Algunos puntos de partida, que me
parecen claves, deben señalarse: nunca hemos sido primitivos, nunca hemos sido
premodernos, hay arte moche e inca.
Nunca hemos sido primitivos: esta
frase de Eduardo Viveiros de Castro muestra el otro lado de las reflexiones de
Latour, para quien Occidente realmente nunca fue moderno, porque no llegó a
realizar plenamente las grandes tareas que la modernidad implicaba. (Agamben
mostrará que la continuidad entre la Edad Media y la Edad Moderna es mucho
mayor de lo que imaginamos y que el corte radical que es el paradigma dominante,
no se sostiene.)
Así como se afirma que Europa nunca
fue moderna, entonces con igual fuerza hay que señalar que Nunca fuimos
primitivos. Esto tiene algunas implicaciones: lo que hubo son formas de vida
con su propia perspectiva, con sus ritos y mitos, con sus creencias y
contradicciones. Además, se tiene que insistir que a pesar de sus propios
mitos, sobre todo en el caso Inca, no podemos regresar a ese pasado como si
fuera nuestro origen, nuestro fundamento, la verdad que no hallamos en la
modernidad que nos ha decepcionado.
Por otra parte, tampoco hemos
sido premodernos. Esta idea de que nuestra historia desemboca en la modernidad
y tiene sentido a partir de ella, depende de la noción de progreso. La historia
de pueblos como el Moche o el Inca se cortaron a partir de circunstancias
históricas determinadas y no llevaban como una especie de embrión, la ansiedad
de la modernidad. Eran formas de vida con derecho propio y tienen que ser
entendidas a partir de sus propias condiciones internas de reproducción
material y simbólica.
Entonces, ¿sus productos
culturales pueden llamarse arte? ¿No es el arte una categoría occidental?
Ciertamente lo es, sin embargo no tenemos otro vocabulario para hablar, no
tenemos términos para nombrar la producción estética de estos pueblos, que
tiene que ver con su belleza, su sensibilidad y su imaginación.
Una vez que se ha establecido
esto, hay que decir inmediatamente que tenemos que empezar una larga batalla
contra los límites del concepto arte, contra sus categorías y restricciones.
Solo de este modo podremos dar cuenta de la estética ancestral y lograremos
establecer los vínculos, los parentescos, los desacuerdos, con las estéticas
caníbales que se proponen como modos de hacer arte desde América Latina.
Las categorías del arte
occidental tendrán que utilizarse de entrada. No hay otra alternativa. El otro
extremo sería embarcarse en una discusión estéril acerca de la calidad de arte
de dichas culturas, lo que sería un sinsentido. O, lo que es peor, adoptar la
actitud etnocéntrica de creer que solo en Occidente hay arte como tal, separado
de las otras esferas sociales y culturales, y que el arte moche o inca son solo
extensiones de su religión, de sus cosmovisiones, de su mitología y nada más.
Una vez que tomamos las
categorías del arte y de la estética tal como las conocemos y manejamos, hay
que realizar con ellas una tsantsa: reducirles la cabeza a fin de puedan se
redefinidas a la luz de las manifestaciones estéticas de dichos pueblos.
Lo ideal sería encontrar otras
categorías que expresen ese arte. ¿Cómo podemos llamar al arte moche sin
llamarle “barroco, maximalista, neofigurativo”? Si la invención de otros
conceptos no se logra, hay que darle un vuelco a las nociones modernas, de tal
manera que se abran hacia otros fenómenos estéticos. Por ejemplo, el arte inca
es, en gran parte, abstracto; pero, ¿de qué tipo de abstracciones estamos
hablando? ¿De qué modo el abstracto inca debería definir el concepto mismo de abstracción?