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sábado, 28 de junio de 2014

IN-DISTINCIÓN.



El paso de una forma a otra implica un trabajo en dos direcciones. Primero, sobre la forma que sirve de punto de partida, que es sometida a procesos de in-distinción, si bien estos no conducen a su disolución completa, al regreso a la nada primigenia. 

En las trans-formaciones, se introducen en esta primera forma, lo amorfo –siempre parcialmente y provisionalmente-. O, si se prefiere, para todos los efectos prácticos, la forma anterior se aproxima a lo amorfo, precisamente para dar paso a la nueva forma. Desde luego, esto sucede en una enorme amplitud de grados. La forma con la que trabajamos tiende a disolverse, a des-figurarse, a entrar en una fase de des-composición. 

Sin embargo, hay que ir mucho más a fondo y señalar que toda forma contiene el principio de su propia de-formación, de su disolución, de su permanente proximidad con lo amorfo. Los rastros de esa nada de la que proviene no la abandonan jamás, aunque sea difícil que llegue a ese estado. La forma tiene una ansiedad de borramiento, una necesidad de desdibujarse. 

Aunque esta característica ha sido enunciada muchas veces como una negación intrínseca a toda positividad –Fredric Jameson-, efectivamente se trata de un modo de ser de lo real, de aquello que caracteriza cualquier existencia. Quizás cuando se entra en el plano de lo social, esa tendencia a la disolución y a la deformidad se convierte en negatividad. 

Cuando se trabaja con trans-formaciones se torna indispensable descubrir, dentro de la forma, las tendencias inherentes, inmanentes que le conducen a su traslación hacia otra forma, al carácter radicalmente contingente, a la precariedad de lo existente. 

Sobre estas tendencias inherentes de la forma que busca transformarse, se inicia la nueva forma, que no puede partir de cero. En el extremo final de todo se encuentra, por último, esa nada cuántica, que jamás es una nada absoluta, sino que vibra de algún modo para producir desde ella el universo entero. Esta huella penetra en todas las esferas, incluidas aquellas de lo social, de lo simbólico, de lo virtual, de lo político, de la democracia. 

La nueva forma aparece en medio de las fisuras de la anterior. Escisiones que marcan indeleblemente el curso que seguirá la nueva forma, aunque sea para oponerse radicalmente a esta y llevarla al extremo opuesto. 

En segundo lugar, en ese doble trabajo de transformación, se encuentra la nueva forma, que se construye sobre la de-formidad de la primera, que presupone esos grados o niveles de reducción a lo amorfo. La trans-formación es así, siempre, un constante flujo que va de la in-distinción a la distinción y viceversa. 

La forma resultante se fundamenta en la in-distinción de otra forma, que la prefigura embrionariamente –literalmente la forma es una pre-figura de otra forma- 

La forma a la que se quiere llegar, actúa desde la Forma; esto es, desde un determinado régimen estético –que es un régimen de la sensibilidad y de la imaginación-, que guía tanto la labor de la in-distinción como de la distinción. Esta Forma es con-figuradora, en la medida en que establece el campo de las posibilidades del darse de las nuevas figuras; pertenece al orden de lo figural –Lyotard- y sigue las líneas de fractura de la Forma anterior, introduciendo elementos que hacen estallar el anterior régimen estético. 

Esta Forma configuradora, figural, en el ámbito de lo social, tiene al inicio una existencia puramente virtual, que ocupa el plano imaginario. Es una Forma primero imaginaria y solo por eso puede llegar a ser real. Y en nuestra época este orden imaginario se vive como efecto de superficie, como pantalla interactiva, como escenario. (Galloway, Nusselder)

domingo, 23 de marzo de 2014

¿A DÓNDE HA IDO A PARAR LA REPRESENTACIÓN?




