Se tiende a pensar que las formas son elementos exteriores, contenedores no demasiado importantes y que lo fundamental está en los contenidos sociales o políticos; sin embargo, y siguiendo las tesis de Anna Kornbluh en su El orden de las formas[1], se sostendrá que las formas son indispensables especialmente para dar cuenta de dichos contenidos, sin las cuales estos ni siquiera podrían darse.
Uno de los obstáculos centrales lo ubica en el anarcovitalismo, es decir,
en todas aquellas corrientes que privilegian las teorías de los flujos, devenires,
procesos, afectos, aceleraciones, caos, frente a las formaciones o
estructuraciones. La propuesta destituyente de Agamben iría en esta dirección:
“Agamben conjura una alternativa en el caos
destituyente, el flujo de la vitalidad sin constitución, estructura, orden o
forma… La libertad no significa más que el juego destituyente, la deformación y
la des-formación, el desgarro incesante. La falta de forma se convierte en el
ideal que une una variedad de teorías, desde el mosh de la multitud hasta la
localización de la micro-lucha y la micro-agresión, desde la asamblea
voluntarista de actores y redes a la circulación de los afectos desvinculados
de las construcciones, de la de la deificación de la ironía y la incompletitud
hasta la convicción culminante de que la vida surge sin forma y prospera en su
ausencia. Observando su característico horizonte an-árquico, el
"sin orden”, podríamos considerar esta fantasía beatífica de la vida sin
forma como "anarcovitalismo"”. (2)
En esta cita larga se encuentran los elementos de ese paradigma antiformal
que hace equivaler el orden a control, policía, represión. Ciertamente que la
lucha principal es contra el orden establecido capitalista; pero, el otro lado
de estas batallas está en la propuesta de una realidad alternativa, de una
formación social que resuelva los problemas fundamentales de la humanidad. El “desgarro
incesante” de las microluchas tendría que conducir hacia algún tipo de
reconstitución de la sociedad. Habría que decir que no hay vida sin forma.
Kornbluh parte de ubicar las formas como núcleo de las relaciones: “Las
formas hacen posibles las relaciones. Y las relaciones a su vez posibilitan
otras formas”. (xi) Así que en vez de procesos sin forma tenemos la
confrontación entre formas que ya están caducas y merecen superarse, y las
nuevas formas prefiguradas de una sociedad venidera. La pregunta detrás de todo
proceso revolucionario que arrase con todo lo anterior se dirige a proponer
otras relaciones sociales, otros modos de institucionalidad, por ejemplo, de
democracia directa o una vida comunitaria organizada real y virtualmente: “En
contra del ideal de falta de forma del paradigma destituyente, un formalismo de
lo político avala la constitución y la agencia de las formas, subrayando que la
vida misma depende esencialmente de las relaciones compuestas, las
instituciones, los estados”. (4)
Los procesos de transformación social son en realidad confrontaciones
entre distintas formas, en donde se combinan de manera permanente el momento
destituyente, impedir que el viejo orden siga funcionando, paralizarlo, con el
momento constituyente, poner las bases de un nuevo orden, de allí el valor
ontológico de la forma: “Pero sí propongo que un compromiso constructivo -un
compromiso formalista con la esencialidad de la forma, con su dimensión
ontológica, con las maravillas de la construcción- equivale a su propia norma,
ya que sus objetivos difieren tan drásticamente del paradigma destituyente”.
(10)
Se descubre aquí que la relación entre formas está lejos de ser una
coexistencia pacífica; y que, por el contrario, hay en toda forma un aspecto en
donde funciona la negatividad y otro definido por su positividad. Esta
negatividad de la forma se dirige hacia otra forma a la que quiere someter,
destruir, destituir, anular, obligarla a quedarse subsumida en otra lógica que
no es la suya. Toda forma nueva tiene este efecto des-formante de las formas
anteriores.
