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miércoles, 12 de octubre de 2011

EL DOBLE FETICHISMO DE LA MERCANCÍA


El fetichismo de la mercancía objetualiza las relaciones sociales, las encubre bajo el velo de la realidad e impide que veamos lo que se oculta detrás: los procesos de explotación de unos seres humanos sobre otros.
En el mundo actual gobernado por el desarrollo desaforado de las tecnologías, cada vez más sofisticadas, el fetichismo se pega completamente a estas mercancías, recubriéndola de una capa mágica, quizás aurática y, de manera especial, colocando sobre ellas una estética hipermoderna.
Estética de las mercancías que, desde luego, esconde la salvaje explotación de sus procesos productivos: trabajadores y trabajadores sometidas a una cuasi-esclavitud, sin derechos, viviendo en las peores condiciones posibles, mientras los objetos se nos presentan como pulcros, limpios, perfectos, sin una mancha de imperfección.
El fetichismo se muestra en estos dos movimientos combinados: un cierto retorno al animismo y la estetización del consumo –y desde luego, de las mercancías-
En este panorama que realiza sin precedentes los análisis de Marx, tenemos que mirar más de cerca, para ver cómo el fetichismo está lejos de ser un proceso homogéneo y no me refiere a la monstruosa diversidad de los objetos de consumo, sino a que posiblemente hay más de un fetichismo. En este momento quiero referirme a otro proceso a más de aquel que oculta las relaciones sociales de explotación.
En el proceso de recubrimiento estético de la mercancía se ocultan dos fenómenos: el primero, analizado con mucha más frecuencia por los enfoques críticos, se refiere a la instrumentalización de la belleza para garantizar la valorización del valor, para privilegiar el valor de cambio sobre el valor de uso.
El segundo tiene que ver con el hecho de que esta estetización de la mercancía a más de encubrir los procesos de explotación desde la lógica del capital, distorsiona otro ámbito de la realidad secuestrándola en dicha lógica.
Digamos que en las mercancías en cuanto satisfacen una necesidad, real o imaginaria, contienen en el momento del valor de uso no solo aquella que se refiere a la satisfacción sino que tenemos una necesidad de forma, una ansiedad de forma, que el objeto encarna para nosotros.
La exigencia de la estética está ya en el objeto en cuanto valor de uso. Lo que hace la estetización del mundo capitalista es imponer su estética sobre la otra, homogenizar y, sobre todo, colocarla al servicio de la valorización del valor y no de nuestro modo de insertarnos en lo real, desde nuestra diversidad, desde nuestras culturas.
Digamos en términos clásicos: hay una alienación de la estética que, precisamente, la estética caníbal trata de liberar.

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