La sensibilidad a la forma, que
se ha generalizado a partir de la “sensibilidad retórica” propuesta por Spivak,
encuentra un segundo ejemplo realmente ilustrador en la lectura que hace
Glissant de Faulkner. (Spivak, 2017) (Glissant, 2002)
Y lo es porque Glissant va a
contracorriente, se mete con Faulkner cuya lectura por parte de los
intelectuales negros se esquivaba; pero, para lograr esta nueva mirada, tiene
que cambiar muchas cosas radicalmente; además insiste en que solo de este modo
la obra de Faulkner “no se verá concluido hasta que la lectura se haga
“efectiva” mediante la revisitación general de los negros americanos, como ya
ha empezado a suceder…”. (Glissant, 2002, pág. 61)
Y esta lectura no se origina en el
hecho de que Faulkner está inmerso en ese sur negro y cuya presencia era
inevitable: “Y esta conclusión mediante una lectura radicalmente “otra” no
viene motivada por el hecho de que sus novelas estén plagadas de negros”. (Spivak, 2017) (Glissant,
2002)
Los negros están siempre presentes en
sus novelas, sin embargo, las obras no tratan acerca de ellos, no son
tematizados, están allí de otra manera:
“Faulkner no
podía hacer otra cosa que incluir a los negros entre la multitud de personas
que habitaban el territorio de sus novelas. Pero los asignó una función tan
específica y singular que será necesario que pase por la criba de su crítica
participativa antes de ser reconocida como referencia de una poética de lo
real”. (Glissant, 2002, pág. 62)
Los negros quedan excluidos de
las historias que se cuentan; aparecen como figuras a veces fantasmales
ubicadas como telón de fondo de las peripecias de las familias blancas, de sus
tragedias, de la imposibilidad de su futuro, de la profunda decadencia en la
que se encuentran sumergidos: “…en ningún momento entramos en el drama de su condición, de su difícil
acceso a una forma de identidad consoladora, de su lucha con una historia que
podrían al fin construir”. (Glissant, 2002, pág. 63)
Como los negros “no hacen la Historia”, se quedan
paralizados en el tiempo: “La descripción de los Negros solo puede ser inmóvil.
En la obra los únicos que no han cambiado son los Negros” y existen en el
espacio de la “permanencia”. (Glissant, 2002, pág. 64) Es, por ejemplo, la
historia del “extrañamiento doloroso y sagrado del coro de campesinos elegidos”
de los Bundren en Mientras Agonizo. La
tragedia le pertenece por entero a los blancos. (Glissant, 2002, pág. 64)
¿Cómo pueden, entonces, los
negros leer a Faulkner?, ¿de qué manera sus obras nos sirven para imaginar a
ese otro que se nos escapa, más aún si explícitamente están excluidos y apenas
hay referencias marginales a su modo de existencia?, ¿si se los deja fuera de
la historias y de la Historia, qué papel juegan en la obra de Faulkner?
Más aún, sus personajes son brutalmente racistas: ”Faulkner no
retrocede ante ninguna crueldad en la precisión del dibujo. Sorprende constatar
cómo algunas personas que pueblan el condado rezuman un racismo animal, que
Faulkner sugiere de pasada, sin ningún discurso de presentación y sin que
podamos decir si lo reprueba o condena, lo acepta o lo aplaude”. (Glissant,
2002, pág. 70)
Nuevamente se interroga Glissant
ante la posibilidad de leer, como negro, a Faulkner, en hacer ese otro tipo de
lectura radicalmente opuesta a la que normalmente se acostumbra e ir más allá
del contenido inmediato, de las historias de blancos, para acceder al lugar que
ocupan los negros en sus obras, que se encuentran incluidos en cuanto
excluidos.
¿Cómo interpretar el lugar de los
negros en la obra de Faulkner sin reducirlo simplemente a un gesto racista que
cuenta historias de blancos sin tomar en cuenta a los negros en el sur de los
Estados Unidos? Y es aquí en donde Glissant propone su modo de leer a Faulkner,
su hipótesis básica:
“Antes de
pensar que para Faulkner el relato y el desvelamiento solo conciernen a los
Blancos (a los que actúan, poseen, hacen la guerra, explotan, deciden) y que,
en consecuencia, los dos últimos modos (relato subjetivo y monólogo interior),
que son lugares de interiorización, de profundización, de angustia y vértigo de
conciencia, han de serles entregados en exclusiva, prefiero creer que en esa
elección metodológica se hallan la lucidez y la honestidad (una generosidad, en
suma, tanto natural como sistemática, es decir de orden estético) de quien sabe
que, de quien admite, en efecto, no entenderá nunca a los Negros ni a los
Indios y que sería odioso (y ridículo a sus ojos) colocarles un narrador
todopoderoso e intentar penetrar en esas conciencias para él impenetrables”. (Glissant,
2002, pág. 72)
En esta larga cita hay dos
momentos claramente definidos; una primera parte, en donde queda claro que la
historia la hacen los blancos y que esta es la que está en el centro de la
narración; allí Faulkner con toda su inmensa maestría nos muestra el interior
de estos seres desesperanzados, sin futuro, para los cuales la vida tiene poco
sentido, allí vemos la “angustia y vértigo de conciencia”, con toda la crudeza,
sin idealización alguna.
