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jueves, 2 de mayo de 2024

LA DIFICULTAD DE SER ATEO

 (Versión ampliada

 Pareciera que es fácil ser ateo. Bastaría con gritar con fuerza nuevamente “Dios ha muerto” y marcharse a otra cosa. Sin embargo, Dios y la religión han demostrado tener una resistencia feroz a su desaparición. Por el contrario, reaparecen en este momento en su peor versión, aquella vinculada al ascenso de la ultraderecha; mientras las tentativas radicales, incluso revolucionarias, yacen en el olvido o en la marginalidad, como la Teología de la Liberación. 

¿En dónde radica la dificultad? ¿Qué impide la constitución de un ateísmo en toda su dimensión? No se trata solo de la instrumentalización política de la religión y de la larga connivencia de esta con el poder de turno; y de la exigencia del máximo de respeto a las creencias de las que se dota la gente. Es un fenómeno ubicado en las profundidades de las formas simbólicas.

Hasta tenemos un obstáculo lingüístico: no hay una palabra para nombrar a la esfera que no se defina negativamente, a-teo, sin dios; o secular como opuesto a sagrado. La palabra profano es un poco mejor, a pesar de que también enuncia a aquellos que se quedan fuera del templo.

Si se echa de la existencia individual y social a Dios y a la religión vuelven a entrar por cualquier resquicio. Son como el polvo y el agua. Por esto, alcanzar el ateísmo es un largo proceso guiado por una constante vigilancia ontológica, epistemológica y ética profanas. El gesto teológico está allí al acecho como una hiena rondando a la presa. Avisa su presencia y ataca en el momento menos pensado. Un buena muestra es el giro teológico de la filosofía contemporánea, iluminado por el pensamiento y la práctica de Simone Weil, aunque rara vez se la cite.  

Digamos que logramos negar a Dios, ¿cuál es el siguiente paso? ¿Realmente lo estamos negando? Como en el caso de Nietzsche, el sujeto de su negación es la divinidad cristiana y el cristianismo. ¿Será posible pasar de la negación de un dios a la de todos los dioses conocidos o venideros?

Convengamos en que el panteón entero de la humanidad ha quedado reducido a un hecho sociológico y cultural. Quizás este es el momento más peligroso. Podríamos sentirnos triunfadores y dispuestos a enfrentar una vida sin dioses. Inmediatamente sentimos que allí delante de nosotros se ha formado un gran vacío. Dada la fuerza colmadora e invasiva del fenómeno divino su ausencia crea la exigencia -ilusoria- de una necesidad que tiene que satisfacerse.

La fuerza sacralizante del mundo contemporáneo constituye un poderoso centro de atracción para los intelectuales. Se crea una tendencia hacia la recuperación de la figura de San Pablo y de un cristianismo que en su núcleo no se considera como religión, de parte de teóricos representativos en la actualidad como Alian Badiou y Slavoj Zizek; este último afirma que Dios ha muerto, pero que no lo sabe.  

Curiosamente las lecturas más profundas de la muerte de Dios no provienen de los ateos, sino de los teólogos. Empezando por Dietrich Bonhoeffer, continuando con la Ciudad Secular de Harvey Cox, desembocando en la Teología de la Muerte de Dios, especialmente Gabriel Vahanian, para quienes la muerte de Dios, su ausencia, es un hecho sociológico, porque Dios no está presente en un mundo en domina el mal y la violencia de unos seres humanos contra otros. Para ellos hay que tomarse en serio esta ausencia de Dios y desde allí asumir la plena responsabilidad sobre el mundo.

O el caso de Jacques Lacan que retoma la tesis de la muerte de Dios de Nietzsche y la lleva al límite. Considera siguiendo a Empédocles que Dios es ignorante y, en otro momento, asume que Dios es inconsciente. Tómese en cuenta que no dice que Dios es el inconsciente de los seres humanos.