Uno de los presupuestos claves de la posmodernidad era el enunciado por Lyotard, La condición postmoderna: las grandes narraciones habían terminado su recorrido y eran sustituidas por los pequeños relatos. Junto con este proceso, los poderosos sujetos teleológicos autores de las revoluciones, no existían más. Sujetos minimalistas contando historias personales, en medio de un presente que se negaba a dirigirse hacia algún lado. La belleza como esencial al arte, cedió paso a las estrategias y productos performativos. La razón tecnológica guiada por la eficacia reinaba ahora sin oposición –y creo que todavía lo hace-
La modernidad había inaugurado la era de representación, cuyo centro era el discurso que, a su vez, era el elemento nuclear de las narraciones políticas, sociales, teóricas, entre tantas otras. El sujeto se representaba la realidad y pretendía hacerse con la verdad y la objetividad. La posmodernidad reinó sobre el predominio de la presentación sobre la representación, del performance sobre el habla, de la acción sobre la palabra. Más aún, lo que importaba eran aquellos enunciados que hacían cosas, que actuaban. El texto ¿Cómo hacer cosas con palabras? de Austin, circulaba por todas partes y era citado interminablemente.
Pero, ¿a dónde ha ido a parar la representación? ¿Se ha disuelto como todo el sólido en el aire o simplemente ha desaparecido sin dejar rastro? Si la esfera de la representación ya no existe más, ¿quiere decir que es el triunfo definitivo del performance, de la presencia, de la efectividad sobre el significado? Se habría abolido la pregunta por el sentido, sin importar cuál hubiera sido la o las respuestas.
Como la belleza que se trasladó del arte al diseño, a la mercancía, a los nuevos objetos tecnológicos, la representación se exiliado en algún sitio; y no hablo solamente de los pequeños discursos, de las anotaciones breves y fragmentarias sobre el mundo, sino de las grandes narraciones que pretendían comprender el mundo en su totalidad.
Ciertamente que tenemos el regreso de los fundamentalismos, como los religiosos cristianos, musulmanes, new age o de cualquier otra clase, que son cada vez más feroces; igualmente, encuentran su refugio en algunas teorías como los estudios culturales latinoamericanos en su auto-exotismo extremo.
Sin embargo, hay otra esfera extendida a lo largo del globo, que se nos presenta como cotidiana, real, eficaz y que penetra en la trama social intentando llenar esa ansiedad de sentido, esa necesidad de hablar, esa expectativa de futuro que a pesar de todo nos queda, especialmente en América Latina en donde la modernización capitalista está al orden del día.
Y ese mundo en el que ahora habitan las grandes narraciones no es otro que el de las grandes marcas, que absorbieron las promesas modernas incumplidas y los afanes de igualdad de un socialismo real fracasado, convirtiéndolos en estrategias de marketing eficaces tanto para vender como para rellenar el vacío, para poblar de ilusiones el desierto de lo real.
Como un ejemplo relevante citemos el Instituto Coca-Cola de la felicidad, (http://www.institutodelafelicidad.com/): como punto de partida, todos sabemos que la Coca-cola es sinónimo de felicidad, se nos ha dicho hasta el cansancio, por todos los medios posibles; cuando abrimos una botella, salta la chispa de la vida que nos hace existir.
La cuestión se complica cuando la Coca-cola pretende convertirse en el referente ético de la construcción de la felicidad, que nos orienta y nos guía en su búsqueda insaciable. En su página web podemos conocer la felicidad, leer la opinión de los expertos, acceder a los estudios sobre el tema, medir nuestra felicidad o tomar nuestra dosis diaria de felicidad que viene en píldoras.
He aquí una de ellas: “Como bien muestran los resultados del estudio del Instituto de la Felicidad, la felicidad es un gran antídoto contra la crisis, pues las personas con puntos de vista más positivos son significativamente más felices. Un satisfactorio 67% de los encuestados cree que su situación personal será igual o mejor en los próximos 12 meses. Además, a nivel general, un aplastante 74% de la gente feliz cree que el futuro le traerá más cosas buenas que malas.” (http://www.institutodelafelicidad.com/)
O de este otro ejemplo de Nike, en donde nos enteramos que la ligereza, la levedad, ya no está en las Seis propuestas para el próximo milenio de Ítalo Calvino, sino en Nike SB Lunar One Shot.
¿No es hora de dejar atrás la posmodernidad y colocar sobre nuestros hombros las grandes narraciones que necesitamos, que nos permitan dejar atrás el capitalismo, la destrucción del planeta, la desigualdad, el racismo…?






domingo, 19 de enero de 2014

EL SILENCIO DE LAS MASAS

 “Masa sin habla que está ahí para los portavoces sin historia. Admirable conjunción de los que no tienen nada que decir y de las masas que no hablan. Pesada nada de todos los discursos.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 113)

