Se ha lanzado la página Filosofía en Ecuador, mantenida por Carlos Rojas y Nicolás Rojas
Se podrá encontrar la producción de filósofos ecuatorianos, tanto del pasado como del presente.
Es una página abierta a todos aquellos que deseen colaborar.
www.filosofíaecuador.org
Translate
domingo, 4 de junio de 2017
miércoles, 31 de mayo de 2017
ESTÉTICA VALDIVIA
El conocimiento de la arqueología
de Valdivia, especialmente en torno a las figurinas, ha avanzado de manera
significativa. Podemos decir que se tiene una descripción minuciosa,
diferenciada por la secuencia forma-uso-función y que hay elementos que permiten
una mejor comprensión de este modo de vida de los pueblos ancestrales
ecuatorianos.
Como en el caso de la estética
Jama-Coaque, cabe preguntarse si con estos elementos podemos avanzar hacia la
caracterización estética y de un estilo artístico de Valdivia, lo cual
redundaría en una mejor aproximación a su cultura.
Parto en este caso del estudio de
Mariella García Caputti, La figurina como
reflejo de un modo de vida de Valdivia: cronología y uso social de la figurina
a través de un método comparativo entre colecciones, y del trabajo de
Constanza Di Capua, De la imagen al ícono.
Estas dos investigaciones avanzan
de manera sustancial en la comprensión de la cultura Valdivia, especialmente en
lo que se refiere a su iconografía y a la provisión de hipótesis que expliquen
la forma, función y uso de estas en dicha cultura.
Sobre la base de este enorme
trabajo previo realizado, se puede formular una cuestión igualmente importante
para avanzar en la comprensión de uno es estos tres elementos, en este caso, la
forma: ¿cómo cabría definir o establecer la estética Valdivia, el arte de esta
cultura, a partir de su forma, sobre todo de las figurinas?
Aquí hay un doble componente
difícil de tratar: por una parte, son arte -y se la denomina como tal-; por
otra, escapan a las clásicas aproximaciones y terminologías que tenemos que utilizan,
ante todo, criterios occidentales.
¿Cómo denominarlas por ellas
mismas? Una estética Valdivia que se levanta sobre su descripción iconológica y
trata de caracterizarla, tal como hacemos con el surrealismo, el cubismo o
cualquier otra corriente artística.
Desde luego que no queda otra
alternativa sino partir del arte y la estética occidentales, usar sus teorías y
su terminología, y simultáneamente ir más lejos de estos elementos y encontrar
una caracterización propia de la estética Valdivia, a partir de lo que vemos en
ella.
En estas sociedades ancestrales
altamente ritualizadas, cuyo mejor exponente se encuentra la cultura
Jama-Coaque, cada aspecto de la vida tiende a estar marcado de alguna manera y
además en cada esfera de la vida social.
Estas figurinas son la expresión
de esta necesidad de marcar simbólicamente la existencia en cada aspecto, que
van desde el espacio cotidiano, familiar, hasta los ritos de pasaje, atravesando
por los procesos de diferenciación social, los ritos de adivinación, la
relación con el mundo de los espíritus o de los ancestros.
La cultura Valdivia se muestra a
través de estas figurinas, que son su medio de expresión estético, al menos el
que ha quedado, junto con otros, tales como su cerámica. Así que me centraré en
estas figurinas.
Así como García y Di Capua parten
de dos grandes hipótesis sobre estas figurinas, haré algo similar y a
continuación veremos si esta primera idea sobre su estética, da cuenta efectiva
de aquello que vemos en ellas,
Para García, las figurinas son
ante todo una muestra de los ritos de fertilidad de estos pueblos agro-alfareros,
de su relación con sus espíritus; esto entraría de lleno dentro de una
perspectiva animista. Para Di Capua se trata, más bien, de ritos de pasaje,
fundamentalmente femeninos, que muestran el paso de la mujer desde su niñez
hasta su edad adulta. (Cabría preguntarse hasta qué punto estas dos hipótesis
son opuestas o más bien complementarias).
Comencemos por la afirmación
principal: se podría denominar, Estética
del Tocado; aunque tocado se refiere a un adorno en la cabeza, este es el
término que se usa en estos estudios arqueológicos e iconográficos y que, por extensión, se refiere a todos los
modos de arreglo del cabello.
A partir de las distintas formas
del tocado, se estructura todo lo demás; esto es, el resto de características
dependen directamente del tipo de tocado que tenga la figurina; por ejemplo, en
esta imagen, el peinado es completo y por lo tanto el cuerpo pertenece a una
mujer adulta, que ya está completa:
Cultura Valdivia. Figurina 1.
