Novela de Luis Quiroga, Polvo, sombra, nada.
Nocela cuasi-histórica, que narra en cierto modo la vida de Sor Juana Inés de la Cruz, Lope de Aguirre y Hernán Cortés.
Altamente experimental y barroca.
Se puede descargar de este vínculo de dropbox:
https://www.dropbox.com/s/k5icglcj3wck7gj/Polvo%2C%20sombra%2C%20nada.pdf?dl=0
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martes, 20 de octubre de 2015
domingo, 11 de octubre de 2015
UN ENEMIGO DEL PUEBLO.
Dirección:
Christoph Bauman.
Esta adaptación y el montaje de Un enemigo del pueblo de Ibsen exige un
debate y una toma posición, especialmente porque debe ser leída a la luz de la
situación actual. Dejo de lado los aspectos específicamente teatrales para
centrarme en el análisis de su contenido.
El valor central de la obra radica en que
desnuda los mecanismos de funcionamiento de poder, que terminan por corromper
todo lo que le rodea. Como la obra muestra, desde el periodista hasta la gran
masa está sometida a un férreo control ideológico, que supedita las acciones a
los intereses económicos. Ni siquiera las consideraciones de orden familiar
logran escapar a este sometimiento.
Poco a poco el Doctor Ayora y su familia se
quedan solos, sin trabajo y más aún, termina por ser declarado enemigo del
pueblo.
La obra se lanza de manera explícita a producir
la identificación ética con el Dr. Ayora; el público rechaza la manipulación
del poder. Después de esto, el Doctor acaba completamente solo, reivindicándose
contra la masa, sintiéndose el más fuerte allí en su aislamiento, seguro de
tener la verdad.
Sin embargo, la obra corre el peligro de
trasmitir el “mensaje” opuesto al que pretende provocar. En primer lugar,
porque es derrotista: si bien se salva moralmente al individuo, colocado por
encima de la masa engañada e inmoral, políticamente el Dr. Ayora fracasa de
manera rotunda. No ni siquiera un resquicio de esperanza que le permita al
espectador vislumbrar otra salida que no sea la superioridad moral del
individuo.
Si bien es cierto que las masas se encuentran
inmersas en una ideología que les coloca del lado de sus enemigos, no se puede
desprender de esto que solución sea despreciarlas, olvidarlas, ni hacer sobre
ellas una requisitoria moral ni apelar a la educación para liberarlas.
El Dr. Ayora no comprende que la única
alternativa no está en quedarse solo teniendo la razón, convertido en un héroe,
sino en batallar para ganarse a esa mayoría absoluta que es, precisamente, lo
único que da sentido a sus actos.
No hay un final abierto que hubiera permitido
que el público tuviera que razonar sobre los posibles desenlaces. El poder
triunfa sin más; las masas están engañadas y sometidas; la sociedad está
corrompida. Queda la sensación final de un escepticismo sobre lo que se puede y
lo que no se puede hacer. Y si bien se ha dado esa identificación moral, el
público se queda atrapado sin poder ver algún camino, aunque sea hipotético de
resolución.
La propia maquinaria del montaje acentúa esta
situación, porque coloca antes de las escenas finales, todo el discurso moral del
Dr. Ayora y la obra dialoga con el público en este momento, construyendo la
identificación con el héroe moral. Después viene el descalabro, la derrota, el
aislamiento del héroe, que en su soledad se siente, paradójicamente, más fuerte
que nunca.
Esta es la imagen que finalmente queda en la
retina del espectador: el individuo aislado, apenas iluminada, en un profundo
silencio, como manifestación de la inevitabilidad
del triunfo del poder. Por eso, cabe preguntarse si la obra no conduce a una “moraleja”
opuesta a la que pretende, si no desarma a la gente en vez de dotarle de
instrumentos de reacción, de rebeldía, de resistencia.
Si bien el público se identifica moralmente con
el Dr. Ayora, ¿lo hace también con el hombre que tiene razón pero que ha sido
irremediablemente derrotado?
domingo, 30 de agosto de 2015
MÁQUINAS TEATRALES Y DIDASCALIAS.
Los atroces
límites de la experiencia personal hacen evidente que estamos atrapados en la
ínfima perspectiva de cada uno, sin posibilidad de escapar. Afuera, como
solución, se ofrece religión, fundamentalismos, poder, que se presentan como
egos gigantescos capaces de realizar lo que nuestro yo no puede hacerlo.
¿Cómo sería un
entendimiento agente, un intelecto general, una comunidad sin estas trampas que
convierten a la colectividad en el principio del totalitarismo? La disolución
del sujeto, especialmente en la posmodernidad nos lleva a individuos todavía
más fragmentados, más aislados, banalizados hasta el extremo.
En este
contexto, el teatro imagina otras formas de vida y las coloca frente a nuestros
ojos. Rompe la experiencia indidivual para trasladarla a otra esfera, a otro
mundo, quizás similar, pero que al menos nos dice que hay algo por fuera de
nosotros, puntos de vista que ni siquiera alcanzamos a comprender.
Por eso el
teatro tiene que incluir una ironía sobre el autor, sobre la perspectiva
propia, sobre el ridículo escritor que se concibe a sí mismo como la
subjetividad que da sentido a la obra. Una subjetividad potente y constitutiva,
a la imagen y semejanza de cualquier otro poder.
Necesitamos de
una subjetividad que sea entendida como máquina, como mecanismo automático, que
ocupe la superficie lingüística, que se haga desde fuera hacia dentro. En este
sitio, las didascalias pueden tener una función que no se reduzca a ser un
elemento subsidiario del texto o un mero instrumento del montaje; esto es, que
vaya más allá de las acotaciones.
Unas
didascalias que son el mecanismos interno de funcionamiento de la máquina
abstracta teatral y que conducen a una variedad de formas que adquiere una
dramaturgia. Estas didascalias parten de la estructura maquínica del teatro
caníbal, porque solo por medio de ellas son posibles las especificaciones de la
forma teatro, porque crean los modos de efectuación de la máquina.
Así se produce
un teatro ocasionalismo que establece en qué juego del lenguaje tendría sentido
este montaje, con este texto, en este mundo posible.
En el teatro
caníbal se hacen máquinas y junto con ellas, se desarrollan una serie de
diagramas, de esquemas formales, que establecen el la estética, el ritmo, los
modos de aparición de ese mundo que quiere imaginar a otro.
Pero esta
imaginación de otro se tiene que hacer sobre el otro por sí mismo, aproximarse
a la manera cómo el otro se mira, se ve, se percibe, se contradice. Esto es el
teatro caníbal y su máquina es un dispositivo para imaginar al otro en cuanto
otro.
Es
indispensable, para esto, en el teatro caníbal introducir una distancia
indispensable entre el autor y la obra, entre el autor y el montaje. El autor
no es tanto una subjetividad portadora de sentido, sino un dispositivo que
tiene como finalidad la fabricación de la máquina; en realidad machina ex
machina, una máquina que hace máquinas, una máquina que maquina.
La didascalia
son las reglas de funcionamiento de la máquinas, las normas de su operación,
los recorridos posibles dentro de los engranajes, las maneras de correr del
programa, el lenguaje máquina del teatro canibal, en el cual tienen que
traducirse todos los demás, desde el texto hasta las acotaciones, incluyendo
música, vestuario, sonido.
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