Si hay un tema recurrente en Baudrillard, es el de las masas, de las mayorías silenciosas, que se colocan al otro lado, en lo radicalmente diferente, de los fenómenos que está describiendo. Se podría decir que todo lo que ha escrito tiene como trasfondo –espacio subterráneo inaccesible- a esa gente anodina que vaga por cualquier lugar: “Todo el montón confuso de lo social gira en torno a ese referente -esponjoso, a esa realidad opaca y translúcida a la vez, a esa nada: las masas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 109)
Silencio de las masas que se produce por la crisis de los diferentes modos de representación: intelectual, política, social, cultural, artística, subjetiva, que se han mostrado ineficaces para hablar en nombre de masas, en su intento de conducirlas a una finalidad, en nombre de cualquier proyecto teleológico. Por lo tanto, cierre del proyecto moderno, que no ya podrá ser concluido ni pensado como un proyecto inacabado.(Habermas)
De igual manera, el proyecto socialista fracasó. Los países llamados socialistas abandonaron el proyecto de construcción de comunismo e iniciaron un regreso brutal al capitalismo. Clausura de la perspectiva de emancipación, de los proyectos liberadores, que levanta una enorme barrera, colocada allí para impedirnos avanzar hacia un mundo mejor.
¿De qué otra manera se puede entender la pasividad general, salvo breves y limitadas excepciones-, de las masas frente a la crisis económica que arrasa con aquello que quedaba del estado de bienestar, en donde salir de esta crisis significa, en primer lugar, que los ricos se hagan más ricos, mientras el desempleo, la pobreza, la violencia se extiende por todas las sociedades?
Desaparición de los modos de representación, ahora reemplazados por estrategias hiperpolíticas que se combinan perfectamente con la despolitización masiva. Masas que acuden a votar porque están obligadas a hacerlo; de lo contrario, iría una minoría. Especialmente aquí en América Latina, en donde la gran consigna no se dirige a la transformación social o al cambio, sino que se centra en ese par consuma/obedezca.
A veces pareciera que esas oleadas de consumismo que arrasan con las masas no tiene que ver con la obediencia social; sin embargo, están estrechamente relacionadas. El precio que se paga por consumir es el de la obediencia; o, si se prefiere, consentimos cualquier actitud de los gobiernos, incluso el autoritarismo, siempre y cuando garantice el consumo y que este se amplíe cada vez más. En el momento en que se retire el consumo, la obediencia se debilitará.
Escisión entre masas y grandes narraciones que provocan la desaparición de los proyectos históricos y hacen que las masas se refugien en ese silencio, en donde la Razón moderna y posmoderna –en sus diversas variantes- han dejado de tener sentido.
“Todos los grandes esquemas de la razón sufrieron la misma suerte. No describieron su trayectoria, no siguieron el hilo de su historia más que sobre la delgada cresta de la capa social detentadora del sentido (y en particular del sentido social), pero por lo esencial no penetraron en las masas más que al precio de un desvío, de una distorsión radical. Así sucedió con la Razón histórica, con la Razón política, con la Razón cultural, con la Razón revolucionaria –así sucedió con la Razón misma de lo social…” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 114-115) 
De allí que el poder se encuentra feliz con esta indiferencia de las masas, inmóviles frente a la crisis, votando en muchos casos por sus peores verdugos; y, al mismo tiempo, una paranoia omnipresente, un miedo visceral a esas masas, porque su silencio no se puede entender, manejar, maniobrar. Por el contrario, cualquier momento, por algún motivo aparentemente insignificante, pueden decidir sacudirse el gobierno que tienen encima, acabar con todo, aun sabiendo que no hay reemplazo ideal, solución a los problemas.
“Eso le conforta en su ilusión de ser el poder  y le aparta del hecho mucho más peligroso de que esa indiferencia de las masas es su verdadera, su única práctica, que no hay otra ideal que imaginar, que no hay nada que deplorar, sino que está todo por analizar ahí, en ese hecho bruto de retorsión colectiva y de rechazo de la participación en los ideales -por otra parte luminosos- que les son propuestas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 121) 
Las votaciones, las consultas populares, dan la impresión de una masa pegada indisolublemente a sus líderes, dispuestas a apoyarlo y a sostenerlo cuántas veces sea necesario. Sin embargo, este es mucho más aparente que real. El poder cree que es el discurso, el proyecto “revolucionario”, la ideología, el carisma del líder, lo que le sostiene. El poder sospecha ineludiblemente que las masas están allí por indiferencia, porque ese presente les parece momentáneamente bien. De ninguna manera, quiere decir que esos discursos han penetrado en la masa, o que se  han hecho carne y sangre en la gente.
