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jueves, 24 de mayo de 2018

NIHILISMO DIALÉCTICO. Primera parte.



1.       Introducción.

Parafraseando a Trotsky, podemos decir que la vida de pueblos e individuos tienen una dosis de fatalidad. Esto no es otra cosa que el reconocimiento del núcleo nihilista que subyace a la historia de la humanidad (Trotsky), y que vemos aparecer bajo distintas denominaciones, giros, aproximaciones, en diversos autores contemporáneos.

Tenemos, desde luego, formulaciones explícitas como las de Sjösteadt-H, que revisaremos luego; pero, también otras en donde podemos descubrir un gesto nihilista: el desasimiento de Simone Weil, la destitución de Schurmann, la nuda vida y la inoperatividad de Agamben, la melancolía de Löwy y Traverso, la estrategia hacker de Mckenzie Wark,el segundo giro deconstructivo de Moreiras, el acceso imposible al subalterno de Spivak, la vida imposible de ser vivida de Echeverría, y así se podría seguir. (Sjöstedt-H.) (Weil) (Schurmann) (Agamben, L´uso dei corpi) (Agamben, Opus Dei) (Löwy y Sayre) (Traverso) (Wark) (Moreriras) (Spivak) (Echeverría)

Aquí nos limitaremos a recorrer algunas propuestas y luego proponer unas razones y una manera de ser nihilismo en nuestra época, como una respuesta al modo de vida impuesto por el capitalismo tardío. Para esto ha sido indispensable que recurramos a otras tradiciones del nihilismo por fuera de las occidentales, especialmente el pensamiento de Nishida y las fracturas producidas en la tradición judeo-cristiana por Simone Weil y la nueva dialéctica. (Nishida, La experiencia pura) (Nishida, La lógica del lugar)

Se trata de un nihilismo que se opone al de Nietzsche, que no realiza su gesto de instaurar una positividad, una voluntad de poder, un superhombre, que supere la decadencia de los valores judeo-cristianos; y por eso, se instala, se queda, permanece, habita, en una negatividad que se supera en una positividad, en una especie de dialéctica hegeliana sin Aufheben.

Comenzamos con una breve introducción a lo que considero son los componentes nihilistas de Simone Weil, especialmente en La gravedad y la gracia; y se continúa con Sjösteadt-H, quien nos proporcionará una mirada actual del nihilismo. Con estos elementos, se entra de lleno en el pensamiento de Nishida, con el fin de apoyarnos en él para desarrollar una perspectiva nihilista que pueda escapar a la matriz occidental, especialmente a aquella vinculada a Nietzsche.

Con estos elementos, se indaga por la relación entre nihilismo y dialéctica, en donde se sostiene que la única manera de ser plenamente dialéctica en el mundo actual es adoptar una actitud nihilista, que las dos teorías han terminado por confluir por las exigencias de la realidad, por el predominio del capitalismo tardío en todos los ámbitos de la existencia.

Introducimos una reflexión sobre marxismo y melancolía, como una formulación que muestra esa actualidad de cierto nihilismo en el marxismo, bajo la influencia de Walter Benjamin. Finalmente, sintetizamos este recorrido proponiendo unas razones y unos modos de ser nihilistas en el mundo actual.

1.       EL NIHILISMO DE SIMONE WEIL.

En Simone Weil hay un nihilismo profundo y consistente que, la mayoría de veces no aparece como tal y no es estudiado en este sentido. Un nihilismo que tiene que ver con la renuncia a cruzar falsamente un límite que no se puede traspasar en la búsqueda de soluciones que son irreales. Ese “vacío” constitutivo en todos nosotros no tiene que ser compensado, una gravedad que jamás va en la misma dirección de la gracia. (Weil)

Es un gesto radicalmente inmanente que rehúye la trascendencia, a nombre de la misma trascendencia, de su imposibilidad de tomar contacto con lo real sin alterarlo esencialmente y de introducirse sin más en el mundo.

Si tomamos el movimiento contrario, aquel que va de la gracia a la gravedad, de lo trascendente a lo humano, veremos aparecer ese momento nihilista en toda su fuerza: es preciso vaciarse completamente para que lo sobrenatural pueda atravesarme, Dios solo puede amarse a sí mismo y por eso, tenemos que desapegarnos de todo para que pueda amarse a sí mismo a través de cada uno de nosotros: “ la gracia colma, pero no puede entrar más que allí donde hay un vacío para recibirla, y es ella quien hace ese vacío.” (Weil 36)

Su batalla constante contra las diversas formas de poder -que le lleva a rechazar los partidos políticos y la política misma-, ejemplifica bien este movimiento de la gracia que solo puede actuar en dirección contraria a la gravedad: “No ejercer todo el poder de que se dispone es soportar el vacío. Ello va en contra de todas las leyes de la naturaleza: sólo la gracia lo puede conseguir.” (Weil 36) 

Porque el poder se caracteriza por esa tendencia inherente a su ejercicio, sin importar el nivel de que se trate, de ejercerse hasta sus últimas consecuencias, sin límite. ¿Quién renuncia al poder? ¿Quién está dispuesto a hacerlo? Dejar de ejercer el poder, aun aquel que ha sido otorgado democráticamente, contradice al poder mismo, a su lógica, cuestiona su existencia. Por eso, el uno es el movimiento de la gravedad y el otro de la gracia. Cuando se juntan entran en colisión, en donde el uno niega al otro.

Y este movimiento nihilista tiene que aplicarse a las creencias a las que nos aferramos, a los fundamentalismos en los que nos estructuramos, a las verdades definitivas que sostenemos. El núcleo de este pensamiento nihilista está en el rechazo a que el vacío pueda ser colmado, llenado artificialmente con lo que sea:

“Rechazar las creencias colmadoras de vacíos que endulzan las amarguras. La de la inmortalidad. La de la utilidad de los pecados: etiam peccata. La del orden providencial de los acontecimientos –en una palabra, «los consuelos» que comúnmente se buscan en la religión. Amar a Dios a través de la destrucción de Troya y de Cartago, y sin consuelo. El amor no es consuelo, es luz.” (Weil 37)

Y comprender que aquí están incluidas las religiones, como esa actitud plenamente colmadora del vacío. Desde luego, Simone Weil lo hace en nombre de ese dios en el que cree, de ese dios que ansía, pero lo hace sin recurrir a la religión. Su nihilismo impide que la religión provea de un alimento irreal para un hambre real.

