EL DON PURO.
STÉPHANE VINOLO, LA
FENOMENOLOGÍA DE LA DONACIÓN COMO RELEVO DE LA METAFÍSICA.
(Puce, Quito, 2019)
En el libro de Vinolo,
de reciente publicación, hay un conjunto grande de temas que merecen ser
discutidos con mucho detalle y profundidad, en la medida en que plantea
cuestiones que, a pesar de su abstracción, son relevantes para el mundo actual;
además, de que están expresados con el máximo rigor posible, alejándose de las
banalizaciones que encontramos tan a menudo.
En esta primera
revisión, se empieza por lo que denomina el don puro. Para llegar a establecer la
posibilidad y, luego, la existencia del don puro, es preciso “liberar el
fenómeno de a objetualidad y de la condicionalidad subjetiva”. (55) No podría ser
puro si estuviera atrapado por las cosas y por nuestra aprehensión de ellas.
Utilizando una
perspectiva fenomenológica, el don “invisible es condición de toda visibilidad”
(5)), en donde no se trata de que lo invisible permita ver algo, sino que es “el
invisible que repentinamente se da a la vista”. (59) Para llegar hasta
este momento, se recorren tres reducciones fenomenológicas: el don sin objeto
dado, el don sin donatario y el don sin donador.
Pero, si se excluye
objeto del don, quién da y quién recibe, ¿qué queda del don? ¿Es equivalente a
la nada? ¿Se deshace en el vacío? Ciertamente se puede aceptar con facilidad que,
en el fenómeno del don, lo que se da, muchas veces, tiene poco que ver con el objeto;
este seguramente transporta algo que le rebasa.
Mucho más difícil es
sostener que no hay en el don puro un donatario: nadie recibe el don. Es indispensable
poner entre paréntesis al sujeto; porque si sabemos a quién está dirigido el
don, el donatario sería la causa del don “sea porque nos inspira compasión, o
porque le deseamos el bien”. La pureza del don quedaría contaminada por esta
suerte de utilitarismo del don, aunque sea en nombre del bien.
El don puro exige no
estar motivado: “damos por ayudar o por aliviar nuestra
conciencia o incluso, por reparar aquello que consideramos una
injusticia”. (67) Si estas razones prevalecen se “suprime como don”. Además,
introduce el peor aspecto del don que no es puro, que es la exigencia de
reciprocidad, de que sea devuelto a través de algún tipo de compensación, como
diría Simone Weil.
De igual manera, estos
conflictos se reproducirían en caso de que existiera un donador. Por esto, es
indispensable insistir en que es el mismo don el que se da y no hay alguien que
da el don, que lo sacaría de sí mismo para dárselo a otro.
Entonces, se podría
preguntar, tal como lo hace Derrida, ¿no será que el don puro es imposible? Se
trataría de una imposibilidad constitutiva de lo que existe, sin lo cual lo que
existe no podría darse, como es el caso de la relación justicia y derecho,
amistad y la amistad específica de dos personas. También podría tratarse de una
suerte de vaciamiento completo, subjetivo y objetivo, para dejarse atravesar
por el don, como podría formularse en términos de Simone Weil. La respuesta de
Marion, debatida por Vinolo, va en una dirección contraria. Este don puro
existe, pero su modo de existencia está más allá del ser y del no ser.
Más allá de la
respuesta específica que se dé a la cuestión del don, me parece que su
importancia radica en que coloca ante nosotros la necesidad de un debate contra
el capitalismo, y el dinero como su máxima realización, que está basada en el
intercambio, en el cálculo exacto, en la transacción monetaria de absolutamente
todo, porque todo se puede intercambiar a través de la moneda.
Entonces, ¿cómo sería
posible el don puro en nuestras sociedades? ¿Qué forma adoptaría? ¿Qué sería
aquello que se da a sí mismo, lo invisto que se muestra y que él mismo
un don, más allá del sujeto y del objeto?
¿Se trata de una
utopía o, por el contrario, estamos tan sumergidos en la lógica del intercambio,
por norma, desigual, que no es imposible aceptar la existencia de un don que no
sería otra cosa que la forma del darse en cuanto darse?