontología subyacente del abismo, frotándolos y haciendo que se fisuren.
(Marquis, 276)
Lo trans* y la negritud se aproximan debido a su carácter “disruptivo”
que se interpreta como la penetración de la “fugitividad de raza y género” que
alteran “las demarcaciones identitarias”: fugitividad que, además, lleva a la
imposibilidad de la reconciliación con el sistema, con el orden establecido.
Este atributo dinámico de la negritud se expresa en lo trans* precisamente por
sus constantes “desbordes ontológicos” que alteran los límites de los fenómenos
y categorías bien marcados. (Marquis, 284)
Ahora bien, el uso del asterisco en trans* significa que algo ha quedado
abierto y que por esto “…desplaza, renombra, replica e intensifica los
términos, agregando aún más textura, mayor vitalización." (Marquis, 284) Y
de aquí que este trans* denote “…la ubicuidad, la transitividad, la fundamental
de la fuerza primordial de la apertura no fija. Al principio fue, en hecho,
trans * —porque al principio las estrellas flotaban sin leyes puestas en
movimiento esa trans* -itividad originaria, la apertura fundamental de nuestro
mundo”. (Marquis, 284)
Trans* es una operación, aunque no mecanicista, de locomoción y
agitación, estados ontologizados inquietantes y perturbadores. Este punto,
entonces, es importante que se haga explícito: el asterisco celeste, con dedos
y estrella de mar "es el asterisco aglutinante y su carácter de prefijo de
trans que siempre se materializa en movimientos preposicionales. . . se mueve
importando. Como tal, trans* no es ontológico, sino que es más bien la fuerza
expresiva entre, con y de que permite el asterisco para ceñirse a materializaciones
particulares.” (Marquis, 286)
Aquí se consolida la idea de que esa fuerza incontenible, esa especie de
élan vital bergsoniano, todo agitación e inquietud escapa a cualquier
ontología por ser pura “fuerza expresiva”, que luego se encarna en tal o cual
cuerpo, en este u otro fenómeno. Es precisamente la confluencia plena del trans
en cuanto transitivo y del asterisco en cuanto que abre un campo diverso,
múltiples, de búsquedas amplias parcialmente especificadas. Entonces, se
postula la existencia de una energía negativa que está antes del ser y que es
el fundamento precario de todos aquellos entes que son producidos en la
negritud o en el transgénero. Todo se ha vuelto evento, acontecimiento y nada
plano de consistencia, siguiendo la terminología deleuziana.
Ahora bien, este carácter disruptivo de lo trans* no solo actúa respecto
de sí mismo, sino que se dirige hacia los otros espacios provocando su
“desestabilización radical” y la transfiguración del campo del género; pero,
para evitar la esencialización y fijación de este movimiento, es preciso añadir
que nadie puede volver trans* porque “precisamente porque es movimiento,
excitación y agitación. "Ser" trans * es una imposibilidad, ya que
trans * es un no / sitio radicalmente inestable que sienta las bases para la
posibilidad del Dasein heideggeriano”. (Maquis, 287)
Hay que evitar entender esta afirmación tan radical como si no pudieran
existir personas trans*; por el contrario, lo que quiere decir es que esas
personas no pueden permanecer establemente allí y convertirse en
especificaciones plenas porque lo trans* cuestiona esas permanencias y las
obliga a desplazarse y moverse constantemente. No hay un ser estable, una
ontología definida de estos entes que, por lo mismo, tienen que recrearse constantemente,
ya que el flujo imparable de lo trans* los arrastra hacia su destrucción o
destitución.
A la luz de estas consideraciones llamadas para-ontológicas de lo
trans*, como aquello que no tiene un origen y en donde su ser es un no-ser,
bien por la negatividad constitutiva de la negritud bien por el flujo
permanente de lo trans* que impide que haya un ser como fundamento, mostremos
cómo cuestiona el diferencialismo genérico.
