En el campo de la
estética tenemos la cuestión de la recepción; esto es, la manera cómo las obras
una vez producidas llegan a un determinado público, los efectos que causa sobre
este, las retroalimentaciones, los circuitos institucionales, entre tantos otros
aspectos. Algunas corrientes estéticas señalan las limitaciones de la recepción
que generalmente incluyen una crítica a los procesos de representación y
propugnan ir más allá de estas acudiendo a una estética de la participación.
Esto permitiría una incorporación directa de los espectadores no solo como
personas que miran pasivamente, sino que pasan a formar parte de la producción
de la obra de arte en alguna medida o en determinados aspectos.
Estas reflexiones que se
presentan aquí, aunque considera importantes estos temas, se separa de ellos y
se dirige a los sus fundamentos, que posibilitan indagar sobre aquello que
tanto en la recepción como en la estética participativa constituyen aquello que
la conforman y la vuelven efectiva. Esto es, ¿cómo es posible una recepción de
la obra de arte?, ¿de qué manera se integran los espectadores a la obra?, ¿se
puede considerar a toda obra como participativa y no solo por la integración
del público en la obra, sino por su propia estructura?
La meta de este segmento
está en mostrar las relaciones de la teoría de la participación, en su sentido
filosófico, con la estética; de tal manera que se afirmará que toda estética es
participativa y, complementariamente, que la participación incluye un
componente estético. Pero ¿en qué sentido se dice que toda estética es
participativa?, ¿qué consecuencias tiene esta aseveración?, ¿contribuye a
clarificar las cuestiones de la recepción y de la participación de los
espectadores en la obra?
Por esto, el título
escogido no se refiere a la característica participativa de determinados
ejercicios artísticos; y no se refiere a las cuestiones específicas de una
estética participativa. Toma como punto de partida la participación y a partir
de aquí indaga por la constitución estética de esta; por esto, se denomina participación
estética que funciona como uno de los fundamentos de los fenómenos
estéticos.
A partir de las
consideraciones realizadas sobre la ontología de la participación en los
acápites anteriores podemos extraer orientaciones para la comprensión de la
participación estética. Se puede partir del siguiente esquema:
Primer esquema:
Este primer esquema debe
leerse en la doble dirección tal como se señala: la obra de arte se dirige
hacia el público y esta orientación hacia el exterior en donde es recibida le
es inherente; esto es, le caracteriza por ser uno de sus atributos. Y el
público accede a la obra de arte a través de participar en ella. A pesar de su
aparente simplicidad el primer esquema tiene consecuencias notables para la
definición de la esfera de la estética y del arte.
Segundo esquema.
Como se puede ver la
relación entre obra de arte y participación tiene dos movimientos. La obra de
arte señalando hacia la participación que se puede interpretar como la
direccionalidad inherente de la obra de arte hacia la participación. Desde la
primera idea de lo que será una obra de arte hasta su producción y exhibición
está habitada por este atributo cuyo significado es mostrar que la obra de arte
presupone, desde su inicio hasta el final, un proceso de exteriorización, unos
procedimientos de exteriorización sin los cuales no puede existir. De hecho, la
obra de arte es siempre este proceso concreto de exteriorización, de
atrapamiento de elementos materiales y concretos en una red simbólica que
transportan un conjunto específico de significaciones a través de una semiosis
limitada dirigida hacia un público posible.
La obra de arte es un
darse, una donación de ella misma que se vuelca sobre la realidad y solo existe
en la medida en que ella participa de lo real a su manera, con sus propias
modalidades de existencia que apuntan a enunciar, de muchas maneras, las
posibilidades de lo real en cuanto posibilidades, la apertura de mundos que
rebasan a los actuales y efectivos.
En la obra de arte
coinciden el donador y lo donado como fenómeno único de lo que podría
denominarse el don estético; y está expresando, siempre con sus propios medios,
la potencialidad de toda realidad de darse, transferirse, trasladarse,
traspasar y traspasarse, en cuanto mostración de dicha potencialidad y no como
evidencia o efectuación del darse. Por esta razón se introduce aquí la forma,
ya que esa donación es un darse de la forma a través de la forma, en donde
queda atrapado un contenido plenamente sometido al trabajo de la forma.
Si consideramos que la
participación de la obra de arte es cooriginaria con ella no puede ser cierto
que se da primera la obra de arte y solo de manera derivada su inclinación
hacia la participación; sino que el inicio de la producción de la obra también
es el comienzo de la participación. Desde luego, esta no es, en la gran mayoría
de casos, una elección consciente del artista, al pertenecer más bien al
inconsciente estético colectivo.
No hay dos fenómenos: es
una misma realidad que se escinde en dos, la producción y la dación de la obra
de arte y que buscan incesantes la unidad perdida a la que no podrán volver
completamente. Sin embargo, se mantiene entre estos dos polos de la misma
esfera la continuidad ontológica permitiendo el paso de la una a la otra,
aunque mediado por reglas y ritos de pasaje. A partir de aquí, los estudios
empíricos muestran las modalidades específicas de los procesos de dación de la
obra de arte en cuanto participación estética.
Es posible que el segundo
movimiento, aquel que lleva de la participación a la obra de arte, no quede
explicitada; basta decir para clarificar que una vez dada cooriginariamente la
participación, esta incide en la producción de la obra de arte modelándola,
haciéndola participar en las formas que adopta el inconsciente estético
colectivo.
Tercer esquema.
Una vez dada la obra de
arte esta se dirige efectivamente al público. Nuevamente la simplicidad del
esquema esconde aspectos ontológicos de fondo. El público potencial, o si se
prefiere el interpretante de la obra de arte, que debe distinguirse del cúmulo de
intérpretes empíricos, es formado por los procesos de participación que
contiene la obra de arte.
