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jueves, 24 de mayo de 2018

NIHILISMO DIALÉCTICO. Segunda parte


1. 
El pensamiento dialéctico implica el nihilismo, como uno de los aspectos de los cuales no puede prescindir y que le es inherente. La palabra nihilismo resuena en nuestros oídos de muchas maneras, trae consigo muchas cargas semánticas y debates de muchos siglos, que suelen tener una connotación negativa.

Por esto, es preciso delimitar con claridad a qué se refiere este nihilismo que emerge del pensamiento dialéctico, especialmente en aquellos aspectos que le diferencian de la tradición y, sobre todo, de las posiciones nietzschianas.

En primer lugar, hay que alejarse de los debates metafísicos en torno al nihilismo. No se trata del ser, que en su máxima abstracción sería igual a la nada; menos aún, un camino para superar el conjunto de la filosofía occidental.

El nihilismo dialéctico es histórico: los valores y las formas de vida correspondientes de las que la humanidad se ha dotado no han sido incapaces de resolver sus problemas cruciales; por ahora, ningún principio, sistema, afirmación, ideología, religión, ciencia o lo que fuere, ha demostrado que esté en capacidad de encontrar una vía de salida que detenga a la humanidad de su auto-destrucción. Por el contrario, cada idea que surge, cada teoría y práctica que se propone y se aplica, o bien conduce al efecto opuesto de lo que se propone o termina por ser marginal a los problemas planetarios. Y, como vemos a cada paso, no tardan en convertirse en ideologías que alimentan máquinas de matar, que reintroducen el fascismo en el mundo.

En segundo lugar, si bien comparte con el nihilismo la negación de la civilización judeo-cristiana, no convierte al nihilismo en un momento que es superado por otra cosa; por ejemplo, la voluntad de poder, por medio de la afirmación de otros valores distintos de los negados. Tampoco eleva el nihilismo a un estatuto que lo convierta a él mismo en una entidad metafísica, en un “valor negativo” igualmente fundamentalista.

Con todo lo importante que puedan ser esas posiciones, el nihilismo dialéctico está lejos de ser un momento necesario para evolucionar, crecer, mejorar o acceder a la verdad. No es un lugar de paso amargo y terrible, que luego nos arroja a una playa paradisíaca o, simplemente, al crudo ejercicio del poder sobre los demás, a la voluntad de poder.

El nihilismo dialéctico es un lugar en donde se permanece, en donde es preciso quedarse, que ahora carece de una puerta de salida que afirma otros valores como verdades  a creerse, a seguirse con algún tipo de fe. Y si uno se aleja provisionalmente de él, se tiene que volver.

Por esto, se considera que tiene la estructura del doble vínculo: adopción de unos valores por cuales se lucha en la sociedad y negación de estos para evitar que se conviertan en fundamentalismo, para mostrar su caducidad. Adoptar unos valores que tarde o temprano tienen que ser desechados, a los nos aproximamos con un “esencialismo estratégico”, pero que al final día, lo cuestionamos desde esa perspectiva nihilista.

Y esta actitud se torna indispensable porque vivimos en un mundo en donde cualquier idea, creencia, práctica, se transforma rápidamente en un principio o valor absoluto, que siempre va más lejos que lo que propone. Esto sucede incluso en aquellos casos en donde esos valores que se predican sean justos: democracia, ecología, paz, animalismo. Basta mencionar los crímenes monstruosos que se han dado a nombre de la democracia o de cualquier otra ideología.

No se trata de negar la validez de esas batallas, sino de tener frente a ellas una actitud nihilista, porque solo eso impedirá que se conviertan en feroces ideologías que terminen con todos los demás. Más aún, si alguno de esos grupos accediera al poder, lo más probable es que terminaran en feroces dictaduras.

Este nihilismo dialéctico muestra las limitaciones esenciales, estructurales, de cualquier valor, en una doble dimensión: las que provienen de fuera, en la medida en que ningún está en la capacidad de representar al conjunto de la humanidad, en la gigantesca diversidad de sus manifestaciones, reivindicaciones, desafíos. La defensa del valor, insisto por más justo que pretenda ser, deja fuera otros valores igualmente justos.

