Por otra parte, tampoco es
posible –en el otro extremo- adoptar una posición formalista que pone el
énfasis ontológico –y de modo derivado epistemológicamente- en la forma, que
precedería a las formas, concluyendo en un sistema deductivo.
Desembocamos en la paradoja de
que no podemos reducir la forma a las formas, ni podemos aislar la forma de sus
formas. Se requiere de una teoría que nos permita pensar los dos aspectos sin
reducir el uno al otro y sin colapsar la realidad en un esencialismo, o en un
empirismo, extremos. Daremos un rodeo para encontrar una pista que nos permita
plantear adecuadamente este problema y por lo menos, indicar la dirección de su
resolución.
Retomo las discusiones de Roberto
Fineschi en torno a los modos de historicidad que distinguirían la forma de las
figuras –para nosotros, formas-. (Fineschi, 2008) En el debate en
torno a los modos de producción se afirma su historicidad; la historia se
podría entender de tres maneras:
1. Una
historicidad interna al sistema capitalista y por lo tanto al modo de producción
capitalista, que estaría definido por un tiempo inmanente y por una lógica propia:
“El modelo del
modo de producción capitalista tiene una historicidad lógica inmanente,
determinada por el desarrollo de la dialéctica valor-valor de uso, que tiene un
principio e un fin que no coinciden con el advenimiento de los diferentes
capitalismo empíricos, pasados, presente o futuros. Es histórico porque tiene
un tiempo interno.” (Fineschi, 2008, pág. 147)
2. Desde
luego esto implica otra historia, que corresponde al antes y al después de ese
modo de producción, tanto sus pre-condiciones como sus condiciones de
superación.
3. La
tercera variante conceptual se corresponde con la historiografía; esto es, con
los desarrollos y manifestaciones empíricas del modo de producción y que se
desprenderían de la primera historicidad inmanente al modo de producción.
De tal manera que tenemos que “cuando
se habla del modo de producción capitalista como fase histórica de la
reproducción de la naturaleza humana se debe comprender que se trata ahora de
un temporalidad lógica: esto significa historicidad. La relación entre el
modelo teórico y la realidad no es inmediata…” (Fineschi, 2008, pág. 148)
La subsunción del trabajo en el
capital sería el sometimiento de este a la esa lógica interna, a ese tiempo
inmanente que, a su vez, permite explicar el conjunto de fenómenos históricos y
empíricos, la larga deriva de las figuras del capital (formas). La relación entre las dos lleva a la
conclusión de que “a través de estas figuras históricas, aquella forma teórica
ha hecho su ingreso en la producción capitalista.” (Fineschi,
2008, pág. 154)
Sin embargo, algunas cosas no
quedan claras. En primer lugar, ¿qué es ese tiempo interno, esa lógica
inmanente?, ¿de qué historicidad estamos hablando?, ¿cuál es la relación entre
esta historicidad interna y la historicidad externa?, ¿es posible aceptar este
dualismo sin explicarlo adecuadamente? Y en segundo lugar, ¿de dónde proviene
esta otra historicidad que, además, es constitutiva de los fenómenos concreto,
empíricos, de la historia real, tal como la vemos y conocemos?
Como hemos dicho antes, el grave
problema radica en que no podemos abolir sin más esa temporalidad inmanente del
modo de producción, porque nos quedaríamos reducidos al peor de los empirismos
y positivismo.
Intentemos, entonces, introducir
una explicación que permita sostener la tesis de Fineschi. Digamos, como punto
de partida fundamental, que es necesario restaurar la unidad de la historia y
que no está partida en dos. Esa primera y fundamental historicidad, que a
momentos adquiere el nombre de forma teórica, es la misma historicidad que provoca
la emergencia de los fenómenos concretos.
Una vez establecido esto, hay que
dar un paso adelante. La idea central, la hipótesis nuclear se podría enunciar
de la siguiente manera: esa historicidad radical de todo lo que existe es
diversa, con múltiples flujos y recorridos. Más allá de esta afirmación casi
evidente, se establece que la historia al mismo tiempo que se desarrolla y se desenvuelve,
también crea y produce la forma de su constitución.
A nuestros ojos esos dos
movimientos se nos aparecen como separados y con dificultades de unirse en un
solo movimiento, como es el caso de Fineschi. Si bien este tiene razón al
afirmar que el uno no se puede reducir al otro, habría que añadir que la
realidad viene a la existencia de ese doble modo, tanto como evento empírico y
como forma que la hace posible (o como ley que la somete).
Así la forma es lo que conforma a
las formas; y las formas existen siguiendo el modelo de la forma. Desde luego,
la forma por si sola carecería de valor ontológico, sería algo vacío y las
formas sin la forma nos llevarían a un mundo de diferencias absolutas, en donde
ninguna realidad existiría.
Al fin de cuentas, y a pesar de
todo el diferencialismo y las teorías del caos, la realidad está construida
sobre conjuntos o clase, sobre grupos que pertenecen a un mismo ámbito, desde
las figuras geométricas hasta las realidades sociales.
Volviendo a Fineschi, podemos
decir que ese tiempo interno o inmanente es el mismo tiempo que da origen a la
realidad siguiendo precisamente dicha lógica o temporalidad. Más aún, hay que
insistir que la historia crea tanto la lógica de la creación y desarrollo de lo
real, así como lo real. El tiempo interno es inmanente no solo a esa forma
lógica sino, sino que es inmanente a la misma realidad, lo que es mucho más
importante.
La forma es la lógica interna de
las formas, es la temporalidad que articula las historias concretas y las lleva
en una misma dirección, provoca que los fenómenos pertenezcan a un mismo tipo
de realidad; por ejemplo, que los capitalismos históricos que conocemos sean
variantes del capital como tal.
Esta discusión nos conduce de
regreso a nuestra discusión inicial sobre la relación entre la forma y las
formas, que supere el enfoque puramente inductivo o las trampas de la
deducción. La realidad misma en su totalidad, desde las partículas atómicas
hasta la conciencia, tendría esta característica de que solo pueden devenir
reales en la medida en que su constitución también es la forma de su
constitución y no solo sus modos empíricos.