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viernes, 21 de enero de 2022

LEYENDO UN MANIFIESTO INSURRECCIONAL

 

En las últimas décadas hemos visto florecer las teologías de todo tipo. Se habla del giro teológico de la filosofía contemporánea. Los teólogos se han dedicado a leer a los autores posmodernos, deconstruccionistas, deleuzianos, a los popes del posthumanismo y del Antropoceno y encontraron en ellos las bases para repensar lo trascendental.

Esta breve lectura toma el camino inverso. Lee una teología para desprender de ella argumentaciones aplicables al mundo, a la esfera de lo inmanente. Devuelve a la teología a su lugar: la realidad. Se aleja de los movimientos seculares que no son sino el reverso de lo sagrado y conservan su olor. Permanecemos en lo profano, habitamos la plaza, los espacios públicos y nos negamos a entrar en las iglesias.

Sin embargo, cabe reconocer que ciertas teologías hacen una crítica radical de la posmodernidad y la deconstrucción, mostrando desde fuera el callejón sin salida en el que se encuentran entrampadas; y este es su valor más allá del discurso religioso. En este caso se ha elegido el texto de Ward Blanton, Clayton Crockett, Jeffrey W. Robbins y Noëlle Vahanian, Un Manifiesto insurreccional (Columbia University Press, Nueva York, 2016). (Más abajo se adjunta el Prólogo y el Prefacio de este libro).

Una teología insurreccional a la que le someterá a una lectura desde la perspectiva del arte; así que, a pesar de lo esquemático que pueda parecer, haremos el esfuerzo de sustituir teología por arte, ciertamente en los lugares en donde sea posible. El texto se aleja de cualquier interpretación transcendentalista y se vuelca sobre lo Real, distanciándose de los procesos imaginarios que sirven al poder de turno.  Ejecutamos este procedimiento de busca y reemplazo, y tenemos:

“Lo que encontramos aquí es un arte contra la soberanía, un arte que celebra el mundo material de forma no reductiva, un arte en movimiento que cruza fronteras, asume riesgos, habla contra las fuerzas de la muerte y se pone a prueba. En definitiva, encontramos en estas páginas un arte en juego que rechaza el statu quo, nos confronta con el estado actual y descubre nuevos horizontes”.

Apelamos a un arte que debería entrar en una fase insurreccional que rompa con “el dominio hegemónico del posmodernismo despolitizado”, sostenidos por “los académicos (que) están totalmente inscritos en la matriz académica neoliberal”. También hace falta añadir: galeristas, curadores, directores de museos, críticos, etc., todos atrapados en las redes posmodernas y plenamente acostumbrados a ellas.

Arte insurreccional que debe “leerse, por tanto, como una verdadera ruptura de la peligrosa alineación apolítica entre la apatía de la posmodernidad y el secuestro de la academia neoliberal…”. Por tanto, un arte que salga de la prisión, que rompa los barrotes y escape hacia adelante, que se permita a sí mismo hablar, pensar, representar, imaginar de otra manera más allá del canon posmoderno.

Un arte que no se disuelve en mala sociología y pésima ecología, que reconozca que, a pesar de los discursos repetidos, sigue siendo arte y de hecho no se lo confunde con la intervención política ni la puede reemplazar. Un arte que no está allí para encubrir la mala consciencia de críticos y artistas, sino para decir la realidad con sus propios medios y recursos.

Un arte que no se resuelva en el gesto sublime y perverso, porque nunca se realiza plenamente, de la obra que permanece en la mente del artista sin que efectivamente se vuelque sobre la realidad, sin adquirir la forma plena de obra de arte. 

Por esto es hora de elaborar colectivamente nuestro propio Manifiesto Insurreccional.

 

Un manifiesto insurreccional

 

Cuatro nuevos evangelios para una política radical

Ward Blanton, Clayton Crockett, Jeffrey W. Robbins y Noëlle Vahanian

Columbia University Press - Nueva York - 2016

 

PRÓLOGO

Peter Rollins

En el siglo II, el asceta de los primeros cristianos Tatiano se propuso fusionar los cuatro relatos evangélicos en un solo conjunto coherente. Para cuando terminó, había elaborado un texto que fusionaba Mateo, Marcos, Lucas y Juan en un solo volumen.

Los evangelios se convirtieron en un Evangelio. Los cuatro se convirtieron en uno.