Las limitaciones que se le son inherentes y que terminan por manifestarse desde su mismo inicio; como señala Fredric Jameson, no solo existe aquello que se opone, que se confronta, que contradice un fenómeno, como parte del momento negativo de la dialéctica, sino que existe esa otra negatividad al interior de cualquier realidad o valor, que proviene de dentro, que le es constitutiva y que le llevará a su destrucción. (Jameson)

Nihilismo dialéctico que, además, se extiende al orden planetario, que cuestiona las formas de vida no solo de Occidente sino de Oriente, del norte y del sur, de los movimientos emancipatorios sea cuales fueran estos. Insisto en que no trata de renunciar a las luchas liberadoras contra toda forma de poder, sino de sacar a la luz lo intrínsecamente negativo que contienen y que una vez llegado al poder, han tomado la conducción del proceso, convirtiéndose en lo opuesto.

Esta es una posición histórica, antes que una posición absoluta sobre la condición humana. Hasta ahora ningún valor llevado a la práctica ha logrado resolver los problemas de la humanidad; por el contrario, se han demostrado como máquinas de matar.

La perspectiva dialéctica transparenta en el nihilismo su doble negatividad: de una parte, aquella que le es externa y de otra, la que le es inherente. Todo fenómeno tiene frente a si unas condiciones exteriores que atentan contra su existencia, contra su desarrollo.

En esta exterioridad se pueden distinguir dos modos: aquella que proviene de otro fenómeno sin una relación directa con la realidad en cuestión; y aquella que se origina en el propio fenómeno, que lo excreta y lo coloca allí afuera, como su opuesto, como su contradicción. El trabajo de lo dialéctico en el nihilismo se lanza al develamiento de esa otra negatividad inherente, interior, al fenómeno que, tarde o temprano, terminará por destruirlo, independientemente de las acciones que realice o deje de realizar la contradicción externa. (Jameson) (Žižek, Contragolpe absoluto) (Žižek, Less than nothing. Hegel and the shadow of dialectic materialism)

De este núcleo provienen las limitaciones de las formas de vida, de su destino que les conduce a la caducidad, a la imposibilidad de convertirse en principios generales que resuelvan los problemas de la humanidad.

Esta segunda negatividad que el pensamiento dialéctico muestra, no es el momento negativo de una positividad que regresa superada y realizada en un tercer momento, en una suerte de la negación de la negación, que arroja una positividad inédita que habría resuelto las contradicciones de los momentos anteriores. Esa negación no conduce a una solución, sino a la destrucción, a la descomposición, a la barbarie.

Ninguna realidad puede escapar a este principio de auto-destrucción que lleva dentro, que lo conforma y lo constituye, del cual ni siquiera alcanza a prescindir. El nihilismo dialéctico tiene como tarea explicitar, respecto de todas las formas de vida, sus valores y sus creencias, este principio destructivo que habita en el núcleo de lo existente.

Una vez sacada a la luz este grado cero de la negatividad hay que enfrentarlo. Caben diversas posibilidades que tienen que ser resueltas de acuerdo a las situaciones concretas; sin embargo, algunos cursos de acción se podrían seguir: 

Insistir en esa negatividad inherente y llevarla hasta las últimas consecuencias a fin de hacerla estallar por medio de sus destitución; conducir hasta su cumplimiento pleno para que quede exhausta y desaparezca; este puede ser el caso, por ejemplo, de la relación a establecerse con el arte posmoderno y con otros cánones en Occidente. Llevar las tendencias artísticas canónicas o de moda hasta su cumplimiento; allí se podrá ver que no dan más de sí, que hora de desecharlas. Aquí podrían jugar un papel importante la parodia o el pastiche. (Schurmann)

Luchar contra esas negatividades auto-destructivas para evitar que contaminen a todo el resto de la sociedad, para deconstruirlas adecuadamente exteriorizando los principios de su funcionamiento o las consecuencias a las que llevaría en caso de completarse su movimiento. Por ejemplo, analizar cómo la teoría decolonial de los estudios culturales si alcanzara a ser poder en algún país, rápidamente adquiriría una dimensión distópica, dictatorial. Esto es, si se extrajeran los presupuestos políticos de la teoría decolonial – que contienen esa negatividad auto-destructiva- tendríamos una salvaje dictadura.

