“He dado
todo y quieren más todavía.”
Esta locución
adverbial introduce en el teatro caníbal una inquietud de sí mismo, la
imposibilidad de tener un cierre, una clausura, un punto de llegada en el que
se podría instalar, un método que se pudiera mostrar y que pretendiera estar
terminado, listo solamente para ser aplicado.
“Más todavía”
instaura una lógica del excedente que, incluso, va más allá del “sin embargo”;
quiero decir que una vez que se han encontrado las vías para transitar, que se
han hecho las elecciones quizás más acertadas, que se ha ido acumulando
experiencia, que fuimos confrontados con públicos y críticos, se exige “más
todavía”.
En aquello
que estaba completo, frente a un estilo relativamente formado, con un trabajo
actoral definido, con unas corporalidades que finalmente fluyen en la obra, nos
sentamos y nos decimos: “más todavía”.
Esta demasía
no significa necesariamente una proliferación barroca de elementos, de técnicas,
de escenarios, una experimentación sin límite. Por el contrario, podría ser que
encontremos que algo tiene que ser quitado, un gesto debe ser evitado, o que nos
acercamos peligrosamente a una estética a la que no queremos llegar.
“Más todavía”
en el sentido: hay que pulir, cercenar, cortar, evitar, alejarse, bajar el tono
de la voz, evitar la sobreactuación, acallar las estridencias, recortar las
teorías, aplacar las divagaciones, frenar los delirios.
Después de
que creíamos haber hecho todo lo necesario, hay más trabajo, más reflexión que,
probablemente, solo alcance a verse en la próxima obra, en el siguiente
momento, en el nuevo texto que comienza a deslizarse por el papel.
La
escritura de la siguiente que obra que viene, por ejemplo, después de Elizabeth o la esclavitud, comienza en
su territorio, busca la forma de escapar de este, introduciendo precisamente
este “más todavía”; si Elizabeth tuvo
tales características, trato de unas temáticas, alcanzó unos desarrollos lingüísticos,
la siguiente obra, Andrea Malquin,
inicia su existencia en este “más todavía”.
Esta
locución significa una fractura del tiempo, una quiebra de su realización, un
muro contra el que se estrella y se parte en pedazos, en fragmentos de
temporalidades que viajan a diferentes velocidades. Sacan a la luz el carácter
heterogéneo del tiempo, el desarrollo desigual de los momentos históricos; nos
dice que la contemporaneidad es relativa: ¿cuáles son nuestros contemporáneos? Y
no puede responderse diciendo que aquellos que viven en nuestro mismo tiempo,
en la misma época.