Aunque su obra terminada, el Diatessaron, fue popular en algunos círculos, no obtuvo el apoyo que cabría esperar. De hecho, se utilizó sobre todo como complemento de su material fuente, y en el siglo V había caído casi por completo en desuso.

Teniendo en cuenta nuestro amor por las perspectivas únicas, es bastante sorprendente que las cuatro se impusieran a la única, después de que las cuatro se impusieran a su vez a muchas más. Desde la perspectiva actual, el proyecto de Tatiano parece expresar sucintamente el último sueño de los apologistas religiosos, tomando las narrativas conflictivas y desordenadas y fusionándolas en un todo unificado y atómico.

Sin embargo, siempre ha habido otra tradición en la teología, marcada por la pasión por lo Real, un deseo por lo imposible que se atestigua/produce mediante narrativas conflictivas. En oposición a la demanda de un objeto claramente definido que se cree que es el destino de nuestra preocupación ulterior, esta teología subversiva e insurreccional pone en marcha el deseo evocando una emoción por lo que no se puede captar.

Una teología de este tipo no busca el descanso en lo que se puede imaginar o simbolizar, sino que permanece inquieta, agitada en una dialéctica del deseo que permanece abierta tanto al futuro como a la reimaginación del pasado.

Una teología asumida por lo Real nos enseña a desconfiar de las pretensiones imaginarias que prometen plenitud y armonía y nos expone a las diversas formas en que nos vemos arrastrados a crear/servir poderes soberanos.

Este libro reúne a cuatro de estos teóricos de lo Real, cuatro escritores inspirados por lo imposible. Y qué mejor manera de presentar su trabajo que en cuatro reflexiones separadas.

Cuatro testimonios. Cuatro evangelios.

Cada uno de ellos está interrelacionado y entrelazado con los demás, pero cada uno carece de una relación definitiva con su vecino. Cada capítulo es desafiante, confuso y esclarecedor a partes iguales.

Más que un simple credo, el lector es invitado a participar en una colección multidisciplinar de ideas que reflejan un proyecto dinámico y experimental.

Un proyecto en marcha.

En lugar de dogmas claramente definidos, encontramos en estos cuatro ensayos coordenadas compartidas, coordenadas que podrían ayudar a acudirnos de las viejas ortodoxias y despertarnos a la crisis en la que nos encontramos.

Lo que encontramos aquí es una teología contra la soberanía, una teología que celebra el mundo material de forma no reductiva, una teología en movimiento que cruza fronteras, asume riesgos, habla contra las fuerzas de la muerte y se pone a prueba.

En definitiva, encontramos en estas páginas una teología en juego que rechaza el statu quo, nos confronta con el estado actual y nos descubre nuevos horizontes.

Incluso para los lectores experimentados en teoría crítica, este texto es exigente. Los escritores no temen cruzar las fronteras disciplinarias, exigiendo que nos adentremos en aguas que podrían ser desconocidas para nosotros. En un momento poético, en el siguiente filosófico, luego científico; los lectores se encontrarán desequilibrados más de una vez en este viaje entre la tierra y el cielo, los mortales y los dioses.

Pero esto es lo que hace que la obra sea tan rica, cinética y fértil. Si luchamos con ella, es posible que descubramos que nos pone patas arriba, al revés y al derecho, aunque no necesariamente en ese orden.

No es ningún secreto que la disparidad de trabajos realizados en nombre de la teología radical se resintió un poco después de su momento de esplendor en torno a la década de 1960. Después de menos de una década, a muchos les pareció que este movimiento se había marchitado y muerto. Pero los rumores de su desaparición han sido muy exagerados y, tras un periodo de relativa latencia, ha regresado con una vitalidad y una urgencia renovadas, como atestigua este potente y explosivo manifiesto.

 

PREFACIO

Creston Davis

Al principio, el vacío cargado positivamente del universo dio origen a la insurrección. Pronto la Tierra se rebeló contra el Cielo y los mortales se sobrepusieron a los dioses, y el mundo comenzó a manifestarse a través de un insurreccionalismo, un despliegue infinito de la Buena Nueva. Este libro es la culminación de una fidelidad al acontecimiento de la insurrección que comenzó en un taxi de Filadelfia en el que 2005 discutíamos la necesidad de establecer una serie de libros que finalmente rompiera con el dominio hegemónico del "postmodernismo" despolitizado. Este "género" posmoderno de pensamiento hacía imposible la capacidad de nombrar las verdades. Nuestra teoría era que no se decía nada significativo, no sólo en la teoría crítica, sino también en la filosofía continental, la religión y otros temas, porque, efectivamente, los académicos estaban totalmente inscritos en la matriz académica neoliberal.