Junto con este elemento, que
proporciona, además, de su principal característica estética, el resto de la
figura que sigue su determinación, se ubica en el plano de la semi-figuración;
esto es, se aleja del realismo o del naturalismo, a través de una fuerte
economía del lenguaje estético, aunque marca -por contraste- con mucha expresividad,
esos componentes de la fase de madurez de la mujer representada en la figurina.
En la figurina encontramos todos
estos aspectos: el tocado, que es un peinado grande, que enmarca toda la
cabeza, con elementos geométricos y que desciende hasta los hombros; la semifiguración:
reconocemos que es una figura humana, aunque la mayoría de sus componentes no
estén presentes, por esta economía del lenguaje estético del que he hablado; y,
por contraste, unos senos prominentes, resaltados, con los brazos debajo de
estos.
Si se prefiere, su orden figural
-en el sentido de Lyotard-, se centra en el tocado, que lleva su propia
elegancia, los cuerpos que tienden a ser esbeltos y los marcadores sexuales
bien definidos contrastantes con el resto de la figurina.
Así que la estética Valdivia,
combina en una sola figura, tendencias que nos pueden parecer contrapuestas:
minimalismo de la figura que se representa con los rasgos básicos, como son el
rostro, las piernas y los brazos de la Figurina 1, con una estética expresiva,
que ante todo se trabaja en los tocados y en la representación de los elementos
sexuales.
En este sentido, son fuertemente
figurativos, de modo harto gráfico en ciertas ocasiones, y por otro lado,
poderosamente simbólicos, en cuanto a su representación de los ritos de pasaje
de las distintas fases de la feminidad o de la manifestación de los ritos de
fertilidad.
Para sintetizar esta primera
aproximación general a la estética Valdivia: Estética del Tocado,
semifigurativa, cuasi-conceptual en la figura e hiper-expresiva en la representación
sexual.
Di Capua, C. (2002). De la imagen al icono.
Estudios de aqueología e historia del Ecuador. Quito: Abya-Yala.
García Caputi, M. (2016). La figurina como
reflejo de un modo de vida. Guayaquil: Espol.
viernes, 26 de mayo de 2017
MARX EN COMALA
En este oscuro momento de la
historia, en donde no sabemos cómo serán las revoluciones futuras ni cuando
vendrán, ¿qué sentido tiene la frase de Marx y Engels: “Un fantasma recorre
Europa: el fantasma del comunismo? Ciertamente que el fantasma del comunismo ya
no recorre ningún lugar del mundo; más bien, es el comunismo es el que se
convertido en espectral.
Ahora nos enfrentamos a la
presencia brutal del fascismo que asciende y de nuevas corrientes
socialdemócratas y populistas que han ocupado el lugar de la izquierda
revolucionaria, a veces con el mismo nombre.
Marx y Engels ahora habitan en
Comala, aunque Pedro Páramo no lo sepa. ¿Se habrá imaginado algo así Juan
Rulfo? Sus muertos, como estos dos, pertenecen a aquellos que no descansan en
paz, porque la historia sigue siendo contada por los vencedores y estos no han
dejado de triunfar. (Walter Benjamin)
Y no descansarán en paz hasta que
los vencidos logren decir su historia, a su manera, con sus palabras, con sus
hechos.
“Era ese tiempo de la canícula,
cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de la
saponarias.
El camino subía y bajaba:
"Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que
viene, baja."
-¿Cómo dice usted que se llama
el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es
Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan
triste?
-Son los tiempos, señor.”
Como en Comala, vivimos una época
triste, quemados bajo el sol del capitalismo tardío, sin lugar para guarecernos,
arrojados a la intemperie. Por eso, hemos sido convertidos a la nostalgia, al
comunismo melancólico: “Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de
mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros”.
Aquí en Comala, los comunistas
melancólicos nos topamos en “Los Encuentos” y esperamos juntos sin saber qué
esperamos: “Todo parecía estar como en espera de algo”. Entonces, estallamos en
“un rencor vivo”, de la pura rabia contra el destino que nos ha tocado.
¿Qué guardamos de Marx y de las
revoluciones sino ese “retrato viejo, carcomido por los bordes”, al cual aún
nos aferramos todavía? ¿Todavía? ¿Seguimos tras ese “pueblo solitario. Buscando
a alguien que no existe”?