Kornbluh se refiere especialmente a la necesidad de nuevas formas de
igualdad y de justicia social que surgen inicialmente en un marco utópico, pero
que son formas que, aunque todavía no existen, muestran el camino para la
superación del orden establecido:
“La adopción de la forma sirve de base para la
consideración de la forma como algo esencial para la vida sirve de base para
otras reivindicaciones normativas de la justicia, como el beneficio equitativo
de las disposiciones de la forma. Confiar de esta manera en el sustrato de la
justicia construida es, sin duda, un gesto utópico, en el sentido estricto de
la utopía definida por Ernst Bloch como el esfuerzo por construir "un
espacio adecuado para los seres humanos". (10)
El formalismo político que propone la autora exige tener en cuenta que
los procesos de cambio, aun los más violentos y caóticos, tienen en su interior
estructuraciones, tendencias, formas organizativas aunque sea embrionarias y
sobre todo estrategias que se van configurando a medida que la lucha avanza;
por esto, no se puede entender la transformación de la realidad social
solamente como un “deshacer”, no solo como la toma del poder, sino como la toma
del poder guiada por la prefiguración de una nueva sociedad.
Sin esta segunda parte que es la forma de la sociedad porvenir el poder,
aunque haya nacido como revolucionario, termina por traicionarse, tal como
hemos visto en tantas revoluciones del siglo XX: “Sin embargo, este proceso
social de instituir en curso no debe confundirse con un deshacer permanente. Como
desarrollaré más adelante, el marxismo imparte un compromiso formalista con la
dimensión ontológica de la forma, junto con la fórmula comunista "de cada
uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades". (5)
El olvido de estas consideraciones sobre la forma y el privilegio de las
corrientes anarcovitalistas no ha dejado de tener consecuencias, porque ha
evitado que las cuestiones cruciales acerca de la estrategia social y política
haya quedado en segundo plano. En gran medida la lucha contra la razón
capitalista se ha refugiado en un cierto privilegio del irracionalismo que, en
muchos casos, pone los cuerpos y los afectos por encima de cualquier otra
consideración. La cuestión es que se tiene que oponer a la razón instrumental
otra racionalidad; como vemos en estos tiempos de pandemia y de ascenso del fascismo
y populismo no podemos renunciar a la razón o la ciencia, por más limitaciones
que esta tenga.
Desde luego este paradigma también ha penetrado con fuerza en el mundo
académico: “La alergia a la forma en las humanidades ha tenido efectos muy
perjudiciales en tanto en la práctica como en la teoría. En la práctica, los
intelectuales basados en las humanidades han tenido a menudo problemas para
constituir cuerpos colectivos. Podemos mostrarlo en la falta de sindicalización
masiva o de otro tipo de respuesta política colectiva a la de la
reestructuración laboral en la enseñanza superior en las últimas cuatro décadas”.
(157)
Todo esto también es aplicable a la estética y al arte en donde el
trabajo tanto negativo como positivo de la forma es indispensable, un campo que
tiene que entenderse como la producción de formas y el despliegue de procesos
de formalización: “Ni la falsa resolución de la contradicción ni el
desplazamiento perpetuo del orden, la estética sería entonces el resultado de la
sensualización de las formas y su formalización, haciendo que su calidad
producida, de su locura, suscite el pensamiento sobre el contorno, el hacer y
su florecimiento”. (6)
Para Kornbluh desde la perspectiva del formalismo político hay que insistir
en la interrelación profunda entre las acciones políticas, el juego de la
voluntad, con las determinaciones sociales que están fuertemente estructuradas:
“El formalismo político combina un análisis cercano de la composición y la
agencia de las formas con la voluntad para admitir la cualidad ontológica de la
estructuración social”. (158-159)
Y el entendimiento de que las transformaciones sociales en todos los
planos implica la re-forma; esto es, cambios de diverso grado en las
formaciones sociales vigentes, sin lo cual simplemente las luchas serán reabsorbidas
por el sistema: “Las formas sociales admiten reformas y nuevas formalizaciones,
pero la teoría de orientación social solo puede advertir esta disponibilidad si
concede simultáneamente la fuerza de las determinaciones (no todo es flujo; la
causalidad existe) y la esencialidad de las formas (no hay libertad en la falta
de forma)”. (166)
El
mundo de las formas no está opuesto a la vida, sino que únicamente en ellas la
vida colectiva puede dar, porque las formas son su condición de posibilidad en
el lucha permanente entre formación, deformación y nuevas formaciones: “Las
lecturas de estas páginas apuestan porque la forma en sí misma, en su propia
falta de contenido, opera la libertad: que toda forma está abierta al
despliegue, al debate y a la deformación; que toda forma está abierta a la
promesa de construir de forma diferente; que toda forma realiza una
construcción elemental en el espíritu de la vida colectiva”. (9)
[1] Kornbluh, Anna, The
order of forms : realism, formalism, and social space, The University of Chicago Press,
Chicago, 2019.
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