Si hay un tema recurrente en
Baudrillard, es el de las masas, de las mayorías silenciosas, que se colocan al
otro lado, en lo radicalmente diferente, de los fenómenos que está
describiendo. Se podría decir que todo lo que ha escrito tiene como trasfondo
–espacio subterráneo inaccesible- a esa gente anodina que vaga por cualquier
lugar: “Todo el montón confuso de lo
social gira en torno a ese referente -esponjoso, a esa realidad opaca y
translúcida a la vez, a esa nada: las masas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 109)
Silencio de las masas que se
produce por la crisis de los diferentes modos de representación: intelectual,
política, social, cultural, artística, subjetiva, que se han mostrado
ineficaces para hablar en nombre de masas, en su intento de conducirlas a una
finalidad, en nombre de cualquier proyecto teleológico. Por lo tanto, cierre
del proyecto moderno, que no ya podrá ser concluido ni pensado como un proyecto
inacabado.(Habermas)
De igual manera, el proyecto
socialista fracasó. Los países llamados socialistas abandonaron el proyecto de
construcción de comunismo e iniciaron un regreso brutal al capitalismo.
Clausura de la perspectiva de emancipación, de los proyectos liberadores, que
levanta una enorme barrera, colocada allí para impedirnos avanzar hacia un mundo
mejor.
¿De qué otra manera se puede
entender la pasividad general, salvo breves y limitadas excepciones-, de las masas
frente a la crisis económica que arrasa con aquello que quedaba del estado de
bienestar, en donde salir de esta crisis significa, en primer lugar, que los
ricos se hagan más ricos, mientras el desempleo, la pobreza, la violencia se
extiende por todas las sociedades?
Desaparición de los modos de
representación, ahora reemplazados por estrategias hiperpolíticas que se
combinan perfectamente con la despolitización masiva. Masas que acuden a votar
porque están obligadas a hacerlo; de lo contrario, iría una minoría.
Especialmente aquí en América Latina, en donde la gran consigna no se dirige a
la transformación social o al cambio, sino que se centra en ese par consuma/obedezca.
A veces pareciera que esas
oleadas de consumismo que arrasan con las masas no tiene que ver con la
obediencia social; sin embargo, están estrechamente relacionadas. El precio que
se paga por consumir es el de la obediencia; o, si se prefiere, consentimos
cualquier actitud de los gobiernos, incluso el autoritarismo, siempre y cuando
garantice el consumo y que este se amplíe cada vez más. En el momento en que se
retire el consumo, la obediencia se debilitará.
Escisión entre masas y grandes
narraciones que provocan la desaparición de los proyectos históricos y hacen
que las masas se refugien en ese silencio, en donde la Razón moderna y
posmoderna –en sus diversas variantes- han dejado de tener sentido.
“Todos los grandes esquemas de la razón sufrieron la misma suerte. No
describieron su trayectoria, no siguieron el hilo de su historia más que sobre
la delgada cresta de la capa social detentadora del sentido (y en particular
del sentido social), pero por lo esencial no penetraron en las masas más que al
precio de un desvío, de una distorsión radical. Así sucedió con la Razón
histórica, con la Razón política, con la Razón cultural, con la Razón
revolucionaria –así sucedió con la Razón misma de lo social…” (J.
Baudrillard, Cultura y simulacro 114-115)
De allí que el poder se encuentra
feliz con esta indiferencia de las masas, inmóviles frente a la crisis, votando
en muchos casos por sus peores verdugos; y, al mismo tiempo, una paranoia
omnipresente, un miedo visceral a esas masas, porque su silencio no se puede
entender, manejar, maniobrar. Por el contrario, cualquier momento, por algún
motivo aparentemente insignificante, pueden decidir sacudirse el gobierno que
tienen encima, acabar con todo, aun sabiendo que no hay reemplazo ideal,
solución a los problemas.
“Eso le conforta en su ilusión de ser el poder y le aparta del hecho mucho más peligroso de
que esa indiferencia de las masas es su verdadera, su única práctica, que no hay
otra ideal que imaginar, que no hay nada que deplorar, sino que está todo por
analizar ahí, en ese hecho bruto de retorsión colectiva y de rechazo de la
participación en los ideales -por otra parte luminosos- que les son
propuestas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 121)
Las votaciones, las consultas
populares, dan la impresión de una masa pegada indisolublemente a sus líderes,
dispuestas a apoyarlo y a sostenerlo cuántas veces sea necesario. Sin embargo,
este es mucho más aparente que real. El poder cree que es el discurso, el
proyecto “revolucionario”, la ideología, el carisma del líder, lo que le
sostiene. El poder sospecha ineludiblemente que las masas están allí por
indiferencia, porque ese presente les parece momentáneamente bien. De ninguna
manera, quiere decir que esos discursos han penetrado en la masa, o que se han hecho carne y sangre en la gente.
Por eso, desde el poder y desde
la academia el instrumento privilegiado para hacer hablar a las masas acude al
sondeo, a la estadística, a las encuestas, que inventan lo que quieren medir,
las reglas de correspondencia de los datos extraídos con el imaginario de la
campaña electoral de turno:
“El único referente que funciona todavía, es el de la mayoría silenciosa.