Pero, esta nostalgia, esta
melancolía de Marx -y de las revoluciones- esperando sin saber qué en el pueblo
fantasmal de Comala, no es un llamado al desánimo, a la desesperación, al
abandono de nuestras convicciones, sino el reconocimiento desnudo de los
fracasos de los oprimidos, de los condenados de la tierra y, simultáneamente,
la renovada fuerza que nos impulsa a seguir, partiendo de la memoria de los
muertos, de aquello que debemos continuar y de lo que tenemos que dejar atrás.
Porque sabemos, por conocimiento
y por experiencia, que el comunismo melancólico es como el agua que llena el
cántaro y que tarde o temprano, la desbordará y la historia volverá a comenzar,
tal como lo describe Juan Rulfo:
“En el hidrante las gotas caen
una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua clara caer sobre el
cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y
vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se desborda haciendo
rodar el agua sobre un suelo mojado.”
miércoles, 3 de mayo de 2017
Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 7.
Pedido y anhelo.
La distinción entre deseo y
demanda nos lleva a la necesidad de diferenciar entre pedido y anhelo. El pedido
se ubica en el plano de la conciencia, de lo que exigimos del otro o de la
existencia y respecto de lo cual esperamos una respuesta directa, concreta,
inmediata. En este momento el sujeto se entrega a la enunciación de su
necesidad, tal como la percibe y la siente en ese momento. El sujeto cree que
esto expresa su deseo, que incluso lo agota, pero hay mucho más detrás:
“El plano del
pedido es primero, inmediato, manifiesto, espontáneo. En el pedido ¡Socorro! O ¡Pan!,
que a fin de cuentas es un grito, por un momento el sujeto es idéntico, de la
manera más integral a su necesidad.” (Lacan, 2014, pág. 136)
En anhelo está en el inconsciente.
La característica fundamental del inconsciente es ser anhelante, dirige su
mirada no solo a la demanda inmediata, a la necesidad tal como la sentimos en este
momento; sino, se ubica allá muy dentro de cada uno y se proyecta hacia
adelante, posiblemente a la vida entera o durante toda la existencia.
“En cambio, la
articulación del plano anhelante está en el segundo nivel. Esa es la dimensión
en la cual el sujeto, en el curso de su vida, ha de orientarse, es decir hallar
lo que se le ha escapado por estar fuera y más allá de todo lo que filtra la
horma del lenguaje. A medida que se desarrolla, ese filtrado rechaza, reprime
cada vez más, lo que al principio tendría a expresarse de la necesidad del
sujeto.” (Lacan, 2014, pág. 136)
El anhelo me permite orientarme en la vida, establecer lo que
en el fondo quiero, establecer cuál es mi deseo. Sin este anhelo estoy perdido,
vago sin rumbo, saltando de demanda en demanda, de pedido en pedido, de
exigencia en exigencia.
La relación entre pedido y anhelo
les lleva a cada uno en dirección contraria; mientras más fuertemente expreso
mis necesidades, más de oculta mi anhelo, más se pierde en la profundidad del
inconsciente. Mientras más dejo que hable mi deseo, mi anhelo, las demandas se
aplacan, las necesidades cobran sentido y se someten a este anhelo profundo que
me dirige en la vida.
Este es finalmente el dilema al
cual constantemente nos vemos abocados; de una parte, esa terrible maquinaria
de lo que pedimos, de lo que exigimos, de nuestro grito contra todo incluidos
nosotros mismos; de otra parte, el anhelo que receloso se niega a dejarse ver y
que, por el contrario, viaja a nuestras zonas más oscuras, pero que sin el cual
es imposible que sepamos a dónde vamos, qué queremos de la existencia, que
deberíamos demandar al otro.
El centro de la terapia y del
autoanálisis está en viajar con el sujeto hacia el encuentro con su deseo, con
su anhelo, a reconocer detrás de las demandas, de los pedidos, de las necesidades
aquello que efectivamente se anhela y, por lo tanto, a encontrarse con su
inconsciente:
“Precisamente
en este punto debe bascular, oscilar, vacilar, la acentuación de nuestra
interpretación. Si sabemos acentuarla de cierta manera, enseñamos al sujeto a
reconocer en el nivel superior -que es el nivel anhelante, el nivel de lo que
él anhela, el nivel de sus anhelos en la medida en que son inconscientes -los
soportes significantes escondidos, inconscientes, en su demanda”. (Lacan,
2014, pág. 137)
Si evitamos este recorrido, se
preferimos quedarnos en la superficie, si no reconocemos esos “significantes”
que muestran mi anhelo, entonces estoy perdido en la maraña de exigencias que
nunca logran satisfacernos, porque cuando alguna de ellas se cumple, siempre
hay otra que surge. Este es un camino interminable que no nos orienta.