Elizabeth Grosz sostiene la irreductibilidad de la diferencia sexual que
tiende a “privilegiar la diferencia cisexual mientras invalida los modos trans
de corporalidad e identificación, un movimiento que perpetúa la lógica
antitrans y sus prácticas, al mismo tiempo que empobrece las concepciones
feministas de la generación de la diferencia sexual”. (Stephano, 141)
La cuestión sería mostrar cómo es precisamente la diferencia sexual lo
que provoca la emergencia de lo trans*; dicha diferencia no solo produce
compartimentos perfectamente definidos, sino que hay una serie de fenómenos que
se ubican en los bordes, en los cruces, en las superposiciones. Esto lleva a la
emergencia de “…miríadas de formas en las que la corporalidad sexual y la
subjetividad se encarnan, comparten y viven”, rompiendo de esta manera “el
irreductible e inmóvil dimorfismo”. (Stephano, 152)
De allí la crítica al binarismo que explicita sus límites sociales y
epistemológicos:
Si el poder de la diferencia sexual yace en su capacidad de generar
campos morfológicos, eróticos y epistémicos junto con la proliferación de la
diferencia, antes que la replicación o la semejanza, no es evidente para mí que
esta generatividad será siempre y solo restringida a una inmóvil binariedad de
los cuerpos específicamente sexuales cuyas posibilidades morfológicas están
fijadas. (Stephano, 152)
Sinteticemos de la manera más apretada posible las dos tesis centrales
que atraviesan el campo de lo trans* y que tienden a convertirse en el su
principal paradigma: el carácter fluido disruptivo para-ontológico que
cuestiona radicalmente el binarismo de género, y la producción de una
diversidad de corporalidades, sexualidades y subjetividades que ponen en duda
la irreductibilidad del género.
El carácter disruptivo proviene de la capacidad de romper los
compartimentos, las segmentaciones, las identidades fijas y ponerlas en
movimiento; además, de poner énfasis en los territorios no bien delimitados, en
las zonas de indistinción e indiferenciación en donde se producen nuevos
fenómenos más allá de los binarismos. Disolución de los límites que se entiende
desde las teorías deleuzianas como el privilegio del devenir imparable que
arrasa con todo como una máquina de guerra, lo que lleva, precisamente, a su
desfondamiento ontológico.
Pero ¿esto es realmente así?, ¿la fluidez es por ella misma siempre más
radical y revolucionaria que las estructuraciones? Ciertamente, que la
aparición de lo trans* remueve por entero el campo del género obligándolo a
repensar el ámbito entero y cuestionando las separaciones inconmensurables que
en este se han introducido; sin embargo, el borramiento completo en favor de un
movimiento que no se detiene jamás también puede tener un efecto negativo ya no
solo en plano teórico sino en las luchas concretas contra la opresión y por
ganar derechos dentro de la institucionalidad burguesa.
Hace falta repensar la ontología de lo trans*, ya que esta si bien tiene
como consecuencia un ordenamiento clasificatorio, su fundamento está en otra
parte: determina los modos de ser de determinados entes. Así que la pregunta
enteramente ontológica surge: ¿cuál es el modo de ser o existir de lo trans*? Y
creo que aquí hay que introducir la forma trans*, en el sentido de que como
forma es al mismo tiempo formada y formante, producida y productora, y que
aquello que es su núcleo está en que su ser está en permanente oscilación entre
el proceso y la estructura, entre la fluidez y la regularidad, entre disrupción
e irrupción, destitución e institución, devenir y plano de consistencia.
De esta manera, en lo trans* existen simultáneamente esas zonas de indistinción
en donde colapsan corporalidades y sexualidades, y, por otra parte, zonas de
condensación, aunque sea temporal de los movimientos fluidos. Esto ya es
visible en la conformación del subcampo trans* en la aparición de
manifestaciones de dicha fluidez, como la experiencia de Beatriz (Raúl)
Preciado, y expresiones de la consolidación: la formación de un área de
estudios trans*, la proliferación de los discursos, la emergencia de
manifestaciones artísticas y culturales, el surgimiento de niveles organizativos,
las luchas por el reconocimiento de parte de la institucionalidad.
