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viernes, 19 de julio de 2024

LA BELLEZA EN FUTURISMO TARDÍO DE EFRAÍN VILLACÍS.

 


Narración breve incluida en: Parque Inglés, UDLA Ediciones, Quito, 2024.

Me imagino que Efraín Villacís es un dibujante. Toma un lápiz y antes de hacer el trazo se detiene. Quiere dibujar un círculo perfecto a mano alzada. Comienza, parece detenerse dubitativo y concluye con un gesto rápido. Lo ha logrado. Recorramos con él este trazo que muestra el modo en el que se ha producido la belleza en este texto.

Varios aspectos formales conducen al texto hasta la belleza, a través de los que somete bajo el poder de la lengua la historia surrealista de los ocho hombres calvos a los que mira desde lejos. En primer lugar, el ritmo que emerge de la presencia repetida de los ocho hombres calvos, que se deshace en sus individuos haciendo cada uno algo distinto y que encuentra su contrapunto en el narrador ubicado en el otro extremo del Parque Inglés.

Hay ocho calvos en hilera, a ochenta centímetros de distancia, o menos, uno del otro…

               y yo del otro lado.

 Están sentados en una banca larga, mullida, ante mesillas cuadradas…

y yo en un sillón hondo

 Y más adelante:

Ocho calvos miran al frente, al mismo tiempo

 yo espiando por los polines rojos de una mujer que cruza con un niño llorando en brazos

 Y sigue:

Calvos de diferentes tonos: cuatro claros, el resto agrisados…

y yo vestido de azul con zapatos negros

Atrapados en esta secuencia la narración avanza, presenciamos a los hombres calvos en su vida cotidiana, sin percatarse de que son mirados; nos aproximamos a la historia de su calvicie: unos porque se han rapado, otros porque han perdido el pelo.

En segundo lugar, el color verde en sus diversas manifestaciones insiste en mantenerse ante nuestra mirada, como si él fuera el protagonista de la historia, se repite sin querer marcharse:

               Verde botella

               Verde aceituna

               Verde pino

Y más adelante: “… y yo ocupado en revolver media cucharadita de azúcar blanca en una taza de té verde orina”. Finalmente los vemos marcharse, cada uno a su manera, aunque la sensación de ser un grupo no se pierde:

Han desfilado de uno en uno, manteniendo la distancia, con chaquetillas de figurín o suéteres de cachemira con cuellos en V —dos se retrasaron, uno hasta recoger el cable que se le cayó, el otro fue al cuarto de baño—, hasta desaparecer escaleras abajo, al final me percaté de que todos llevaban anteojos con marco de metal dorado, delgadísimo, tratando de ocultar su vulgaridad

En tercer lugar, de manera invisible la música está oculta detrás de la obra de Villacís. Es fácil verlo escribiendo frente al computador mientras escoge la música que le dirigirá hacia el texto, como un hilo de Ariadna que le permite no perderse en el laberinto de las palabras. Futurismo tardío me lleva directamente a The Doors, Break on Through to the other side.

Escucho, pero con la letra cambiada, colocando en vez de la original el texto traducido y adaptado de Futurismo tardío:

There are eight bald men in a row,

with less than eighty centimeters between them.

I am on the other side

I am on the other side

Eight bald men look straight ahead at the same time,

and I catch a glimpse of a woman crossing with a crying child in her arms.

I am on the other side

I am on the other side

Bald men of different shades:

four lights, the rest grayish, and me dressed in blue with black

                              in the other side

                              in the other side.

 

Ejercicio que podría repetirse en varios pasajes del texto, en los que no solo se encuentra un cierto ritmo, sino que va más allá y se postula como letra que ya contiene dentro de sí la musicalidad que, potencialmente, se podría convertir en una canción. Sería hermoso que Futurismo tardío fuera leído en voz alta y mejor aún, cantado.

En cuarto lugar, y como era de esperarse, el cierre muestra al narrador abandonado a su suerte, percatándose que la mirada irónica ahora se vuelve contra él, sintiendo como emerge de su inconsciente la certeza de que son ellos, los hombre calvos, los que existen y que él es, nada más, una mirada efímera pronta a desaparecer:

Solo tengo polvo en el aliento, un recuerdo que lastima como si algo alguna vez hubiese latido.

