Resulta indiscutible que el tema del barroco
está en el centro del pensamiento de Echeverría, vinculado al tema del ethos
barroco como una alternativa crítica a la modernidad, como otro modo de ser
modernos.
El concepto de forma se encuentra en este
contexto, como una noción indispensable para entender el barroco, que queda
definido como la “voluntad de forma”. (La forma será igualmente relevante
cuando Echeverría se aproxime a El Capital
de Marx y, desde luego, habría que mostrar los vínculos bastante evidente entre
los dos usos.)
“El barroco parece constituido por una voluntad de
forma que está atrapada entre dos tendencias contrapuestas…” (Echeverría 524) [1] Y por esta entenderá: una
“voluntad de forma” específica, una determinada manera de comportarse con
cualquier sustancia para organizarla, para sacarla de un estado amorfo previo o
para metamorfosearla; una manera de conformar o configurar que se encontraría
en todo el cuerpo social y en toda su actividad.” (Echeverría 750)
Pero, ¿qué entender por voluntad de forma? ¿Qué
resultado se produce en el momento en el que se unen dos términos aparentemente
alejados como son voluntad y forma? Los efectos se dan en una doble dirección.
De una parte, la forma deja de ser una estructura simplemente dada, un modo de
existir que yace frente a nosotros, una manera de presentarse de las cosas. La
forma, en el encuentro con la voluntad, se vuelve ella misma actividad.
De otra parte, la voluntad deja de darse en el vacío y
se acompaña siempre de una forma. Desde luego, estoy generalizando el
pensamiento de Echeverría y conduciéndolo hacia una teoría general de la forma
o si se prefiere, de la voluntad de forma.
Esa voluntad de forma barroca conduce a su despliegue,
a su desarrollo, a su transformación en una máquina abstracta que produce
formas, que entra en su plena proliferación: “La voluntad a la que responde es
completamente diferente: de lo que se trata, en él, es de provocar una
proliferación de subformas…” (Echeverría 1230)
Forma y voluntad abren el espacio para la actividad
artística y esta, a su vez, amplía el campo de la experiencia estética,
redefinen la sensibilidad y la imaginación de una época. Ciertamente que el
barroco, más que cualquier otro ethos, hace de este fenómeno su cualidad
fundamental. Se podría decir que lleva a su extremo esa voluntad de forma,
empujándola hacia sus límites, obligándola a expresarse una y otra vez, en
secuencias interminables:
“Bajo el término “barroco” está en juego una idea
básica: la de que es posible encontrar una voluntad de forma barroca que
subyace en las características de la actividad artística barroca, del modo
barroco de proporcionar oportunidades de experiencia estética.” (Echeverría 1244)
Experiencia que no solo corresponde a la
de unos determinados individuos o grupos sino se vuelca enteramente sobre una época
conformándola de una determinada manera: “entendemos por “voluntad de forma” el
modo como la voluntad que constituye el ethos de una época se manifiesta en
aquella dimensión de la vida humana…” (Echeverría 1247)
Así se llega a la emergencia de un estilo
que expresa ese carácter activo de la forma, que no solo ha sido formada, sino
que es formadora. La forma se muestra como lo que es, un don: “La voluntad de
forma inherente al ethos social de una época se presenta como estilo allí donde
cierto tipo de actividad humana –el arte, por ejemplo– necesita tematizar o
sacar al plano de lo consciente las características de su estrategia o su
comportamiento espontáneo como formador o donador de forma.” (Echeverría 1283)