Parecería que deconstrucción y teología caminan en dirección opuesta. Por una parte, la deconstrucción batalla contra las grandes narraciones onto-teo-teleo-lógicas; por otra parte, la teología está asociada con la más grande las narraciones, aquella que se refiere a lo trascendente y se ubica de lleno en la perspectiva de la escatología.
Entonces, ¿de qué manera la posmodernidad
originó teologías que se sustentan en ella? ¿Hay algo en su núcleo que se abre
al hecho religioso? ¿Conduce inevitablemente la deconstrucción a la aparición
en su seno de una teología? ¿Se trata de una interpretación forzada de un
pensamiento que se ha presentado a sí mismo como secular?
Hay al menos tres elementos inherentes a la
deconstrucción que posibilitan de manera efectiva esa transición a la teología
y que la prolongan de manera coherente con sus principales planteamientos: la clausura
de la metafísica entendida como onto-teo-teleo-logía, la constitución del ser
humano en la falla y la pérdida, y la huella.
En el primer punto, daría la impresión de que
la clausura de la onto-teología está eliminando del todo cualquier apelación a
lo trascendente, quitando de manera definitiva la cuestión de dios del panorama
del pensamiento, eliminando por esto mismo la posibilidad de una teología. Sin
embargo, a pesar de lo paradójico que puede parecer, en vez de eliminar la
cuestión de dios crea una nueva perspectiva; esto es, el dios muerto vuelve a
entrar con más fuerza.
De la mano del neoplatonismo, como es el caso
sobre todo de Derrida, se produce el rechazo de la onto-teología, especialmente
por la exigencia de que el ser no sea confundido con ente alguno, ni siquiera
con el ente supremo, dios, que se transformaría en este caso en ser supremo. Pero,
es esto lo que permite que se formule una teodicea en la que dios escapa a la
esfera del ser y del no ser, y se convierte en lo inefable, en aquello acerca
de lo cual nada puede decirse, rehuyendo incluso a la teología negativa.
Afirmación de la trascendencia absoluta que no
significa el alejamiento de dios, sino que postula vínculos que provienen de la
palabra y de la experiencia; aquello que se pierde en el nivel conceptual se
recupera a través de la práctica, en donde tendrá un lugar privilegiado la
liturgia y la oración, como modos que escapan al registro opresor de la
escritura y a la cuestión del significado.
En segundo lugar, la insistencia de la
deconstrucción en la pérdida irreparable y en la falta que nada puede llenar,
que provienen de la finitud radical del ser humano quizás es el elemento que conecta
más directamente con la teología. Aunque la filosofía no puede postular la
existencia del pecado original, esta falla constitutiva, este olvido del ser
como diría Heidegger que le conduce a la inautenticidad, en realidad puede
tener una continuación orgánica con el pecado original.
En tercer lugar, desaparece la metafísica
entendida como onto-teología, que se expresa en las diferentes variantes de la
muerte de dios. ¿Qué queda después de la muerte de dios? La clausura de la
onto-teología deja paso a una huella que no es sino huella de huella, huella de
sí misma, que no remite a una entidad que las habría dejado y a la que
tendríamos que buscar.
Pero, es esta huella la que se convierte en la
teología posmoderna en la experiencia de dios. Se insiste en que no se trata de
encontrar las manifestaciones de dios en el mundo. Por el contrario, es el
lugar en donde experimentamos lo misterioso y amenazador -uncanny- que
nos aniquila y a lo que tenemos que hablarle. Se produce un deslizamiento desde
el hablar de dios, teología, hasta un hablar a dios; o mejor aún, dejar que ese
dios nos hable; nuevamente aparece aquí la oración que escapa al lenguaje entendido
como representación.
No se trata, con estos aspectos, de pronunciarse
sobre la validez o no tanto de la deconstrucción como de la teología
posmoderna, sino de mostrar su profunda articulación, en el sentido de que el
primero contiene los elementos que permiten el paso al segundo. Se muestra que,
a pesar suyo en muchos casos, la deconstrucción termina por ser una metafísica
en el sentido más estricto del término en la medida en que se la formula como
onto-teología.
Derrida, J.
(1971). De la gramatología (Primera ed.). México: Siglo XXI.
Derrida, J.
(1997). Cómo no hablar. Denegaciones. In J. Derrida, Cómo no hablar y
otros textos (pp. 13-58). Barcelona: Proyecto a.
Taylor, M. C. (1984). Erring: a
postmodern A/theology. Chicago: The University of Chicago Press.
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