Incluido
en: PARQUE INGLÉS, UDLA, Quito, 2024.
Hay muchas maneras de leer
un texto literario: lectura cercana, enfoque hermenéutico, aproximación formal,
entre otras tantas. En este caso, parto de la Teoría de la Forma y
concretamente de la noción de operador trans*, a fin de indagar si este
concepto le cabe a la narración de Efraín Villacís. (La introducción teórica a
la noción de operador trans* se encuentra en Ensayos sobre la forma, ArteLatam,
New York/Quito, 2021, capítulo XVIII, Trans* formaciones; y se puede descargar
de: https://libgen.is/book/index.php?md5=9FE4D94E76E4675D3196859A09178F25)
Si bien el operador trans*
proviene de los debates y prácticas transgénero en esta teorización, y
generalización, se toma el término más bien como originario. Así lo transgénero
vendría a ser una ocurrencia del fenómeno más general de lo trans*. La
capacidad de lo trans* rebasa con mucho el ámbito del género para convertirse
en una característica ontológica de otros fenómenos que no guardan relación, al
menos directa o inmediata, con el cuerpo y la sexualidad. Veamos ahora de qué
manera las categorías generadas en el campo trans* están capacidad de
trasladarse a otros campos; y en ese caso concreto, a la literatura.
La lectura del
texto literario normalmente se la hace desde dentro; sin embargo, también cabe
la posibilidad de hacerle preguntas, someterle a un interrogatorio en la
búsqueda de la líneas de fractura de los órdenes canónicos y el consiguiente
despedazarse de los sistemas y taxonomías estructuradoras del texto y, a través
de este, de la realidad. Esto es precisamente el funcionamiento del operador
trans*.
Se pueden
reconocer dos momentos en el texto estructurados como párrafos: en el primero,
más allá de la inversión del punto de vista, me interesa resaltar el modo cómo
el personaje en cuanto sujeto queda definido; porque al fin de cuentas esta es
la historia que realmente importa:
Mi Gato tiene un
perro. Soy la mascota del perro cuando no estoy viajando. Un día cualquiera mi
dueño no se había percatado de que me fui. Poco antes había salido al balcón a
lamerse entre las patas traseras con el sol matutino. Luego —me contaron— regreso
por el comedor y percibió mi ausencia: una impresión; husmeó el vacío y buscó
en los lugares habituales donde me apoltrono a leer o a dormir, enseguida por
doquier; se detuvo un instante en el breve corredor, con la cabeza erguida, las
orejas distraídas y la mirada dispersa. Nada encontró, nada presente y vivo
semejante a mí, solo el remanente de mi olor desvaneciéndose con el aire
cruzado entre el balcón y la ventana de la cocina abiertos. Escogió un lugar
mullido y se tendió de golpe, como un animal de circo entrenado para morirse
por un falso tiro delante del público. No había nada más que haces de luz
colándose entre las cortinas y mi existencia apagándose en su pequeña memoria;
yo ya era nada más que el rescoldo de un fuego extinguiéndose en el olvido de
su sueño holgazán. (p.144)
Dando un paso más allá de la
reconstrucción de la memoria animal, incluso separándola de ella, la ausencia
del sujeto se capta como una impresión: “percibió mi ausencia: una
impresión”, quizás en el sentido de un estímulo reconocible impregnado en el cerebro.
Entonces, el texto se torna más radical en esta disolución del individuo, como
la imposibilidad de la presencia viva, reducido a un olor que se desvanece en
medio de esa nada cotidiana:
Nada encontró,
nada presente y vivo semejante a mí, solo el remanente de mi olor
desvaneciéndose con el aire cruzado entre el balcón y la ventana de la cocina
abiertos.
Es la existencia la que se apaga
en la memoria de los otros, cuando dejan de recordarnos. No se trata
solamente de que el recuerdo desaparezca de la mente, sino que el yo se
extingue. Si alguien no nos recuerda, no existimos. O, existimos en la medida
en que alguien decide pensarnos. Si todos dejaran de hacerlo, yo me evaporaría:
No había nada más
que haces de luz colándose entre las cortinas y mi existencia apagándose en su
pequeña memoria; yo ya era nada más que el rescoldo de un fuego extinguiéndose
en el olvido de su sueño holgazán.
Me parece que el texto
expresa plenamente un procedimiento de trans*formación del sujeto, en cuanto lo
hace estallar al cuestionar la identidad como una cuestión que se resolvería al
interior de cada uno. Así como el transgénero disuelve con un ácido fuerte la
dualidad hombre/ mujer, de manera similar este texto hiere la sustantividad del
individuo, el que finalmente desaparece como un aroma que desaparece poco a
poco.
En este caso el operador
trans*formador narra sin drama ni tragedia la historia de la subjetividad que
depende enteramente de la mirada de los otros o de sus pensamientos cuando no
estamos presentes. Y así quedamos convertidos en rescoldo, en esa última
brasa antes de que el fuego se apague totalmente, mientras el olvido perezoso
de los otros termina por perderme completamente.
Ilustración: V. de Valencia.