El Seminario 3. La psicosis, Ed. Paidós, Buenos
Aires, 2000, pp. 50-63
Lacan vuelve a la vieja palabra: locura como
sinónimo de psicosis; la comprensión y tratamiento de esta, será uno de sus
principales aportes. Y en este contexto, el lenguaje juega un papel
fundamental: “Los detengo aquí un instante para que sientan hasta qué punto son
necesarias las categorías de la teoría lingüística…”, especialmente significado
y significante, metáfora y metonimia. (51)
Y comienza preguntándose por la significación,
que no puede reducirse a la cosa que le sirve como referente. La significación
remite constantemente a “otra significación: “El sistema del lenguaje,
cualquiera que sea el punto en el que le tomen, jamás culmina en un índice directamente
dirigido hacia un punto en la realidad, la realidad toda está cubierta de la
red del lenguaje”. (51) Las palabras llevan a otras palabras y estas se
insertan en un campo de significaciones amplísimo.
El delirio sería esa maquinaría que lleva de
una significación a otra, sin descanso, y que encuentra significados ocultos
que no puede descifrar; porque, efectivamente, se refiere a la dificultad que
tiene una persona de decir, de alcanzar una determinada significación. Y como
no puede llegar a su destino, comienza a circular en torno a una multiplicidad
de significantes existentes o inventados como neologismos.
Por esto, cuando nos enfrentamos a la locura es
indispensable poner atención al discurso y analizar de qué manera se están
entrecruzando significados y significantes en el delirio. Se trata, por lo
tanto, de quedarse frente al paciente “en el registro mismo en que el fenómeno
aparece, vale decir en el de la palabra”, (56) Confrontar con la palabra los
problemas de la palabra, entender el discurso, no en cuanto sus significaciones
superficiales, sino en la medida que muestran la dificultad del encuentro entre
unos significados que no alcanzan a decirse y unos significantes que vagan
delirantes.
Hay que tomar en cuenta que, desde la
perspectiva del lenguaje, “Hablar es, ante todo, hablar a otros”, que es una
cuestión clave. (57) E implica que los otros me hablan, que hago hablar
a los otros, en donde, además, cabe que sea verdad o mentira lo que digo y lo
que dicen.
La aparición del Otro, que me habla, pero que
está allí, fuera de mí, que lo “reconozco” pero “no lo conozco”, que se me
escapa en su alteridad radical. Lacan denomina A a este Otro Absoluto. Y como
se dirá mucho más adelante, termino por hablarme a mí mismo con las palabras de
este Otro. La lengua es hablada por otros, que forman esa red en donde existo y
hablo.
De esta manera, se ha establecido una relación
entre el Otro, que me habla, y el otro, con minúscula, que soy yo, que se
supone que conozco lo que me pasa, de qué estoy hablando y lo que significa. La
comunicación entre Otro y otro puede fallar, abrirse un hueco que impida que
nos comuniquemos. El otro, que soy yo, hará todo lo posible para rellenar este
agujero, aun a precio de delirar. Quedan, entonces, las preguntas
fundamentales:
“ … en primer término, ¿el sujeto les habla?;
en segundo, ¿de qué habla?”. (63)
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