Por cierto, se tiene que insistir que estos fenómenos, aunque sea
disruptivos y cuestionadores del orden dominante en su aparición, no son
automáticamente revolucionarios, todo movimiento tiene de manera inherente sus
propias negatividades; esto dependerá de las luchas que se den, las
reivindicaciones que se demanden, las organizaciones que se construyan, los
programas que se elaboren, la capacidad de resistir a la institucionalidad por
parte del estado y de las organizaciones sociales y políticas; esto es, se
sustentará sobre las formas políticas que adopten.
El otro tema crucial que tiene que ser al menos formulado de manera
precisa es la irreductibilidad de género: si los géneros son inconmensurables y
desde cada uno no se puede tener acceso al otro, ¿cómo evitar ese encerramiento
solipsista de cada genericidad en su justo reclamo de una especificidad? La
respuesta no puede ir en dirección de la disolución sin más de los límites de
la experiencia y la comprensión de esta; me parece que la orientación para
avanzar en este tema es poner dos premisas sobre las que trabajar.
La primera que se refiere a que, en la relación entre los distintos
subcampos, LGBTIQQ más mujeres y hombres, del campo genérico que se podría
definir como de inconmensurabilidad parcial, o si se prefiere de acceso
parcial; esto quiere decir que cada campo tiene un área que es inaccesible para
la otra y un área en donde se comparten experiencias y reflexiones. Desde
luego, como ha mostrado Spivak en La educación estética en la época de la
globalización, aun sobre esa área inconmensurable hay que hacer un trabajo
de imaginación que al menos se acerque a la experiencia, entendiendo que esta
es irrepetible. Este es un problema que es intersubacampos, así como
intrasubacampos porque, por ejemplo, se produce la situación entre mujeres
blancas y mujeres negras, y dentro de las mujeres negras también las
experiencias son diversas; y que responden a dinámicas de conflicto y
confrontación y no solo colaboración. Como ha estudiado extensamente Lyotard en
El diferendo llevar el diferencialismo a sus últimas consecuencias
termina por diluir todo en un aislamiento final de los individuos que ni
siquiera pueden tener acceso pleno a sí mismos.
A más de estos campos compartidos de la experiencia que están dados,
además, por actuar en la sociedad capitalista que está allí oprimiendo a todos,
aunque no por igual, es indispensable dar un paso ontológico más radical.
Llamamos a este fenómeno como ontología de la inherencia de una forma
respecto de otra; esto es, ninguna forma se produce aisladamente de las otras,
bien sea porque le son internas bien como existen como esa exterioridad sin las
cual no se puede definir cada campo, como es el caso de la justicia respecto
del derecho.
Comencemos por señalar que ninguno de los órdenes clasificatorios de
género está totalmente cerrado sobre sí mismo: nadie es completamente mujer u
hombre, ni totalmente gay o trans*; y, además, el conjunto de categorías,
LGBTIQQ más mujeres y hombres, son enteramente relacionales; esto es, no se
podrían definir por separado, sin tomar en cuenta a las otras. A más de esta
relacionalidad, entonces hay que sostener que al interior de cada categoría
-inherencia- está contenidas las otras desde el inicio de su constitución; por
ejemplo, y como dice una frase ilustrativa: todos somos trans*.
La capacidad de lo trans* rebasa con mucho el ámbito del género para
convertirse en una característica ontológica de muchos otros fenómenos que no
guardan relación, al menos directa o inmediata, con el cuerpo y la sexualidad.
De tal manera se puede afirmar que todos los fenómenos de lo ortónimo,
heterónimo, pseudónimo y avatares tienen el modo de ser de lo trans*, en cuanto
a su fluidez, a la provisionalidad, a la capacidad de desplazarse de una esfera
a otra, de pasar de un orden clasificatorio a otro y, desde allí, regresar al
estado inicial. Este es uno de los sentidos que se le puede dar a la frase:
“todos somos trans*”.
Veamos ahora de qué manera las categorías generadas en el campo trans*
están capacidad de trasladarse a otros campos.
