(Versión ampliada)
¿En dónde radica la dificultad? ¿Qué impide la
constitución de un ateísmo en toda su dimensión? No se trata solo de la
instrumentalización política de la religión y de la larga connivencia de esta
con el poder de turno; y de la exigencia del máximo de respeto a las creencias
de las que se dota la gente. Es un fenómeno ubicado en las profundidades de las
formas simbólicas.
Hasta tenemos un obstáculo lingüístico: no hay
una palabra para nombrar a la esfera que no se defina negativamente, a-teo, sin
dios; o secular como opuesto a sagrado. La palabra profano es un poco
mejor, a pesar de que también enuncia a aquellos que se quedan fuera del
templo.
Si se echa de la existencia individual y social
a Dios y a la religión vuelven a entrar por cualquier resquicio. Son como el
polvo y el agua. Por esto, alcanzar el ateísmo es un largo proceso guiado por
una constante vigilancia ontológica, epistemológica y ética profanas. El gesto
teológico está allí al acecho como una hiena rondando a la presa. Avisa su
presencia y ataca en el momento menos pensado. Un buena muestra es el giro
teológico de la filosofía contemporánea, iluminado por el pensamiento y la
práctica de Simone Weil, aunque rara vez se la cite.
Digamos que logramos negar a Dios, ¿cuál es el
siguiente paso? ¿Realmente lo estamos negando? Como en el caso de Nietzsche, el
sujeto de su negación es la divinidad cristiana y el cristianismo. ¿Será
posible pasar de la negación de un dios a la de todos los dioses conocidos o
venideros?
Convengamos en que el panteón entero de la
humanidad ha quedado reducido a un hecho sociológico y cultural. Quizás este es
el momento más peligroso. Podríamos sentirnos triunfadores y dispuestos a
enfrentar una vida sin dioses. Inmediatamente sentimos que allí delante de
nosotros se ha formado un gran vacío. Dada la fuerza colmadora e invasiva del
fenómeno divino su ausencia crea la exigencia -ilusoria- de una necesidad que
tiene que satisfacerse.
La fuerza sacralizante del mundo contemporáneo
constituye un poderoso centro de atracción para los intelectuales. Se crea una
tendencia hacia la recuperación de la figura de San Pablo y de un cristianismo que
en su núcleo no se considera como religión, de parte de teóricos
representativos en la actualidad como Alian Badiou y Slavoj Zizek; este último afirma
que Dios ha muerto, pero que no lo sabe.
Curiosamente las lecturas más profundas de la muerte
de Dios no provienen de los ateos, sino de los teólogos. Empezando por Dietrich
Bonhoeffer, continuando con la Ciudad Secular de Harvey Cox,
desembocando en la Teología de la Muerte de Dios, especialmente Gabriel
Vahanian, para quienes la muerte de Dios, su ausencia, es un hecho sociológico,
porque Dios no está presente en un mundo en domina el mal y la violencia de
unos seres humanos contra otros. Para ellos hay que tomarse en serio esta
ausencia de Dios y desde allí asumir la plena responsabilidad sobre el mundo.
O el caso de Jacques Lacan que retoma la tesis
de la muerte de Dios de Nietzsche y la lleva al límite. Considera siguiendo a Empédocles
que Dios es ignorante y, en otro momento, asume que Dios es inconsciente. Tómese
en cuenta que no dice que Dios es el inconsciente de los seres humanos.
Fácilmente caemos en la tentación de
dotarnos de otros dioses: la tecnología, el cosmos, una idea vaga de un
espíritu supremo que flota sobre el mundo; u otras cosas mucho más cotidianas
como el dinero o el poder. La gente adopta con facilidad una relación religiosa
con aquellas cosas en las que cree: la defensa de la naturaleza y de los
animales, el derecho a comer lo que a uno más le convenga. Estas son causas
justas; el problema radica cuando las juntamos a un gesto religioso que
sacraliza y dogmatiza estos ámbitos. Como se puede percibir, aún no somos
ateos.
Una dificultad tal vez mucho más profunda
proviene del hecho de estar sumergidos en la cultura judeocristiana. Sus
valores, ideas, formas de vivir y de pensar, la estructura de las sociedades,
los modos de hacer política tienen todos este trasfondo, que se manifiesta con
facilidad en los conceptos y en el lenguaje que usamos.
Pongamos algunos ejemplos. La vida social e
individual está llena de desafíos éticos y morales. Allí muy a menudo juzgamos
los hechos con categorías como culpa y perdón, que son profundamente cristianos
y que suponen un proceso interminable, porque si se comete un error, si se ha hecho
daño, si se lastima, tengo la opción de ser perdonado; y así, estoy listo para
cometer nuevamente un pecado. Un gesto ateo es reemplazar esta lógica del
pecado con el sentido de la responsabilidad a la cual la libertad nos desafía,
como diría Sartre.
En el ámbito político, aunque el término escatología
sea tan poco utilizado y conocido, funciona de manera habitual. El líder
político, especialmente en el caso de los populismos de izquierda o de derecha,
sienten y manifiestan que la nación, la patria, está a punto de perderse
y de fracasar definitivamente. Es preciso salvar al pueblo y se requiere de un mesías
que asuma la tarea. Ante esto, ser ateo significa practicar una política
enteramente profana.
Otro elemento que ha penetrado hasta lo más
profundo de nuestras prácticas es la lógica sacrificial, que se origina en el
cristianismo. Tomando como punto de partida la concepción del dolor y del sufrimiento
como pruebas que Dios nos pone, obstáculos que tenemos que atravesar
para alcanzar la salvación.