Por esto, hay que ir detrás del
deseo, descubrir en dónde se oculta, develar cómo habla, saber cómo se expresa,
apartar el síntoma para mirar directamente a mi deseo: “Si el deseo parte [de]
lo que constituye el síntoma, a saber, el fenómeno metafórico, es decir, la
interferencia de significante reprimido en un significante patente, es un craso
error no intentar situar, organizar, estructurar, el lugar de ese deseo”. (Lacan,
2014, pág. 130)
jueves, 20 de abril de 2017
Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 6.
En esa relación que se establece
con el otro, a través del deseo, se produce esa duplicación entre el yo y el
Ideal del yo; esto es, entre el sujeto empírico que cada uno es y esa
proyección imaginaria que hago sobre mí mismo, que está articulada al deseo del
otro. Es con este deseo con la que se produce el Ideal del yo:
“A la inversa,
¿en qué se convierte el sujeto? ¡Cómo se estructura? ¡Por qué se estructura
como yo y como Ideal del yo? Ustedes no podrán percibir esto en su necesidad
estructural absolutamente rigurosa más que como aquello que constituye el
retorno, el regreso, de la delegación de afecto que el sujeto envió a ese
objeto, el a”. (Lacan, 2014, pág. 127)
Porque esta imagen estructurante
proviene del otro, pero del otro como imagen. La letra a designa a este otro en
cuanto imagen, que se funde con mi yo, que permite que haya un yo
“De esta a en verdad todavía no hemos hablado
nunca, en el sentido de que aún no les mostré que necesariamente debe
plantearse, no en calidad de a, sino en calidad de imagen de a, imagen del otro que, con el yo, son
una sola y la misma cosa”. (Lacan, 2014, pág. 127)
Ahora bien, dentro de esa
economía del deseo es indispensable distinguir entre la función de este deseo y
la función de la demanda, porque se abre aquí una brecha que impide la
coincidencia plena, sin más, entre deseo y demanda. ¿Acaso demandamos lo que
deseamos?:
“Nuestra
experiencia nos confronta con la necesidad de hacer una distinción esencial
entre dos funciones. Hay en el sujeto algo que debemos denominar deseo. No obstante, la constitución de
ese deseo, su manifestación, las contradicciones que en curso de los
tratamientos estallan entre el discurso del sujeto y su comportamiento, obligan
a distinguir de aquél la función de la demanda.” (Lacan, 2014, pág. 129)
Si nos preguntamos por la
demanda, si indagamos y nos interrogamos acerca de aquello que demandamos,
deberíamos reconocer que hay algo que va más allá de esta, algo que la rebasa,
que junto con la demanda se coloca otra cosa. Cuando exigimos felicidad, placer
o simplemente algo material, ropa, un auto, detrás de estos pedidos, hay algo
más que imploramos, que suplicamos y que, desde luego, no reconocemos.
Porque una demanda siempre está
dirigida al otro, a aquel que puede hacer posible la satisfacción de esa
demanda o que así lo creemos. Cuando pedimos algo, en realidad estamos
exigiendo la presencia del otro, la permanencia del otro a mi lado, para mí
que, además, haga el gesto de que puede cumplir con la exigencia que le hemos
puesto.