Por eso, desde el poder y desde la academia el instrumento privilegiado para hacer hablar a las masas acude al sondeo, a la estadística, a las encuestas, que inventan lo que quieren medir, las reglas de correspondencia de los datos extraídos con el imaginario de la campaña electoral de turno:
“El único referente que funciona todavía, es el de la mayoría silenciosa. Todos los sistemas actuales funcionan sobre esa entidad nebulosa, sobre esa sustancia flotante cuya existencia ya no es social, sino estadística, y cuyo único modo de aparición es el del sondeo. Simulación en el horizonte de lo social, o más bien en el horizonte donde lo social desapareció.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 121) 
Si la comprensión de la dinámica de las masas, de su estructura, de sus leyes, no está a nuestro alcance, entonces la lógica de lo social se traslada a lo operacional, que es el gran paradigma contemporáneo. Desde la mecánica cuántica que funciona con una perfección insospechada aunque no se sepa por qué lo hace hasta la sociedad dirigida por una manada de tecnócratas, los instrumentos técnicos de medición y planificación reemplazan a las teorías económicas, a las pedagogías, a los análisis sociológicos. 
Instrumentos performaticos, que por su propio mecanismo nos parecen mágicos: producen lo que enuncian, crean lo que miden, le dan forma al mundo dentro de sus variables e indicadores. Allí hay un gran simulacro con pretensiones de realidad, que de hecho la sustituye. Reemplazo atroz que hunde más aún a la masa en su silencio. Como decía Lyotard el performance está primero aquí, como la forma privilegiada del poder y desde aquí se traslada a las otras esferas de la existencia social, como es el caso del arte. Nos han encarcelado a todos en una gran máquina de simulación social en reemplazo de la representación, de la democracia, de la emancipación:  
“Eso quiere decir que ha dejado de haber una representación posible de ella. Las masas, ya no son un referente porque ya no son del orden de la representación. No se expresan, se las sondea. No se reflejan, se las somete a test. El referéndum (y los media son un referéndum perpetuo de preguntas/respuestas dirigidas ha sustituido al referente político. Ahora bien, sondeos, tests, referéndum, media, son dispositivos que no responden ya a una dimensión representativa, sino simulativa. Ya no apuntan a un referente sino a un modelo. La revolución aquí es total 'respecto a los dispositivos.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 127-128) 
Esa masa tiene la característica de un materia oscura, de una energía oscura, que no la podemos ver ni medir, ni siquiera comprender de dónde viene exactamente o cómo se comporta. Sabemos de su existencia por los efectos que produce en los otros, en los que están allá afuera, en el resto del universo social. Materia oscura que está constituida por la mayoría inexpresiva, tratada como minoría social.
Masa oscura expandiendo el universo de lo social, de la comunicación, de la política, alejando todo de todo, aislando cada fenómeno, disolviéndolos, acabando con la multiplicidad de sentidos que vagan sin saber de qué son significados. Y sin embargo, energía oscura que cuando se tope con lo social transparente y visible, producirá la más grande implosión del conjunto de sistemas. Quizás podríamos decir que han reinventado el momento anarquista y nihilista de las revoluciones por venir y que no sabemos qué forma tendrán. (Bensaid)
Es, por decirlo así, una forma extraña de subalternidad –en el sentido de Spivak- (Spivak): las masas no pueden hablar y no quieren hablar, porque no quieren mostrar lo que realmente son ante el poder, ante el gobierno de turno, en las innumerables producciones intelectuales que se escriben sobre ella. Desde luego, tampoco existen los canales, los medios, las posibilidades reales para que ella hable. Han sido sometidas al silencio del voto y de las encuestas.
Se habrá provocado la idea equivocada de unas masas flotando en el espacio vacío, incognoscible e ignorantes de ellas mismas, de la fuerza de su energía oscura. Oculta una secreta esperanza, un discurso encubridor, una pretensión de estar en el otro lado, de la posibilidad absurda de sentarse a contemplar a esas masas que halan las galaxias sociales en una u otra dirección.
Distorsión que es preciso corregir: cuando abandonamos la política, lo social, la representación ilusoria, cuando dejamos el mundo aparente del sentido, de las significaciones, de los fundamentalismos delirantes, volvemos a la masa, regresamos a ser lo único que nos está permitido: masa. 
“…es el sentido el que es sólo un accidente ambiguo y sin prolongamiento, un efecto debido a la convergencia ideal de un espacio perspectivo en un momento dado (la Historia, el Poder, etc.), pero que en el fondo no concernió más que a una fracción mínima y a una película superficial de nuestras sociedades. Y eso es cierto de los individuos también: no somos más que episódicamente conductores de sentido, en lo esencial hacemos masa en profundidad, viviendo la mayor parte del tiempo en un modo pánico o aleatorio, más acá o más allá del sentido.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 118-119)