Un nihilismo del desapego para poder ser fieles y consecuentes con la realidad. La necesidad de llenar el vacío proviene de nuestra incapacidad de captar y sentir lo real, de estar habitados por un constante sentido de lo irreal a lo que nos aferramos porque nos consuela artificialmente:

“El apego no es otra cosa que la insuficiencia para sentir la realidad. Nos asimos a la posesión de una cosa porque creemos que si dejamos de poseerla deja de existir. Mucha gente no es capaz de sentir con toda su alma que existe una diferencia absoluta entre la destrucción de una ciudad y su irremediable exilio lejos de esa misma ciudad.” (Weil 38)



2.       El neo-nihilismo de Sjösteadt-H

Sjöstedt-H propone en este libro un nuevo nihilismo, que si bien parte del ya conocido, especialmente Schopenhauer y Nietzsche, lo actualiza y lo proyecta hacia adelante. El punto de partida es la afirmación de que la ideología sigue estando en todas partes, actuando como siempre al servicio del poder. (Sjöstedt-H.)

Como buen y radical nihilista sostiene la inexistencia de valores universales, objetivos, permanentes, en un mundo en que todo se ha vuelto perspectiva. Incluso la moral de los ateos, solo es una ideología secularizada de los valores subyacentes a la sociedad judeo-cristiana. Ir más allá de esto, significa afirmar que la “moralidad es una ilusión”, a la que nos aferramos para sostener la superioridad sobre los demás, la hegemonía de Occidente sobre el resto del mundo.

No hay moral; o si se prefiere, la apelación a la moral siempre parte de algún tipo de poder que se quiere imponer sobre los demás. Una moral que se salta la lógica de los razonamientos, pasando desde el es al debe, desde los hechos a la deber, de las descripciones a las prescripciones.

Es un hecho que hay moral, que haya valores, como justicia, dignidad, vida, etc. Pero no es un hecho de que estos valores sean universales y que pesen sobre nosotros como un imperativo que tenemos que aceptar y cumplir. Es un hecho que existen los valores, pero no es un hecho que sean objetivos, universales, atemporales.

Objetivismo, utilitarismo, convencionalismo, relativismo, son echados abajo, nuevamente como falacias lógicas, a las que subyace esa maquinaria cristiana, que se sustenta en la existencia de dios como fuente de toda moral. Sostener cualquiera de estas versiones para resolver las paradojas de la moralidad, no hace otra cosa que regresar inconscientemente a ese dios que negamos, a un principio universal, que es el único que podría garantizar la universalidad de los valores.

Ser ateo implica una negación radical, nihilista, de la moral; afirmarla una y otra vez, contra toda pretensión, que es una ilusión, un error lógico que surge de trasladarse del es al debe.

Frente a esta falsedad intrínseca de la moral, Sjöstedt-H afirma que el fundamento de las acciones proviene de la voluntad de poder; que es el poder aquello que está detrás de todos los fenómenos, desde los naturales, pasando por la vida hasta llegar a la consciencia.

Entonces, tenemos que mantenernos en ese nihilismo que anula la moral y volver a la afirmación de la vida, como poder; solo la búsqueda del poder nos permite escapar a la hipocresía de la moral.

Pero, Sjöstedt-H está lejos del relativismo, porque esta voluntad de poder, descriptiva y no prescriptiva, efectivamente atea, se apoya en la búsqueda de la verdad; contra Nietzsche sostiene que la verdad sí existe y es desde ella que tenemos que valorar y actuar, siempre teniendo en cuenta la inexistencia de valores universales, objetivos. La voluntad de poder se convierte en una voluntad de verdad.

Hasta aquí Sjöstedt-H. Si bien estoy de acuerdo con sus planteamientos básicos de la necesidad de un neo-nihilismo que muestre la insuficiencia del conjunto de valores de la humanidad entera, que están al servicio del poder que ejercen unos grupos sobre otros grupos, la respuesta es insuficiente.

¿Es la voluntad de verdad capaz de guiar a la voluntad de poder? Pareciera que no; apoyarse en la racionalidad, lo que es sin lugar a dudas necesario, no resuelve el problema de una moral como ilusión al servicio del poder de turno.

El nihilismo es plenamente actual como negación del conjunto de valores sostenidos por Oriente y Occidente, que nos están llevando a la guerra civil mundial y a la destrucción de la humanidad. Pero, la búsqueda del poder por parte de todos, por más que esté guiada por la verdad, no conduce a la resolución de los grandes desafíos de la humanidad.

Provisionalmente, creo que es necesario sostener este neo-nihilismo, pero transformado en otro tipo de nihilismo; esto es, en negarse a resolver las paradojas de la moral, del poder, que en este momento de la humanidad son irresolubles; y oscilar constantemente entre el debate de las condiciones de las valoraciones de los hechos sociales y políticos, junto con los elementos prescriptivos correspondientes al deber ser.

Mantenerse en la duda, no quedarse en los hechos sino buscar en ellos el debate prescriptivo; no transformar en absolutos los elementos prescriptivos, sino someterlos a la crítica permanente y a la confrontación con los hechos. Un doble vínculo que se establezca en descripción y prescripción, entre verdad y hecho.

3.       El nihilismo de Nishida.

En la búsqueda de un nihilismo que provenga de una matriz distinta al de Nietzsche, acudimos a una versión de la filosofía japonesa cercana al budismo Zen, tal como está expresado en Kitaro Nishida.
Un nihilismo que, por lo tanto, escape a su superación por otro elemento igualmente metafísico, por otra positividad que se le rebase y le anule y que muestre de qué modo se convierte en el contenedor de lo que existe, sin desembocar en un acto fundacional, de tal manera que convierta a la negación es su principio:

“Sin embargo, a diferencia de la filosofía especulativa occidental, la Escuela de Kioto define típicamente cualquier principio sistemático de unificación en términos negativos; es más, lo hace de manera tal que, como veremos socava la noción de un principio fundacional”. (Heisig, Kasulis y Maraldo 663)

Esta orientación anti-fundacional es lo que nos permitirá tratar el nihilismo como un hecho histórico: este nihilismo producido por este sistema capitalista y que tiende a alcanzar su expresión máxima en el momento tardío de su formación social. Se desprende de aquí un tipo de universalidad, que consiste aplicación sin excepción a todos los fenómenos de la vida de nuestras sociedades, que quedan atrapadas sin posibilidad de una exterioridad en este nihilismo constitutivo del capitalismo tardío, en donde el nihilismo es tanto producto como respuesta.

