Carlos Rojas Reyes
Una lectura secularizada del texto de Achard de Saint Víctor es una tarea nada fácil. Se trata de hacerlo sin conservar su núcleo metafísico, que se mantendrá con toda facilidad y que tiende a permanecer a pesar de los esfuerzos que se hagan. Esto se debe a que dicho núcleo es parte constitutiva de la teoría elaborada y difícilmente se la puede separar de este. La historia de la filosofía ha mostrado esta persistencia de las categorías y estructuras del pensamiento medieval en la modernidad y en la Ilustración.
Así Kant expulsa
a Dios por ser un concepto metafísico, con el cual la razón no puede lidiar;
sin embargo, lo vuelve a introducir por la vía de la razón práctica, como un
postulado que fundamenta toda ética y moral. O, en el caso de Descartes: la
duda metódica tiene que recurrir a Dios para garantizar la verdad como
correspondencia entre intelecto y realidad. En realidad, la Ilustración no
acaba con la teología; más bien, le obliga a redefinirse y reinventarse.
Tampoco se trata
de señalar la esfera trascendental de la verdad revelada que funda el
cristianismo simplemente como un movimiento ideológico que debería desecharse.
Por el contrario, la pregunta por el significado de esa esfera es crucial. La
secularización depende enteramente de la respuesta que se le dé. De lo
contrario seguiremos reproduciendo una y otra vez procesos de secularización
parcial y equívocos, como lo vemos en las monarquías constitucionales o en el
poderoso regreso de las religiones en sus versiones más fundamentalistas.
Achard de Saint
Víctor se coloca constantemente al borde de la herejía, rastreando con el uso
pleno de la razón esa esfera que le impide decir plenamente lo que quisiera
decir. Tiene frente a sí a la Inquisición, lo que no es poca cosa. A veces con
un lenguaje enrevesado avanza dando pequeños pasos radicales, a partir de los
cuales podemos formular algunos conceptos que poseen una enorme riqueza y que
proponen una superación tanto de Platón como de Aristóteles, lejos de una
versión neoplatónica, y sin renunciar a ninguno de ellos.
Caracterizar esa
esfera trascendente, del allá opuesto al aquí en los términos de
Achard de Saint Víctor, parte de aceptar la existencia y validez de dicho
espacio, evitando declararlo meramente como un producto de la ilusión
religiosa. Desde luego, la esfera trascendente en nuestro autor está lejos de
reducirse a un comentario ampliado de la verdad revelada. De hecho, en donde
mejor se verán sus hallazgos es precisamente en el modo en el que dilucida los
atributos de ese allá.
Como punto de
partida se acepta la existencia de esa esfera denominada trascendente; más
aún, se la podría llamar llanamente como el Campo T, así de la manera más
neutral posible; mientras que el mundo en el que existimos será el Campo M. De
este modo se evitará la referencia a cualquier aspecto de orden religioso o
sagrado, en el camino de la secularización propuesta.
En términos
estrictos se afirma:
Existe un Campo T separado del
Campo M.
Elegimos la
Segunda Parte de De Unitate y el concepto de forma para aproximarnos al
Campo T y a las relaciones establecidas con el Campo M. A través de la lectura y
del comentario de textos se realizará este trabajo hermenéutico y esperamos que
quede adecuadamente configurado el Campo T y sus correspondientes relaciones
con el mundo concreto en el que existimos. Analizaremos los capítulos
relevantes para este tema.
(Toda las traducciones
son propias; se las ha realizado a partir de la traducción francesa de
Martineau
CAPÍTULO 1.
En este primer
capítulo Achard de Saint Víctor distingue entre dos esferas de la forma: “las
formas intelectuales o ejemplares de las cosas” y “las formas de las
cosas”. Este punto de partida es fundamental porque inmediatamente plantea
la exigencia de dilucidar la serie de relaciones entre estos dos campos.