De esta manera, tendemos a considerar que mientras
más dolor, sufrimiento y esfuerzo implique una tarea o alcanzar una meta, entonces
tendrá más valor. Cuando se cumple un trabajo y se lo ha hecho con alegría, sin
torturarse ni deprimirse, entonces se lo verá con malos ojos, como si hubiera
allí alguna trampa.
Desde luego, se lo puede encontrar en el
patriarcado, cuyo modelo de mujer o ideal de feminidad es la mujer
sacrificada por su marido, su familia y la sociedad; aquella que renuncia a
sus derechos por el bien de los otros. También está lógica sacrificial está
presente en el amor romántico.
El mundo académico está lleno de lógica sacrificial.
La práctica de la letra con sangre entra, no ha desaparecido; solo se ha
transformado. Las máquinas académicas, por ejemplo, en los procesos de
graduación o de escritura de artículos científicos, son dispositivos de
tortura. Y mientras más hayas padecido, tendrás una mejor nota por el esfuerzo
realizado.
En la esfera psicológica encontramos propuestas
de superación individual cuya matriz es claramente religiosa. En el caso del
Eneagrama se articula orgánicamente la influencia sufí con la estructura de los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio y se conduce a una forma de autoayuda
sofisticada.
Detrás de estos fenómenos numerosos y
frecuentes sigue funcionando la idea de Dios, salvación, perdón; y el
comportamiento religioso, parcialmente secularizado, forma parte de estas
experiencias. Estamos lejos de ser ateos.
Uno de los fenómenos más curiosos en América
Latina ha sido el giro decolonial de los estudios culturales, originado en la academia
norteamericana, generalmente propuesto y elaborado por latinos en la
universidades americanas. Si se examina tanto su teoría como sus prácticas
estamos ante una nueva oleada evangélica que viene a convertirnos a
la nueva verdad.
La decolonialidad reduce todo el pensamiento
producido en Europa y en Occidente a eurocentrismo, plagada de racismo, que
debe ser eliminado. Una vez producida esta macro reducción del conjunto de la
civilización occidental, se produce un nuevo inicio totalmente diferente, a tal
extremo que se forma un paradigma totalmente incompatible y todo lo que queda
fuera de él es considerado como un gesto racista, como el lado oscuro de la
razón.
El sectarismo extremo, la construcción de
espacios académicos como doctorados, maestrías, la publicación de revistas y
libros, se convierte en circuitos cerrados. Los académicos se convierten en
verdaderos pastores de la nueva iglesia que nos anuncian y prometen la
salvación, no solo para los estudiantes sino para nuestras sociedades, si
adherimos a las epistemologías del sur.
La forma de acción e intervención en América
Latina es bastante similar a las invasiones bárbaras que vivimos de tiempo
en tiempo, cuando alguna iglesia evangélica o a veces una secta, decide que su
territorio privilegiado para la evangelización somos nosotros. La
decolonialidad es esta misma práctica religiosa disfrazada de rigor académico;
y que, en último término, ha tenido el efecto de desarmar políticamente a una
capa entera de estudiantes y profesionales que creyeron encontrar allí un
compromiso con la realidad de los oprimidos.
Esta matriz judeocristiana, constituida en Bizancio,
que es el inicio real de Occidente, como lo muestra Susan Buck-Morss en Año
Uno, persiste hasta nuestros días. Hasta en las sociedades consideradas más
avanzadas y paradigmas de la democracia, tenemos esa aberración que se llama monarquía
constitucional; esto es, la fusión del régimen parlamentario con procedimientos
e instituciones medievales, en donde la garantía de la legalidad y la hegemonía
radican en familias de reyes, cuyo poder y continuidad como casta
provienen directamente del derecho divino.
¿Acaso somos ateos?
Ateo significa negar la existencia de Dios;
pero, también quiere decir, la negación de todo teísmo y la eliminación de los
dispositivos religiosos persistentes en el Estado, la sociedad, la academia,
las relaciones de género, la vida política, entre otros tantos ámbitos. A lo que añadir al panenteísmo como una
variante del politeísmo, en cuanto equipara inmanencia y trascendencia,
naturaleza y divinidad, de tal manera todo es Dios y todo es naturaleza, tal
como propone la hipótesis Gaia de Lovelock.
Regresando a la tesis central que se sostiene
aquí, la dificultad de ser ateo lleva a la exigencia de una vigilancia
constante sobre nosotros mismos en los siguientes planos: en el plano
ontológico para evitar que reemplacemos un dios por otros dioses del tipo que
fuera, más o menos secularizados; en el plano epistemológico impidiendo que
convirtamos a Dios y a la religión en un principio explicativo y regulativo del
conocimiento; en el plano ético permitiendo que las sociedades y las personas
asuman plenamente su sentido de responsabilidad en el ejercicio de la libertad.
ATEÍSMO CONTEMPORÁNEO.
UNA BREVE GUIA.
1. Nietzsche, Marx, Sartre.
Nietzsche, La gaya ciencia.
Marx y Engels, Religión.
Sartre, El ser y la nada
El diablo y el buen
dios.
2. Bibliografía complementaria.
Martin Michael, The Cambridge Companion to Atheism.
Meganck Erik, Religious Atheism.
Del Noce Augusto, The problema of Atheism.
Baggini, Julina, Atheism. A very short introduction.
Bullivant Stephen, The Cambridge History of Atheism.
3. Ateísmo contemporáneo.
Mukhopaday Anway, Atheism and the Goddess.
Hitchens Christopher, Dios no es bueno.
Dennet Daniel, Romper el hechizo.
Onfray Michael, Tratado de ateología.
Dawkins Richard, El espejismo de Dios.
Zizek Slavoj, Christian Atheism.
Rojas Carlos, El giro teológico de la filosofía contemporánea.
(Inédito).