Para lograr esta meta, Nishida acude a la filosofía de la nada, como aquello que está detrás tanto del ser como de la nada -como nada derivada-, y el postulado de una primera vacuidad: “Nishida, por ejemplo, criticó explícitamente las ontologías occidentales y su búsqueda del fundamento de los seres y desarrolló una “meontología” (del griego meon, no ser) -o más exactamente, una filosofía de la ´nada´ - que pretendía contextualizar más que fundar”. (Heisig, Kasulis y Maraldo 665)

Con la necesidad de diferenciarse de las variantes de nihilismo de Occidente, Nishida acude a la noción de nada absoluta, que requiere de una clarificación técnica muy precisa para que, nuevamente, no se confunda con cualquiera de las estrategias metafísicas vinculadas a este tipo de reflexiones:

“… en la apropiación de ideas budistas, muchos de los pensadores de la Escuela de Kioto invocan la noción de ´nada´ absoluta, y con cierta regularidad esta se ha convertido en la etiqueta para su identificación”. (Heisig, Kasulis y Maraldo 667)

Y esto es lo que le lleva a acudir al budismo Zen como la matriz del nihilismo: “Nishida más tarde le dio un nuevo giro al devolverla a sus raíces budistas tradicionales cuando la reemplazo por la noción de vacuidad con el fin de distinguirla de nihilidad”, y que le hace tan diferente de los planteamientos occidentales a pesar de los diálogos, las influencias, los préstamos lingüísticos. (Heisig, Kasulis y Maraldo 667)

Para Nishida, esta nada absoluta es ante todo un lugar, que requiere de un enfoque topológico en su tratamiento, que subyace a todos los fenómenos de la realidad y que por eso mismo, es difícil de percibir en la medida en que se oculta: “la nada absoluta es el ´lugar´ último de la realidad histórica en toda su inmediatez y resistencia a toda objetivación”. (Heisig, Kasulis y Maraldo 667)

Recurramos al propio Nishida para dilucidar, en un primer momento, esta concepción de la nada absoluta como lugar y la lógica del lugar que se desprende de ella. Kitaro Nishida parte de la preeminencia de la experiencia sobre el individuo; de hecho, el individuo solo puede ser tal si se desprende como un producto de una determinada experiencia: “La única puerta para escapar al solipsismo la encontré en la siguiente reflexión; no es que primero exista el individuo y después surja la experiencia, sino que, al principio, existe la experiencia y luego el individuo. La experiencia es más fundamental que las diferencias individuales”. (Nishida, La experiencia pura 671)

Colocar la experiencia antes que el sujeto, obliga a que nos preguntemos no quién tiene la experiencia, sino cómo es se conforma, en dónde existe, de qué modo se da, para que luego puede derivarse de ella un individuo, como su producto. Indagamos los modos en los que la experiencia se hace sujeto, el devenir sujeto de la experiencia.

Se exige que la experiencia no se encuentre flotando en una especie de vacío y tienda a adquirir un matiz metafísica, al fundamentarse y ser fundamento. Por eso, la experiencia pertenece a un sistema de relaciones entre objetos, contenidos y actos, sostenido por un lugar.

La vacuidad como lugar no es un mero sitio, un espacio en donde las cosas simplemente están ubicadas, sino que tienes ciertas características que permiten que el sistema exista. Más aún, el lugar es la condición de posibilidad del darse del sistema y de la experiencia individual:

“La epistemología actual distingue tres elementos: objetos, contenidos y actos, y aborda sus relaciones. Me parece que, en el fondo, tal distinción solo considera la contraposición entre el acto cognitivo que cambia con el tiempo y el objeto que lo trasciende. A fin de que tales objetos puedan relacionarse recíprocamente y constituir un sistema único en el que sostenerse, debemos considerar no solo lo que sostiene el sistema sino también aquello que lo establece, es decir, donde el sistema “tiene lugar “. (Nishida, La lógica del lugar 673)

Todos los elementos de la realidad, como forma y contenido, están en un lugar: “Aunque pensamos que forma y contenido están unidos en un todo único, debe haber un lugar en el cual ese todo unitario se halle reflejado”, que está más allá del objeto y del sujeto y que más bien los sostiene: “Si queremos relacionar la consciencia con el objeto, debe haber algo que comprenda a ambos, un lugar en el que puedan estar en relación”. (Nishida, La lógica del lugar 674)  Es decir, un campo en el que estamos sumergidos, como el campo de Higss que provee masa a las partículas y que, en una primera aproximación, nos resulta invisible y por eso, más eficaz.

Rebasa inclusive la lógica de las formas, porque en el lugar  habitan las formas, allí se forman las formas: “En tanto lugar que establece la forma lógica, no puede ser determinado según una forma lógica. Por más que sigamos las formas hasta el infinito, no podremos ir más allá de la forma. La verdadera forma de la forma debe ser el lugar de las formas”. (Nishida, La lógica del lugar 676) Un lugar como forma subyacente, que posibilita que la realidad exista, que las cosas se den, que los sujetos emergen desde esa vacuidad.

Pero el lugar, como nada absoluta que es, está antes del ser y la nada, que dependen completamente de ella: “Por ello, pensamos de inmediato como acto el lugar que contiene en sí el ser y la nada”; y, por eso, tiene la capacidad tanto de producir la realidad como de aniquilarla: “El lugar verdadero no es solo un lugar de cambio, sino un lugar de generación y extinción”. (Nishida, La lógica del lugar 678-679) Y que por eso no puede ser resuelto en alguna positividad, que no tiene una superación dialéctica que resuelva las negatividades, porque la negación de la negación concluye afirmándose como posición de la posición, aunque haya sido mediada por la negación.

 Acto y conocimiento se redefinen bajo el impacto de estas conceptualizaciones. El acto deja de ser meramente dual y a este se incorpora ese otro elemento que es el lugar: “Concebido el lugar de esta manera, entiendo el acto como la relación que se da entre un objeto reflejado y el lugar reflectante”. (Nishida, La lógica del lugar 676)

Y en el caso del conocimiento, también se incorpora esa vacuidad desde la que todo emerge y que, por esta misma razón, tiene que ser comprendida, incluida en cualquier epistemología que se construya. Un subsuelo del conocimiento que está tanto detrás del sujeto como del objeto, que permite la existencia de estos y es el medio a través del cual toman contacto:

“En el caso de la relación entre forma y materia, no podemos hablar del conocer como un mero construir formas. El conocer debe comprender en sí la contraposición entre forma y materia. Si consideramos a la materia como una forma de nivel inferior, el cognoscente puede ser considerado como la forma de las formas. Sería entonces una especie de lugar que trasciende la forma pura y el acto puro, y permite que se constituyan en su interior”. (Nishida, La lógica del lugar 677)