Todos los sistemas actuales funcionan sobre esa entidad nebulosa, sobre esa
sustancia flotante cuya existencia ya no es social, sino estadística, y cuyo
único modo de aparición es el del sondeo. Simulación en el horizonte de lo
social, o más bien en el horizonte donde lo social desapareció.” (J.
Baudrillard, Cultura y simulacro 121)
Si la comprensión de la dinámica de las
masas, de su estructura, de sus leyes, no está a nuestro alcance, entonces la
lógica de lo social se traslada a lo operacional, que es el gran paradigma
contemporáneo. Desde la mecánica cuántica que funciona con una perfección insospechada
aunque no se sepa por qué lo hace hasta la sociedad dirigida por una manada de
tecnócratas, los instrumentos técnicos de medición y planificación reemplazan a
las teorías económicas, a las pedagogías, a los análisis sociológicos.
Instrumentos performaticos, que por su
propio mecanismo nos parecen mágicos: producen lo que enuncian, crean lo que
miden, le dan forma al mundo dentro de sus variables e indicadores. Allí hay un
gran simulacro con pretensiones de realidad, que de hecho la sustituye. Reemplazo
atroz que hunde más aún a la masa en su silencio. Como decía Lyotard el
performance está primero aquí, como la forma privilegiada del poder y desde
aquí se traslada a las otras esferas de la existencia social, como es el caso
del arte. Nos han encarcelado a todos en una gran máquina de simulación social
en reemplazo de la representación, de la democracia, de la emancipación:
“Eso quiere decir que ha dejado de haber una representación posible de
ella. Las masas, ya no son un referente porque ya no son del orden de la
representación. No se expresan, se las sondea. No se reflejan, se las somete a test. El referéndum (y
los media son un referéndum perpetuo de preguntas/respuestas dirigidas
ha sustituido al referente
político. Ahora bien, sondeos, tests, referéndum, media, son dispositivos que
no responden ya a una dimensión representativa, sino simulativa. Ya no apuntan
a un referente sino a un modelo. La revolución aquí es total 'respecto a los
dispositivos.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 127-128)
Esa masa tiene la característica de un materia oscura, de una energía
oscura, que no la podemos ver ni medir, ni siquiera comprender de dónde viene
exactamente o cómo se comporta. Sabemos de su existencia por los efectos que
produce en los otros, en los que están allá afuera, en el resto del universo
social. Materia oscura que está constituida por la mayoría inexpresiva, tratada
como minoría social.
Masa oscura expandiendo el universo de lo social, de la comunicación, de
la política, alejando todo de todo, aislando cada fenómeno, disolviéndolos,
acabando con la multiplicidad de sentidos que vagan sin saber de qué son
significados. Y sin embargo, energía oscura que cuando se tope con lo social
transparente y visible, producirá la más grande implosión del conjunto de
sistemas. Quizás podríamos decir que han reinventado el momento anarquista y
nihilista de las revoluciones por venir y que no sabemos qué forma tendrán.
(Bensaid)
Es, por decirlo así, una forma extraña de subalternidad –en el sentido
de Spivak- (Spivak) :
las masas no pueden hablar y no quieren hablar, porque no quieren mostrar lo
que realmente son ante el poder, ante el gobierno de turno, en las innumerables
producciones intelectuales que se escriben sobre ella. Desde luego, tampoco
existen los canales, los medios, las posibilidades reales para que ella hable.
Han sido sometidas al silencio del voto y de las encuestas.
Se habrá provocado la idea
equivocada de unas masas flotando en el espacio vacío, incognoscible e
ignorantes de ellas mismas, de la fuerza de su energía oscura. Oculta una
secreta esperanza, un discurso encubridor, una pretensión de estar en el otro
lado, de la posibilidad absurda de sentarse a contemplar a esas masas que halan
las galaxias sociales en una u otra dirección.
Distorsión que es preciso
corregir: cuando abandonamos la política, lo social, la representación
ilusoria, cuando dejamos el mundo aparente del sentido, de las significaciones,
de los fundamentalismos delirantes, volvemos a la masa, regresamos a ser lo
único que nos está permitido: masa.
“…es el sentido el que es sólo un accidente ambiguo y sin
prolongamiento, un efecto debido a la convergencia ideal de un espacio perspectivo
en un momento dado (la Historia, el Poder, etc.), pero que en el fondo no
concernió más que a una fracción mínima y a una película superficial de
nuestras sociedades. Y
eso es cierto de los individuos
también: no somos más que episódicamente conductores de sentido, en lo esencial
hacemos masa en profundidad, viviendo la mayor parte del tiempo en un modo pánico
o aleatorio, más acá o más allá del sentido.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 118-119)
Baudrillard,
Jean. Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós, 1978.
Spivak, Gayatri Chakravorty. An aesthetic
education in the era of globalization. Cambridge, MA.: Harvard University
Press, 2012.