Nota de lectura.
Sjöstedt-H propone en este libro
un nuevo nihilismo, que si bien parte del ya conocido, especialmente
Schopenhauer y Nietzsche, lo actualiza y lo proyecta hacia adelante. El punto
de partida es la afirmación de que la ideología sigue estando en todas partes,
actuando como siempre al servicio del poder.
Como buen y radical nihilista
sostiene la inexistencia de valores universales, objetivos, permanentes, en un
mundo en que todo se ha vuelto perspectiva. Incluso la moral de los ateos, solo
es una ideología secularizada de los valores subyacentes a la sociedad
judeo-cristiana. Ir más allá de esto, significa afirmar que la “moralidad es
una ilusión”, a la que nos aferramos para sostener la superioridad sobre los
demás, la hegemonía de Occidente sobre el resto del mundo.
No hay moral; o si se prefiere,
la apelación a la moral siempre parte de algún tipo de poder que se quiere
imponer sobre los demás. Una moral que se salta la lógica de los razonamientos,
pasando desde el es al debe, desde los hechos a la deber, de
las descripciones a las prescripciones.
Es un hecho que hay moral, que
haya valores, como justicia, dignidad, vida, etc. Pero no es un hecho de que
estos valores sean universales y que pesen sobre nosotros como un imperativo
que tenemos que aceptar y cumplir. Es un hecho que existen los valores, pero no
es un hecho que sean objetivos, universales, atemporales.
Objetivismo, utilitarismo,
convencionalismo, relativismo, son echados abajo, nuevamente como falacias
lógicas, a las que subyace esa maquinaria cristiana, que se sustenta en la
existencia de dios como fuente de toda moral. Sostener cualquiera de estas
versiones para resolver las paradojas de la moralidad, no hace otra cosa que
regresar inconscientemente a ese dios que negamos, a un principio universal, que
es el único que podría garantizar la universalidad de los valores.
Ser ateo implica una negación
radical, nihilista, de la moral; afirmarla una y otra vez, contra toda
pretensión, que es una ilusión, un error lógico que surge de trasladarse del es
al debe.
Frente a esta falsedad intrínseca
de la moral, Sjöstedt-H afirma que el fundamento de las acciones proviene de la
voluntad de poder; que es el poder aquello que está detrás de todos los
fenómenos, desde los naturales, pasando por la vida hasta llegar a la
consciencia.
Entonces, tenemos que mantenernos
en ese nihilismo que anula la moral y volver a la afirmación de la vida, como
poder; solo la búsqueda del poder nos permite escapar a la hipocresía de la
moral.
Pero, Sjöstedt-H está lejos del
relativismo, porque esta voluntad de poder, descriptiva y no prescriptiva,
efectivamente atea, se apoya en la búsqueda de la verdad; contra Nietzsche
sostiene que la verdad sí existe y es desde ella que tenemos que valorar y
actuar, siempre teniendo en cuenta la inexistencia de valores universales,
objetivos. La voluntad de poder se convierte en una voluntad de verdad.
Hasta aquí Sjöstedt-H. Si bien
estoy de acuerdo con sus planteamientos básicos de la necesidad de un
neo-nihilismo que muestre la insuficiencia del conjunto de valores de la
humanidad entera, que están al servicio del poder que ejercen unos grupos sobre
otros grupos, la respuesta es insuficiente.
¿Es la voluntad de verdad capaz
de guiar a la voluntad de poder? Pareciera que no; apoyarse en la racionalidad,
lo que es sin lugar a dudas necesario, no resuelve el problema de una moral
como ilusión al servicio del poder de turno.
El nihilismo es plenamente actual
como negación del conjunto de valores sostenidos por Oriente y Occidente, que
nos están llevando a la guerra civil mundial y a la destrucción de la
humanidad. Pero, la búsqueda del poder por parte de todos, por más que esté
guiada por la verdad, no conduce a la resolución de los grandes desafíos de la
humanidad.
Provisionalmente, creo que es
necesario sostener este neo-nihilismo, pero transformado en un nihilismo
caníbal; esto es, en negarse a resolver las paradojas de la moral, del poder,
que en este momento de la humanidad son irresolubles; y oscilar constantemente
entre el debate de las condiciones de las valoraciones de los hechos sociales y
políticos, junto con los elementos prescriptivos correspondientes al deber ser.
Mantenerse en la duda, no
quedarse en los hechos sino buscar en ellos el debate prescriptivo; no
transformar en absolutos los elementos prescriptivos, sino someterlos a la
crítica permanentes y a la confrontación con los hechos.
Un doble vínculo que se
establezca en descripción y prescripción, entre verdad y hecho.