Fácilmente caemos en la tentación de dotarnos de otros dioses: la tecnología, el cosmos, una idea vaga de un espíritu supremo que flota sobre el mundo; u otras cosas mucho más cotidianas como el dinero o el poder. La gente adopta con facilidad una relación religiosa con aquellas cosas en las que cree: la defensa de la naturaleza y de los animales, el derecho a comer lo que a uno más le convenga. Estas son causas justas; el problema radica cuando las juntamos a un gesto religioso que sacraliza y dogmatiza estos ámbitos. Como se puede percibir, aún no somos ateos.

Una dificultad tal vez mucho más profunda proviene del hecho de estar sumergidos en la cultura judeocristiana. Sus valores, ideas, formas de vivir y de pensar, la estructura de las sociedades, los modos de hacer política tienen todos este trasfondo, que se manifiesta con facilidad en los conceptos y en el lenguaje que usamos.

Pongamos algunos ejemplos. La vida social e individual está llena de desafíos éticos y morales. Allí muy a menudo juzgamos los hechos con categorías como culpa y perdón, que son profundamente cristianos y que suponen un proceso interminable, porque si se comete un error, si se ha hecho daño, si se lastima, tengo la opción de ser perdonado; y así, estoy listo para cometer nuevamente un pecado. Un gesto ateo es reemplazar esta lógica del pecado con el sentido de la responsabilidad a la cual la libertad nos desafía, como diría Sartre.

En el ámbito político, aunque el término escatología sea tan poco utilizado y conocido, funciona de manera habitual. El líder político, especialmente en el caso de los populismos de izquierda o de derecha, sienten y manifiestan que la nación, la patria, está a punto de perderse y de fracasar definitivamente. Es preciso salvar al pueblo y se requiere de un mesías que asuma la tarea. Ante esto, ser ateo significa practicar una política enteramente profana.

Otro elemento que ha penetrado hasta lo más profundo de nuestras prácticas es la lógica sacrificial, que se origina en el cristianismo. Tomando como punto de partida la concepción del dolor y del sufrimiento como pruebas que Dios nos pone, obstáculos que tenemos que atravesar para alcanzar la salvación.

De esta manera, tendemos a considerar que mientras más dolor, sufrimiento y esfuerzo implique una tarea o alcanzar una meta, entonces tendrá más valor. Cuando se cumple un trabajo y se lo ha hecho con alegría, sin torturarse ni deprimirse, entonces se lo verá con malos ojos, como si hubiera allí alguna trampa.

Desde luego, se lo puede encontrar en el patriarcado, cuyo modelo de mujer o ideal de feminidad es la mujer sacrificada por su marido, su familia y la sociedad; aquella que renuncia a sus derechos por el bien de los otros. También está lógica sacrificial está presente en el amor romántico.

El mundo académico está lleno de lógica sacrificial. La práctica de la letra con sangre entra, no ha desaparecido; solo se ha transformado. Las máquinas académicas, por ejemplo, en los procesos de graduación o de escritura de artículos científicos, son dispositivos de tortura. Y mientras más hayas padecido, tendrás una mejor nota por el esfuerzo realizado.

En la esfera psicológica encontramos propuestas de superación individual cuya matriz es claramente religiosa. En el caso del Eneagrama se articula orgánicamente la influencia sufí con la estructura de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y se conduce a una forma de autoayuda sofisticada.

Detrás de estos fenómenos numerosos y frecuentes sigue funcionando la idea de Dios, salvación, perdón; y el comportamiento religioso, parcialmente secularizado, forma parte de estas experiencias. Estamos lejos de ser ateos.

Uno de los fenómenos más curiosos en América Latina ha sido el giro decolonial de los estudios culturales, originado en la academia norteamericana, generalmente propuesto y elaborado por latinos en la universidades americanas. Si se examina tanto su teoría como sus prácticas estamos ante una nueva oleada evangélica que viene a convertirnos a la nueva verdad.