Siguiendo con Eva Hayward[2]
rastrearemos aquellos términos de lo trans* que nos permitan viajar con ellos
fuera de la esfera de lo transgénero a otros campos y, de manera especial, a la
esfera de la cultura siempre de la mano de político. Estos términos a través de
los cuales trata de establecer una concepción de lo trans* desprendiéndole del
sí mismo transespeciado y de las experiencias de cambios hormonales o
quirúrgicos que se toman como caminos para vivir lo trans.
Así que la pregunta que se intenta responder al menos provisionalmente
es: ¿es posible que lo trans* sea concebida como una forma que anclada en el
género vaya más allá y se convierta en el fundamento de otras prácticas y
discursos?, ¿cuáles serían esos elementos que enriquecidos con la experiencia
transgénero se desplazan hacia otras esferas?, ¿qué transformaciones debería
sufrir ese mismo trans* para dar cuenta de los nuevos desafíos?
Los términos propuestos por Hayward están pensados exclusivamente para
el campo de lo transgenérico; en este sentido, muestran una forma de vida y los
límites de ese mundo junto con sus significados posibles, como diría
Wittgenstein; pero, queda claro que esa forma de vida cuestiona no solamente
las genericidades actuales sino la sociedad misma en la que se sustentan; por
esto, no es nada extraña que pueda prolongarse como instrumento crítico de esta
en general:
Al atender a la naturaleza material de los encuentros semióticos y
encarnados, espero involucrar el materialismo más radical y llegar a reconocer
como preciosa la no delimitación de mi carne como parte del mundo.
Esto es decir, “nosotros” (como en ti y en mí) somos partes específicas del refigurarse
del mundo; "nosotros" somos parte del mundo en su (y nuestra)
estructuración dinámica, su (y nuestro) diferencial llegar a ser. (Hayward, 67)
Se realizará una proyección crítica de los términos que configuran lo
trans* junto con su potencial traslado hacia otros campos del mundo de la vida:
prefijación, prefijo re-, procedimiento de corte, refracción, metaplasma y
ondulaciones.
- Prefijación: el primer elemento que
atraviesa enteramente este campo es el carácter de prefijo que tiene
trans*; esto es, se antepone a un morfema para modificarlo, lo que
significa que siempre que lo trans* toma contacto con cualquier fenómeno
lo modifica, en este caso, sustancialmente. Desde luego no se está
hablando exclusivamente del prefijo trans-; aquí se trata de este otro
trans* que se refiere al estallido del orden clasificatorio del género y a
la aparición de otros fenómenos. Precisamente queremos saber cuáles son
las consecuencias de esta prefijación trans* sobre una esfera determinada.
- Re-: este prefijo especifica el modo de
existencia de lo trans* en el sentido en que indica aquellos procesos que
tienen que ver con repetición, intensificación, resistencia o rechazo.
Digamos que, en este caso concreto, cuando pensamos re- formando parte de
lo trans*, estamos introduciendo en un fenómeno dado procesos y
estructuraciones que tienen que ver con su duplicación, pero que va ligada
a la intensificación negativa o positiva de los hechos y los discursos. Lo
trans* repite e intensifica; esto es, una repetición ligada a trans-formaciones
de diverso tipo, porque la repetición nunca es idéntica a sí misma, sino
que es metonímica: implica un desplazamiento intensificador en una
dirección dada.
- Procedimientos de corte: lo trans* es un
corte real o simbólico. Un corte en la carne para producir
transformaciones, una cirugía te lleva a otro terreno, a otro espacio
clasificatorio; un corte simbólico, como el que se produce en la ingesta
de un cóctel químico, que lleva por unas horas o por un tiempo más
definido hacia ese otro campo al se retorna después. Implica una escisión
dolorosa en el sujeto y en la subjetividad, una invasión a un sitio
desconocido, un penetrar en lugar que ha estado prohibido.
