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sábado, 16 de octubre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 10

 ¿Cómo hablar de metafísica?

¿Cómo hablar de metafísica? ¿Cómo hacerlo cuando la corriente principal se inclina hacia la disolución o superación de la esta? ¿Cómo enunciar el ser cuando ha sido colocado bajo la clausura de la onto-teo-teleo-logía? Somos llevados constantemente a navegar en las aporías que se manifiestan en el programa: ¿cómo no hablar del ser? Se llega rápidamente a la conclusión de que solo es posible algún tipo de vía negativa: no se puede decir nada del ser.

Sin embargo, las metafísicas pululan por todos lados, invaden los campos del saber desde la física hasta las ciencias sociales; incluso se muestran en su versión más distorsionada en las variantes esotéricas que prometen el acceso a una esfera superior que arrastraría a la consciencia hasta esas esferas inalcanzables de otra manera.

También cabe la cuestión de la pertinencia de una metafísica en medio de una realidad que exige de manera urgente respuestas inmediatas ante la magnitud de la crisis civilizatoria, ecológica, económica, sanitaria. ¿Será la metafísica solamente un saber abstracto que huye de la confrontación con el mundo? ¿Hacer metafísica se habría convertido en una forma de ideología?

Aquí se sostendrá, por el contrario, que los debates metafísicos se han vuelto indispensables, tanto para discutir la multiplicidad de enfoques como para efectivamente hablar del ser, aunque sea bajo la forma paradójica de decir nada o quizás decir la nada. Y esto solo es posible, si se quiere evitar un sinsentido, si esa nada que ha sido equiparada con el ser, o si se prefiere, que oculta el ser para evitar que se confunda con el ente, es una nada bien parlanchina, no puede dejar de hablar, aunque diga incoherencias.

Algo se puede decir del ser y lo que se alcance a decir será la metafísica. Desembocamos en una situación que tendrá enormes consecuencias, porque se está afirmando que algo puede decirse del ser y que, por lo tanto, está lejos de quedar excluido de la palabra, sin que quede reducido a un ente particular, aunque este adopte la forma o imagen de un dios. Algo podemos decir del ser sin caer en una teología ni positiva ni negativa.

Un giro antikantiano que vuelve la metafísica posible y necesaria, que no la excluye del campo del conocimiento, sino que funda todo posible conocimiento; y coloca la epistemología en el horizonte de la metafísica. Es el ser el que permite el acceso a la cosa en sí. Para esto hará falta deshacer el embrollo kantiano de la separación entre fenómeno y cosa en sí.

¿De qué manera predicar algo acerca del ser sin convertirlo en un ente más como cualquier otro y ni siquiera en una especie de ente especial, supremo o trascedente? He ahí la tarea, he aquí el desafío. Entonces, ¿cómo hablar del ser?, ¿de qué manera mostrar que la metafísica regresa siempre y no puede ser disuelta, clausurada, deconstruida? La metafísica está allí y se nos impone. O bien podemos negar su existencia y estará determinando lo que pensamos sin que nos demos cuenta; o bien la hacemos explícita y asumimos sus consecuencias.

Tenemos que romper el sello de clausura impuesto sobre lo onto-teo-teleo-lógico. La metafísica está ligada estrechamente con la ontología, el ser con los modos de ser; la teleología permite saber hacia dónde vamos, qué metas nos ponemos, qué metas tenemos que evitar, insistiendo en el carácter no teleológico del mundo; y, particularmente en el mundo en el que vivimos en donde la verdad tiende a desaparecer, hay que reafirmarse en la razón, tomando en cuenta que hará falta precisar de qué tipo de racionalidad estamos hablando.

Una metafísica que sustente a la ontología, teleología y logos; y que se sostenga a su vez en estos. Mostrar la continuidad ontológica entre el ser y cada uno de estos modos de ser. La metafísica no puede ser superada; nada hay más allá de ella, pertenece por entero al más acá y no al más allá, remarcando que no es equivalente a la descripción de las cosas en su máxima generalidad.

Hacer metafísica no puede consistir en proponerse hallar una reducción absoluta de las largas discusiones metafísicas que se han dado a lo largo de la historia ni proponer consecuentemente su superación completa y el reinicio de un pensamiento que no fuera metafísico; y que estaría en la capacidad de hablar sin nombrar al ser. Tampoco se trata de embarcarse en algunas de las corrientes metafísicas de moda; por ejemplo, en el realismo especulativo.