Así, Nishida se desplaza de las contraposiciones, de los opuestos y muestra que detrás de estos hay un “lugar”, una forma altamente abstracta y real, que está detrás y sostiene al entero campo diferencial. El nihilismo de Nishida muestra en toda su dimensión esa verdadera nada que sostiene tanto al ser como a la nada. No hay una dialéctica de ser y nada, en donde en su primer momento la nada equivale al ser y se convierte en nada, ni es la nada un “camino en el bosque” que nos permite llegar al ser. Por el contrario, antes de la dialéctica entre ser y nada, se encuentra esa vacuidad, y es el camino del ser el que nos conduce al encuentro con la nada a través de los parajes oscuros del bosque ontológico. (Hegel) (Heidegger)

La dualidad remite a aquello que permite la existencia de la dualidad, a esa forma vacua que sin embargo constituye el lugar en donde los dos extremos contrapuestos se encuentran. De tal manera que, cuando tenemos una contradicción, cabe preguntarse sobre que suelo se levanta, qué es aquello dado previamente como común en donde los dos polos se confrontan, dialogan, se destruyen, se integran:

“Para reconocer qué es algo lo contraponemos a lo que  no es. Pero eso que reconocemos que no es por contraposición a lo que es, es todavía un ser en contraposición. La verdadera nada debe comprender en sí  el ser y el no ser de dicha contraposición; debe ser el lugar donde ser y no ser  se constituyan. La nada que se contrapone el ser negándolo no es una nada verdadera. La verdadera nada debe ser lo que constituye el trasfondo del ser”. (Nishida, La lógica del lugar 677)

Y es esta vacuidad la que crea el espacio para la libertad, nos abre hacia un horizonte que está más allá de las dualidades, de la oposición sujeto y objeto, individuo y sociedad, prescripción y práctica, justicia y derecho. Una libertad pro-yectada hacia esa vacuidad y desde esa vacuidad, que pone un signo de interrogación sobre la realidad y la insolencia del presente:

“Solo se puede ver lo que es libre en el lugar de la nada verdadera. En el lugar del ser determinado solo podemos ver lo que actúa. En el lugar de la nada oposicional, se pueden ver los actos de la consciencia, mientras que en el lugar de la ´nada absoluta´, se puede ver la voluntad verdaderamente libre”. (Nishida, La lógica del lugar 682)

Y nos permite comprende que “Lo que denominamos “presente” no es sino la sombra del presente reflejada en el presente”. (Nishida, La lógica del lugar 682)

La reflexión de Nishida se continúa a través de precisar qué se entiende por lugar y de qué manera este se comporta de manera como un quiasma. Su punto de partida se encuentra en la noción de lugar -khora-, tomada del Timeo de Platón-

Para Platón, las ideas y sus copias deben estar en un lugar, en donde las ideas se forman y se inscriben produciendo el cosmos; de tal manera que este lugar no es un mero espacio o sitio, sino que es una matriz generadora. Un lugar que es el mismo indefinido, que no es ni idea ni copia, sino un tercer lugar en donde sucede el paso de la una a la otra, como un receptáculo que no es ni inteligible ni sensible, sino el lugar en donde estos se vinculan. (Krummel)

Ciertamente un lugar muy especial porque es “el sitio de la generación y de la destrucción” (Krummel, 2015, pág. 203) y es por este motivo por el que Nishida puede utilizarlo para su propia noción de nada, entendida como “basho”, como lugar, que “en su nivel más concreto elude cualquier descripción positiva, aunque en su “nada” -no-thingness- se abre a un espacio de cosas determinadas y diferenciadas de una a otra…”. (Krummel 203)

Pero este lugar de generación y destrucción se comporta de manera quiasmática, lo que implica una dialéctica; esto es, una concepción dialéctica que es quiasmática y khorológica y que permite que se mantenga en un nivel de “indeterminación que nunca puede ser reducida a cualquiera de los lados. Y es esta indeterminación lo que Nishida caracteriza como mujun…, “contradicción “o “paradoja”. (Krummel 192)

Y en este momento llegamos a la idea que es crucial para entender el nihilismo en un sentido no Occidental, más cercano al budismo Zen, y que postulo pueden aproximarse al nihilismo dialéctico o a su expresión contemporánea: nihilismo hacker.

Para Nishida, es imposible que los opuestos contradictorios se resuelven en un tercer término, sino que deben permanecer como tales sin resolverse: “La dialéctica de Nishida incluye el juego entre ser y no-ser, afirmación y negación, en otras palabras, las contradicciones lógicas, que desde una perspectiva trans-lógica pueden ser vistas como bicondicionales en donde cada uno implica y condiciona al otro, como el contradictorio que es”. (Krummel 192)

En este sentido escapa completamente al nihilismo Occidental, como el de Nietzsche e impide cualquier resolución metafísica en un tercer término que supere aquello que se está negando: “…este incluye una dialéctica radical de auto-negación mutua… que clausura cualquier resolución sintética de los opuestos”. (Krummel 192)

Pero, Nishida va mucho más lejos aún, porque ataca de lleno cualquier tipo de sustancialización del lugar, de la nada: “Su afirmación se obtiene solo en la auto-negación que es, desustancialización, que clausura cualquier inter-obstrucción de otros”. (Krummel 192)

La nada absoluta se coloca un momento antes de la realidad, de las cosas, de los fenómenos, precisamente para producirlos en su negatividad y en su positividad, porque tiene la capacidad de ser “una nada fecunda, un potencial no definible que se despliega en sus actualizaciones”. Aquí se percibe con toda claridad la distancia que le separa de la dialéctica hegeliana. (Krummel 192) (Y que, por cierto, es enteramente compatible con la imagen del mundo que arroja la física cuántica, en donde la realidad se origina del vacío que produce incesantemente partículas virtuales que vuelven a caer en la nada (Close)).

Aquí entra en juego el aspecto de quiasma de esta dialéctica, en la medida en que los elementos contradictorios que se desprenden de la nada, como el ser y la nada (derivada), la afirmación y la negación, se cruzan entre ellos, de tal manera que se juntan con el otro “y condicionan al otro”, que se convierte en “una superficie de manifestación o de expresión de una lógicamente irreductible plétora de multiplicidades en interacciones quiasmáticas”. (Krummel 193)

Para Nishida, esta dialéctica quiasmática conduce a una “inter-determinación entre el individuo y entorno, de las determinaciones universales de lo individual y su determinación reversa… por el individuo, y la correspondencia inversa… entre absoluto y finitud…”. (Krummel 194)

Esta concepción del nihilismo, con sus componentes de lugar y quiasma, de un lugar-quiasmático, permite profundizar la dialéctica del doble vínculo, en cuanto este se comporta siguiendo esta dialéctica. El doble vínculo se convierte en un lugar en donde una multiplicidad de contradicciones se genera, sin poder escapar hacia el exterior, interrelacionándose, integrándose, deshaciéndose, destruyéndose, solo para volver a generarse. Una nada que se coloca en el inicio de todo, desde el cual la realidad misma se desprende.

lunes, 7 de mayo de 2018

SENSIBLE A LA FORMA. 2. GLISSANT LEYENDO A FAULKNER.