Esta narración de Efraín Villacís reafirma el encuentro la forma literaria y la belleza como su producto; y, de manera especial, la plena validez de la pregunta por la belleza que, a pesar de la posmodernidad, no se ha ido del arte. En un mundo tan feo como es este en el que vivimos, el texto reivindica el derecho a la hermosura.


TEXTO.

EFRAÍN VILLACÍS, FUTURISMO TARDÍO.

Hay ocho calvos en hilera, a ochenta centímetros de distancia, o menos, uno del otro, y yo del otro lado. Están sentados en una banca larga, mullida, ante mesillas cuadradas, y yo en un sillón hondo, verde botella, mirando la vela verde aceituna, larga, del edificio más alto de la ciudad: se está construyendo, es una cloaca levantada dentro de un perímetro estrecho, al frente del parque más grande de la ciudad; área verde pino, urbana; central, no lo dije antes para no aparentar con el renombrado de la mítica ciudad del señor Auster, aunque prefiera el que yo describí para ubicar al creador de Franny, cuando jugaba béisbol, bueno, peloteaba, en 1932.

Ocho calvos miran al frente, al mismo tiempo, y yo espiando por los polines rojos de una mujer que cruza con un niño llorando en brazos: entrenado para provocar lástima; a mí me abruma y estorba. Ellos no se inmutan: son cabezas seriadas de maniquíes que sirven para exhibir extensores de pelo artificial para personas con ideas largas. Las medias son de lana, pasan de las rodillas, y aún logro ver un poco de piel oscura, no es bronceada ni cobriza, café con leche tal vez, no, más bien terrosa, aclarada por falta de sol.

Calvos de diferentes tonos: cuatro claros, el resto agrisados, y yo vestido de azul con zapatos negros, puntiagudos («puntones» es más preciso, pero ese tipo de calzado no existe). Los aclarados se ven tristes y tienen caídos los rostros, disculpándose, las miradas son idénticas y no, cada par de ojos tiene su grado de languidez; los oscurecidos se ven incompletos, algo ha sido retirado de sus testas, muestran narices parecidas, altivas, posando ante una cámara fotográfica del servicio de pasaportes. El tapiz de esa pared es color vino, con adornos dorados en forma de rombos estilizados, vistos de cerca son hojas de achira por cada lado, pintadas a mano: quiero creer, aunque yo no crea en nada en realidad.

Dos atienden sus celulares, tres esperan bebidas, los otros escriben en tabletas, y yo desparpajado me río, a veces con gemidos, de los disparates emitidos por un hombre a una mujer en la mesa cercana; ella no dice nada, no puedo ver su expresión, sin duda lo azuza porque él yergue la cabeza y respira como perro de presa. Los calvos brillan al unísono, es decir con igual intensidad: pienso en trompetas anunciando la carrera, y a Mesala jugando contra Andy Murray antes de la operación. Pasaban deportes por los monitores; luego del confinamiento, solo videos cortos, sin sonido, de las bondades del café de altura y sus redundancias fusionadas, repostería.

Cuatro se han rapado con celoso cuidado, los demás lo han perdido en diferentes épocas de forma palmaria, y yo ocupado en revolver media cucharadita de azúcar blanca en una taza de té verde orina. Moda y destino en fila, exhibiéndose ante mis ojos: ocho redondeces con achatamientos particulares, rasgos inhumanos por lo quietos y desatendidos, nadie repara en ellos, ¿solo yo? Ocho muñecos que puedo desarmar en piezas y reubicar a mi antojo, y no se verían igual, aunque a esta distancia se vean idénticos, perfectos. Un ojo alargado junto a otro saltón, la nariz torva sobre labios cerrados en ojal, entre cachetes llenos, no mofletudos, y un mentón recto, definido como un balcón. Autómatas de cafetín con diferente giro de cuerda, se mueven a su tiempo por- que van a dar las seis; sin sexo.

Han desfilado de uno en uno, manteniendo la distancia, con chaquetillas de figurín o suéteres de cachemira con cuellos en V —dos se retrasaron, uno hasta recoger el cable que se le cayó, el otro fue al cuarto de baño—, hasta desaparecer escaleras abajo, al final me percaté de que todos llevaban anteojos con marco de metal dorado, delgadísimo, tratando de ocultar su vulgaridad. La red larga de setenta metros ondea con el viento que baja de las montañas, sirve para detener escombros o herramientas que caigan de cualquiera de los pisos en construcción, se queden dentro del área y no revienten a un paseante distraído e infeliz; futurismo tardío de hace un siglo. En la calle se acumulan los transportes idénticos, aunque sean de diferente tamaño, color y año de fabricación: resplandecen los capós con el último aliento que les da el guiño del atardecer desde el volcán; es un éxodo que se repite en una proyección holográfica, nada que está muriendo puede parecer tan limpio.

