El Husserl tardío introduce clarificaciones sobre la fenomenología y,
especialmente, sobre la experiencia de la forma. Lógica formal y lógica trascendental[1]
es, desde luego, un texto arduo que merecería un tratamiento técnico largo
y detallado. Sin embargo, esta reconstrucción es simplemente imposible en este
espacio dedicado a ensayos breves en torno a la forma. Por este motivo, tomaré
algunos de sus aspectos claves y trataré de transparentarlos de tal manera que
sus consecuencias para la comprensión del tema nos sean más cercanas.
En este estudio Husserl vincula indisolublemente forma y apofansis.
Este término griego deriva del verbo mostrar; en este caso concreto de
la lógica se refiere a aquellos enunciados en donde se muestra su verdad o
falsedad a través de los juicios, esto es, de la relación entre sujetos y
predicados. Más allá de los aspectos específicos de la lógica quiero quedarme
con la característica fundamental que hay que ponerle a toda forma: la forma
se muestra.
Esto es, no cabe la posibilidad de una forma que permanezca flotando en
un vacío sin que se vuelque en la realidad, en el pensamiento, en la capacidad
que tenemos de expresar y experimentar el mundo. No hay forma sin su respectiva
apofansis, lo que lleva directamente a la disolución del largo debate
entre forma y contenido, forma y materia o cualquier otro tipo de dualismo.
Cuando juzgamos lo hacemos acerca de unos objetos; de tal manera que los
juicios finalmente deberán contener “todas las formas de los objetos” (130) Con
esto desembocamos en la relación entre juicios y realidad, pero no solamente
porque los juicios, del tipo que sean, predican algo acerca de algo, por
ejemplo, Husserl es difícil, sino que “… en todas las distinciones
formales del juicio están implicadas distinciones de las formas de objeto…”
(130)
Así, hay una correspondencia entre las distinciones formales y aquellas
que se dan entre los objetos, ciertamente que estas pueden no ser evidentes ni
lineales o miméticas; simplemente se enuncia una cuestión clave: el mundo está
hecho de distinciones y los enunciados expresan estas distinciones. Y si apuramos
un poco el razonamiento tendríamos que decir que la existencia de las cosas
tiene que ver directamente con las formas de los objetos.
“Mostraremos que esta referencia a
objetividades, esta referencia objetiva -como diremos- está ligada a
determinados elementos de la proposición que llamaremos “materias”; sin
embargo, esta referencia sólo es concretamente posible, en cuanto referencia
significativa a algo objetivo, gracias al otro elemento:
la forma”. (361)
No importa cuánto descendemos hacia lo concreto o nos elevemos hacia lo
más abstracto siempre tendremos esa relación entre la forma de los enunciados y
la forma de los objetos; si tenemos “sustratos últimos” tendremos
igualmente “sujetos absolutos” y los juicios predicarán “generalidades
últimas, relaciones últimas” acerca de objetos ideales. (264)
El siguiente paso que se tiene que dar, y que es nuclear para cualquier
fenomenología, se dirige al tema de la experiencia; lejos de ser un
conocimiento que se queda en las abstracciones se encarna en la experiencia. O,
también se podría decir, que incluso las abstracciones más altas son vividas de
alguna manera; puede pensarse en la manera cómo en la vida diaria se vive a través
de conceptos altamente abstractos como justicia, bienestar, equidad, aniquilación,
dios.
Pero, la experiencia que hacemos de este mostrarse de las formas, “…explicitar
los momentos significativos...” llevan dentro de sí la marca de “… una especie
de historicidad...”, que posibilita la exigencia de que “… a cualquier
formación significativa puede interrogársela respecto de la historia
significativa que por esencia le corresponda”. (269)
De modo que cabe preguntarse en cada caso por la génesis de las formas
judicativas y de su relación intencional con las formas de los objetos.
Nuevamente se deja de oponer forma a historia, unidad a multiplicidad, y se
recalca que hay una historicidad de base que recorre tanto los objetos como los
juicios que nos hacemos acerca de ellos. Corrigiendo a ciertas corrientes neoformalistas,
especialmente norteamericanas, que oponen el análisis de las formas tanto a su
desarrollo histórico como a la serie de condiciones sociales de toda forma. O,
para ser más estrictos, mostrar cómo las formas sociales se expresan en las
formas judicativas.
