Acercarse a la comprensión de la
obra literaria desde la teoría general de la forma asoma como una tarea ardua,
especialmente por la larga confrontación entre los enfoques historicistas o
sociológicos, centrados en el contenido frente a las perspectivas formales, que
parecerían desdeñar el contenido.
Entonces, se trata de encontrar
un punto de vista que empezando en la forma pueda mostrar con suficiencia la
dinámica del contenido, rompiendo su contraposición, aunque manteniendo su
diferencia.
Partamos de dos postulados que se
muestran como indispensables en este camino: la literatura –y el arte- son ante
todo forma; de no ser así, se disolverían en cualquier otra cosa: documento
sociológico, antropológico, político, etc., perdiendo así su especificidad;
pero, con igual fuerza, resaltar que la forma literaria –como cualquier otra-
es ella misma un producto histórico.
¿Cómo mostrar esta confluencia,
que también es doble vínculo, entre estos dos momentos histórico-sociales: el
contenido de la obra y su forma? Dos historicidades generadas con una relativa
asimetría, con ritmos y momentos diferentes, con sus propias lógicas, procesos,
estructuras, dinámicas, pero igualmente esenciales al hecho literario que, se
tiene que insistir, se coloca del lado de la forma.
Por esto, en las palabras de
Spivak, se requiere de una mirada hacia la literatura que tenga una “sensibilidad
retórica”, que amplío para convertirla en una sensibilidad a la forma; sin
esto, el hecho literario tenderá a desaparecer devorado por cualquier otro
fenómeno que, seguramente, tiene su propia importancia: “De hecho, para “dar
cuenta, desde una teoría materialista de cómo surgen las ideas sociales”, es
posible movilizar los recursos de una lectura retóricamente sensible de la literatura”.
(Spivak, 2017, pág. 393)
Esto implica no solo mirar a los
aspectos formales de una obra o reducir la obra a aspectos técnicos retóricos, lingüísticos,
sino sacar a la luz otro contenido y muchas veces otro tratamiento del
contenido, que es el contenido de la forma. Y desde aquí indagar la relación
entre estos dos planos del contenido: el contenido como tal y el contenido de
la forma.
Spivak lee Lucy de Jamaica Kincaid con esta sensibilidad para la retórica, con
esta apertura hacia la forma literaria, que se opone a una simple lectura
contenidista: “Leo Lucy, prestándolo
atención en tanto acontecimiento paratáctico que se resiste a la “lectura
preferida”, la lectura en blanco y negro, la lectura del relato como
predicamento de la situación del migrante en términos de raza-clase-género”. (Spivak,
2017, pág. 393)
No se trata de negar que Lucy tiene este contenido, sino de
acudir al elemento retórico paratáctico, que será el único que permita acceder
a la manera específica y singular de tratamiento de estos temas en Kincaid, que
la hacen esta obra y no cualquier otra, esta obra literaria y no un mero
documento socio-político.
Más aún, únicamente se puede
acceder al componente ético que cuestiona el sistema como tal: “Termino
insistiendo en restaurar las prácticas de la lectura retórica porque creo, de
una manera irracional, utópica, impráctica, que tal lectura puede constituir un
motor ético que socava el campo ideológico”. (Spivak, 2017, pág. 394)
Significa que la adopción de una
lectura sensible a la forma no es una elección que complemente la lectura del
contenido, sino que, en caso de no darse, el significado más propio de la obra
se nos escaparía, aquel que es transportado por la forma, que se convierte en
el contenido de la forma.
Y en línea de Spivak es crucial,
porque de este modo nos podemos imaginar a ese otro imposible en cuanto otro,
nos podemos figurar al otro cerrando la brecha –nunca del todo- que nos separa
de él: “Por ello, la situación ética sólo puede ser figurada en la experiencia
ética de lo imposible. Y la literatura, como un juego de figuras nos puede dar
acceso imaginario a la experiencia”. (Spivak, 2017, pág. 394)
La sensibilidad a la forma abre
el acceso a ese otro plano, aquel que pone la tarea fundamental de la
literatura, que es su contribución a que podamos imaginar al otro en cuanto
otro, que habitemos esa imposibilidad, aproximándonos a la “experiencia el otro”,
aunque sea de manera imaginaria, esto es, literaria.
