En este oscuro momento de la
historia, en donde no sabemos cómo serán las revoluciones futuras ni cuando
vendrán, ¿qué sentido tiene la frase de Marx y Engels: “Un fantasma recorre
Europa: el fantasma del comunismo? Ciertamente que el fantasma del comunismo ya
no recorre ningún lugar del mundo; más bien, es el comunismo es el que se
convertido en espectral.
Ahora nos enfrentamos a la
presencia brutal del fascismo que asciende y de nuevas corrientes
socialdemócratas y populistas que han ocupado el lugar de la izquierda
revolucionaria, a veces con el mismo nombre.
Marx y Engels ahora habitan en
Comala, aunque Pedro Páramo no lo sepa. ¿Se habrá imaginado algo así Juan
Rulfo? Sus muertos, como estos dos, pertenecen a aquellos que no descansan en
paz, porque la historia sigue siendo contada por los vencedores y estos no han
dejado de triunfar. (Walter Benjamin)
Y no descansarán en paz hasta que
los vencidos logren decir su historia, a su manera, con sus palabras, con sus
hechos.
“Era ese tiempo de la canícula,
cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de la
saponarias.
El camino subía y bajaba:
"Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que
viene, baja."
-¿Cómo dice usted que se llama
el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de que ya es
Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan
triste?
-Son los tiempos, señor.”
Como en Comala, vivimos una época
triste, quemados bajo el sol del capitalismo tardío, sin lugar para guarecernos,
arrojados a la intemperie. Por eso, hemos sido convertidos a la nostalgia, al
comunismo melancólico: “Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de
mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros”.
Aquí en Comala, los comunistas
melancólicos nos topamos en “Los Encuentos” y esperamos juntos sin saber qué
esperamos: “Todo parecía estar como en espera de algo”. Entonces, estallamos en
“un rencor vivo”, de la pura rabia contra el destino que nos ha tocado.
¿Qué guardamos de Marx y de las
revoluciones sino ese “retrato viejo, carcomido por los bordes”, al cual aún
nos aferramos todavía? ¿Todavía? ¿Seguimos tras ese “pueblo solitario. Buscando
a alguien que no existe”?
Pero, esta nostalgia, esta
melancolía de Marx -y de las revoluciones- esperando sin saber qué en el pueblo
fantasmal de Comala, no es un llamado al desánimo, a la desesperación, al
abandono de nuestras convicciones, sino el reconocimiento desnudo de los
fracasos de los oprimidos, de los condenados de la tierra y, simultáneamente,
la renovada fuerza que nos impulsa a seguir, partiendo de la memoria de los
muertos, de aquello que debemos continuar y de lo que tenemos que dejar atrás.
Porque sabemos, por conocimiento
y por experiencia, que el comunismo melancólico es como el agua que llena el
cántaro y que tarde o temprano, la desbordará y la historia volverá a comenzar,
tal como lo describe Juan Rulfo:
“En el hidrante las gotas caen
una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua clara caer sobre el
cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y
vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se desborda haciendo
rodar el agua sobre un suelo mojado.”