Y cuando el otro está presente le
llamamos amor; no lo que haga o diga o deje de hacer o deje de decir, ni los
gestos ni los aspavientos, sino su sola presencia; aunque el otro crea que está
entregando sus “sentimientos”, cuando lo único que puede hacer es estar allí,
porque no tiene más que dar que su presencia. El amor es el otro como don, pero
el otro es siempre alguien imaginado, alguien desplazado, que tampoco coincide
consigo mismo; en este sentido, el otro es una metonimia, un tropo, un juego
del lenguaje:
“El asunto es que la demanda nunca es pura y simplemente demanda de
algo, en la medida en que en el trasfondo de toda demanda precisa, de toda
demanda de satisfacción, está, por la acción del lenguaje, la simbolización del
Otro, el Otro como presencia y como ausencia, el Otro que puede ser el sujeto
del don de amor. Lo que él da está más allá´ de todo lo que puede dar. Lo que
es justamente esa nada, que es todo, de la determinación presencia-ausencia”. (Lacan,
2014, pág. 131)
Por esto, tendemos a proteger al
otro, a cargar con su dolor, con sus preocupaciones o con aquello que
imaginamos que el otro quiere: “Esa suerte de protección brindada que en última
instancia se encuentra, más o menos, en la raíz de toda comunicación entre los
seres, en los cuales siempre se juega lo que uno puede o no puede hacer saber
al otro.” (Lacan, 2014, pág. 133)
Mas, ¿qué sucede cuando ese deseo
que ese esconde detrás de cada demanda, falla, desaparece? Entonces sentimos
que nos hemos quedado vacíos, que la vida desnuda, sin más se ha hecho
presente, porque es el deseo lo que me permite existir, me permite escapar a la
confrontación con la mera existencia y con la fragilidad de esta. Cuando falta
el deseo, entonces viene el dolor. Si falta completamente, el dolor se vuelve
insoportable:
“Pero es
también el dolor de la existencia como tal, en ese límite en el cual la existencia
subsiste en un estado en que ya nada se aprehende de ella más que su carácter
inextinguible y el dolor fundamental que la acompaña cuando todo deseo la
abandona, cuando todo deseo se ha desvanecido de esa existencia”. (Lacan,
2014, pág. 133)
Cuando estamos en ese límite y
parece que la existencia se disolverá finalmente, nos aferramos al deseo, que
hace que soportemos lo insoportable, que es el riesgo de que la existencia se
extinga. El deseo nos “tranquiliza”:
“Tal imagen lo
separa de esa suerte de abismo o de vértigo que se abre para él cada vez que se
ve confrontado con el último término de su existencia, y vuelve a unirlo a lo
que tranquiliza al hombre, a saber, el deseo. Lo que necesita interponer entre
él y la existencia insostenible es en este caso un deseo.” (Lacan, 2014, pág. 134)
Estamos llevados a creer que ya
con este deseo y con la demanda que lo oculta, hemos alcanzado una cierta
tranquilidad, hemos huido del dolor. Aquí se abre un nuevo proceso, porque una
tensión se introduce, tan dolorosa como la anterior. Creíamos estar huyendo del
dolor solo para encontrar con otro dolor.
Porque este deseo, que es el
deseo del otro, se parte entre este otro y la imagen del otro; y los dos
procesos no coinciden. El otro se “niega” a coincidir con la imagen del otro
que tengo dentro de mí: “La tensión imaginaria a-a´entre el yo y el otro -que podemos denominar, dentro de ciertas
relaciones, la tensión entre a
minúscula e imagen de a -estructura
de manera general la relación del sujeto con el objeto…” (Lacan, 2014, pág. 135)
¿Qué le pasa al sujeto como
consecuencia de la separación entre el otro y el otro imaginario, que son objetos
del deseo? El sujeto sufre una elisión; esto es, algo en él queda roto,
incompleto; se encuentra dentro del sujeto una falla, una brecha que no puede
cerrar, un abismo que no puede cruzar. Esta es la S tachada, el sujeto en la
imposibilidad de constituirse plenamente, de ser totalmente él mismo: “En
efecto, el deseo, como tal plantea al hombre, y con respecto a todo objeto
posible, la cuestión de la elisión subjetiva, -S-“. (Lacan, 2014, pág. 135)
De tal manera que se enfrenta a
su dilema más radical: o bien queda atrapado en el ese objeto del deseo, porque
solo puede acceder al otro como otro imaginario y esto es posible únicamente a
través del lenguaje; o bien, acepta a ese otro imaginario, a ese objeto del
deseo que viene bajo la forma de un significante, que está allí como
significante y no como significado:
“En la medida
en que, como deseo, es decir, en la plenitud de un destino humano como lo es el
de un sujeto hablante, se acerca a este objeto, el sujeto se ve atrapado en una
suerte de atolladero. No podría alanzar este objeto sin verse, como sujeto de
la palabra, borrado en esa elisión que lo deja en la noche del trauma, en
aquello que en sentido estricto está más allá de la angustia misma. O, si no,
resulta tener que tomar el lugar del objeto, sustituirlo, subsumirse bajo
cierto significante”. (Lacan, 2014, pág. 135)
Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires:
Paidós .
lunes, 10 de abril de 2017
Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 5.