Y una segunda parte, en donde la
exclusión de los negros no se atribuye exclusivamente a una actitud racista,
sino que tiene que ver con la convicción de allí hay otro al que no se tiene
acceso, respecto del cual es imposible decir o narrar, o colocarse en el plano
del “narrador todopoderoso”, cosa que si sucede con los blancos.
Por lo tanto, hay de una parte la
brutal narración de los blancos del sur y por otra, el silencio absoluto sobre
los negros, sobre los cuales no se intenta algún procedimiento retórico, alguna
estrategia literaria, sino que quedan no como “marionetas del autor: son masas
de sombras desconcertantes cuyos contornos, esas aristas imprevistas que se
mueven con ellos, expresan más que un grito”. (Glissant, 2002, pág. 73)
Faulkner renuncia a comprender a
los negros, a lo mucho aparecen en algunos discursos de los blancos, en donde
la ética de los negros se convierte en cuestionamiento de su forma de vida y
que se reconozca marginalmente que ese negro, como todos ellos, “tuvo paciencia
aunque ya no tuviera esperanza, capacidad para ver lejos aunque no se viese
nada al fondo…”. (Glissant, 2002, pág. 72)
Utilizando los términos de
Spivak, diríamos que el doble vínculo faulkneriano se hace presente en toda su
magnitud: “El genio faulkneriano, ocupado en diferir mientras revela lo que
golpea y atormenta las conciencias de los personajes blancos del condado, elige
instintivamente construir los personajes negros como conciencias opacas,
impenetrables y a la vez significantes”. (Glissant, 2002, pág. 74) (Spivak, 2017)
Conciencias a las que no tenemos
acceso, que seguramente se alejan de los tormentos que sufren las conciencias
blancas, pero que no dejan de ser significativas. El procedimiento de Glissant
que difiere, que coloca al margen, que posterga, el encuentro con los negros,
dice que allí hay otros seres humanos, respecto de los cuales nada se puede
decir, porque son inalcanzables y, al mismo tiempo –y esto es crucial-, se les
coloca en ese estatus, como el trasfondo respecto del cual todo tiene sentido.
Glissant se pregunta acerca de qué
está hablando Faulkner, cuál es su verdadera temática, qué se transparente más
allá de las historias de los blancos y de sus actitudes racistas. Faulkner
estaría yendo más allá, más al fondo, si se quiere a otro plano, en donde “está
hablando aquí de algo distinto de la raza, a pesar de la importancia decisiva
de semejante tema en un condado del sur: básicamente habla de lo extraño e
imposible de la conexión, que poéticamente llamaremos Relación entre esas
gentes, Blancos, Negros, Indios, apresados en la trampa de ese sistema…” (Glissant,
2002, pág. 77)
Sin embargo, es preciso dar un
paso más e interrogar a ese diferimiento, a esa postergación, a ese silencio de
los negros en la obra de Faulkner, porque su significación aún tiene mucho que
decir. Estos negros incluidos en cuanto excluidos en su literatura, tal como
sucede en la relación entre justicia y derecho según Derrida, permiten que la
significación profunda de la obra se forme, se haga contenido, que exprese la
manera precisa en que el racismo aparece en Faulkner, como la imposibilidad de
la poética de la Relación. (Derrida, 1995) (Glissant É. , 1997)
La elección retórica del relato
subjetivo y el monólogo interior la hace Faulkner no tanto como un mero recurso
literario como tantos otros, sino porque la conciencia del Blanco queda
atravesada por esa otra conciencia que la constituye como su horizonte sentido,
aunque negada e invisible.