Ya no hay calvos ni transportes, y yo tratando de imaginar el tipo y extensión de tela que deben usar para sacarse brillo luego de untarse alguna grasa de origen animal. Solo tengo polvo en el aliento, un recuerdo que lastima como si algo alguna vez hubiese latido.

miércoles, 19 de junio de 2024

EL FUNCIONAMIENTO DEL OPERADOR TRANS* EN MEMORIA DE EFRAÍN VILLACÍS.


 

Incluido en: PARQUE INGLÉS, UDLA, Quito, 2024

 Hay muchas maneras de leer un texto literario: lectura cercana, enfoque hermenéutico, aproximación formal, entre otras tantas. En este caso, parto de la Teoría de la Forma y concretamente de la noción de operador trans*, a fin de indagar si este concepto le cabe a la narración de Efraín Villacís. (La introducción teórica a la noción de operador trans* se encuentra en Ensayos sobre la forma, ArteLatam, New York/Quito, 2021, capítulo XVIII, Trans* formaciones; y se puede descargar de: https://libgen.is/book/index.php?md5=9FE4D94E76E4675D3196859A09178F25)

 Si bien el operador trans* proviene de los debates y prácticas transgénero en esta teorización, y generalización, se toma el término más bien como originario. Así lo transgénero vendría a ser una ocurrencia del fenómeno más general de lo trans*. La capacidad de lo trans* rebasa con mucho el ámbito del género para convertirse en una característica ontológica de otros fenómenos que no guardan relación, al menos directa o inmediata, con el cuerpo y la sexualidad. Veamos ahora de qué manera las categorías generadas en el campo trans* están capacidad de trasladarse a otros campos; y en ese caso concreto, a la literatura.

 La lectura del texto literario normalmente se la hace desde dentro; sin embargo, también cabe la posibilidad de hacerle preguntas, someterle a un interrogatorio en la búsqueda de la líneas de fractura de los órdenes canónicos y el consiguiente despedazarse de los sistemas y taxonomías estructuradoras del texto y, a través de este, de la realidad. Esto es precisamente el funcionamiento del operador trans*.

 Se pueden reconocer dos momentos en el texto estructurados como párrafos: en el primero, más allá de la inversión del punto de vista, me interesa resaltar el modo cómo el personaje en cuanto sujeto queda definido; porque al fin de cuentas esta es la historia que realmente importa:

 

Mi Gato tiene un perro. Soy la mascota del perro cuando no estoy viajando. Un día cualquiera mi dueño no se había percatado de que me fui. Poco antes había salido al balcón a lamerse entre las patas traseras con el sol matutino. Luego —me contaron— regreso por el comedor y percibió mi ausencia: una impresión; husmeó el vacío y buscó en los lugares habituales donde me apoltrono a leer o a dormir, enseguida por doquier; se detuvo un instante en el breve corredor, con la cabeza erguida, las orejas distraídas y la mirada dispersa. Nada encontró, nada presente y vivo semejante a mí, solo el remanente de mi olor desvaneciéndose con el aire cruzado entre el balcón y la ventana de la cocina abiertos. Escogió un lugar mullido y se tendió de golpe, como un animal de circo entrenado para morirse por un falso tiro delante del público. No había nada más que haces de luz colándose entre las cortinas y mi existencia apagándose en su pequeña memoria; yo ya era nada más que el rescoldo de un fuego extinguiéndose en el olvido de su sueño holgazán. (p.144)

 

Dando un paso más allá de la reconstrucción de la memoria animal, incluso separándola de ella, la ausencia del sujeto se capta como una impresión: “percibió mi ausencia: una impresión”, quizás en el sentido de un estímulo reconocible impregnado en el cerebro. Entonces, el texto se torna más radical en esta disolución del individuo, como la imposibilidad de la presencia viva, reducido a un olor que se desvanece en medio de esa nada cotidiana:

 

Nada encontró, nada presente y vivo semejante a mí, solo el remanente de mi olor desvaneciéndose con el aire cruzado entre el balcón y la ventana de la cocina abiertos.