Máxima conciencia y control de las propias tendencias negativas inherentes a los discursos y prácticas que cada quien sostiene; tarde o temprano, las posiciones que se mantienen, terminarán por evidenciar la barbarie que les subyace. En algún momento habrá que estar en “desacuerdo con uno mismo”, probablemente en el momento en que los demás comienzan a estar de acuerdo con uno.

La forma de vida dialéctica, que se origina en el pensamiento caníbal, implica el paso por el otro para llegar a ser uno mismo; pero, no solo se trata de atravesar un territorio conflictivo para llegar a nuestra meta. Supone, ante todo, que nos convertimos en otros para ser nosotros mismos. Por ejemplo, el único modo de ser indígena ahora, como ellos lo han mostrado hasta la saciedad, es volverse plenamente modernos: entrar el mundo académico occidental y jugar con sus reglas, integrarse al mundo tecnológico, entre otros tantos aspectos. No fingen ser modernos, sino que son modernos. Y con esta transformación son plenamente indígenas, en su permanente proceso de etnogénesis. (Sánchez-Parga) (Viveiros de Castro, A inconstancia da alma selvagem) (Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales)

Para que este proceso sea posible, hay que preguntarse por esos modos de transformación que se dan cuando nos convertimos en otros, sin perder la posibilidad de llegar a ser nosotros mismos al final del camino. También puede suceder que una cultura se convierta en otra -voluntariamente o no- y se pierda completamente, lo que ha sucedido tantas veces. En el ejemplo, ¿cómo ser modernos sin dejar de ser indígenas? O, con más precisión, ¿de qué manera el volverse modernos permite la continuidad de la identidad indígena?

El nihilismo dialéctico trata de mostrar este movimiento de transformación en otro que, sin embargo, permite ser uno mismo. Subyacen aquí cuestiones ontológicas y metodológicas que tienen que sacarse a la luz.

Si dejamos que esas transformaciones que en la casi totalidad de los casos se nos imponen, actúen sin más, si las dejamos libradas a su propia dinámica, el mundo al que ingresamos destruirá el nuestro, esa otra cultura consumirá sin residuo al nuestro; por ejemplo, convirtiéndole en objeto multicultural de consumo masivo.

Dos secuencias se alcanzan a distinguir dentro de la transformación dialéctica: en primer lugar, nos convertimos en otros, nos volvemos occidentales y modernos, de mejor manera que ellos mismos, plenamente; asumimos la modernidad tardía como nuestra tarea: batallamos por la democracia, por los derechos humanos, contra el hambre, por la paz, contra la destrucción del planeta, más radicalmente que ellos mismos.

En segundo lugar -y este es el gesto nihilista-, sacamos las consecuencias prácticas y discursivas de la insuficiencia de ese modo de vida moderno tardío, de sus valores caducos, de la incapacidad de esta “civilización” para resolver los problemas cruciales que ella misma ha creado. Así, la democracia -sin ningún añadido-, aun las mejores, terminan en el autoritarismo; los elementos dictatoriales ya viven dentro de la propia democracia; incluso, como lo hemos visto en estas décadas, se produce un continuo entre esas democracias y los elementos fascistas. Luchamos por la democracia, pero no es suficiente, no nos dará las respuestas que necesitamos.

Este nihilismo dialéctico como acción política y representación del mundo, permitirá reconocer en la acción de las masas esas prefiguraciones de otra forma de vida que inventan, siempre provisional y precariamente, esas partículas efímeras que sacan de la nada y que vuelven a sumergirse en la nada; nos toca reflexionar sobre ellas, teorizarlas, encontrar los modos de su continuidad. Tenemos que guiarnos por esos destellos, que prontos son desplazados por otras “luces”: las grandes movilizaciones de masas de nuestro siglo que fueron “traicionadas” y que desembocaron en gobiernos autoritarios, dictaduras, guerras civiles.

Esta es una estrategia de doble vínculo, en la oscilamos entre la defensa de esos valores modernos y, al mismo tiempo, sabemos que tenemos que dejarla atrás, que reemplazarla por otra cosa. Mientras esto sucede, vamos de un extremo a otro, negociando las formas y los tiempos de nuestras prácticas y de nuestros discursos.