Por esto Husserl sostiene que “… la lógica necesita de una teoría de
la experiencia…” (273). ‘En qué consiste toda experiencia más allá de sus
diferencias evidentes? ¿Qué caracteriza a la experiencia y, sobre todo, qué la vuelve
posible?; y esto no solamente para el tema de la lógica sino en general para
cualquier otro aspecto de la vida.
La experiencia siempre lo es acerca de algo; aunque hablemos de experiencia de la
experiencia; siempre hay un objeto, del tipo que fuera, al que nos dirigimos intencionalmente.
No hay experiencia de la nada; o, la experiencia es acerca de una nada
relativa, nunca absoluta; esto es, la experiencia del retirarse de un fenómeno
de nuestro horizonte y desaparecer detrás de este.
Sin embargo, aquí se torna necesario aludir a un aspecto de la
experiencia que está detrás de cada uno de los fenómenos y que generalmente se
nos oculta. Fácilmente hablamos de lo que vivimos: caminamos, pensamos,
sentimos, contemplamos el atardecer, sufrimos el aislamiento. Ahora tenemos que
colocar aquí ese otro elemento subyacente, sustancial: los fenómenos se dan de
una determinada forma y nosotros los experimentamos de una cierta forma. Por
ejemplo, el aislamiento se da como imposición y algunos pueden experimentarlo
como evasión de la realidad.
No está demás decir que puede haber desfases profundos entre la forma de
los fenómenos y la forma que adoptan en nuestra experiencia concreta que, como
se ha dicho, depende de su génesis, de su historicidad, de la manera específica
en que hayan surgido, tanto social como subjetivamente.
Las experiencias que nos constituyen como grupos y como individuos
dentro de estos tienen una forma, sin la cual no podrían experimentarse; más aún,
es la forma que tienen lo que les hace fenómenos susceptibles de vivirse de tal
o cual manera. Llegamos a esa doble cara: forma de la experiencia, experiencia
de la forma, que se dan juntas e inseparables, como correlatos y aquello que
posibilita cualquier forma de vida.
Husserl habla de horizonte de sentido que se vincula precisamente a esta
conformación de la experiencia que no se da en un espacio y tiempo vacíos o
neutros, sino que se contrastan con lo que encuentran allí afuera, que no es
otra cosa que la forma de los fenómenos, la forma de los objetos, que se nos
presentan a cada momento y que constituyen dicho horizonte.
El horizonte de sentido siempre es un horizonte formal de sentido que
exige, a su vez, una vivencia formal de dicho horizonte. De esta manera, la
experiencia concreta se ha vuelto posible. Puedo experimentar la realidad
porque se me da de un modo siguiendo la línea del horizonte contra la cual se
dibujan; y la experimento también en su propia modalidad.
Por ejemplo, experimento el confinamiento provocado por la pandemia en
el horizonte de su universalidad; no se trata únicamente de que “yo” deba
quedarme en casa, sino de que todos deban permanecer aislados. Es el encierro
de la humanidad entera. En este horizonte de sentido, distinto de una situación
en donde por razones específicas fuera obligado a quedarme en casa, “yo” vivo el
confinamiento de mi propia manera; así, desesperado porque si no salgo y no
trabajo, no puedo subsistir, tensionado entre la supervivencia económica y el
riesgo sanitario que puede llevarme en ambos casos a la muerte. Así la
experiencia del confinamiento por la pandemia se da de manera muy diferenciada
dependiendo de la situación en que cada grupo social e individuo vive.
Por esto, habrá que analizar con detenimiento el horizonte de sentido de
la pandemia en un país del Tercer Mundo, como el Ecuador, y cómo en este
horizonte los distintos estratos sociales tuvieron su propia vivencia. Esta es,
entonces, la historicidad intrínseca de las formas fenoménicas.
Este puntual acercamiento a
Husserl enriquece nuestra comprensión de la forma. Nos ha permitido mostrar
que toda relación se da entre formas: forma de los fenómenos, forma del
pensamiento; forma de los eventos, forma de los afectos; forma de la realidad,
forma de los enunciados apofánticos.
En el entrecruzamiento de las formas emerge la experiencia concreta, la
vivencia con sus matices, sus sentidos, con sus ansiedades y perplejidades.
Vivencias concretas de un mundo que se nos está dando bajo la forma de crisis
no solo del individuo sino de la especie que ahora se ha puesto en riesgo.
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