¿Tiene “el corte” (cut) una cualidad onomatopéyica?, ¿podemos experimentar
acústica/hápticamente el corte, el rebanar, la cortadura, la muesca, de la
herramienta afilada? Cuando leo a Susan Stryker´s (1994) “El cirujano embruja
mis sueños” – “Mientras se abalanza sobre mí veo el cuchillo brillando en Su
mano, y veo que pronto el agua se manchará de rojo. Cuando levanto mis caderas
para encontrarme con Él mientras me penetra, Él seguramente verá que nada
aparte de mi deseo es lo que lo trae aquí”- las palabras causan que mi propio
“corte-del-sexo” duela”. (Hayward, 71)
La adopción de una ontología, una forma de
vida, y una epistemología trans* presupone este corte simbólico que incorpora
el trabajo de lo negativo, que corta y se corta y que no deja nada indemne. Por
esto, el corte se involucra por entero el plano sensorial, sensible e imaginativo,
y quedan particularmente afectados lo visual y lo háptico, que forman un modo
de vida:
Lo que hay que decir no es el sistema sensorial
está visual y hápticamente encarnado; más bien su verdadero ser es un
aparato visual-háptico-sensorial. (Hayward, 70)
Cortar también significa abrir un mundo frente
a nosotros: “El corte es una posibilidad” de apertura hacia otras
regiones, que materializan nuevos fenómenos, que permite que lo nuevo llegue a
ser a través de una serie de mutaciones.
- Refracción: lo trans* es la crítica de los
procesos habituales de la representación y del reflejo especular. Esto no
significa que haya desaparecido la representación; permanece allí, pero
sometida a la refracción. Se podría decir que la representación, en su
triple nivel: política, cognoscitiva y dramática, al llegar a lo trans*
cambia de dirección y de velocidad, se distorsiona y se ve obligado a
transportar otras significaciones que antes no estaban incluidas. También
aquí funciona la metonimia.
- Metaplasma: lo trans* es un metaplasma;
este término tomado de la biología hace referencia a la transformación de
los tejidos que forman otro tipo de células especializándose, como es el
caso de los tejidos embrionarios y que produce otro tejido y que, incluso,
puede malignizarse produciendo una metaplasia. Lo trans* como material
formativo no hace referencia únicamente a su plasticidad, sino a una
plasticidad que va más allá y que crea otras formas que se han desprendido
de este fenómeno original. El mismo paso de los términos de lo trans* a
otros campos se torna posible en la medida en que lo trans* tiene este
carácter de metaplasma. Quizás se podría llamar: hiperplasticidad. Como
señala Hayward:
"Trans-", según lo articulado por Antonio, está destinado a
perturbar las purificaciones prácticas; lo bien definido se confunde en
múltiples niveles materiales y semióticos. Se mezclan experiencias psíquicas y
corpóreas. Por ejemplo, el género y la encarnación del género son contingencias
que pueden mantenerse por un momento y luego caer en otro conjunto de
relaciones. (Hayward, 69)
Estos trans*términos, que no son los únicos y que están colocados aquí
como una primera indicación de su potencialidad, muestran el potencial de la
forma trans* para desplazarse del ámbito en el que surgieron, el transgénero, y
reconocer los nuevos fenómenos ontológicos que su aparición produce, genera,
provoca, escinde, parte, despedaza, forma nuevamente.
A partir del reconocimiento de su carácter ontológico se puede acceder
al plano epistemológico; esto es, al descubrimiento de estas categorías como
instrumentos cognoscitivos, analíticos, dialécticos, que permitan una mejor
comprensión de un conjunto de fenómenos, por ejemplo, si se aplicarán al arte o
a la interseccionalidad.
Con estos elementos podemos aproximarnos a los procesos de emergencia de
los sujetos y las subjetivaciones y mostrar cómo funcionan los procedimientos
de nominación en la esfera trans*.
Nuevos fenómenos han colocado a la cuestión de ortónimos, heterónimos,
pseudónimos en un plano diferente, obligándolos a moverse de su estabilidad
solidificada, teniendo en cuenta que la cuestión de los heterónimos nunca fue
bien resuelta por la mezcla entre psicología y literatura, o por su reducción a
casos muy particulares.