El deseo me constituye como sujeto
y al mismo me aniquila como tal; me hace y me deshace. La existencia sin el
deseo, sin su presencia, queda como una vida desnuda, sin más: “…la existencia
reducida a sí misma, la existencia más allá de todo lo que puede sostenerla, la
existencia sostenida en la abolición del deseo”. (Lacan, 2014, pág. 112)
¿Cómo puede suceder esto? ¿Cuál
es la “la dialéctica de las relaciones del sujeto con su deseo”? (Lacan,
2014, pág. 115)
Para comprender esta dualidad que
nos enfrenta al deseo, tenemos que colocar a ese sujeto frente al objeto de su
deseo. Tenemos que ponernos frente a este objeto del deseo y confrontarnos con
él, dar la cara ante esa presencia que se vuelve inevitable, ineludible:
“Para
interrogar con más detalle lo que ese deseo humano quiere decir, lo que significa,
henos aquí pues llevados a tomar la cuestión por la otra punta, una punta que
no se presenta en los sueños, a saber, por nuestro algoritmo, en el cual la S
tachada es confrontada, puesta en presencia, puesta delante, de a minúscula, el objeto”. (Lacan,
2014, pág. 114)
Pero, el deseo puede perderse, no
realizarse, fallar. Sabemos que el deseo puede faltar. Más aún, la manera cómo
ese deseo está estructurado, cómo se presenta, dependiendo del deseo del otro
-que es efectivamente mi deseo-, está en suspenso. Podría ser que lo busquemos
y no esté; podría suceder que ese deseo que espero que se dé y me satisfaga en
un futuro más o menos definido, cuando llegue el momento, no esté.
El hecho de que coloquemos
nuestro deseo como “promesa, anticipación”, que lo pongamos en un “signo”, hace
que el deseo nos amenace con desaparecer. Esta desaparición nos llena de temor,
porque el deseo está en el núcleo de nuestra existencia, en el inconsciente que
nos hace ser lo que somos:
“El sujeto
aliena siempre su deseo en un signo, una promesa, una anticipación, algo que
conlleva como tal una pérdida posible. Debido a esa pérdida posible, el deseo
se ve ligado a la dialéctica de una falta. Es subsumido en un tiempo que, como
tal, no está allí -al igual que el signo no es el deseo-, un tiempo que en
parte está por venir. En otros términos, el deseo ha de confrontarse con el
temor de no mantenerse en el tiempo bajo su forma actual y, artifex, de perecer, si puedo expresarme
así”. (Lacan, 2014, pág. 117)
Este riesgo de la desaparición del
deseo, también significa el riesgo de abolición del sujeto, su tachadura, su
abolición; porque el sujeto “cuenta” y hace cuentas con su deseo, organiza su
existencia en torno a este, le recubre constantemente de signos, es la fuente
de sus esperanzas y le hace todo el tiempo, promesas. El sujeto a cada paso se
anticipa a su deseo y trabaja con él: “Esto no solo quiere decir que la
vivencia humana está sostenida por el deseo -lo sospechamos, desde ya- sino que
el sujeto humano tiene en cuenta ese deseo, cuenta con este”. (Lacan,
2014, pág. 118)
Sin embargo, aquí se abre una
dimensión en la relación del sujeto con su deseo. Me pregunto, ¿qué pasa si mi
deseo se realiza, se satisface?, ¿qué sucede si al fin llega y nos interpela
directamente?
Cuando esto sucede, nos colocamos
en las manos del otro, porque nuestro deseo solo puede ser satisfecho por el
deseo del otro. Entonces, surge un nuevo temor: ¿quedaré en sus manos?, ¿estaré
preso de lo que el otro quiera hacer de mí y conmigo?: “En esos casos tan
notables en los cuales el sujeto teme la satisfacción de su deseo se dan
demasiado a menudo. Ocurre que esa satisfacción hace que en lo sucesivo él
dependa del otro que va a satisfacerlo”. (Lacan, 2014, pág. 118)
Esta amenaza de quedar en manos
del otro, hace que el sujeto postergue la satisfacción del deseo, prefiere
dejarlo para más tarde, para otra oportunidad, en mejores condiciones o quizá
esperar el deseo de otro “otro”, no el que tengo aquí conmigo, en este momento.
