Para Moreiras el primer registro
deconstructivo es, a estas alturas críticamente insuficiente, y debe ser
abandonado.” Tomando como ejemplo lo que sucede en la universidad y en las
transformaciones sufridas por esta en las recientes décadas, en donde “cualquier
forma de praxis “idealista” en ella, en el viejo sentido, debe asumir su ruina
interna: ya no hay ideal regulativo de la universidad…” (Moreriras, 2016, pág. 119)
Se habría perdido ese “ideal
regulativo” no solo de la universidad, sino en general de cualquier campo, que
es la base sobre la que se sostenía la primera deconstrucción; por ejemplo, en
la relación entre justicia y derecho, o entre la Amistad y las amistadas
específicas. Si bien, la justicia era un ideal imposible de alcanzarse, esta
regulaba todo derecho que debía tender hacia ella.
¿Entonces, en qué consistiría ese
segundo giro deconstructivo? Si ya no hay ese ideal de universidad, porque se
lo niega a cada paso en su sometimiento al mercado o a las extrañas lógicas de
los circuitos de producción y difusión del conocimiento, “¿cómo morar
institucionalmente contra la institución, cómo trabajar contra el trabajo de
forma que, día adía, podamos encontrar alguna
vislumbre de otro mundo, algunas perspectiva que pudiera sostener
subjetivamente nuestras acciones?” (Moreriras, 2016, pág. 120) Y lo mismo sucede,
según Moreiras, con los procesos políticos del mundo andino o español, en donde
hay una crisis abierta de una “estructuración hegemónica o ideal de la
democracia institucional, a ninguna noción regulativa de lo social que nos
explote directamente en las narices”. (Moreriras, 2016, pág. 120)
Sin embargo, el fracaso del primer
giro deconstructivo amenaza con volver imposible el segundo registro. Hay que
insistir al menos en que algo queda en pie: “La deconstrucción continúa siendo
crítica de la política y de toda noción fácil de praxis justo en la medida en
que es políticamente crítica”. (Moreriras, 2016, pág. 122)
El segundo giro deconstructivo se
orienta hacia la posthegemonía, “en el sentido débil de una reflexión que no
coloque a la hegemonía o a la formación de la hegemonía como el alfa y omega de
toda articulación política, ni por el lado de la élite criollo liberal no por
el lado de cualquier concebible golpe contrahegemónico subalterno, popular,
indígena o no-criollo”. (Moreriras, 2016, pág. 131)
Una definición fuerte de la
segunda deconstrucción sería aquella que piensa:
“…la diferencia
óntico-ontológica, de la verdad del ser por oposición a los seres, o no es
nada, y esta sería ni definición no tenue de la deconstrucción), si el
pensamiento de la verdad del ser ha de venir, pero venir como lo que siempre ha
estado ya ahí, entrado, en otras palabras, si la estructura del por-venir es
también la estructura del siempre-ya, entonces quizás la dimensión política de
la deconstrucción -esa notoria “democracia-por-venir”- es también a la vez un a priori existencial que se presenta en
primer lugar a un nivel otro que el político”. (Moreriras, 2016, pág. 134)
Así que la segunda deconstrucción
vendría a ser la experiencia de este “a priori existencial” que, a pesar de
todo, no renuncia, no puede hacerlo, a su apertura hacia el futuro, de tal
manera que allí está colocado, ¿idealmente?, esa democracia que anhelamos y no
la encontramos en ningún lado; o ese socialismo que en cada ocasión queda
secuestrado por alguna práctica autoritaria.
Pero, el sostenerse en la diferencia
óntico-ontológica, ¿acaso no remite a una idealidad -del tipo que fuere-
colocado frente al ente, como su horizonte, solo respecto del cual puede ser?
¿Cómo vivir y cómo luchar por la democracia si no se tiene, de la forma que
fuere, frente a nosotros la posibilidad abierta -con todo lo problemático que
sea- de esa democracia-por-venir?
La cuestión se torna problemática
porque esa ideal regulativo no existe más; no sabemos en qué consistirán las revoluciones
por venir, desconocemos qué forma podría tener un socialismo no autoritario y
estamos constantemente ante el giro autoritario de los gobiernos llamados
progresistas.
Es como si la diferencia óntico-ontológica
se hubiera quedado trabada, imposibilitada de especificarse, volver históricamente
real. De allí el paso, más de los condicionamientos específicos, del paso de las
hegemonías -siempre fracasadas, siempre en contra de sí mismas- y la apertura de
un espacio posthegemónico.
Y este tiene que ver con la tarea
histórico del “abandono de la metaforización onírica” que nos lleve al “proyecto
de una nueva historicidad, en tanto revolucionaria, y en tanto revolucionaria
quizás izquierdista… pero no instrumentalizadora, no en busca de una nueva captura
de la historia por alguna ideología supuestamente progresista”. (Moreriras,
2016, pág. 133)
Desde la perspectiva de un
pensamiento caníbal, significa que estamos ante una situación que en esta momento
histórico carece de una solución; y por eso, hay que mantenerse en el dilema,
sostenerse en la irresolución, habitar esta imposibilidad.
Para poder “vivir lo invivible”,
como diría Echeverría, hay que diseñar una estrategia que sería una vinculada
al doble vínculo, a la oscilación entre esos extremos sabiendo que no hay
resolución dialéctica posible; esto es, entre la constante experiencia del a
priori existencial de una “democracia-por-venir” y las batallas específicas
dentro de la democracia que efectivamente vivimos, y la que no podemos
renunciar, sin quedarse en ninguna de ellas.
O, si se prefiere, dar las
batallas por la democracia teniendo en la mira la “democracia-por-venir”, como
su perspectiva crítica, para no quedar secuestrados por cualquier forma de “discipulado”
de cualquier mesianismos populista; y si estamos en el lugar de la esa “idealidad”
-sea cual fuere la forma que adopta-, preguntarse por las consecuencias
efectivas a las que llevaría su concreción.
Moreriras, A. (2016). Marranismo e inscripción, o
el abandono de la conciencia desdichada. Madrid: Escolar y Mayo.