Los avatares utilizados en los medios digitales especialmente, aunque no
exclusivamente, en los videojuegos, y la emergencia de lo trans* plantean
desafíos que avanzan sobre lo que hasta ahora entendíamos en estos campos. Los
avatares sacan a la heteronimia de su aislamiento literario y lo llevan al
terreno de procesos de denominación más amplios que se generalizan en los
mundos virtuales conformados por personajes, relaciones y acciones. Por su
parte, lo trans* interroga a estas dinámicas de nominación arrancándoles de su
estabilidad.
Digamos que el campo entero se modifica profundamente porque el ortónimo
es puesto en duda a cada paso y en donde la pseudonimia que era un fenómeno
marginal explosiona para bien o para mal, por ejemplo, en todos los falsos
personajes que se esconden detrás de los fake news, blogs, páginas web, redes
sociales; así que constantemente cabe la pregunta: ¿quién está realmente detrás
del mensaje?
Los avatares echan luces sobre este campo al explicitar y desarrollar
elementos que ya estaban allí antes; de una parte, muestran el desdoblamiento
del sujeto que se convierte en un personaje con una serie de atributos que,
generalmente, no coinciden con el sujeto empírico; así se podría decir que el
ortónimo está expulsando constantemente, por ejemplo, cada vez que se juega, un
heterónimo temporal que luego queda en estado de suspensión.
Por otra parte, los avatares señalan esa transición fluida que llega
incluso en los momentos de inmersión en lo virtual a colapsar creando una zona
de indistinción entre sujeto real y sujeto virtual, en donde se funden las
reacciones ante del juego con la expresión de la sensibilidad del sujeto
empírico. Cada vez que se adopta un avatar se produce ese paso del ortónimo al
heterónimo que siempre es un viaje de doble lado y en donde se influencian
mutuamente.
En cambio, lo trans* permitirá entender que el ortónimo no queda intacto
cuando realiza el ejercicio de duplicarse; queda cuestionada su integridad
monolítica y transparente algo que había estado allí siempre: las fracturas
constitutivas de toda estructura psíquica que, ahora, se exteriorizan en vez de
quedarse sumergidas en el inconsciente.
Se abre toda una vía de expresión para lo trans* virtual, esto es, para
despegarse de la propia corporalidad y sexualidad, permitiendo que cualquier
que así lo desee pueda existir como trans* al menos por esos períodos,
normalmente algunas horas, en que eliges de qué género será tu personaje, cómo
se comportará, de qué atributos le dotarás.
Conservando toda su potencia lo trans* viaja de un campo a otro, de una
esfera a otra, en la medida en que no solo está constituido por una serie de
experiencias y discursos específicos, de indexaciones históricas, sino que es
ante todo una forma, la forma trans*, que como tal contiene esa serie de
atributos que le permiten introducir su distinción más allá del género,
características tales como fluidez, ruptura de los órdenes clasificatorios,
capacidad de ir y volver, disrupción y potencialidad para ponerse al servicio
de una política emancipatoria.
Como dice Hayward: “Trans- es un prefijo vinculado con a través de, más
allá, moverse de un lado a otro – a dondequiera, y vuelve familiar el trabajo
de sugerir lo inclasificable… Ser trans- es trascender o sobrepasar una
particular imposición, sea empírica, retórica o estética”. (Haywrad, 5)
Pero, este viaje del ortónimo hacia los heterónimos y avatares si bien
es parte de la fluidez y de la disolución de los límites, también provoca
condensaciones de diferente grado de permanencia o estabilidad; puede
significar el transitar momentáneamente, digamos por unas horas mientras dura
el juego, que se adopta el avatar y luego se regresa a la existencia cotidiana,
ciertamente no sin cambios que quizás son al inicio imperceptibles; cabe que la
adopción del heterónimo se torne más estable y conviva durante toda la
existencia, como fue el caso de Pessoa. Incluso en este último caso, es notorio
el paso continuo de un heterónimo a otro, en donde un sujeto impreciso navega a
través de sus heterónimos.
Se trataría de la formación de un inconsciente virtual que es el que se
desdobla, se parte, se escinde, y da lugar a nuevas formaciones inconscientes
que, en su momento, regresa sobre la subjetividad inicial para transformarla.