Este libro, estos "evangelios" deben leerse, por tanto, como una verdadera ruptura de la peligrosa alineación apolítica entre la apatía del posmodernismo hacia la verdad y el secuestro de la academia neoliberal en Norteamérica. La esencia de este libro es que los autores muestran cómo la historia no está determinada por un acontecimiento singular mercantilizado (es decir, la Resurrección), que difiere interminablemente su significado que nunca llega, sino más bien a través de la inmanencia materialista que nunca se asienta mientras se agita en los pliegues de una lucha materialista configurada por el destino de una revuelta cargada cósmicamente.

Pero hay que tener cuidado aquí, ya que lo que parece ofrecer este libro es fundamentalmente engañoso porque, aunque confronta ingeniosamente posiciones, pensadores y textos básicos de la "muerte de Dios" estadounidense

Si la tradición teológica con todos sus presupuestos, lo que acaba revelando es una verdad desmentida. Que aunque Dios haya muerto, los argumentos, la estructura simbólica y demás de esta tradición siguen asumiendo una postura perversa de que, a pesar de todo, Dios sigue rondando el discurso. Este libro rompe por fin con esta onto-teología fetichista de una vez por todas, no cayendo en la trampa de parafrasear mal a sus interlocutores para luego disfrazarlo con la jerga y sacar conclusiones rebuscadas. "La negación de la propia jerga", como dice Slavoj Žižek, "es hoy parte de la jerga estándar, de modo que, cuando uno lee frases como 'Lo que diré ahora no es una frase vacía', puede estar seguro de que lo que seguirá ES una frase vacía".1 Esto hace que me resulte difícil señalar que no es un gesto vacío cuando afirmamos que este texto replantea completamente la teología: una teología del vacío cargada cósmicamente.

Pero esta "ruptura" de nuevo no debe leerse como la tesis del "fin de la ideología" en la que una historia dialéctica materialista es desechada victoriosamente a los basureros de la historia sólo para volver de las cenizas. Lo que hace este libro es un ejemplo perfecto de la estrategia de Hegel de la Aufhebung en la que lo que se niega (las teologías clásicas y de la muerte de Dios) se subsume en su propia negación a través de sí mismo revelando la verdad de un momento insurreccional onto-lógico desprovisto de tiempo.

Así pues, lo que ocurre aquí es que un resurgimiento totalmente nuevo del poder es aportado desde un punto de partida totalmente diferente, un punto que engulle todos los puntos perfeccionándolos negativamente. Y esto es el εὐαγγέλιον (Evangelio, buena nueva, etc.) porque rechaza por completo un discurso muerto (la ontoteología tradicional) que hará cualquier cosa para mantenerse vivo mucho después de que su objeto "Dios" haya muerto. Esto se hace de las siguientes cuatro maneras: primero, el pensamiento como fuerza insurreccional no piensa en lo Real (en términos lacanianos) sino desde lo Real tal y como lo elaboran Slavoj Žižek y François Laruelle. En segundo lugar, una afirmación dionisíaca de un materialismo no reductivo en la estela de la obra de Catherine Malabou, más allá de la obsesión derrideana por la totalidad, por un lado, y la postergación infinita de la significación, por otro. En tercer lugar, hay aquí un compromiso genuino con una política abierta de izquierdas que se resiste a caer en la trampa dogmática de la certeza cerrada a una externalidad porosa. Este compromiso no debe ser malinterpretado como una recapitulación de una ideología ecologista políticamente correcta, sino que debe ser visto como un ataque frontal a los efectos catastróficos del neoliberalismo y del capitalismo corporativo. En cuarto y último lugar, lo que precisamente mantiene a estos pensadores fuera de la trampa de la cárcel cerrada de estar en casa consigo mismo es el método dialéctico hegeliano de apertura mental experimental comprometida con un proceso de desarrollo siempre bajo evaluación constante, sin asumir una autosatisfacción masturbatoria tan endémica en la teoría actual.

Es aquí, también, donde cualquier noción de resurrección es suplantada al pensar el mundo no desde el punto de vista reductivo del uno, sino desde una diferencia no repetible: el mundo como liberado de la resurrección y las exigencias que la teoría insurreccional nos da hoy.

 

 

 

 

 

 

 

 

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