Al detener la satisfacción del
deseo, también me alejo del objeto del deseo y dejo ese fantasma sin formarse,
sin constituirse, deja de establecerse la relación entre el sujeto y el objeto
del deseo -que es el deseo del otro-; y así, al no contar con mi deseo, mi
propia subjetividad queda en entredicho, su propia formación queda postergada:
“El sujeto pasa su tiempo evitando
una tras otra las ocasiones que se le presentan de encontrarse con lo que en su
vida siempre fue acentuando como el deseo más apremiante. Ocurre que aquí también
está lo que él teme: esa dependencia -que yo evocaba- para con el otro. De
hecho, la dependencia respecto del otro es la forma bajo la cual se presenta en
el fantasma lo que el sujeto teme y lo que lo hace apartarse de la satisfacción
de su deseo”. ”. (Lacan, 2014, pág. 119)
Lacan introduce un nivel
adicional en esta dialéctica de la relación entre el sujeto y su deseo. Leemos
lo que dice:
“Lo que el sujeto teme cuando se
representa al otro no es, en lo esencial, depender de su capricho, sino que el
otro selle ese capricho como signo. He aquí lo que está velado. No hay signo
suficiente de la buena voluntad del sujeto, a no ser la totalidad de los signos
en que él subsiste. En verdad, no hay otro signo del sujeto que el signo de su
abolición como sujeto, ese signo que se escribe -S- [S tachada]” ”. (Lacan,
2014, pág. 119)
Tenemos que preguntarnos, ¿qué significa
que el otro “selle ese capricho como signo”? ¿Y por qué la introducción del
signo lleva a su “abolición como sujeto”? Como se ve, las consecuencias son
fundamentales, porque no hay simplemente sujeto -S- sino que tenemos un sujeto
que solo puede enunciarse como -S- [S tachada]
¿Qué sucede cuando el otro sella
el capricho con un signo, cualquiera que sea el que elija? Como digo, sin
importar el signo que elija, el deseo del otro no satisface mi deseo
directamente, sin más; el otro no puede darse de este modo, enteramente, sin
residuo. El otro en realidad responde a mi demanda por su deseo, a través de un
signo, que es, ante todo, lenguaje. Quizás el otro me escribe un mensaje, envía
un emoticon, llama demasiadas veces, compra un regalo.
Y ese signo, al mismo tiempo que
transporta su deseo, también lo distancia, porque no es el deseo del otro, sino
el signo del deseo del otro. A su vez, la relación del sujeto con el objeto del
deseo, solo puede darse a través de signos. Esta estructuración del sujeto como
lenguaje, del inconsciente como lenguaje, se expresa en esta S tachada.
Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario
6. Buenos Aires: Paidós .
martes, 4 de abril de 2017
Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 4.
El deseo establece la relación entre
“…entre dos seres que están sometidos a las condiciones del lenguaje” (Lacan,
2014, pág. 39) ,
fuera del cual la comunicación entre ellos sería imposible. Sin embargo, nos
encontramos con que hay dos sujetos al interior nuestro: “Creo que todas las
dificultades que aquí se han planteado dependen de la no distinción entre los dos
sujetos…” (Lacan, 2014, pág. 42)
¿Cómo entender esta afirmación
tan explícita en Lacan? La distinción entre esos dos sujetos que están en el
interior de cada uno de nosotros, tiene que ver con dos aspectos, el uno harto
conocido y el otro que siempre está allí, pero que nos cuesta reconocerlo.
Por una parte, está el sujeto del
conocimiento, aquel se enfrenta al mundo y lo aprehende, que coloca frente a sí
a los objetos; este sujeto es aquel que estaba en capacidad de decir “Pienso,
luego existo”. Sin embargo, no agota la totalidad de la subjetividad, la
integralidad de lo que cada uno es. Hay algo más, siempre hay alguien más
dentro de nosotros.
Y ese algo más, ese otro sujeto,
es aquel que habla, que se define en cuanto lo hace, en cuanto se comunica con
otro y mira cómo su deseo es en realidad el deseo del otro, que se expresa
precisamente a través del lenguaje.
Es en este segundo sujeto en
donde está el deseo; o mejor, en donde se encuentra el fantasma, que es el
lugar del deseo: “Quiero decir que ese yo podría con gran facilidad ser seguido
en el discurso mismo por un paréntesis: yo
(que hablo), o yo (digo que)”. (Lacan,
2014, pág. 43)
Ese sujeto dual aparece cuando en
el juego del lenguaje se produce una duplicación, que permite que ese otro
sujeto haga su aparición, detrás de lo que cada uno dice, detrás de lo que dice
el primer sujeto, debajo de los significados, están los significantes, que son
el territorio de ese otro sujeto.
En el ejemplo de Lacan, cada uno
de nosotros enuncia: “Yo digo que”
hace mucho frío, por ejemplo; y a continuación, por la razón que sea, regreso
sobre lo dicho, insisto, reitero. En esta reiteración del “Te repito que…” asoma ese otro sujeto.
“Este se torna
muy evidente, como otros lo han señalado antes que yo, gracias al hecho de que
un discurso formula Yo digo que, y
que agrega y yo lo repito, no dice en
ese yo lo repito algo inútil, pues lo
que hace es precisamente distinguir los dos yo [Je] en cuestión: el que dijo que, y el que adhiere a lo que este ha dicho. Si necesitan otros ejemplos
para percibirlo les sugeriré la diferencia que hay entre el yo de Yo lo amo (a usted) o de Yo te amo (a ti), y del Aquí estoy yo”. (Lacan, 2014, pág. 43)
Cuando se introduce el deseo y se
pronuncia esta frase inconmensurable, brutal, “Yo te amo”, siempre, aunque no sea explícito, se tiene que
sostenerlo, apoyarlo, con un “Aquí estoy
yo”; en realidad, detrás del “Yo te
amo” yace una demanda, una exigencia: “Mírame,
aquí estoy yo”.