Inicialmente les
distingue un atributo importante: las formas que están allá existen en
el intelecto y se comportan como ejemplares; las formas ubicadas acá se
encuentran en acto, es decir, ya realizadas o efectivizadas. No son cosas
distintas, sino momentos separados de la misma forma. Una primera aproximación
a esta dialéctica de la forma dirá, por lo tanto, que las formas del Campo T se
realizan en el Campo M; de otro modo: se pasa del intelecto al acto.
Entre estos
campos formales se da una relación de correspondencia: “hay que encontrar,
para cada cosa, una forma superior a las formas hasta ahora referidas”. Dejemos
de momento la cuestión de la superioridad de estas formas. Más importante, por
el momento, es señalar que la relación no se establece entre la causa formal,
al modo aristotélico, y la cosa real, como en el ejemplo clásico de una
escultura: la idea que finalmente se transforma en una escultura determinada.
La interrelación se da entre dos tipos de formas, de tal manera que la forma
del Campo M es la que se corresponde con una forma en el Campo T.
Achard de Saint
Víctor postula, como siempre sutilmente, el principio de correspondencia entre
las formas; esto es: en la medida en que todo está formado, sea en el intelecto
como acto, las relaciones se dan entre formas. No existen relaciones directas
entre cosas o ideas no formadas o informes; la mediación de las formas es un
hecho ontológico básico subyacente a toda la realidad.
Luego, en un par
de líneas, provoca la inversión en realidad brutal de la inteligibilidad de las
formas. Cuestiona el origen de la inteligibilidad al afirmar que las formas no
están en el plano intelectivo porque sean inteligibles; sino que son tales porque
provienen o surgen como ejemplares. O, para decirle en su plena radicalidad:
son inteligibles porque primero son formas. El origen de inteligibilidad está
en la forma.
Las formas
tienen este siguiente atributo, a más del principio de correspondencia: su
inteligibilidad y, por lo tanto, la capacidad de derivar desde allí la cuestión
del sentido o significado. De igual manera, siguiendo la regla del ejemplar,
las formas que habitan acá participan de dicha inteligibilidad y su
sentido se deriva de aquel existente en el Campo T. E decir, que también para
el intelecto humano, la inteligibilidad deriva de la forma.
CAPÍTULO 2.
Las relaciones
entre los campos de la forma empiezan a desplegarse, insistiendo de inicio en
los dos modos de haber sido hechos que los diferencia: “fueron hechos
intelectualmente” y “ser hecho más tarde en el tiempo”; es decir, primero “en
el entendimiento, después en el acto”. Se insiste en la importancia de mantener
esa distinción entre aquello que está en el entendimiento divino y aquello que
efectivamente se da, lo que llega a ser.
Si quitamos el
intelecto divino no significa que podamos eliminar este plano llamado
trascendente en el que las cosas son hechas intelectualmente o por medio de
algún tipo de entendimiento. La esfera en donde están las formas denominadas
supremas persiste aun en el caso de negar que se trate de un espacio sagrado.
En qué consista este Campo T, como es nombrado en reemplazo de la esfera
divina, todavía no se puede establecer. Baste con la consideración de la
existencia de esta esfera en donde la formas son hechas por un entendimiento o
intelecto.
El paso de lo
hecho intelectualmente a estar hecho efectivamente, en acto, no se corresponde
en Achard de Saint Víctor con el paso de la potencia al acto. Lo que está hecho
por un intelecto ya está formado siguiendo alguna forma y de acuerdo con
aquello que permite que sean cosas distintas, incluso esencialmente distintas,
que es la razón que subyace a cada una de ellas.
El significado
de estar hechos intelectualmente remite a que se han formado en el intelecto
“según alguna forma y ejemplar”, que se desprende de una “razón”: “…que no haya
sido formado según la razón, o que haya sido formado de acuerdo con otra razón
que no fuera la eterna y sabiduría eterna y divina de Dios…”.
Esta esta forma
ejemplar o suprema la que mediante una procesión “está realmente en las cosas
hechas temporalmente”. En vez de la actualización de la potencia tenemos la
forma de la cosa, que contiene una razón de ser, y luego la actualización de
esa forma, el colapso de la forma existente en el intelecto en la forma
existente en la realidad, en el Campo M, esto es, en el mundo concreto en el
que vivimos.