Sin embargo, otro gran tema tiene que ser tratado adecuadamente. Ese gesto nihilista, que niega una forma de vida junto con sus valores, ¿de qué manera es reemplazada? ¿Qué carácter tienen esos otros valores que se inventan o se proponen?

Y aquí la conciencia y la actitud nihilista no cesan de actuar. El nihilismo desde la perspectiva dialéctica no es algo de lo que se pueda salir o dejar atrás. No hay un momento dialéctico de superación, sino que implica una negatividad en la que es preciso quedarse, habitar en ella. Y esta no es una elección. Simplemente es el hecho histórico de vivir en la época del capitalismo tardío y de que la humanidad no ha encontrado una vía para salir de ella. En este sentido, el nihilismo dialéctico no es metafísico, una suerte de relación de la nada con el ser que se oculta.

De tal manera que un valor que reemplaza a otro -o que pretende hacerlo- tiene que ser sometido a esta misma máquina nihilista dialéctico: entramos en ese valor, luchamos por él, nos representamos el mundo a través de él; y, simultáneamente, mostramos el grado cero de la negación que exterioriza aquellos elementos que lo hacen auto-destructivo independientemente de los factores externos que se le opongan.

No hay una voluntad de poder que afirme “la vida” y que permita el reemplazo del hombre por el superhombre; sino una voluntad de poder que se ejerce siempre sobre otros. Aun afirmando la vida la voluntad de poder es, siempre, voluntad que exige la obediencia de otros, una máquina de opresión. No hay una exterioridad de esta máquina; no existe una situación ni una teoría que se coloque fuera de ella, no importa de dónde provenga, aunque lo haga desde sur, los movimientos antiglobalización o las epistemologías alternativas.

2.       Nihilismo y melancolía

En este oscuro momento de la historia, en donde no sabemos cómo serán las revoluciones futuras ni cuando vendrán, ¿qué sentido tiene la frase de Marx y Engels: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo? Ciertamente que el fantasma del comunismo ya no recorre ningún lugar del mundo; más bien, es el comunismo es el que se convertido en espectral. (Marx y Engels)

Ahora nos enfrentamos a la presencia brutal del fascismo que asciende y de nuevas corrientes socialdemócratas y populistas que han ocupado el lugar de la izquierda revolucionaria, a veces con el mismo nombre.

Marx y Engels ahora habitan en Comala, aunque Pedro Páramo no lo sepa. ¿Se habrá imaginado algo así Juan Rulfo? Sus muertos, como estos dos, pertenecen a aquellos que no descansan en paz, porque la historia sigue siendo contada por los vencedores y estos no han dejado de triunfar. (Rulfo) (Benjamin)

Y no descansarán en paz hasta que los vencidos logren decir su historia, a su manera, con sus palabras, con sus hechos.

“Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de la saponarias.
El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja."
-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.” (Rulfo 6)

Como en Comala, vivimos una época triste, quemados bajo el sol del capitalismo tardío, sin lugar para guarecernos, arrojados a la intemperie. Por eso, hemos sido convertidos a la nostalgia, al comunismo melancólico: “Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros”. (Rulfo 6)

Aquí en Comala, los comunistas melancólicos nos topamos en “Los Encuentros” y esperamos juntos sin saber qué esperamos: “Todo parecía estar como en espera de algo”. Entonces, estallamos en “un rencor vivo”, de la pura rabia contra el destino que nos ha tocado. (Rulfo 7)

¿Qué guardamos de Marx y de las revoluciones sino ese “retrato viejo, carcomido por los bordes”, al cual aún nos aferramos todavía? ¿Todavía? ¿Seguimos tras ese “pueblo solitario buscando a alguien que no existe”? (Rulfo 7)

Pero, esta nostalgia, esta melancolía de Marx -y de las revoluciones- esperando sin saber qué en el pueblo fantasmal de Comala, no es un llamado al desánimo, a la desesperación, al abandono de nuestras convicciones, sino el reconocimiento desnudo de los fracasos de los oprimidos, de los condenados de la tierra y, simultáneamente, la renovada fuerza que nos impulsa a seguir, partiendo de la memoria de los muertos, de aquello que debemos continuar y de lo que tenemos que dejar atrás.
Porque sabemos, por conocimiento y por experiencia, que el comunismo melancólico es como el agua que llena el cántaro y que tarde o temprano, la desbordará y la historia volverá a comenzar, tal como lo describe Juan Rulfo:

