Teologías por todo lado.
La persistencia de la metafísica puede ver, con
un cierto asombro, en la proliferación de teologías que se desprenden
precisamente de aquellas filosofías que se presentaron a sí mismas como
aquellas que la superan de manera definitiva. Esas teologías encuentran, sin
mayor esfuerzo, el núcleo teológico de la posmodernidad y el
posestructuralismo; hasta se podría decir que no hay una sola corriente de la
filosofía continental que escape a este fenómeno.
Así podemos encontrar una teología posmoderna
con nombre propio; y junta a esta que es la corriente principal, una multiplicidad
de teologías con enfoques que se pueden elegir a gusto: teologías
deconstructivas, deleuzianas, seguidoras de Badiou; incluso propuestas que ya
incluyen un debate teológico en su interior, como es el caso de Derrida o
Jean-Luc Marion. Además, se deben incluir nuevas propuestas como la teología
radical y la ortodoxia radical. Un aire de familia neoplatónico les atraviesa a
todas.
A pesar de los esfuerzos manifiestos o
implícitos la onto-teología se ha filtrado en estos sistemas filosóficos. No se
trata de una casualidad o de una distorsión que los teólogos introducen en esos
pensamientos. Por el contrario, las teologías se desprenden orgánicamente de la
posmodernidad y del posestructuralismo; solo ha hecho falta sacar las
consecuencias de sus razonamientos, llevar hasta el final los argumentos,
develar las tensiones ocultas y mal resueltas.
Su pretensión de haber escapado de la
metafísica se viene abajo y, a través de la teología, se muestran cómo lo que
realmente son. Pero, no se debe considerar como algo negativo, sino que la
lectura como lo que son, metafísicas, aplicada a diversos campos sería mucho
más productiva.
La metafísica regresa porque es necesaria, ya
que tiene que ver con los entes, con el mundo como totalidad, con la producción
de igualdades y diferencias, el juego interminable de lo uno y lo múltiple, el entendimiento
de lo que consideramos la existencia y sus modos.
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