La sensibilidad a la forma, que se ha generalizado a partir de la “sensibilidad retórica” propuesta por Spivak, encuentra un segundo ejemplo realmente ilustrador en la lectura que hace Glissant de Faulkner. (Spivak, 2017) (Glissant, 2002)

Y lo es porque Glissant va a contracorriente, se mete con Faulkner cuya lectura por parte de los intelectuales negros se esquivaba; pero, para lograr esta nueva mirada, tiene que cambiar muchas cosas radicalmente; además insiste en que solo de este modo la obra de Faulkner “no se verá concluido hasta que la lectura se haga “efectiva” mediante la revisitación general de los negros americanos, como ya ha empezado a suceder…”. (Glissant, 2002, pág. 61)

Y esta lectura no se origina en el hecho de que Faulkner está inmerso en ese sur negro y cuya presencia era inevitable: “Y esta conclusión mediante una lectura radicalmente “otra” no viene motivada por el hecho de que sus novelas estén plagadas de negros”. (Spivak, 2017) (Glissant, 2002)  Los negros están siempre presentes en sus novelas, sin embargo, las obras no tratan acerca de ellos, no son tematizados, están allí de otra manera:

“Faulkner no podía hacer otra cosa que incluir a los negros entre la multitud de personas que habitaban el territorio de sus novelas. Pero los asignó una función tan específica y singular que será necesario que pase por la criba de su crítica participativa antes de ser reconocida como referencia de una poética de lo real”. (Glissant, 2002, pág. 62)

Los negros quedan excluidos de las historias que se cuentan; aparecen como figuras a veces fantasmales ubicadas como telón de fondo de las peripecias de las familias blancas, de sus tragedias, de la imposibilidad de su futuro, de la profunda decadencia en la que se encuentran sumergidos: “…en ningún momento entramos en el drama de su condición, de su difícil acceso a una forma de identidad consoladora, de su lucha con una historia que podrían al fin construir”. (Glissant, 2002, pág. 63)

Como los  negros “no hacen la Historia”, se quedan paralizados en el tiempo: “La descripción de los Negros solo puede ser inmóvil. En la obra los únicos que no han cambiado son los Negros” y existen en el espacio de la “permanencia”. (Glissant, 2002, pág. 64) Es, por ejemplo, la historia del “extrañamiento doloroso y sagrado del coro de campesinos elegidos” de los Bundren en Mientras Agonizo. La tragedia le pertenece por entero a los blancos. (Glissant, 2002, pág. 64)

¿Cómo pueden, entonces, los negros leer a Faulkner?, ¿de qué manera sus obras nos sirven para imaginar a ese otro que se nos escapa, más aún si explícitamente están excluidos y apenas hay referencias marginales a su modo de existencia?, ¿si se los deja fuera de la historias y de la Historia, qué papel juegan en la obra de Faulkner?

Más aún, sus personajes  son brutalmente racistas: ”Faulkner no retrocede ante ninguna crueldad en la precisión del dibujo. Sorprende constatar cómo algunas personas que pueblan el condado rezuman un racismo animal, que Faulkner sugiere de pasada, sin ningún discurso de presentación y sin que podamos decir si lo reprueba o condena, lo acepta o lo aplaude”. (Glissant, 2002, pág. 70)

Nuevamente se interroga Glissant ante la posibilidad de leer, como negro, a Faulkner, en hacer ese otro tipo de lectura radicalmente opuesta a la que normalmente se acostumbra e ir más allá del contenido inmediato, de las historias de blancos, para acceder al lugar que ocupan los negros en sus obras, que se encuentran incluidos en cuanto excluidos.

¿Cómo interpretar el lugar de los negros en la obra de Faulkner sin reducirlo simplemente a un gesto racista que cuenta historias de blancos sin tomar en cuenta a los negros en el sur de los Estados Unidos? Y es aquí en donde Glissant propone su modo de leer a Faulkner, su hipótesis básica:

“Antes de pensar que para Faulkner el relato y el desvelamiento solo conciernen a los Blancos (a los que actúan, poseen, hacen la guerra, explotan, deciden) y que, en consecuencia, los dos últimos modos (relato subjetivo y monólogo interior), que son lugares de interiorización, de profundización, de angustia y vértigo de conciencia, han de serles entregados en exclusiva, prefiero creer que en esa elección metodológica se hallan la lucidez y la honestidad (una generosidad, en suma, tanto natural como sistemática, es decir de orden estético) de quien sabe que, de quien admite, en efecto, no entenderá nunca a los Negros ni a los Indios y que sería odioso (y ridículo a sus ojos) colocarles un narrador todopoderoso e intentar penetrar en esas conciencias para él impenetrables”. (Glissant, 2002, pág. 72)

En esta larga cita hay dos momentos claramente definidos; una primera parte, en donde queda claro que la historia la hacen los blancos y que esta es la que está en el centro de la narración; allí Faulkner con toda su inmensa maestría nos muestra el interior de estos seres desesperanzados, sin futuro, para los cuales la vida tiene poco sentido, allí vemos la “angustia y vértigo de conciencia”, con toda la crudeza, sin idealización alguna.

Y una segunda parte, en donde la exclusión de los negros no se atribuye exclusivamente a una actitud racista, sino que tiene que ver con la convicción de allí hay otro al que no se tiene acceso, respecto del cual es imposible decir o narrar, o colocarse en el plano del “narrador todopoderoso”, cosa que si sucede con los blancos.