Porque lo que define el campo de
la literario es el lenguaje, “el fenómeno de que lo que sucede en la literatura
como literatura es la peculiaridad de
su lenguaje”, que transporte su propio contenido, que redefine el contenido
explícito que se nos presenta en la superficie del texto y que desplaza la
literatura para que pueda encontrarse con otra epistemología o, si se quiere,
con la epistemología del otro. (Spivak, 2017, pág. 396)
Y la singularidad lingüística que
atraviesa la obra de Kincaid es la parataxis, como estrategia de yuxtaposición,
que impide que Lucy sea leída “únicamente
por su tema –un relato sobre una institutriz migrante y, por lo tanto, una
instancia de algunas ideas heredadas de la hibridez y la diáspora”. (Spivak,
2017, pág. 396)
No se trata de oponer dos
contenidos, sino de indagar en cómo la parataxis redefine el contenido
explícito de la obra, lo conduce a otra interpretación, desplazando su
significado hacia otra esfera; por esto, la propia parataxis se vuelve
contenido. Así, se descubre “el poder del lenguaje de retener su propio poder
de establecer conexiones” que, de otro modo, desaparecerían o quedarán
subsumidas en el “argumento de la obra”. (Spivak, 2017, pág. 397)
La parataxis no es simplemente un
recurso retórico que Kincaid decide utilizar, como habría podido hacerlo con
cualquier otro; no se trata de un recurso artificial que podría ser reemplazado
por otro, sino que se “convierte en la descripción formal, una homología de lo
que describe el lenguaje”. (Spivak, 2017, pág. 397) La parataxis se
vuelve contenido; o mejor, el contenido, la historia una migrante, se cuenta de
manera paratáctica y esto la transforma radicalmente.
Desde la perspectiva lingüística los
“fragmentos de la narrativa se interrelacionan para formar una cadena de
significados que se asemeja a una oración desplegada como un mapa físico. En esta
novela, las oraciones y, al parecer, la narrativa, son arregladas
paratácticamente”. (Spivak, 2017, pág. 397)
La parataxis cambia la manera en
que Lucy experimenta el mundo, porque
en vez de vivir las cosas enteramente conectadas, en sus secuencias causales,
existe sin darse del todo, sin poder entrar en real contacto con las otras
personas, con sus experiencias: “En la siguiente sección pasamos a otras partes
del cuerpo. Si rastreamos la prosa conforme va sucediendo, es como si el sujeto
fuera incapaz de entras a personas completas”. (Spivak, 2017, pág. 399)
La misma memoria de Lucy sucede paratácticamente: “Las manos
de Paul, moviéndose dentro de la pecera, también se veían extrañas; la carne
parecería haberse convertido en huso, como si hubiera sido introducida en una
solución que le había disuelto toda la vida. Entonces recordé lo siguiente”. (Spivak,
2017, pág. 399)
La elección retórica de la
parataxis desplaza la temática de la migración mirada desde la perspectiva de
raza, clase y género, porque Lucy –y con
ella Kincaid- se colocan frente a la diáspora: “Para ella, “diáspora” o “migración”
son una manera de usar la parataxis, una instancia para romper una conexión
como una solución –en lugar de fuente- de un problema”. (Spivak, 2017, pág. 403)
La conclusión de Spivak resume lo
que ha producido la parataxis como contenido en la trama de la novela: “Pero
reducir la novela a tan sólo la trama secundaria de raza y clase es pasar por
alto que el sujeto aquí descarta toda museificación de las culturas de origen,
y además el poder desplazador de la parataxis”. (Spivak, 2017, pág. 493)
Se introduce, de esta manera, el
doble vínculo de la migración, en donde se falla en establecer la conexión con
la metrópoli –“fracaso de la conexión”- y, al mismo tiempo – “doble vínculo
poscolonial”- no tiene otra alternativa que negociar estas “alianzas en la
nueva metrópolis”. Solo que “el texto de Kincaid lleva a cabo, como literatura”. (Spivak, 2017, pág. 406)
Porque la literatura tiene su “esencia”
en la “singularidad del lenguaje es lo único que sucede y persiste”; esto es,
