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lunes, 10 de abril de 2017

Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 5.

El deseo me constituye como sujeto y al mismo me aniquila como tal; me hace y me deshace. La existencia sin el deseo, sin su presencia, queda como una vida desnuda, sin más: “…la existencia reducida a sí misma, la existencia más allá de todo lo que puede sostenerla, la existencia sostenida en la abolición del deseo”. (Lacan, 2014, pág. 112)

¿Cómo puede suceder esto? ¿Cuál es la “la dialéctica de las relaciones del sujeto con su deseo”? (Lacan, 2014, pág. 115)

Para comprender esta dualidad que nos enfrenta al deseo, tenemos que colocar a ese sujeto frente al objeto de su deseo. Tenemos que ponernos frente a este objeto del deseo y confrontarnos con él, dar la cara ante esa presencia que se vuelve inevitable, ineludible:

“Para interrogar con más detalle lo que ese deseo humano quiere decir, lo que significa, henos aquí pues llevados a tomar la cuestión por la otra punta, una punta que no se presenta en los sueños, a saber, por nuestro algoritmo, en el cual la S tachada es confrontada, puesta en presencia, puesta delante, de a minúscula, el objeto”. (Lacan, 2014, pág. 114)

Pero, el deseo puede perderse, no realizarse, fallar. Sabemos que el deseo puede faltar. Más aún, la manera cómo ese deseo está estructurado, cómo se presenta, dependiendo del deseo del otro -que es efectivamente mi deseo-, está en suspenso. Podría ser que lo busquemos y no esté; podría suceder que ese deseo que espero que se dé y me satisfaga en un futuro más o menos definido, cuando llegue el momento, no esté.

El hecho de que coloquemos nuestro deseo como “promesa, anticipación”, que lo pongamos en un “signo”, hace que el deseo nos amenace con desaparecer. Esta desaparición nos llena de temor, porque el deseo está en el núcleo de nuestra existencia, en el inconsciente que nos hace ser lo que somos:

“El sujeto aliena siempre su deseo en un signo, una promesa, una anticipación, algo que conlleva como tal una pérdida posible. Debido a esa pérdida posible, el deseo se ve ligado a la dialéctica de una falta. Es subsumido en un tiempo que, como tal, no está allí -al igual que el signo no es el deseo-, un tiempo que en parte está por venir. En otros términos, el deseo ha de confrontarse con el temor de no mantenerse en el tiempo bajo su forma actual y, artifex, de perecer, si puedo expresarme así”. (Lacan, 2014, pág. 117)

Este riesgo de la desaparición del deseo, también significa el riesgo de abolición del sujeto, su tachadura, su abolición; porque el sujeto “cuenta” y hace cuentas con su deseo, organiza su existencia en torno a este, le recubre constantemente de signos, es la fuente de sus esperanzas y le hace todo el tiempo, promesas. El sujeto a cada paso se anticipa a su deseo y trabaja con él: “Esto no solo quiere decir que la vivencia humana está sostenida por el deseo -lo sospechamos, desde ya- sino que el sujeto humano tiene en cuenta ese deseo, cuenta con este”. (Lacan, 2014, pág. 118)

Sin embargo, aquí se abre una dimensión en la relación del sujeto con su deseo. Me pregunto, ¿qué pasa si mi deseo se realiza, se satisface?, ¿qué sucede si al fin llega y nos interpela directamente?

Cuando esto sucede, nos colocamos en las manos del otro, porque nuestro deseo solo puede ser satisfecho por el deseo del otro. Entonces, surge un nuevo temor: ¿quedaré en sus manos?, ¿estaré preso de lo que el otro quiera hacer de mí y conmigo?: “En esos casos tan notables en los cuales el sujeto teme la satisfacción de su deseo se dan demasiado a menudo. Ocurre que esa satisfacción hace que en lo sucesivo él dependa del otro que va a satisfacerlo”. (Lacan, 2014, pág. 118)

Esta amenaza de quedar en manos del otro, hace que el sujeto postergue la satisfacción del deseo, prefiere dejarlo para más tarde, para otra oportunidad, en mejores condiciones o quizá esperar el deseo de otro “otro”, no el que tengo aquí conmigo, en este momento.

Al detener la satisfacción del deseo, también me alejo del objeto del deseo y dejo ese fantasma sin formarse, sin constituirse, deja de establecerse la relación entre el sujeto y el objeto del deseo -que es el deseo del otro-; y así, al no contar con mi deseo, mi propia subjetividad queda en entredicho, su propia formación queda postergada:

“El sujeto pasa su tiempo evitando una tras otra las ocasiones que se le presentan de encontrarse con lo que en su vida siempre fue acentuando como el deseo más apremiante. Ocurre que aquí también está lo que él teme: esa dependencia -que yo evocaba- para con el otro. De hecho, la dependencia respecto del otro es la forma bajo la cual se presenta en el fantasma lo que el sujeto teme y lo que lo hace apartarse de la satisfacción de su deseo”. ”. (Lacan, 2014, pág. 119)

Lacan introduce un nivel adicional en esta dialéctica de la relación entre el sujeto y su deseo. Leemos lo que dice:

“Lo que el sujeto teme cuando se representa al otro no es, en lo esencial, depender de su capricho, sino que el otro selle ese capricho como signo. He aquí lo que está velado. No hay signo suficiente de la buena voluntad del sujeto, a no ser la totalidad de los signos en que él subsiste. En verdad, no hay otro signo del sujeto que el signo de su abolición como sujeto, ese signo que se escribe -S- [S tachada]” ”. (Lacan, 2014, pág. 119)

Tenemos que preguntarnos, ¿qué significa que el otro “selle ese capricho como signo”? ¿Y por qué la introducción del signo lleva a su “abolición como sujeto”? Como se ve, las consecuencias son fundamentales, porque no hay simplemente sujeto -S- sino que tenemos un sujeto que solo puede enunciarse como -S- [S tachada]

¿Qué sucede cuando el otro sella el capricho con un signo, cualquiera que sea el que elija? Como digo, sin importar el signo que elija, el deseo del otro no satisface mi deseo directamente, sin más; el otro no puede darse de este modo, enteramente, sin residuo. El otro en realidad responde a mi demanda por su deseo, a través de un signo, que es, ante todo, lenguaje. Quizás el otro me escribe un mensaje, envía un emoticon, llama demasiadas veces, compra un regalo.

Y ese signo, al mismo tiempo que transporta su deseo, también lo distancia, porque no es el deseo del otro, sino el signo del deseo del otro. A su vez, la relación del sujeto con el objeto del deseo, solo puede darse a través de signos. Esta estructuración del sujeto como lenguaje, del inconsciente como lenguaje, se expresa en esta S tachada.

Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .


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