“En el hidrante las gotas caen una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua clara caer sobre el cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se desborda haciendo rodar el agua sobre un suelo mojado.” (Rulfo 16)

Una melancolía que proviene de una particular relación con el pasado y con el fracaso, con el mundo de los muertos, con aquellos que todavía no pueden descansar en paz, mientras la historia siga siendo contada por los vencedores y que ha formado parte de la tradición marxista: “Melancolía ha sido una dimensión escondida de la izquierda, aun cuando solo ha aparecido en la superficie al final del siglo XX, con el fracaso del comunismo”. (Traverso 158)

Sin embargo, esta melancolía de izquierda tiene poco que ver con los fenómenos psicopatológicos, relacionados con la pena, el duelo, el desánimo, la acedia: “Acedia significa tristeza, pena, desesperación, infelicidad y desolación; en sus formas más agudas corresponde a la impotencia, pasividad, torpor, pereza, pusilanimidad, y disgusto con la vida” (Traverso 160), a lo que añade el duelo y la resignación.

Nada de esto se encuentra en la melancolía de izquierda, porque no es un tema psicológico, sino un estado de ánimo colectivo, de los militantes de izquierda, de los grupos radicales y que surge al mirar atrás, al reconsiderar la historia, al reconsiderar los sucesos de los cuales provenimos, en una época en donde la memoria de esos sucesos revolucionarios fracasados se empieza a perder de la memoria colectiva.

Duelo y melancolía tienen que ver “con la pérdida (o la ausencia) del objeto amado o de un objeto querido que puede ser una persona o una categoría abstracta (un ideal, un país, la libertad o cosas así)…” (Traverso 174) ¿Qué es lo que ha perdido la izquierda revolucionaria? Y lo que ha fracasado son las revoluciones socialistas del siglo XX, que han terminado en el triunfo del capitalismo tardío y en los socialismos realmente inexistentes.

Entonces, ¿en qué consiste esta melancolía de izquierda que le separa de sus versiones psicopatológicas y de las conservadoras que paralizan a los colectivos y a los individuos? La melancolía de izquierda es la particular manera de enfrentar ese pasado de derrotas, en donde hasta la utopía se ha perdida borrada de la memoria.

Hay al menos dos maneras muy conocidas de reaccionar frente a las derrotas del pasado y que las vemos en nuestras sociedades y en la vida política día a día: una primera posición, que simplemente reniega de esa pasado y se suma al triunfo del capitalismo, del populismo o de cualquier otra corriente abandonando el campo de la lucha emancipadora: “…el rechazo del socialismo real inevitablemente llega a ser una desencantada aceptación del mercado capitalista y del neoliberalismo…”. (Traverso 177) Una segunda posición, que no acepta darle la espalda a la historia de las resistencias contra el capital, cae en el desánimo, abandona la lucha social, se refugia en la vida privada y sostiene que simplemente no hay alternativa; así se termina en el inmovilismo de una nostalgia paralizante.

La melancolía de izquierda es la relación con los fracasos de las revoluciones, que las reconoce como tales, que se niega a sumarse al capitalismo tardío y al neoliberalismo  y que rechaza la resignación, el inmovilismo, el derrotismo. Es la relación con la memoria, con las tradiciones, con las luchas, que la izquierda se niega a abandonar, aun sabiendo que serán necesarias grandes transformaciones en la comprensión de las revoluciones, en la perspectiva de diseñar nuevas estrategias inéditas, que nos arroja a la responsabilidad para con las batallas por la emancipación.