pertenece por entero al campo de la forma, recordando que esta, es también “esencialmente”
un producto histórico como cualquier otro; de tal manera, que se trata de
comprender la resolución o irresolución de esos dos momentos históricos que
entran a conformar cualquier obra literaria: el de la forma y el del contenido,
en donde el contenido de la forma y su expresión –el conjunto de estrategias
retóricas utilizadas- alteran, modifican, desplazan, anulan, redefinen,
resignifican el significado del contenido colocado allí sobre la superficie del
texto. (Spivak, 2017, pág. 409)
En la interpretación de un texto
literario hay que “enaltecer la organización del texto, o mejor dicho, quizás,
su “formalización”. Y en este caso, esta formalización transporta elementos que
llevan a Lucy más allá de los temas
del racismo, que postulan la posibilidad simplemente de escribir como una
mujer, sin necesidad de estar marcada: “No se trata de ignorar la especificidad
negra al afirmar una universalidad que trasciende la historia para el arte
importante. Más bien se trata de cuestionar por qué la especificidad blanca
queda sin marcarse como “blanca”, mientras que la especificidad negra no puede
elegir serlo, quedarse sin marcar”. (Spivak, 2017, pág. 410)
Y este es el problema de fondo:
desdeñar las cuestiones formales, ignorar la construcción paratáctica de Lucy, volvería invisible esta cuestión
central que pone signos de interrogación sobre el tema del racismo y del género,
ante el reclamo de Kincaid de narrar la historia de una mujer o, más aún, de un
ser humano, porque ella también tiene derecho a “quedarse sin marcar”.
Un derecho fundamental que se
saca a la luz: ¿acaso la mujer negra, migrante, viviendo en la metrópoli, no
puede hablar simplemente como ser humano?, ¿está obligada necesariamente a
referirse a ella misma como una mujer negra o puede elegir no hacerlo? Lucy expresa el “anhelo de una humanidad
sin marcar y sin negar la especificidad negra; un acceso al estatus de los
sujetos que pueden amar…” (Spivak, 2017, pág. 410)
La resistencia a ser marcada,
tanto para Lucy como para Kincaid, se
expresa en la retórica paratáctica, en la negación de ser marcada; quizás esto
no sea posible en el mundo que vivimos, en la época de la globalización, pero
justamente la literatura está allí para permitir que nos imaginemos un mundo: “La
modernidad sin marcar es la enunciación sincrónica que conlleva un “estar-en-el-tiempo
sin marcar”… Uno podría ser el sujeto del amar en lugar de, en el mejor de los
casos, un objeto de benevolencia. En anhelo de Lucy indica lo que tal vez podría
ser un libro imposible, pero tal vez no”. (Spivak, 2017, pág. 411)
Para Spivak no queda otra
alternativa que “leer estos textos en la singularidad de su lenguajeo. De otra
manera, a decir verdad, no me resulta de interés”. (Spivak, 2017, pág. 412) Así, en cada autor,
cabría la pregunta desde la sensibilidad a la forma, sobre la retórica que usa –
el plano de la expresión-, y aquella que esta significa, el contenido de la
forma: la hipotaxis en Beloved de
Tony Morrison, Hemingway “ferozmente paratáctico”, la hipotaxis de Faulkner. (Spivak,
2017, pág. 412)
Lo que quiere decir que en cada
caso, como una singularidad, la obra literaria se deja penetrar por una forma,
que se vuelve ella misma contenido y que establece, de modo específico para
cada obra, unas relaciones, unas negaciones, unas oposiciones con el contenido,
con el argumento, con lo que obra dice aparentemente. Una forma que narra por
ella misma, que hace parte fundamental de la narración contenida en la obra.
De esto se trata una sensibilidad
a la forma, una comprensión de la literatura como lenguaje y la conformación de
un lenguaje en su singularidad irrepetible, que permite imaginar lo imposible,
habitar la multiplicidad de dobles vínculos que nos impone el capitalismo tardío.
Spivak, G. (2017). Una educación estética en la era
de la globalización . México: Siglo XXI.
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