Huyendo de los dogmatismos, de las formulaciones fundamentalistas, será preciso dialogar con diversas metafísicas y ontologías, sin la intención de construir un sistema ecléctico. Encontrar en cada metafísica que se debate sus preocupaciones, dudas, callejones sin salida. Hacer metafísica reflexionando sobre la manera en que se ha hecho y se hace metafísica.

Recorriendo estos caminos intrincados es posible que se encuentre una vía que conduzca hacia alguna parte, un oasis en el cual detenerse y comprender que cualquier punto de llegada es provisional, que las afirmaciones que se lancen deberán ser sometidas una y otra vez al debate, confrontadas con otros puntos de vista, cuestionados en sus fundamentos.

Una metafísica que muestre el camino para hacer metafísica, que tenga en su interior los elementos para su propia representación, que la manera en que se conciba el ser de las cosas incluya la orientación adecuada para la adopción de un lenguaje, de una manera de decir, incluso en el caso extremo de que se tenga que decir nada, que formaría parte del hablar del ser.

La elección de los debates metafísicos que se tomarán en cuenta está guiada por razones de afinidad con aquellas proposiciones que podrían mostrarnos direcciones que no representen inmediatamente callejones sin salida; en otros casos, se refiere a aquellos puntos de vista que han sido nucleares en estas discusiones en el siglo XX y XXI.

Retrocederemos en la historia y nos toparemos con algunas metafísicas que, a nuestro parecer, se elaboran en contextos especialmente significativos y que constituyeron -y constituyen- una ruptura con las corrientes hegemónicas de sus respectivos momentos. Este es el caso de Damascio escribiendo desde fuera del cristianismo cuando este se estaba convirtiendo en hegemónico, dogmático y ponía las bases de lo que iba a ser Occidente; también incluimos a Achard de Saint Victor porque no renuncia a una comprensión estrictamente filosófica de la Trinidad que le exige un despliegue conceptual que apenas puede ser contenido en la ortodoxia.

Atravesaremos por las nociones tan recurrentes de Heidegger y de la deconstrucción de Derrida; echaremos una mirada a las tesis de la ontología plana de Tristan García, especialmente en sus primeros presupuestos metafísicos. Giraremos hacia la crítica a Heidegger elaborada por Teresa Oñate y Zubía, junto con la reivindicación de los entes que somos por parte de María Antonia González Valerio que, además, proporcionarán una mirada de género a estos debates metafísicos.

Y no dejaremos de lado las metafísicas que tienen una gran influencia en América Latina: las tesis de Rodolfo Kusch tal como son leídas por Matías Ahumada y el núcleo metafísico que se encuentra en Boaventura de Sousa Santos y que es común al pensamiento llamada decolonial y a los estudios culturales; en este último caso enfatizaremos en aquello que comparten con el movimiento de clausura total de todo lo anterior y la postulación de algo completamente nuevo y diferente, centrados en una otredad constitutiva.

El raro texto sobre el ser de Umberto Eco nos servirá en muchas ocasiones de guía para no perdernos en los círculos infernales de las reflexiones metafísicas; es posible que al final nos demos que cuenta que la única forma posible que puede adoptar una metafísica en la época actual es la de un ornitorrinco; podríamos forzar el título de su libro y decir que Kant es un ornitorrinco. 

Sin embargo, no se trata de una historia de la metafísica occidental ni siquiera en sus corrientes contemporáneas; tampoco de una visión sistemática que propusiera una metafísica que partiera de unos grandes principios y que desarrollara a partir de ellos unas ontologías regionales. No se renunciará a encontrar en medio de estos recorridos algunas afirmaciones que se consideren pertinentes para hablar del ser, esto es, para hacer metafísica.

Aunque no se trate de una ontología de la física, una metafísica tiene que tomar en cuenta los últimos hallazgos científicos, debe ser enteramente compatible con la imagen que tenemos ahora del universo, esto es, de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. Por ejemplo, la noción de nada, en cuanto imposibilidad del vacío absoluto, deberá servir de referencia indispensable; más aún tomando en cuenta que la interpretación de la realidad desde la física ha entrado de lleno en los debates metafísicos.

Con todos estos elementos será una deriva en su doble sentido: una variación lenta y continúa de este quehacer metafísico y un desvío de las nociones usuales que están a la moda. Entonces, iremos a la deriva dejándonos arrastrar por algunas corrientes sin saber de antemano hacia dónde nos llevarán, corriendo el riesgo de naufragar o de arribar a destinos inesperados.

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