 Es la existencia la que se apaga en la memoria de los otros, cuando dejan de recordarnos. No se trata solamente de que el recuerdo desaparezca de la mente, sino que el yo se extingue. Si alguien no nos recuerda, no existimos. O, existimos en la medida en que alguien decide pensarnos. Si todos dejaran de hacerlo, yo me evaporaría:

 

No había nada más que haces de luz colándose entre las cortinas y mi existencia apagándose en su pequeña memoria; yo ya era nada más que el rescoldo de un fuego extinguiéndose en el olvido de su sueño holgazán.

 Me parece que el texto expresa plenamente un procedimiento de trans*formación del sujeto, en cuanto lo hace estallar al cuestionar la identidad como una cuestión que se resolvería al interior de cada uno. Así como el transgénero disuelve con un ácido fuerte la dualidad hombre/ mujer, de manera similar este texto hiere la sustantividad del individuo, el que finalmente desaparece como un aroma que desaparece poco a poco.

 En este caso el operador trans*formador narra sin drama ni tragedia la historia de la subjetividad que depende enteramente de la mirada de los otros o de sus pensamientos cuando no estamos presentes. Y así quedamos convertidos en rescoldo, en esa última brasa antes de que el fuego se apague totalmente, mientras el olvido perezoso de los otros termina por perderme completamente.

Ilustración: V. de Valencia. 


lunes, 17 de junio de 2024

NOTA TÉCNICA A SUEÑO DE ZINC DE EFRAÍN VILLACÍS.

 

Incluido en: PARQUE INGLÉS, UDLA, Quito, 2024.  

 

Recógeme en la salmodia del frío, el rayo cesa en el rostro y mis ojos destellan incertidumbre, el agua de febrero lava el Iodo, y la calzada brilla bajo el taconeo, piedra herida, perenne, piedra horadada, abismo, tus pasos inquietan como las gotas en mi sueño de zinc. Brota el gesto callado, espanto; aspaviento entre la raleza de las hebras que me quedan, revolviéndome la penumbra con tu tránsito, ausencia/presencia de deseo llena y sin tristeza, inasible. Cierro la boca y trago nada, hurgo, y la ventana me quita la oportunidad de verte a los ojos, el cielo es el ciego de Kingman, y no camina. Nada de lo que me cobija es humano, nada en mi memoria es inhumano, no recuerdo, batallo, cabalgo dando la espalda a la nariz del jamelgo de mi pesadilla, crujen los huesos del tablado bajo la cama y un hombre respira en la oscuridad, a veces puedo ver su piel doliente de Tiziano, sus rasgos alargados, viejos, soy yo más adelante. Extraño suceso porque parezco el niño que conocí y aun no sabía lo que era soñar, deseaba; imaginaba que era alguien que puede amar sin sentir culpa, y el dolor infligido era parte de ese descubrimiento. Juraba con el pulgar sobre los labios recogidos en el chasquido de un beso falso. Así es este sueño como ese acto verdadero, recógeme antes de que perezca la tarde y calle afuera el patio ya sin agua que tragar. Febrero es el nombre de un esclavo enamorado de la guerra para liberarse del signo de otras muertes. (pp. 125-126)

 

La recepción adecuada de esta obra de Efraín Villacís no puede quedarse en los aspectos de contenido, que seguramente son importantes, pero insuficientes. Sin apelar las cuestiones formales la obra quedaría reducida a una especie de realismo social con toques de fantasía o quizás con elementos oníricos, en donde no sabemos si el observador sueña o está despierto.

 Es el trabajo con y través del lenguaje que dota al texto de su espesor literario; y por eso, es preciso acudir al contenido de la forma, como el correlato esencial del contenido. La sustancia del texto se expresa en la adopción de una forma literaria precisa, en este caso, muy particular. Dejaré de momento la referencia a los tropos, especialmente la metáfora, para centrarme en el microanálisis del texto, en la manera en que las oraciones están construidas y en los desplazamientos internos que encontramos en funcionamiento dentro de ellas.

 En la primera oración, sin previo aviso, le asalta al lector la introducción de dos referencias que se funden en una sola: el ruego del personaje que espera encontrarse con alguien en un frío día del mes de febrero:

Recógeme en la salmodia del frío… tus pasos inquietan como las gotas en mi sueño                 de zinc.