La decolonialidad reduce todo el pensamiento producido en Europa y en Occidente a eurocentrismo, plagada de racismo, que debe ser eliminado. Una vez producida esta macro reducción del conjunto de la civilización occidental, se produce un nuevo inicio totalmente diferente, a tal extremo que se forma un paradigma totalmente incompatible y todo lo que queda fuera de él es considerado como un gesto racista, como el lado oscuro de la razón.

El sectarismo extremo, la construcción de espacios académicos como doctorados, maestrías, la publicación de revistas y libros, se convierte en circuitos cerrados. Los académicos se convierten en verdaderos pastores de la nueva iglesia que nos anuncian y prometen la salvación, no solo para los estudiantes sino para nuestras sociedades, si adherimos a las epistemologías del sur.

La forma de acción e intervención en América Latina es bastante similar a las invasiones bárbaras que vivimos de tiempo en tiempo, cuando alguna iglesia evangélica o a veces una secta, decide que su territorio privilegiado para la evangelización somos nosotros. La decolonialidad es esta misma práctica religiosa disfrazada de rigor académico; y que, en último término, ha tenido el efecto de desarmar políticamente a una capa entera de estudiantes y profesionales que creyeron encontrar allí un compromiso con la realidad de los oprimidos.

Esta matriz judeocristiana, constituida en Bizancio, que es el inicio real de Occidente, como lo muestra Susan Buck-Morss en Año Uno, persiste hasta nuestros días. Hasta en las sociedades consideradas más avanzadas y paradigmas de la democracia, tenemos esa aberración que se llama monarquía constitucional; esto es, la fusión del régimen parlamentario con procedimientos e instituciones medievales, en donde la garantía de la legalidad y la hegemonía radican en familias de reyes, cuyo poder y continuidad como casta provienen directamente del derecho divino.

¿Acaso somos ateos?

Ateo significa negar la existencia de Dios; pero, también quiere decir, la negación de todo teísmo y la eliminación de los dispositivos religiosos persistentes en el Estado, la sociedad, la academia, las relaciones de género, la vida política, entre otros tantos ámbitos.  A lo que añadir al panenteísmo como una variante del politeísmo, en cuanto equipara inmanencia y trascendencia, naturaleza y divinidad, de tal manera todo es Dios y todo es naturaleza, tal como propone la hipótesis Gaia de Lovelock.

Regresando a la tesis central que se sostiene aquí, la dificultad de ser ateo lleva a la exigencia de una vigilancia constante sobre nosotros mismos en los siguientes planos: en el plano ontológico para evitar que reemplacemos un dios por otros dioses del tipo que fuera, más o menos secularizados; en el plano epistemológico impidiendo que convirtamos a Dios y a la religión en un principio explicativo y regulativo del conocimiento; en el plano ético permitiendo que las sociedades y las personas asuman plenamente su sentido de responsabilidad en el ejercicio de la libertad.

 


 

ATEÍSMO CONTEMPORÁNEO.

UNA BREVE GUIA.

1.      Nietzsche, Marx, Sartre.

 

Nietzsche, La gaya ciencia.

Marx y Engels, Religión.

Sartre, El ser y la nada

              El diablo y el buen dios.

 

2.      Bibliografía complementaria.

 

Martin Michael, The Cambridge Companion to Atheism.

Meganck Erik, Religious Atheism.

Del Noce Augusto, The problema of Atheism.

Baggini, Julina, Atheism. A very short introduction.

Bullivant Stephen, The Cambridge History of Atheism.

 

3.      Ateísmo contemporáneo.

 

Mukhopaday Anway, Atheism and the Goddess.

Hitchens Christopher, Dios no es bueno.

Dennet Daniel, Romper el hechizo.

Onfray Michael, Tratado de ateología.

Dawkins Richard, El espejismo de Dios.

Zizek Slavoj, Christian Atheism.

Rojas Carlos, El giro teológico de la filosofía contemporánea. (Inédito).


1 comentario:

  1. Muy interesante analisis y propuesta filisófica.
    Saludos estimado Carlos

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