Nuevamente se
tiene que afirmar que no se trata de una forma que da forma a una materia, como
en el hilemorfismo; sino de una forma que da lugar a otra forma, sin la cual
las cosas simplemente no existirían. Un nuevo principio puede formularse:
existir significa ser formado a partir de una forma. E incluso llevándolo a un
plano ontológico general: Ser es ser formado.
CAPÍTULO 3.
Achard de Saint
Víctor establece una relación directa entre forma y distinción, en cuanto es la
forma lo que permite que las cosas se distingan unas de otras; de lo contrario
serían iguales al corresponderles una forma común:
Sin embargo, si no hubiera distinción alguna en esta primera y más
elevada forma de las cosas, éstas no serían formalmente distintas ni aquí ni
allá… ¿Quién fijaría sus miradas en un mismo ejemplar, interior o exterior,
cuando quisiera formar una casa y una bandeja, una túnica y una capa?
La forma como
distinción es precisamente lo que hace que una cosa sea lo que es; por esto,
cada cosa proviene y tiene una forma determinada: “…en la que la forma de cada
cosa es distinta de la forma de otras cosas”. Esta concepción coincide con la
definición de forma establecida por Georg Spencer Brown en su Leyes de la
forma, en donde establece que forma es aquello que introduce una distinción
Esta relación
intrínseca entre forma y distinción pertenece por entera a ambos campos, tanto
al T como al M, de tal manera que la distinción de T se origina en M: “Puesto
que se entienden allí solo en estas razones, no podrían ser vistas allá como
distintas en absoluto si no tuvieran alguna distinción”. Esta identidad
funciona también como un principio epistemológico, porque “…la razón formal de
cualquier cosa- es su verdad, si esta única forma de todas las cosas fuera una
sin ninguna distinción, la verdad de todas las cosas sería del mismo modo una,
y no distinta desde ningún punto de vista”.
Se insiste en
que no solo se da de este modo el acceso a la verdad de la cosa como la
captación de la distinción, sino que así estamos en capacidad de distinguir la
verdad de una cosa respecto de otra:
“Pero si esto fuera así, y si nadie pudiera ver la verdad de nada en
la contemplación de Dios sin reconocer, igualmente y por ese mismo hecho, la
verdad de cualquier otra cosa cualquiera, no se podría conocer la verdad de una
cosa sin conocer simultáneamente la verdad de todas”.
Dos términos
serán claves en la relación entre las formas de las dos esferas señaladas:
participación y procesión, que corresponden a los procesos implicados en el
paso de la formas supremas a las formas contingentes, de la eternidad al
tiempo:
Allá, si no en otros a través de infinitas formas de participación,
sí en sí mismo según la plenitud total, toda la deidad procedió desde la
eternidad, de modo que desde entonces habitó allá en él, por una procesión
eterna, "toda la plenitud de la divinidad" intelectualmente, que
después, en la plenitud de los tiempos, comenzó a habitar en él por procesión
temporal "corporalmente".
No encontramos
en lugar alguno el recurso a la noción de analogía; por el contrario, Achard de
Saint Víctor no resuelve la interrelación entre los campos T y M mediante el
recurso fácil y poco explicativo de la analogía. En realidad, intenta con todos
los recursos racionales comprender como lo divino se vuelca en la realidad, de
qué modo la eternidad se convierte en tiempo o lo infinito penetra en lo finito
por medio de la participación y la procesión.
CAPÍTULO 4.
Este capítulo es
fundamental para mostrar el papel que juega la distinción en la filosofía de
Achard de Saint Víctor que, como ya se ha visto, está conectada inherentemente
a la forma; es decir, las cosas se distinguen por su forma; de lo contrario o
bien fueran una sola cosa o bien su verdad sería idéntica a la de otra cosas.