En el caso de la escritura o de la producción de una obra de arte, aun en los
casos en donde el artista o productor no tenga idea de estos fenómenos trans*,
se expele un autor quizás temporal que es el que efectivamente hace la obra y
que coincide solo parcialmente con el sujeto empírico.
Es a través de esta transitoriedad que el inconsciente estético de la
época y del lugar de enunciación de la obra de arte penetra en el autor y se
manifiesta a través de él; esto no niega las elecciones que hace el sujeto
empírico y los aspectos que aporta; sin embargo, estos elementos son efectivos
únicamente en la medida en que penetran en la corriente del inconsciente
estético y se dejan arrastrar por este. Así que el autor no ha muerto; se ha
convertido en un dispositivo, en parte de una máquina abstracta que produce la
obra de arte.
La tesis que se podría sostener consiste en afirmar que la adopción de
avatares o heterónimos lejos de ser una opción de unos pocos artistas es un
fenómeno frecuente y necesario; esto es, cada vez que la máquina estética se
pone en movimiento se forma, aunque no sea reconocido, ese avatar que es el que
escribe, pinta, narra, filma. Seguramente una vez terminado el proceso creativo
tiende a desaparecer sin dejar rastro aparente. Si el artista es fiel a su obra
inevitablemente su inconsciente estético se irá transformando para adecuarse de
mejor manera al flujo trans* que se lo pone delante en cada fase creativa.
Constantemente cabe hacerse la pregunta: ¿en la producción de la obra de
arte qué fenómenos trans* se están manifestando?, ¿qué avatar estoy eligiendo
para hacer esta novela o pintar este cuadro?, ¿en qué medida los atributos de
ese avatar se desplazan de los del artista?, ¿de qué manera los procesos y
estructurales formales están penetrando en ese avatar?, ¿cuáles son las
condiciones del juego artístico en el que está embarcado el artista?
Cuando el artista inicia la producción de una obra de arte no se
enfrenta a una hoja en blanco ni a un espacio neutro o vacío; cuando el actor
entra al escenario este está lleno. Se penetra en un campo de fuerza, como un
campo electromagnético que, aunque no se lo ve funciona a la perfección. Allí
una serie de tensores halan el movimiento estético en diversas direcciones, en
donde uno se puede resistirse o dejarse llevar en una determinada dirección al
menos al inicio; después las fuerzas son tan poderosas que antes que escribir
el artista es escrito, queda sometido al campo del inconsciente estético.
Por esto, los heterónimos y avatares no son principalmente una cuestión
de orden psicológico; no tienen que ver con algún tipo de disociación o de
personalidad múltiple; por el contrario, generalmente significan la manera como
el escritor escapa de la locura que amenaza a cada instante. Se pone en
funcionamiento una serie de dispositivos de escritura incluyendo la formación
del autor temporal de la obra que, además, navega en esa corriente estética
inconsciente y allí hace inicialmente elecciones conscientes, como decidir si
escribe una novela o una poesía; después las formas literarias simplemente se
le imponen sin que el sujeto empírico sepa de dónde vienen. Así se entiende que
a pesar o precisamente por la cercanía del artista a su obra no sea su mejor
intérprete; la obra de arte una vez hecha termina por ser un producto extraño,
un objeto que se aliena del sujeto empírico y que inicia su propio recorrido
para tocar a otras subjetividades. Finalmente, el artista no sabe lo que hecho.
Este sería el efecto trans* de toda estética y arte que conduce a la
producción de la obra de arte permitiendo neutralizar parcialmente al sujeto
empírico, de tal manera que penetre en este el inconsciente estético que
siempre es primero formal.
[1] Bey, Marquis, The Trans*-ness of Blackness, the Blackness of Trans*-ness, TSQ: Transgender Studies
Quarterly, Volume 4, Number 2, Duke University Press, 2017; Stephano, Oli, Irreducibility
and (Trans) Sexual Difference, Hypatia vol. 34, no. 1, 2019.
[2] Hayward, Eva, More
Lessons From a Starfish, Women´s Studies Quaterly, Fall 2008.
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