Y la emergencia de la realidad de la calle empedrada que se vuelve mucho más poderosa que la propia espera:

el rayo cesa en el rostro y mis ojos destellan incertidumbre, el agua de febrero lava el Iodo, y la calzada brilla bajo el taconeo, piedra herida, perenne, piedra horadada, abismo…

 La percepción del entorno se vuelve hiperreal; la piedra es la que ahora está herida, horadada, convertida en abismo. Esta experiencia se retira para volver al final a la salmodia, al canto monótono del sueño de zinc, como goteo perturbador que no te deja dormir.

La secuencia de esta ruptura entre los dos planos parece fundirse en uno solo, cuando la historia del personaje se une con la del acontecimiento de la calle, que se ha vuelto ella misma otro personaje:

 

Así es este sueño como ese acto verdadero, recógeme antes de que perezca la tarde y calle afuera el patio ya sin agua que tragar. Febrero es el nombre de un esclavo enamorado de la guerra para liberarse del signo de otras muertes.


Así el desplazamiento se torna evidente. La narración se refiere principalmente al mes de febrero y solo dentro de esto tiene sentido lo que el hombre vuelto esclavo enamorado cuenta.

 En las siguientes frases tenemos la aparición de un nuevo recurso que deslizará de manera todavía más poderosa el texto. En este momento ya no se trata de la ruda existencia de las cosas, la calles, las piedras, el cielo, como formadoras de la experiencia personal; sino, el salto hacia adelante, la intromisión del futuro.

 

Brota el gesto callado, espanto; aspaviento entre la raleza de las hebras que me quedan, revolviéndome la penumbra con tu tránsito, ausencia/presencia de deseo llena y sin tristeza, inasible. Cierro la boca y trago nada, hurgo, y la ventana me quita la oportunidad de verte a los ojos, el cielo es el ciego de Kingman, y no camina. Nada de lo que me cobija es humano, nada en mi memoria es inhumano, no recuerdo, batallo, cabalgo dando la espalda a la nariz del jamelgo de mi pesadilla, crujen los huesos del tablado bajo la cama y un hombre respira en la oscuridad, a veces puedo ver su piel doliente de Tiziano, sus rasgos alargados, viejos, soy yo más adelante. Extraño suceso porque parezco el niño que conocí y aun no sabía lo que era soñar, deseaba; imaginaba que era alguien que puede amar sin sentir culpa, y el dolor infligido era parte de ese descubrimiento. Juraba con el pulgar sobre los labios recogidos en el chasquido de un beso falso.

 

La soledad que espanta, como ausencia/presencia, no está aquí y ahora. Pronto descubrimos que este es un recuerdo paradójico e imposible del futuro. Villacís lo dice con toda la fuerza posible: 

… soy yo más adelante …

El personaje se ve en el futuro como alguien parecido al niño que conocí y aún no sabía lo que era soñar. Ruptura temporal que permite descubrir que el hombre que respira en la oscuridad no es otro que el personaje, aquel que está sumergido en su sueño de zinc. 

 

jueves, 13 de junio de 2024

EFRAÍN VILLACÍS: PARQUE INGLÉS.

 



Este conjunto de narraciones breves nos sorprende porque no se sabe a qué genero exacto pertenecen ni que estilo específico sigue; peor aún la corriente literaria a la que adhiere. Sería igual de válido decir que pertenece a una suerte de realismo social después de haber atravesado la posmodernidad entera; pero, también sería correcto afirmar que un rastro de surrealismo lo atraviesa por entero.

 La mirada del observador, no la de Villacís, sino la que él inventa, y que se superpone a la suya, introduce en la realidad la sensación de extrañeza: las cosas que vemos son las de siempre, es la misma vida cotidiana que pasa; sin embargo, una luz lateral las ilumina haciendo que muestre sus entrañas, abismos, distorsiones, frenazos y aceleraciones. Extrañeza como si fuera otro el que mirara, no yo. El mundo no es como lo veo.

Para lograr este efecto profundo de alterar la realidad de tal manera que sea al mismo tiempo el mundo de siempre y la intromisión de las cosas desde ángulos imprevistos, somete al lenguaje a sus necesidades, obligándolo a girar y retorcerse para que diga aquello que debe decirse. En este sentido, debajo de la aparente sencillez, hay un profundo ejercicio formal