Entonces, es una melancolía que pertenece de lleno al nihilismo dialéctico, que se reconoce los fracasos como fracasos, sin falsos argumentos que lleven a pensar que los estos conducen deterministamente a triunfos, que vivimos en una época en donde hasta la memoria de las revoluciones se está perdiendo y que, por eso mismo, insiste en seguir reclamándose de esas tradiciones en una época en donde los vencedores no han dejado de triunfar:

“El secreto de este metabolismo de la derrota –melancolía pero sin desmotivación o desmovilización, exhausto pero no oscuro- yace precisamente en la fusión entre el sufrimiento de experiencia catastróficas (derrota, represión, humillación, persecución, exilio) y la persistencia de la utopía vivida como horizonte de expectativas y de una perspectiva histórica”. (Traverso 192)

6. Por qué y cómo ser nihilistas ahora.

Después de este recorrido parcial por el nihilismo, desde la perspectiva dialéctica, se pueden sintetizar sus principales hallazgos que nos permitan responder a la pregunta: ¿por qué y cómo ser nihilistas ahora?

6.1. El nihilismo dialéctico es una respuesta histórica, que hace un gesto inmanente y que evita cualquier postulado que lleve hacia una salida trascendente, más allá de este mundo, de esta realidad y se instala en lo que se denomina una “política profana”, en donde las respuestas no podrán encontrarse a menos que recurramos, en alguna medida, a Marx y a las mejores tradiciones revolucionarias. (Bensaid, Elogio de la política profana, 2009) (Bensaid, Le sourire du Spectre, 2000)
Movimiento inmanente que se niega a adoptar cualquier tipo de actitudes “colmadoras” del vacío y, por el contrario, se instala de lleno en este, que es el único lugar que está permitido habitar con total desapego. (Weil)

6.2. Un nihilismo que va en dirección opuesta a sus modelos occidentales, especialmente a aquellos que apelan a Nietzsche y que, en su base, niegan la posibilidad de que esos valores negados sean superados por positividades, que finalmente solo encubren otro modo de manifestar su voluntad de poder. (Sjöstedt-H.)

6.3. La nada ha sido desustancializada y se ha convertido en el lugar en donde todo se produce, se da y es allí en donde sucede la experiencia que, a su vez, es conformadora de sujetos y subjetividades. Los sujetos provienen de la experiencia que está antes y primero que ellos. (Nishida, La experiencia pura)

Una nada que permite replantear las viejas preguntas metafísicas y transformarlas. Diríamos ahora: ¿por qué existe nada?, ¿por qué existe un ser que proviene de la nada?, ¿por qué el ser finalmente vuelve a la nada? Y que altera la formulación hegeliana de la siguiente manera:

              Nada ------- ser ------- nada1…

Que dibuja un bucle infinito, que no cesa de repetirse indefinidamente.

Nihilismo khorológico – la vacuidad como lugar- que adopta la forma quiasmática, en donde los opuestos se entrecruzan sin resolverse, en un juego constante entre nada y ser, que impide cualquier síntesis superadora de esos opuestos en una suerte de positividad que los rebase. Y que desemboca en un habitar en ese lugar que es el doble vínculo, la doble prescripción.

6.3. Nihilismo dialéctico que recoge los aspectos señalados más arriba y que hace de la negación el eje sobre el cual gira el mundo entero. Una negación doble: aquella que proviene de las limitaciones, restricciones, oposiciones externas que todo fenómeno tiene; y otra que yace en el propio interior de todos los fenómenos y que, tarde o temprano, llevará a su destrucción, aun dejados a su sola dinámica.

Nihilismo dialéctico como doble vínculo y doble prescripción, en el cual hay que quedarse, mantenerse, sostenerse, habitar, en donde no hay un afuera al que escapar, a donde huir y respecto del cual tenemos que ser responsables de la batalla por resolver, siempre parcial y provisionalmente, la doble prescripción desde la perspectiva de las luchas por la emancipación y contra toda forma de opresión.

6.4. La melancolía de izquierda es el estado de ánimo que se corresponde con el nihilismo dialéctico. No se trata de psicopatología, de trastornos de los individuos, sometidos a la desesperación y al desánimo, sino del estado de ánimo colectivo, de segmentos de las masas, que estructuran de ese modo su memoria.

La melancolía de izquierda es esa actitud, más allá de los razonamientos y argumentos, que adoptamos ante la historia del fracaso de las revoluciones, que impide que nos sumemos al capitalismo tardío y al neoliberalismo dándole la espalda a la memoria de los oprimidos; y, que por otra parte, nos exige actuar, ser responsables de mantener la memoria y de encontrar caminos para encontrar la utopía y las revoluciones perdidas.


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