Pudiera decir tantas cosas, pero no quiero hacerlo. Quisiera, como Ópera, gozar del ascetismo del lenguaje. Insinuar antes que decir. Intuir en vez de razonar. No es posible. La obra exige pensar. El poema convoca a la palabra, porque “su mirada salta la presa”, que es el lector. Estos versos atraen. Hay en ellos una gravedad de segundo orden, como decía Simone Weil. El objeto cae hasta cierto punto, se detiene y comienza el ascenso. Primero peso, luego levedad. Gravedad convertida en gracia.
(3) El haz recorre el lienzo.
La joven Novia levanta el velo
y su mirada salta sobre la presa.
Un jaguar sobre la luna roja.
Golpea el gong y el Centauro
se desploma sobre la piedra.
Me detengo en la duda: ¿convendrá esperarse en el contenido o más bien preferiré parapetarme en la forma? Me pregunto por su relación con la indagación que ahora me ocupa, volcado en las meditaciones transitorias, hurgando en los más diversos modos de transición, colectivos e individuales, históricos y actuales.
En su contextura - ¿textura? – metafísica, Ópera
transita, inicia el movimiento, entra en el escenario, se detiene, habla. Las
palabras muestran aquello que no quiere ver. Retrocede. El poema es un
oscilador perpetuo. Corre hacia un extremo, únicamente para regresar
apresuradamente.
Y de pronto nos topamos con la plena afirmación
ontológica. Apertura de heridas en el ser de las cosas.
(9) El Centauro afirma la flecha en el arco.
¿Pero afirma el Centauro la flecha en el arco?
La cuerda tiende la flecha al Centauro,
la flecha tienta al Centauro,
el Centauro tiembla en la cuerda.
La tensa flecha encuerda al Centauro,
¿bajo qué necesidad? ¿O necedad acaso?
Comienza la danza de la disolución metafísica.
Los objetos se vuelven hacia el Centauro. Ya nada es seguro: “¿Pero afirma el
Centauro la flecha en el arco?” ¿Estamos seguros de la realidad? Los simples
hechos se trastocan y se atascan. La cuerda ofrece con gesto benevolente la
flecha al Centauro. Nuevamente caminando en la cuerda, temeroso de caerse,
inquieto de saber que, a lo mejor, él mismo se convertirá en la flecha que será
arrojada. Las cosas adquieren vida propia y el Centauro queda atrapado en su
accionar.
Curiosa transición del sujeto obrando, sin
percatarse del siguiente movimiento, el de la flecha tentándolo, obligándolo a
tomarla. ¿En qué momento los objetos nos secuestran y se imponen a nosotros?
¿De qué manera podemos liberarlos para así liberarnos? ¿Cómo separar necesidad
de necedad?
Todo sucede en el escenario. Suena el gong, entra el personaje. Resuena el gong, expira el personaje. ¿Suceden los hechos en el escenario? Camino de transiciones. Forma formans, forma formata, como señala Luigi Pareyson, en el juego de transformaciones: centauro, guardián, juglar, jaguar, devorador, devorado.
Queda la duda. Queda, la duda. ¿Está sucediendo? ¿Solo es una ópera? Quizás es una ensoñación. Los personajes se vuelven irreales. Su esencia es absorbida por el polvo áureo, la letra celeste, la morada inacabable. Del juglar y el jaguar, poco permanece. El mundo se desparrama, la piedra se resquebraja, la soledad impera.
Los ojos con los que miramos hace tiempo están ciegos. El Guardián contempla con su último ojo. Las lágrimas derramadas por los espectadores se han convertido en luna roja. Sin llegar a ser surrealista, el poema penetra como un puñal en la carne flácida de lo real. La Ópera pasa ante nosotros, y al hacerlo nos deshace. Las esencias sustentadoras de la existencia apenas si son el polvo áureo en el lienzo.
Doble ficción, una dentro de otra. La ópera que
rueda entre juglares, jaguares, novia y centauro. Pero el Guardián percibe lo
que está más allá. Esa otra ficción, la del lienzo en donde se adivina el polvo
áureo y la letra celeste. Podría ser una metáfora, tal vez un mensaje críptico
que no alcanzamos a descifrar.
(12) La flecha, en su vaivén,
Hiere al Juglar y lo ata al Jaguar.
Un polvo áureo se riega por el lienzo
y la letra celeste, desparramada
en cenicientas palomas
se pierde en la fuente. La piedra,
la fortaleza se resquebraja
y la morada se extiende en la noche,
inacabable. Solitario,
el Guardián golpea su gong
y rueda de su último ojo
una luna roja
¿Quién imagina al Centauro y a la Novia? ¿La Ópera? ¿Quién nos mira y desde dónde lo hace? Se ha creado una zona de indiferenciación; en esta se transita desde lo real a la ficción sin solución de continuidad. Alguien imagina al Centauro y la Novia es irreal. Al margen de la escena, el Guardián se mira en el lienzo. Tanta ficción termina por arrastrar al lector a ese espacio de indiferenciación, aquel que se crea en los procesos de transición.
(13) Imaginado Centauro e imaginaria Novia
rompen su corazón con una piedra
y en la fuente su sangrar tiñe una luna.
Absorto se contempla en el lienzo un Guardián
que aguarda el asalto que llega
en el haz de un polvo áureo
Nada termina en el escenario. Allí se abre una
puerta que da a un pasadizo secreto. Cuando creemos que ha terminado, la flecha
indica la dirección hacia la que se tiene que ir, el reino de la posibilidad. Detención
expectante.
(20) ¿O escapa en la flecha a lo posible,
a otra escena, colgando del techo,
bajo otro astro?
Transición hacia Otra escena, otro astro. La existencia del paso hacia otra realidad viene precedida de la afirmación de la posibilidad, como salvaje crítica del presente. La estructura posibilística del mundo fractura el presente, lo abre hacia el porvenir; aunque aquí en esta ópera, los personajes insisten en mantenerse, a tal extremo que los sucesos parecen darse sin ellos o a pesar de ellos.
¿Qué enuncia Ópera acerca de los procesos de transición? ¿Qué hace su aparición en el paso de la realidad a la ficción? Al deshacerse el presente establecido y consolidado, la ficción poética arrastra hacia la tierra desolada las certezas, los órdenes, las ontologías cerradas de la actualidad.
Los objetos toman el control de los sujetos, la flecha se convierte en protagonista; se crean capas de ficcionalidad, una dentro de otra; las representaciones también se contagian de la duplicidad. El Guardián representado en la escena y el Guardián mirándose en el espejo, despreocupado de lo que sucede en la obra.
Las transiciones alteran los modos de
existencia de las cosas, desvían el curso lineal de los hechos, postulan nuevas
relaciones entre la ficción que se abre a lo posible y el presente necio que
quiere persistir sin avanzar, y se abren a nuevos espacios de representación.
Referencias
Carvajal, I. (2015).
Ópera. En I. Carvajal, Poesía reunida 1970-2004 (págs. 247-268).
Quito: La Caracola Editores.
Pareyson, L. (2014). Estética.
Teoría de la formatividad. Madrid: Xorki.
Weil, S. (2021). La
gravedad y la gracia (Digital ed.). Barcelona: RLull.
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