La obra de arte contiene
en su interior las orientaciones, mecanismos, procedimientos, distribuciones de
lo sensible, campos de representaciones posibles, que dan forma al
interpretante, que postulan un espectador ideal para dicha obra. Por supuesto,
entre el espectador ideal y los espectadores reales hay una brecha que incluso
puede ser de desencuentro violento.
Si bien el público
preexiste a la obra de arte, no lo hace como público de esa obra de arte; para
ser tal tiene que transformarse y aproximarse, en diversos grados, al
interpretante postulado por la participación de la obra de arte en el
espectador.
Es en este momento, y en
este marco preciso, en que entran la recepción, representación y estéticas de
la participación, como fenómenos derivados de estos procesos de dación que van
desde la obra de arte hasta el público.
Cuarto esquema.
Trans*
La introducción del
operador Trans -Trans*- sobre el esquema completo de la participación de la
obra de arte tiene como propósito visibilizar la dinámica general de la
donación de la obra de arte, en cuanto participación al darse a sí misma y a un
determinado contenido formado. Este operador general significa que, en cada
paso, de ida o de vuelta en el esquema, se producen constantemente trans*formaciones
de diversa índole que tienen que ver con los desplazamientos, deslices, cortes,
segmentaciones, simbolizaciones, totalizaciones, etc., de la obra de arte en su
secuencia de producirse y darse postulando un interpretante y llegando al intérprete,
esto es, al público.
Ahora podemos configurar los diversos planos de la participación de
la obra de arte en cuanto methexis y participare, como unidad
que se desdobla y como entrar a formar parte de en su sentido latino; y
de la manera cómo el participare depende enteramente de la methexis.
El inicio de la obra de arte presupone la existencia no desplegada
del público. Toda obra de arte, desde su misma constitución, prefigura a su
espectador ideal y, aunque no totalmente, también lo produce. La obra se hace y
en este hacerse está incluido la invención del público. Pero, solo es posible
en la medida en que la obra se forma en medio del inconsciente estético
colectivo.
De hecho, se puede decir que es este inconsciente estético colectivo
que se desdobla en obra de arte y en público; son una misma sustancia que
deviene dual por el proceso de darse de la obra hacia aquello que ella misma ha
formado: su público. Ahora bien, teniendo en cuenta estos elementos, hace falta
indicar los aspectos estéticos de la participación o aquello que le hace
pertenecer a este campo.
La dación de la obra de arte es la entrega de una sensibilidad
mediada por la forma que se abre a un campo delimitado de representaciones como
contenido del interpretante. Sensibilidad que se toma de la manera cómo ella
está distribuida en el inconsciente estético colectivo y se la pone en obra. La
participación estética no es solo cuestión de sensibilidad y afecto, ni tampoco
unilateralmente operación hermenéutica. En la obra de arte colapsan los dos
momentos fundiéndose en uno solo.
Es esta unidad percepto-idea particular de cada obra de arte la que
toma modelos de espectadores y selecciona un tipo adoptándolo como su
interpretante ideal; este, a su vez, se vuelca sobre el público cobijándole para
que quede incluido en la sensibilidad presupuesta en la obra. Así, la obra de
arte en cuanto participación no solo desencadena fenómenos sensibles y
afectivos, sino que los produce en los espectadores, creando experiencias
estéticas que antes no estaban allí.
La representación merece una clarificación adicional, puesto que si
bien se despliega a partir de la unidad percepto-idea de la obra de arte en su
semiosis limitada, su característica fundamental radica en que es una
representación posible de lo posible; esto es, prefiguración como crítica del
presente y apertura a futuros no contenidos en dicho presente como su
prolongación natural. Como se ha dicho antes, estas prefiguraciones pueden
tener diversos signos, desde utopías hasta distopías; incluso prefiguraciones que
muestran que el futuro está clausurado.
El público participa de la obra de arte en estos dos niveles: en el
plano del percepto-idea y en el de las representaciones; pero, esta
participación no significa ponerse en contacto con una exterioridad extraña,
sino dejarse crear, posibilitar la constitución de nuevos sujetos y
subjetividades estéticas transportadas por la forma estética. El acto de creación
comienza antes y después del artista, que se convierte en el portador
momentáneo de sensibilidades y representaciones provenientes del inconsciente estético
colectivo que postulan a sus propios públicos.
Sin embargo, hay que insistir en que el fenómeno descrito como
participación estética no es de manera automática un fenómeno positivo que
arroje la verdad de la obra de arte o que responda a un compromiso social. La
donación de la obra de arte puede ser alienada ella misma o alienante del
público que la recibe. En cada caso se tiene que determinar la capacidad
liberadora de la obra de arte, en caso de que la tenga.
La estética de la participación deviene en este esquema como un
momento derivado de los atributos ontológicos de la participación estética. Si
se quiere incluir directamente al espectador en la producción o exhibición de
la obra se tiene que tomar en cuenta que el público ya está presupuesto, ya
está contenido dentro de la obra y no es una mera exterioridad a la cual le
llega dicha obra. Muchas de las razones por las que la participación directa
del público falla se debe al desconocimiento de este fenómeno, que lleva a que
el espectador sea instrumentalizado por la lógica del artista que lo somete a
su estética elegida, la cual no siempre es plenamente comprendida por el
público. Aquí se ha dejado de lado la unidad del fenómeno estético, que ata
obra de arte y público, y se los toma como realidades completamente separadas.
La participación estética se convierte en un mero formar parte de una
realidad extraña que se nos coloca frente a nosotros pidiéndonos que nos
integremos a ella.