Baudrillard, Jean. Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós, 1978.
Spivak, Gayatri Chakravorty. An aesthetic education in the era of globalization. Cambridge, MA.: Harvard University Press, 2012.




domingo, 3 de noviembre de 2013

EL DISCURSO DE LA POSTMODERNIDAD

Una de las batallas centrales de la posmodernidad se libró contra los grandes relatos que, al mismo tiempo, significó el privilegio de la performatividad, tal como fue enunciado por Lyotard en su más que clásico ¿Qué es la posmoderno? Luego vinieron las teorías expresivas, al estilo deleuziano, que colocaban el afecto por encima de cualquier otro elemento y que de igual manera despedazaron el discurso moderno.
Finalmente, hemos entrado en la era de la imagen, en el imperio de lo visual. Nuestra vida entera está rodeada de pantallas, que progresivamente alteran nuestro modo de percibir la realidad, porque se convierten en interfaces inteligentes que dan forma al mundo en el que existimos.
Por su parte, en el mundo de las artes y del diseño la performatividad, la expresividad y la tecnología van de la mano. Allí, más que en cualquier otro ámbito, las narraciones, las textualidades, los discursos parecerían haber huido y desaparecido definitivamente en el horizonte.
Estos fenómenos que forman parte de los lugares comunes que se repiten de modo incesante y que se convierten en programas de acción, en modas artísticas o del diseño, no pasan de ser simulacros. Si bien se puede admitir ese largo predominio de lo visual y de lo performático en casi cualquier espacio de la vida actual, sin embargo cabe la pregunta acerca de desaparición de las narraciones y los discursos.
En algunas artes, especialmente en el teatro postdramático, en ciertas corrientes de la danza y de manera espectacular en las artes plásticas, el privilegio de la performatividad y del volcamiento expresivo de un sujeto casi disuelto o de un cuerpo nada más que habitado por sus sensaciones, ha dado un paso más en su escape del discurso.
Y en último movimiento se dirige hacia la abolición ya no de las grandes narraciones o relatos, sino de los microrrelatos, en donde la meta casi sería la anulación completa de cualquier sentido o significado, o su reducción a una nebulosa indefinida que queda flotando en la más completa subjetividad del artista.
El riesgo en cada ejercicio no es otro que la banalidad que, lamentablemente, uno encuentra en estos fenómenos por doquier. Simulacros sin estética alguna colocados frente a nosotros como sucedáneos del arte. Cualquier intento de preguntar por el significado, por el sentido, se considera como retrógrado, incómodo, inútil.
A esta altura del desarrollo del mundo, en donde no tenemos frente a nosotros ni la más mínima posibilidad de una práctica y discursos revolucionarios, cuando solo vemos a nosotros el futuro como catástrofe humanitaria o ecológica, el “peligro” del regreso a grandes relatos es prácticamente inexistente. La modernidad no volverá ni siquiera como proyecto inacabado peor aún el socialismo.
Frente a este simulacro postmoderno tenemos que introducir la cuestión de las textualidades, los discursos, los significados y especialmente, por la representación. La tesis central que se sostiene aquí es que cada época está conformada por el par expresión/discurso, performatividad/narración, acción/texto. Foucault lo ha mostrado extensamente y Ranciére a la historia del arte. Los regímenes siempre son dobles: visuales y discursivos, aunque hay que insistir que sus relaciones, sus contraposiciones, sus privilegios e incluso el juego ideológico con el que acompañan varían de una fase a otra de la humanidad, de una cultura a otra.
Así que el tema no es de qué modo se ha disuelto la discursividad bajo el dominio de la performatividad, de qué manera la expresión ha devorado a la narración, sino de qué modo la hegemonía de lo visual ha creado su propia discursividad, cómo se expresan las nuevas narraciones en los espacios visuales.
Hay que decir que nunca como en nuestra época se ha dicho tanto, se ha hablado tanto, se ha escrito hasta el cansancio: blogs, páginas web, mensajes de textos, textos impresos y electrónicas. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación no existen en medio del silencio sino inmersas en una selva de palabras que no dejan de decirse, repetirse, citarse, nombrarse.

Se trata, por lo tanto, de escribir el discurso de la postmodernidad, las narraciones desprendidas de la performatividad, los espacios infinitivos de las visualidades que son poblados por las palabras. Esto exigiría a que las artes visuales, las expresiones performáticas, hagan explícita la narración que contienen, los sentidos que la habitan, los significados que se desprenden de su superficie. Quizás de este modo dejen de ser simulacros banales de sí mismos.