Aproximarse a las abstracciones barrocas
quiteñas y comprenderlas más allá de una mirada ornamentística, se topa con la
preeminencia de la figuración y con nuestra perspectiva contemporánea penetrada
completamente por el diseño y por la decoración.
Además, nos hemos acostumbrado, por la historia
del arte, a oponer figuración y abstracción, como dos polos opuestos
irreconciliables, como momentos artísticos que remiten a estéticas
incompatibles. Para dar cuenta efectiva de este barroco se torna indispensable
romper esta contraposición y que demos cuenta de la forma en que se crea un
continuo, desde luego, nada lineal. Una tendencia contrapuesta, por ejemplo, a
la del arte Jama-Coaque en donde se dan tanto el uso de las figuraciones como
la proliferación de las abstracciones, como es el caso de los sellos, sin que
haya entre uno y otro, elementos invasivos.
Aquí podemos encontrar esa suave fluidez que va
desde la imagen hasta las abstracciones mudéjar y en medio, esas mismas
abstracciones que son penetradas por elementos orgánicos: hojas, frutos; se
tornan así semi-figurativos o mejor, semi-abstractos. La mirada recorre sin
salto, sin transición, desde la imagen hasta las abstracciones.
En el caso de la Iglesia de la Compañía de
Jesús se tiene que dar un paso más en un análisis específico de las
abstracciones barrocas que contiene. Vista como un todo, sin especificar ningún
elemento, el primer impacto no se encuentra en la figuración, en las esculturas
y pinturas de los innumerables santos de la que está poblada.
Por el contrario, la sensación predominante es
la de entrar a un escenario espectacular, aplastante, inmersivo, que no deja
lugar a otra cosa que no sea el sentirse atrapado por esa demasía, por ese
exceso. Allí entra en juego más bien aquello que se llama decorativo:
artesonados, columnas mudéjares, pan de oro, semi-abstracciones.
Por necesidades de edición, y por la propia
lógica con la que nos aproximamos a este barroco, los libros de arte tienden a
saltarse este momento constitutivo teatral y espectacular. De igual manera, la
segmentación analítica muestra cada escultura y pintura separada de su “marco
decorativo” que, de hecho, no es analizado, sino que se pasa rápidamente
señalando las influencias mudéjares.
Así se rompe el hecho artístico básico del
continuo entre figuración y abstracción. Más aún, la propia Iglesia de la
Compañía de Jesús se presenta como un conjunto de hechos arquitectónicos y
artísticos, que son separados para su estudio. Se trata de mirarla y
reconstruirla como UNA sola obra de arte.
Siguiendo esta misma línea, habría que mirar
cada retablo como una unidad en donde la imagen, escultórica o pictórica, se
encuentra sumergida en su entorno abstracto y semi-abstracto y solo allí se
torna posible comprenderla en su totalidad, que se desprende directamente de la
economía salvífica ignaciana.
Primero los sentidos que desencadenan
sensibilidades y luego, la imaginación que incorpora al sujeto enteramente en
la dinámica de la salvación, para concluir en la “verdadera alegría y el gozo
espiritual”. (Ejercicios). Así llegamos a la Forma barroca que sintetiza estos
tres momentos. El ethos barroco será la secularización de este triple
movimiento.
El momento final de la escatología ignaciana
exige el máximo de abstracción posible que, a mi entender, termina en el
predominio de la forma sobre los elementos figurativos en este barroco quiteño
y que alcanza su plena expresión en la Iglesia de la Compañía de Jesús.
El sentido de las abstracciones mudéjares se
transforma, porque no se trata de representar lo irrepresentable, lo divino,
inaccesible a la figuración, a la imagen. En este caso, si bien el punto de llegada
es lo sagrado en su nivel superior, “la pura inmediatez de Dios en cuanto Dios”
(Ejercicios 710), no es su contemplación sin más, sino la conclusión del
movimiento de salvación que es la consolación pura: “la consolación es sin
causa, dada que en ella no haya engaño…” (Ejercicios 710)
Esta la teleología de todo este movimiento y
también de la estética; por eso, aquellos elementos llamados decorativos o que
pertenecen al ornamento, son mucho más importantes de lo que parece, porque
enmarcan el conjunto de los procesos de salvación, que se muestran en
diferentes momentos, por ejemplo, en el papel de la Virgen María o de los
santos.
Ahora podemos seguir una indicación de Lukács
en el volumen 3 de su Estética, en
donde señala que las figuraciones son producto de procesos de abstracción y
que, a su vez, las abstracciones están conectadas con significados específicos
en cada cultura y arte.
No existe la posibilidad de la representación
absoluta de la realidad, que la reprodujera completa y fielmente sin ningún
residuo. Por el contrario, la propia estructuración de la percepción humana
solo se da si deja de lado una serie de elementos, de perspectivas, para
quedarse con un modo de aprehender el mundo que corresponde a su especie. Más
adelante, cada cultura realiza sobre su entorno un proceso de abstracción
poderosos que segmenta la realidad, que nos dice qué se puede dar en ella y qué
no, qué se puede conocer y qué no se puede aprehender.
Las imágenes barrocas, aun con toda la fuerza
figurativa que transportan, son producto de procesos arduos de abstracción que
funcionan precisamente en la medida en que ocultan el modo en que lo hacen, en
que ocultan los mecanismos que producen los íconos que se nos presentan. Esta
es la máquina barroca como máquina formal y abstracta.
Estas esculturas pueden ser miradas como
actores que han sido captados y congelados en un instante, de tal manera que
podría reconstruirse sobre el escenario la serie de movimientos que desembocan
en la actitud de esa figura y, de igual manera, la serie de acciones que se
desencadenarían si las pusiéramos en movimiento otra vez.
Entonces, corresponden a una estética del gesto
que se vuelve hierático, para adquirir una dimensión religiosa; pero que tiene
la función de su plena “naturalidad” o mejor, cotidianeidad que permite el
acercamiento de los “fieles”, como mediación a esa divinidad pura e inaccesible.
Este es el núcleo de su teatralidad, se una dramaturgia de la salvación que nos
lleva de la mano hasta la consolación sin más.
Imágenes de vírgenes y santos que son productos
febriles de una imaginación que inventa la forma concreta, partiendo de lo
cotidiano, dándole a cada santo una advocación, un modo de ser, un estilo, una
particular tarea en los procesos de mediación.
Por su parte, las abstracciones no están
separadas de los contenidos como meras entidades geométricas o matemáticas. Por
el contrario, ellas también se incorporan a esa economía salvífica y deben ser
tratadas como formas que adopta un contenido específico; esto es, formas del
contenido. Hay que analizar la relación entre la forma de la expresión
abstracta y la forma del contenido, en este caso la estructura de la propuesta
ignaciana contenida en los Ejercicios
espirituales.