Por lo tanto, hay de una parte la brutal narración de los blancos del sur y por otra, el silencio absoluto sobre los negros, sobre los cuales no se intenta algún procedimiento retórico, alguna estrategia literaria, sino que quedan no como “marionetas del autor: son masas de sombras desconcertantes cuyos contornos, esas aristas imprevistas que se mueven con ellos, expresan más que un grito”. (Glissant, 2002, pág. 73)

Faulkner renuncia a comprender a los negros, a lo mucho aparecen en algunos discursos de los blancos, en donde la ética de los negros se convierte en cuestionamiento de su forma de vida y que se reconozca marginalmente que ese negro, como todos ellos, “tuvo paciencia aunque ya no tuviera esperanza, capacidad para ver lejos aunque no se viese nada al fondo…”. (Glissant, 2002, pág. 72)
Utilizando los términos de Spivak, diríamos que el doble vínculo faulkneriano se hace presente en toda su magnitud: “El genio faulkneriano, ocupado en diferir mientras revela lo que golpea y atormenta las conciencias de los personajes blancos del condado, elige instintivamente construir los personajes negros como conciencias opacas, impenetrables y a la vez significantes”. (Glissant, 2002, pág. 74) (Spivak, 2017)

Conciencias a las que no tenemos acceso, que seguramente se alejan de los tormentos que sufren las conciencias blancas, pero que no dejan de ser significativas. El procedimiento de Glissant que difiere, que coloca al margen, que posterga, el encuentro con los negros, dice que allí hay otros seres humanos, respecto de los cuales nada se puede decir, porque son inalcanzables y, al mismo tiempo –y esto es crucial-, se les coloca en ese estatus, como el trasfondo respecto del cual todo tiene sentido.
Glissant se pregunta acerca de qué está hablando Faulkner, cuál es su verdadera temática, qué se transparente más allá de las historias de los blancos y de sus actitudes racistas. Faulkner estaría yendo más allá, más al fondo, si se quiere a otro plano, en donde “está hablando aquí de algo distinto de la raza, a pesar de la importancia decisiva de semejante tema en un condado del sur: básicamente habla de lo extraño e imposible de la conexión, que poéticamente llamaremos Relación entre esas gentes, Blancos, Negros, Indios, apresados en la trampa de ese sistema…” (Glissant, 2002, pág. 77)

Sin embargo, es preciso dar un paso más e interrogar a ese diferimiento, a esa postergación, a ese silencio de los negros en la obra de Faulkner, porque su significación aún tiene mucho que decir. Estos negros incluidos en cuanto excluidos en su literatura, tal como sucede en la relación entre justicia y derecho según Derrida, permiten que la significación profunda de la obra se forme, se haga contenido, que exprese la manera precisa en que el racismo aparece en Faulkner, como la imposibilidad de la poética de la Relación.  (Derrida, 1995) (Glissant É. , 1997)

La elección retórica del relato subjetivo y el monólogo interior la hace Faulkner no tanto como un mero recurso literario como tantos otros, sino porque la conciencia del Blanco queda atravesada por esa otra conciencia que la constituye como su horizonte sentido, aunque negada e invisible.
En Mientras Agonizo, uno de los personajes, Darl, en uno de los innumerables monólogos interiores que atraviesa la obra, muestra esa subjetividad brutal, de esos sectores sociales en plena descomposición, arruinados, desesperanzados, que penetran en lo más profundo del otro sin dejar nada a salvo, en su tragedia cotidiana, en su banalidad tremenda:

“Cash y yo vamos sentados en el carro; Jewel, a caballo, junto a la rueda trasera de la derecha. El caballo está inquieto, y su ojo, de color azul celeste, gira fieramente en su larga cabeza rosada; su aliento es estertórico, como un ronquido. Jewel cabalga erguido, con tranquilo continente, mirando con sosiego y energía, y con viveza, el camino y lo demás; con la cara tranquila, un tanto pálida y alerta. La cara de Cash también está llena de gravedad; él y yo nos miramos el uno al otro con miradas inquisitivas, miradas que se hunden sin empacho en los ojos del otro, y que penetran en el interior del último lugar secreto, en el que, por un instante, Cash y Darl se agazapan, se encogen, se acuchillan, dentro del espanto ancestral, dentro de los ancestrales agüeros, completamente consternados, en alerta actitud, escondidos, sin pudor. Cuando hablamos, nuestras voces son tranquilas desarraigadas”. (Faulkner, 1984, pág. 50)

Subjetividades que se deshacen, que apenas si logran mantenerse lúcidas para sobrevivir, porque estos personajes no viven sino sobreviven y que terminan por meterse en la tierra misma, en el paisaje, en el mundo entero que les rodea, que adquiere esa tonalidad opaca, sucia, como si la desesperación se hubiera convertido en parte de la naturaleza:

“Ante nosotros corre la espesa y negra corriente; hasta nosotros sube su murmullo incesante y múltiple; su amarilla superficie se hincha monstruosamente con fugaces remolinos que corretean por ella, por un instante, silentes, efímeros y profundamente significativos, como si, bajo la superficie, se despertara algo enorme y viviente, durante un momento de vigilia perezosa, para caer de nuevo en un ligero adormecimiento. La corriente cloquea y murmura entre los radios de las ruedas y en las patas de las mulas: amarilla, sembrada de pecios, y con múltiples y sucias gotas de espuma, como si dudase, como se cubre de espuma un caballo que suda. Y corre entre la maraña con un sonido quejumbroso y cogitabundo; las sueltas cañas y los renuevos se inclinan sobre ella como humillados por un ventarrón y se ladean, sin volverse hacia atrás, igual que si estuvieran suspendidos de unos cables invisibles que bajasen del alto ramaje. Y sobre su incesante superficie se ven –los árboles, las cañas, los renuevos– desarraigados, arrancados de la tierra, espectrales, sobre un cuadro de desolación inmensa, aunque limitada, resonante de la henchida voz del agua, devastadora y lúgubre”. (Faulkner, 1984, pág. 49)

Pero, las experiencias devastadoras de estas subjetividades blancas no proviene solo y principalmente de su modo de vida, de los efectos del sistema, sino que se originan en ese otro al que no se tiene alcance, aquel que habita en la imposibilidad de ser comprendido. Es el largo ejercicio de la esclavitud lo que termina por arruinar estas conciencias:

“En cada uno de los cuatro textos y sin que Faulkner tenga que decirlo expresamente, vemos cómo los efectos de la esclavitud y sus secuelas actúan ciegamente, cómo determinan la soledad, la angustia, la condenación y los prejuicios de los antiguos amos”. (Glissant, 2002, pág. 97)

Así que aquí llevados de la mano por la estructura retórica del monólogo interior y el relato subjetivo, que se repiten una y otra vez a lo largo de sus obras, y que encuentran en Mientras Agonizo su ejemplo perfecto, vemos aparecer otro Faulkner y otra lectura que, finalmente, nos muestra de qué realmente se trata.