Las razones de
las cosas, que se originan en la Razón divina, en el momento de la intelección son
“distinciones de las razones y de la cosas” y estas son la que Dios intelige:
Pero puesto que la intelección vincula de algún modo la cosa
inteligida con quien la intelige, no puede haber allí menos conexiones de este
tipo que distinciones de las razones o verdades que son inteligidas, y de
acuerdo con las cuales y a partir de las cuales, como se ha dicho, las mismas
intelecciones son también distintas allí, de modo que sus distinciones solo
tienen por objeto las razones y verdades de las cosas, que son inteligidas
distintamente allí.
La cuestión de
la verdad se torna equivalente a la distinciones de las razones; inteligir significa
comprender las verdades, o las razones, que son aquella que permiten, en primer
lugar, que las cosas existen en su particularidad o singularidad, y que no se
confundan con otras. De otra manera, inteligir significa distinguir; pero, es
la forma la que permite distinguir.
Por lo tanto,
inteligir significa captar la forma que introduce la distinción tanto en la
esfera T como en la M. Y, todo esto, entendido como las razones de las cosas;
esto es, aquello que explica y origina su existencia. Razones quiere
decir en Achard de Saint Víctor, las razones de la existencia. (Quizá Leibniz
no está demasiado lejos de esta formulación con su principio de razón
suficiente).
A MODO DE
CONCLUSIÓN.
Dando un paso delante
de la reconstrucción del pensamiento de Achard de Saint Víctor en lo que se
refiere a su concepción de forma cabe plantearse si sus argumentaciones tienen
algún grado de actualidad en la comprensión ontológica de nuestra realidad. La
afirmación que se sostiene aquí es que el núcleo teórico tiene un alto grado de
validez. A fin de mostrar esta pertinencia para la actualidad podemos
sintetizar los hallazgos de la siguiente manera:
El concepto de
forma es fundamental para entender las relaciones entre el Campo T y el Campo
M; en el caso de Achard de Saint Víctor, para mostrar las relaciones entre la
esfera trascendente y el mundo contingente; en nuestro caso, orientados a comprender
las interrelaciones entre los mundos simbólicos y los mundo efectivos; es
decir, dilucidar el estatuto ontológico de las formas simbólicas, como diría Cassirer.
La primera
afirmación consiste en decir que la forma es un principio ontológico; aunque rehúye
la terminología de esencia y substancia, podría decirse que la forma es substancia
y esencia. La forma hace que las cosas sean y hace que las cosas sean lo que
son. A esto se denomina: razones. Las formas son razones. Pero, la substancia
es siempre substancia formadora, siendo ella misma una forma.
La segunda
afirmación señala que las formas pueden actuar de esta manera porque son
aquellas que introducen distinciones tanto el Campo T como en Campo M. Las
distinciones introducidas tienen un doble efecto: permiten separar unas cosas
de otras y proveen a cada cosa de unos atributos específicos. En este sentido, no
se da una relación directa entre las formas, o razones divinas, y la realidad
mundana, por ejemplo, la materia; sino, que hay una relación de procesión entre
la Forma y las formas. Son las distinciones existentes en la Forma las que
también están dentro de las formas, y estas sostienen las cosas en la existencia,
ya que son sus razones que, en este caso, siempre son suficientes.
La tercera
afirmación es que Dios intelige las formas; o, de otro modo, una forma es inherentemente
inteligible. La inteligibilidad proviene precisamente de la forma, en la medida
en que esta introduce distinciones. Conocer significa conocer las formas, es
decir, las distinciones introducidas por esta. De aquí se desprende que la
verdad también consiste en captar estas distinciones, haciendo coincidir lo
inteligible con lo inteligido.
En el pensamiento
de Achard de Saint Víctor se da una articulación profunda, una relación de
inherencia y coherencia en sus términos, entre forma, distinción, existencia,
esencia, razón y verdad, que muestran el conjunto de relaciones ontológica y
cognoscitivas entre el Campo T y el Campo M.
Bibliografía
Achard, d. S. (2013). De unitate
de Dieu et pluralitate creaturarum. Caen: Presses Universitaires de Caen.
Achard, d. S.-V. (2001). Works.
Kalamazoo: Cistercian Publications.
Spencer Brown, G. (1972). Laws of
form. New York: E.P. Dutton.