En Mientras Agonizo, uno de los personajes, Darl, en uno de los
innumerables monólogos interiores que atraviesa la obra, muestra esa
subjetividad brutal, de esos sectores sociales en plena descomposición,
arruinados, desesperanzados, que penetran en lo más profundo del otro sin dejar
nada a salvo, en su tragedia cotidiana, en su banalidad tremenda:
“Cash y yo vamos sentados en el carro; Jewel,
a caballo, junto a la rueda trasera de la derecha. El caballo está inquieto, y
su ojo, de color azul celeste, gira fieramente en su larga cabeza rosada; su aliento
es estertórico, como un ronquido. Jewel cabalga erguido, con tranquilo continente,
mirando con sosiego y energía, y con viveza, el camino y lo demás; con la cara
tranquila, un tanto pálida y alerta. La cara de Cash también está llena de
gravedad; él y yo nos miramos el uno al otro con miradas inquisitivas, miradas
que se hunden sin empacho en los ojos del otro, y que penetran en el interior
del último lugar secreto, en el que, por un instante, Cash y Darl se agazapan,
se encogen, se acuchillan, dentro del espanto ancestral, dentro de los ancestrales agüeros,
completamente consternados, en alerta actitud, escondidos, sin pudor. Cuando
hablamos, nuestras voces son tranquilas desarraigadas”. (Faulkner, 1984, pág. 50)
Subjetividades que se deshacen, que apenas si logran mantenerse lúcidas
para sobrevivir, porque estos personajes no viven sino sobreviven y que
terminan por meterse en la tierra misma, en el paisaje, en el mundo entero que
les rodea, que adquiere esa tonalidad opaca, sucia, como si la desesperación se
hubiera convertido en parte de la naturaleza:
“Ante nosotros corre la espesa y negra corriente; hasta nosotros sube su murmullo incesante y múltiple; su amarilla superficie se hincha monstruosamente con fugaces remolinos que corretean por ella, por un instante, silentes, efímeros y profundamente significativos, como si, bajo la superficie, se despertara algo enorme y viviente, durante un momento de vigilia perezosa, para caer de nuevo en un ligero adormecimiento. La corriente cloquea y murmura entre los radios de las ruedas y en las patas de las mulas: amarilla, sembrada de pecios, y con múltiples y sucias gotas de espuma, como si dudase, como se cubre de espuma un caballo que suda. Y corre entre la maraña con un sonido quejumbroso y cogitabundo; las sueltas cañas y los renuevos se inclinan sobre ella como humillados por un ventarrón y se ladean, sin volverse hacia atrás, igual que si estuvieran suspendidos de unos cables invisibles que bajasen del alto ramaje. Y sobre su incesante superficie se ven –los árboles, las cañas, los renuevos– desarraigados, arrancados de la tierra, espectrales, sobre un cuadro de desolación inmensa, aunque limitada, resonante de la henchida voz del agua, devastadora y lúgubre”.
Pero, las experiencias
devastadoras de estas subjetividades blancas no proviene solo y principalmente
de su modo de vida, de los efectos del sistema, sino que se originan en ese
otro al que no se tiene alcance, aquel que habita en la imposibilidad de ser
comprendido. Es el largo ejercicio de la esclavitud lo que termina por arruinar
estas conciencias:
“En cada uno
de los cuatro textos y sin que Faulkner tenga que decirlo expresamente, vemos cómo
los efectos de la esclavitud y sus secuelas actúan ciegamente, cómo determinan
la soledad, la angustia, la condenación y los prejuicios de los antiguos amos”.
(Glissant, 2002, pág. 97)
Así que aquí llevados de la mano
por la estructura retórica del monólogo interior y el relato subjetivo, que se
repiten una y otra vez a lo largo de sus obras, y que encuentran en Mientras Agonizo su ejemplo perfecto, vemos
aparecer otro Faulkner y otra lectura que, finalmente, nos muestra de qué
realmente se trata.
Una buena indicación de que estos
son los aspectos centrales de la obra de Faulkner, a los que solo se puede
acceder desde una lectura sensible a la forma, podemos verla en la película Mientras Agonizo, que es exactamente lo
opuesto, porque James Franco no logra trasladar al lenguaje cinematográfico
sino la historia lineal, la superficie, ciertamente en toda su crudeza, pero ha
perdido lo fundamental: la experiencia de la esclavitud, que se transparenta en
esos monólogos interiores de esas subjetividades sin esperanza alguna. (Franco, 2013)
Con una extraña “ternura y
compasión” este hombre negro, Glissant, nos presenta la imagen final que tiene
de este hombre blanco, Faulkner: “La crueldad “objetiva” de Faulkner…es el
signo más evidente de que está furioso, él, Faulkner, por tener que
acompañarlos de forma ineluctable por el sendero de la maldición, y al mismo
tiempo es señal de que les ha reservado, definitivamente, toda la ternura y
compasión de que dispone (que hay en él) y que no piensa volver sobre ello”. (Glissant,
2002, pág. 100)
Derrida, J. (1995). Dar (el) tiempo. 1. La moneda
falsa. Barcelona: Paidós.
Faulkner, W. (1984). Mientras
Agonizo. Barcelona: Seix Barral .
Franco, J. (Dirección).
(2013). As I Lay Dying [Película].
Glissant, É. (1997). Poetics
of Relation. Michigan: University of Michigan Press.
Glissant, E. (2002). Faulkner,
Mississippi. México: FCE.
Spivak, G. (2017). Una
educación estética en la era de la globalización . México: Siglo XXI.