Una buena indicación de que estos son los aspectos centrales de la obra de Faulkner, a los que solo se puede acceder desde una lectura sensible a la forma, podemos verla en la película Mientras Agonizo, que es exactamente lo opuesto, porque James Franco no logra trasladar al lenguaje cinematográfico sino la historia lineal, la superficie, ciertamente en toda su crudeza, pero ha perdido lo fundamental: la experiencia de la esclavitud, que se transparenta en esos monólogos interiores de esas subjetividades sin esperanza alguna. (Franco, 2013)

Con una extraña “ternura y compasión” este hombre negro, Glissant, nos presenta la imagen final que tiene de este hombre blanco, Faulkner: “La crueldad “objetiva” de Faulkner…es el signo más evidente de que está furioso, él, Faulkner, por tener que acompañarlos de forma ineluctable por el sendero de la maldición, y al mismo tiempo es señal de que les ha reservado, definitivamente, toda la ternura y compasión de que dispone (que hay en él) y que no piensa volver sobre ello”. (Glissant, 2002, pág. 100)


Derrida, J. (1995). Dar (el) tiempo. 1. La moneda falsa. Barcelona: Paidós.
Faulkner, W. (1984). Mientras Agonizo. Barcelona: Seix Barral .
Franco, J. (Dirección). (2013). As I Lay Dying [Película].
Glissant, É. (1997). Poetics of Relation. Michigan: University of Michigan Press.
Glissant, E. (2002). Faulkner, Mississippi. México: FCE.
Spivak, G. (2017). Una educación estética en la era de la globalización . México: Siglo XXI.


sábado, 5 de mayo de 2018

SENSIBLE A LA FORMA. UNA APROXIMACIÓN A LITERATURA DESDE LA TEORÍA GENERAL DE LA FORMA.


Acercarse a la comprensión de la obra literaria desde la teoría general de la forma asoma como una tarea ardua, especialmente por la larga confrontación entre los enfoques historicistas o sociológicos, centrados en el contenido frente a las perspectivas formales, que parecerían desdeñar el contenido.
Entonces, se trata de encontrar un punto de vista que empezando en la forma pueda mostrar con suficiencia la dinámica del contenido, rompiendo su contraposición, aunque manteniendo su diferencia.

Partamos de dos postulados que se muestran como indispensables en este camino: la literatura –y el arte- son ante todo forma; de no ser así, se disolverían en cualquier otra cosa: documento sociológico, antropológico, político, etc., perdiendo así su especificidad; pero, con igual fuerza, resaltar que la forma literaria –como cualquier otra- es ella misma un producto histórico.

¿Cómo mostrar esta confluencia, que también es doble vínculo, entre estos dos momentos histórico-sociales: el contenido de la obra y su forma? Dos historicidades generadas con una relativa asimetría, con ritmos y momentos diferentes, con sus propias lógicas, procesos, estructuras, dinámicas, pero igualmente esenciales al hecho literario que, se tiene que insistir, se coloca del lado de la forma.

Por esto, en las palabras de Spivak, se requiere de una mirada hacia la literatura que tenga una “sensibilidad retórica”, que amplío para convertirla en una sensibilidad a la forma; sin esto, el hecho literario tenderá a desaparecer devorado por cualquier otro fenómeno que, seguramente, tiene su propia importancia: “De hecho, para “dar cuenta, desde una teoría materialista de cómo surgen las ideas sociales”, es posible movilizar los recursos de una lectura retóricamente sensible de la literatura”. (Spivak, 2017, pág. 393)

Esto implica no solo mirar a los aspectos formales de una obra o reducir la obra a aspectos técnicos retóricos, lingüísticos, sino sacar a la luz otro contenido y muchas veces otro tratamiento del contenido, que es el contenido de la forma. Y desde aquí indagar la relación entre estos dos planos del contenido: el contenido como tal y el contenido de la forma.  

Spivak lee Lucy de Jamaica Kincaid con esta sensibilidad para la retórica, con esta apertura hacia la forma literaria, que se opone a una simple lectura contenidista: “Leo Lucy, prestándolo atención en tanto acontecimiento paratáctico que se resiste a la “lectura preferida”, la lectura en blanco y negro, la lectura del relato como predicamento de la situación del migrante en términos de raza-clase-género”. (Spivak, 2017, pág. 393)

No se trata de negar que Lucy tiene este contenido, sino de acudir al elemento retórico paratáctico, que será el único que permita acceder a la manera específica y singular de tratamiento de estos temas en Kincaid, que la hacen esta obra y no cualquier otra, esta obra literaria y no un mero documento socio-político.

Más aún, únicamente se puede acceder al componente ético que cuestiona el sistema como tal: “Termino insistiendo en restaurar las prácticas de la lectura retórica porque creo, de una manera irracional, utópica, impráctica, que tal lectura puede constituir un motor ético que socava el campo ideológico”. (Spivak, 2017, pág. 394)

Significa que la adopción de una lectura sensible a la forma no es una elección que complemente la lectura del contenido, sino que, en caso de no darse, el significado más propio de la obra se nos escaparía, aquel que es transportado por la forma, que se convierte en el contenido de la forma.

Y en línea de Spivak es crucial, porque de este modo nos podemos imaginar a ese otro imposible en cuanto otro, nos podemos figurar al otro cerrando la brecha –nunca del todo- que nos separa de él: “Por ello, la situación ética sólo puede ser figurada en la experiencia ética de lo imposible. Y la literatura, como un juego de figuras nos puede dar acceso imaginario a la experiencia”. (Spivak, 2017, pág. 394)

La sensibilidad a la forma abre el acceso a ese otro plano, aquel que pone la tarea fundamental de la literatura, que es su contribución a que podamos imaginar al otro en cuanto otro, que habitemos esa imposibilidad, aproximándonos a la “experiencia el otro”, aunque sea de manera imaginaria, esto es, literaria.

Porque lo que define el campo de la literario es el lenguaje, “el fenómeno de que lo que sucede en la literatura como literatura es la peculiaridad de su lenguaje”, que transporte su propio contenido, que redefine el contenido explícito que se nos presenta en la superficie del texto y que desplaza la literatura para que pueda encontrarse con otra epistemología o, si se quiere, con la epistemología del otro. (Spivak, 2017, pág. 396)

Y la singularidad lingüística que atraviesa la obra de Kincaid es la parataxis, como estrategia de yuxtaposición, que impide que Lucy sea leída “únicamente por su tema –un relato sobre una institutriz migrante y, por lo tanto, una instancia de algunas ideas heredadas de la hibridez y la diáspora”. (Spivak, 2017, pág. 396)

No se trata de oponer dos contenidos, sino de indagar en cómo la parataxis redefine el contenido explícito de la obra, lo conduce a otra interpretación, desplazando su significado hacia otra esfera; por esto, la propia parataxis se vuelve contenido. Así, se descubre “el poder del lenguaje de retener su propio poder de establecer conexiones” que, de otro modo, desaparecerían o quedarán subsumidas en el “argumento de la obra”. (Spivak, 2017, pág. 397)

La parataxis no es simplemente un recurso retórico que Kincaid decide utilizar, como habría podido hacerlo con cualquier otro; no se trata de un recurso artificial que podría ser reemplazado por otro, sino que se “convierte en la descripción formal, una homología de lo que describe el lenguaje”. (Spivak, 2017, pág. 397) La parataxis se vuelve contenido; o mejor, el contenido, la historia una migrante, se cuenta de manera paratáctica y esto la transforma radicalmente.