Así que, ¿en dónde está el deseo?,
¿cuál es el lugar que ocupa? Ya sabemos que el deseo está en el fantasma.
Cuando alguien dice “Yo te deseo”,
está haciendo algo que tiene consecuencias enormes: “La implicación del sujeto
en el deseo siempre hace surgir esa estructura que, con derecho es prevalente.
Decirle a alguien Yo te deseo es muy
precisamente, decirle Yo te implico en mi
fantasma fundamental”. (Lacan, 2014, pág. 50)
“Yo te deseo” quiere decir que, ya que mi deseo es el deseo del
otro, el deseo sobre el que se levanta el orden imaginario es el tuyo, estoy
hecho, estructurado, con tu deseo; y todo lo que diga, en la medida en que el inconsciente
está estructurado como lenguaje, lo hago con las palabras de los otros.
Con esas palabras de aquel que
deseo me digo a mí mismo y les hablo a los demás, sabiendo que detrás de lo que
diga está el deseo del otro: “Todo discurso es el discurso del Otro, incluso
cuando quien lo sostiene es el sujeto”. (Lacan, 2014, pág. 43)
En la preciosa imagen que usa
Lacan, Yo te deseo significa Tú eres bella, lo que quiere decir que
relleno mi imaginación con estas “imágenes” que se derivan del deseo del otro
“…si ese Yo te deseo tiene algún sentido, es un
sentido mucho más difícil de formular. Yo
te deseo, articulado en el interior de uno mismo, si me permiten, en
referencia a un objeto, tiene casi el sentido de Tu eres bella, en torno al cual se fijan, se condensan, todas
imágenes enigmáticas cuyo raudal se denomina, para mí, mi deseo”.
Por eso cabe la pregunta: “A la pregunta
¿Acaso sabe lo que hace?, Freud
responde No… Ese segundo piso solo
vale a partir de la pregunta del Otro, a saber, Che vuoi? ¿Qué quieres?” (Lacan,
2014, pág. 44)
y “el sujeto que habla no sabe lo que hace cuando habla, es decir, en función
de ese inconsciente…” (Lacan, 2014, pág. 51)
Cuando el sujeto habla, ¿sabe lo
que hace? ¿Tenemos una idea clara de las implicaciones que tiene hablarle al
otro y demandar su deseo? ¿Sabemos las consecuencias de decir Yo te deseo? ¿Sabemos que estamos
jugándonos a nosotros mismos completamente? ¿Nos enteramos de estamos colocando
al otro como nuestro fantasma fundamental,
en el centro de lo que cada uno es?
Cada uno cree que ha dicho su
deseo y espera una respuesta a su demanda, la que fuere. Pero, desconoce,
porque está en su inconsciente, que su exigencia no está dirigida realmente a
tener una respuesta, la que fuere; sino que esa demanda carece de respuesta,
porque el Otro no tiene la respuesta. ¿Qué podría decir el Otro si supiera que
detrás de ese Yo te deseo, le estoy
colocando en ese lugar crucial, que me define completamente, que es mi fantasma
fundamental, aquel que organiza todo mi orden imaginario, con el cual -con el
otro sujeto- me represento el mundo?:
“Es un
significante del Otro, por supuesto, ya que la pregunta se plantea en el nivel
del Otro que carece de una parte, a saber, justamente, del elemento
problemático en la pregunta concerniente al mensaje”. (Lacan, 2014, pág. 45)
Se tiene que insistir en que no
hay respuesta a una frase como “Yo te
deseo” porque la otra persona podría decir, por ejemplo, “Yo también te deseo”, pero para ambos
estaría oculto que se están colocando el deseo del otro,allá en lo profundo de
cada uno, en su inconsciente.
Por eso Lacan, muestra que el
tema de los significados se desplazan hacia los significantes: “…lo importante
es que el sujeto no puede tener la respuesta porque la única respuesta es el
significante que designa sus relaciones con el significante. En la exacta
medida en que articula esa respuesta, el sujeto se aniquila y desaparece”. (Lacan,
2014, pág. 46)
Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario
6. Buenos Aires: Paidós .
Suscribirse a:
Entradas (Atom)