Desde la perspectiva lingüística los “fragmentos de la narrativa se interrelacionan para formar una cadena de significados que se asemeja a una oración desplegada como un mapa físico. En esta novela, las oraciones y, al parecer, la narrativa, son arregladas paratácticamente”. (Spivak, 2017, pág. 397)

La parataxis cambia la manera en que Lucy experimenta el mundo, porque en vez de vivir las cosas enteramente conectadas, en sus secuencias causales, existe sin darse del todo, sin poder entrar en real contacto con las otras personas, con sus experiencias: “En la siguiente sección pasamos a otras partes del cuerpo. Si rastreamos la prosa conforme va sucediendo, es como si el sujeto fuera incapaz de entras a personas completas”. (Spivak, 2017, pág. 399)

La misma memoria de Lucy sucede paratácticamente: “Las manos de Paul, moviéndose dentro de la pecera, también se veían extrañas; la carne parecería haberse convertido en huso, como si hubiera sido introducida en una solución que le había disuelto toda la vida. Entonces recordé lo siguiente”. (Spivak, 2017, pág. 399)

La elección retórica de la parataxis desplaza la temática de la migración mirada desde la perspectiva de raza, clase y género, porque Lucy –y con ella Kincaid- se colocan frente a la diáspora: “Para ella, “diáspora” o “migración” son una manera de usar la parataxis, una instancia para romper una conexión como una solución –en lugar de fuente- de un problema”. (Spivak, 2017, pág. 403)
La conclusión de Spivak resume lo que ha producido la parataxis como contenido en la trama de la novela: “Pero reducir la novela a tan sólo la trama secundaria de raza y clase es pasar por alto que el sujeto aquí descarta toda museificación de las culturas de origen, y además el poder desplazador de la parataxis”. (Spivak, 2017, pág. 493)

Se introduce, de esta manera, el doble vínculo de la migración, en donde se falla en establecer la conexión con la metrópoli –“fracaso de la conexión”- y, al mismo tiempo – “doble vínculo poscolonial”- no tiene otra alternativa que negociar estas “alianzas en la nueva metrópolis”. Solo que “el texto de Kincaid lleva a cabo, como literatura”. (Spivak, 2017, pág. 406)

Porque la literatura tiene su “esencia” en la “singularidad del lenguaje es lo único que sucede y persiste”; esto es, pertenece por entero al campo de la forma, recordando que esta, es también “esencialmente” un producto histórico como cualquier otro; de tal manera, que se trata de comprender la resolución o irresolución de esos dos momentos históricos que entran a conformar cualquier obra literaria: el de la forma y el del contenido, en donde el contenido de la forma y su expresión –el conjunto de estrategias retóricas utilizadas- alteran, modifican, desplazan, anulan, redefinen, resignifican el significado del contenido colocado allí sobre la superficie del texto. (Spivak, 2017, pág. 409)

En la interpretación de un texto literario hay que “enaltecer la organización del texto, o mejor dicho, quizás, su “formalización”. Y en este caso, esta formalización transporta elementos que llevan a Lucy más allá de los temas del racismo, que postulan la posibilidad simplemente de escribir como una mujer, sin necesidad de estar marcada: “No se trata de ignorar la especificidad negra al afirmar una universalidad que trasciende la historia para el arte importante. Más bien se trata de cuestionar por qué la especificidad blanca queda sin marcarse como “blanca”, mientras que la especificidad negra no puede elegir serlo, quedarse sin marcar”. (Spivak, 2017, pág. 410)

Y este es el problema de fondo: desdeñar las cuestiones formales, ignorar la construcción paratáctica de Lucy, volvería invisible esta cuestión central que pone signos de interrogación sobre el tema del racismo y del género, ante el reclamo de Kincaid de narrar la historia de una mujer o, más aún, de un ser humano, porque ella también tiene derecho a “quedarse sin marcar”.

Un derecho fundamental que se saca a la luz: ¿acaso la mujer negra, migrante, viviendo en la metrópoli, no puede hablar simplemente como ser humano?, ¿está obligada necesariamente a referirse a ella misma como una mujer negra o puede elegir no hacerlo? Lucy expresa el “anhelo de una humanidad sin marcar y sin negar la especificidad negra; un acceso al estatus de los sujetos que pueden amar…” (Spivak, 2017, pág. 410)

La resistencia a ser marcada, tanto para Lucy como para Kincaid, se expresa en la retórica paratáctica, en la negación de ser marcada; quizás esto no sea posible en el mundo que vivimos, en la época de la globalización, pero justamente la literatura está allí para permitir que nos imaginemos un mundo: “La modernidad sin marcar es la enunciación sincrónica que conlleva un “estar-en-el-tiempo sin marcar”… Uno podría ser el sujeto del amar en lugar de, en el mejor de los casos, un objeto de benevolencia. En anhelo de Lucy indica lo que tal vez podría ser un libro imposible, pero tal vez no”. (Spivak, 2017, pág. 411)

Para Spivak no queda otra alternativa que “leer estos textos en la singularidad de su lenguajeo. De otra manera, a decir verdad, no me resulta de interés”. (Spivak, 2017, pág. 412) Así, en cada autor, cabría la pregunta desde la sensibilidad a la forma, sobre la retórica que usa – el plano de la expresión-, y aquella que esta significa, el contenido de la forma: la hipotaxis en Beloved de Tony Morrison, Hemingway “ferozmente paratáctico”, la hipotaxis de Faulkner. (Spivak, 2017, pág. 412)
Lo que quiere decir que en cada caso, como una singularidad, la obra literaria se deja penetrar por una forma, que se vuelve ella misma contenido y que establece, de modo específico para cada obra, unas relaciones, unas negaciones, unas oposiciones con el contenido, con el argumento, con lo que obra dice aparentemente. Una forma que narra por ella misma, que hace parte fundamental de la narración contenida en la obra.

De esto se trata una sensibilidad a la forma, una comprensión de la literatura como lenguaje y la conformación de un lenguaje en su singularidad irrepetible, que permite imaginar lo imposible, habitar la multiplicidad de dobles vínculos que nos impone el capitalismo tardío.

 

Spivak, G. (2017). Una educación estética en la era de la globalización . México: Siglo XXI.